Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 20 страница

Igual que el vicario del pueblo, ella cuidaba de su rebaño, ayudándoles a expiar sus pecados anteriores. Medió en la disculpa pública del campeón de los pesos pesados Mike Tyson, cuando dijo que quería reparar el daño que le había hecho a Evander Holyfield al arrancarle un trozo de oreja de un bocado, durante su combate por el título en 1997. Doce años después, los dos se reunieron en el programa de Oprah y se estrecharon la mano, esperando que su reconciliación sirviera de ejemplo a las bandas de jóvenes en guerra. Aunque muchos telespectadores criticaron a Oprah por aceptar a Tyson, violador convicto, en su programa, otros la aplaudieron. Los dos programas con Tyson, y no fue casualidad, cosecharon unos índices de audiencia altísimos en unos momentos en que estaban cayendo.

Oprah continuó siendo inflexible en su condena de quienes abusaban de niños, ya que conocía demasiado bien el trauma que sufrían las víctimas. Al entrevistar a un hombre que estaba en prisión por abusos sexuales, se refirió a él diciendo que era un «canalla». Sin embargo, sus contradicciones podían confundir: mientras que a su amigo Arnold Schwarzenegger le daba un pase en el caso de su acoso sexual, a la vez, condenaba a los raperos porque sus letras rebajaban a las mujeres; no perdonaba el racismo, pero disculpó al presidente de Hermès, después de que su tienda de París no la permitiera entrar, debido a supuestos «problemas con norteafricanos». Sin embargo, apenas se mostró cortés con Hazel Bryan Massery que, cuando era una joven estudiante blanca, había chillado insultos contra Elizabeth Eckford, una de los Nueve de Little Rock, que ingresaron en la Central High School, en 1957, después de que el presidente Eisenhower enviara tropas federales a Arkansas. En el interín, Massery le había pedido disculpas a Eckford por sus improperios, y las dos eran amigas. Oprah las invitó a las dos al programa, pero se mostró muy escéptica respecto a su amistad y no quiso aceptar que los remordimientos de Hazel hubieran llevado a la reconciliación. «Son amigas —le dijo Oprah al público, con incredulidad—. Son […] amigas», repitió con un desagrado evidente. Luego enseñó una enorme ampliación de la foto tomada aquel día histórico, en la que aparece Elizabeth, silenciosa y digna, con sus libros, dirigiéndose a la escuela, mientras un grupo de estudiantes blancos se mofaban a gritos de ella; la más amenazadora de entre ellos era Hazel. Oprah se mostró glacial cuando le preguntó a Eckford por qué la foto seguía afectándola tantos años después.

«(Oprah) fue tan fría como podía serlo —le dijo Eckford a David Margolick de Vanity Fair—. Hizo lo indecible por ser odiosa.»

Margolick, que pasó tiempo con Eckford y Massery para escribir su artículo, añadió: «De modo característico, sin embargo, Elizabeth lo sentía más por Hazel, que fue tratada con mayor brusquedad todavía (por Oprah)».

De todos modos, la gente acudía en tropel a la Iglesia de Oprah. Online, había 28.000 páginas web dedidadas a participar en The Oprah Winfrey Show, y David Letterman, el presentador de programas nocturnos de televisión, que llevaba años excomulgado, puso en marcha un «Oprah Log», pidiendo que lo invitaran. Oprah no le hizo ningún caso, pero él insistió. «No es Oprah hasta que es Oprah» —le decía a su público noche tras noche. Sus fans no tardaron en sostener pancartas delante del Ed Sullivan Theater, en aeropuertos y en partidos de fútbol: «Oprah, por favor, llama a Dave».

Después de 82 noches, Phil Rosenthal advirtió a Oprah, en el Chicago Sun-Times: «Es una llamada que tienes que hacer […] Cada noche que pasa […] te hace parecer más una diva engreída y sin sentido del humor, que suelta todo tipo de lugares comunes New Age sobre el perdón y los pensamientos positivos, pero se aferra tozudamente a los agravios. No es él el que da una mala impresión en esto. Es un papel cómico y, mientras te niegues a actuar, serás el blanco de la broma […] Te estás cerrando en banda, estás siendo terca, mezquina y estúpida».

Oprah todavía echaba humo por los chistes que Letterman le había dedicado a lo largo de los años:

Los diez principales ejemplos de violencia en televisión:

n.º 6. Un invitado, sin darse cuenta, se pone entre Oprah y el bufete.

 

Las diez principales atracciones turísticas menos populares:

n.º 3. La gran Oprah.

 

Las diez principales escenas mortales que Robbie Knievel no quiere interpretar: n.º 8. Fastidiar el almuerzo encargado por Oprah.

 

Las diez cosas principales que no quieres escucharle decir a un hombre en un bar deportivo: n.º 1. Vaya, es la hora de Oprah.

 

Las diez cosas principales que Colón diría de América, si viviera hoy: n.º 6. ¿Cómo llegasteis a elegir al líder que llamáis Oprah?

 

Los diez consejos principales del Dr. Phil para entrevistar a Oprah: n.º 4. Postérnate.

 

El acercamiento entre Oprah y Dave se produjo el 1 de diciembre de 2005, cuando Oprah aceptó, finalmente, aparecer en el programa de Letterman y luego le permitió acompañarla al estreno en Broadway de El color púrpura, impulsando a People a suponer:

Y ahora, damas y caballeros, las diez razones más probables de que Oprah Winfrey pusiera fin a su ruptura de 16 años con David Letterman y aceptara aparecer en su programa nocturno de la CBS, el 1 de diciembre de 2005:

n.º 10. Está produciendo un musical, El color púrpura, en Broadway, al otro lado de la calle.

n.º 9-1. Véase el n.º 10.

 

«Por fin se ha acabado nuestra larga pesadilla nacional», dijo The Kansas City Star.

Letterman actuó como un escolar deslumbrado por una estrella. «Significa mucho para mí y me siento muy feliz de que estés aquí —le dijo a Oprah, efusivamente—. Has sido importante para la vida de los demás.»

Se calcula que unos 13,5 millones de personas se quedaron levantadas aquella noche para ver el programa, dándole a Letterman su mayor audiencia en más de una década. Al día siguiente, la crítica de televisión, Lisa de Moraes observó en el Washington Post: «Letterman se ha convertido en aquello de lo que antes se burlaba. Un Oprahólico».

No era sólo un cómico nocturno quien quería bañarse en el reflejo de la gloria de Oprah Winfrey. Para promocionar sus memorias de 1.008 páginas, My Life, el ex presidente Bill Clinton apareció en su programa (22 de junio de 2004), permaneció a su lado en su segmento de Oxygen, Oprah After the Show, y, abrazándola y cogidos de la mano, la llevó a dar un largo paseo por su casa de Chappaqua (Nueva York), como acompañamiento de una larga entrevista publicada en la revista O. En el programa, Oprah insistió en decir que «no había nada prohibido», mientras indicaba al ex presidente que leyera todas las páginas donde hablaba de sus indiscreciones sexuales.

—¿Cuáles eran tus sentimientos hacia Hillary cada vez que la engañabas? —preguntó Oprah.

—Siempre la he querido mucho —respondió Clinton—, pero no siempre la he querido bien.

—¿No tenías miedo de que te pillaran?

Clinton esquivó la pregunta, diciendo que estaba en mitad de «una lucha titánica» con el Congreso republicano, pero Oprah insistió: —¿Creías que no te te pillarían?

—No, no lo esperaba —admitió finalmente.

 

Oprah había llenado el estudio con mujeres jóvenes y bonitas, de las que Jeff Simon dijo en The Buffalo News que, en ciertos momentos, miraban a Clinton «como mirarían a un helado de chocolate o, en otros momentos, como observarían los primeros pasos de su hijo hasta el sofá».

Los lazos de Oprah con los Clinton eran fuertes: asistió a su investidura en 1993 y a su primera cena de gala, en 1994. En diciembre de 1993, estaba a su lado en la Casa Blanca, cuando firmó la Ley Nacional de Protección a la Infancia para crear una base de datos en red donde se recogerían todas las acusaciones y condenas de abusos y acoso sexual a los niños. La ley era conocida familiarmente como «Ley Oprah».

Los dos sureños, procedentes de hogares rotos, Bill Clinton y Oprah Winfrey, tenían mucho en común: los dos habían crecido desde unas raíces con exiguas expectativas hasta alcanzar el éxito mundial, basándose en una superlativa capacidad de comunicación; los dos tenían problemas de peso, bien conocidos, y en palabras de Clinton, «guardaban secretos» y sabían vivir vidas paralelas, una en público, la otra en privado. Juntos, eran fascinantes: Clinton le dio a Oprah su segundo índice nocturno de audiencia más alto de la temporada; ella le dio un fuerte impulso en las ventas de su libro. La de Bill Clinton y Oprah fue una relación ventajosa, de mutua admiración, hasta el 17 de julio de 2004, cuando un hombre joven que presentaba su candidatura al senado de los Estados Unidos pronunció el discurso de su vida en la Convención Nacional Demócrata. Aquella noche la elevada retórica y el inspirador mensaje de Barack Obama estremecieron a la convención y lo pusieron bajo los ardientes focos del reconocimiento nacional. Entre los que saltaron de alegría estaba Oprah, profundamente conmovida por su mágica expresión.

«Fue uno de los discursos más extraordinarios que nunca he oído —le dijo más tarde—. Hay una frase en The Autobiography of Miss Jane Pittman (una película de 1974, basada en la novela de Ernest J. Gaines) en la que cuando Jane sostiene a un bebé en brazos, pregunta: “¿Serás tú el elegido?” Hoy, mientras hablabas, yo estaba sola en mi salita, aplaudiendo y diciendo: “Creo que este es el elegido”.»

Después del discurso, Oprah, que apenas conocía a los Obama, solicitó entrevistarlos para el número de noviembre de O, que, estratégicamente, estaba en los quioscos justo los días anteriores a las elecciones que enviarían a Obama a Washington, donde sería el tercer afroamericano en sentarse en el Senado de los Estados Unidos desde la Reconstrucción. Para entonces Oprah había adoptado al joven senador como «mi hombre favorito». Lo presentó a sus espectadores en enero de 2005, como parte de un programa titulado «Viviendo el sueño americano». Unos meses más tarde, Oprah rindió homenaje a su esposa, Michelle, incluyéndola como ‘una de las jóvenes’ en su Fin de Semana de las Leyendas, y al año siguiente, Oprah refrendó públicamente a Obama como presidente, antes de que él mismo lo hiciera.

Durante su campaña al Senado, Obama se había opuesto a la guerra contra Irak diciendo que era innecesaria y, para entonces, Oprah también había cambiado de postura. Posteriormente, invitó a Frank Rich, el prestigioso columnista de The New York Times, a su programa (12 de octubre de 2006) para hablar de su libro «La mayor historia nunca vendida: Declive y caída de la verdad desde el 11-S hasta el Katrina», que acusaba a la administración Bush de vender la guerra al país con premisas falsas. Titulado «La verdad en los Estados Unidos», el programa incluía la presencia de Roy Peter Clark, experto del Poynter Institute, para hablar de cómo ver el mundo desde puntos de vista diferentes. Posteriormente, diría en su columna on-line que Oprah era dinámica, inteligente, divertida, carismática y querida por las mujeres del público. «Salió al escenario, antes de que las cámaras empezaran a rodar, con los zapatos en la mano, una imagen muy terrenal, pero cuando se sentó, la encargada del calzado llegó corriendo, se arrodilló y le puso los zapatos. Fue una especie de coronación, si es que es posible coronarle los pies a alguien.»

En Fox News, Bill O’Reilly se subía por las paredes porque Oprah había dedicado todo su programa a Frank Rich. «Ha declinado entrevistarme, aunque he tenido cuatro libros en el número uno de las listas de bestsellers». O’Reilly estaba que echaba chispas: cuatro noches después salió en antena con un segmento titulado «¿Es Oprah justa y equilibrada?», durante el cual afirmó que Oprah se «inclinaba a la izquierda» y que sus invitados liberales superaban en mucho a los conservadores. Dijo que Oprah era deshonesta con sus espectadores respecto a sus opiniones políticas. «¿No sería mejor si mirara a la gente a los ojos […]?» Unos días después, Oprah invitaba a Obama a su programa (18 de octubre de 2006), para hablar de su libro La audacia de la esperanza.

«Sé que no hablo sólo por mí —afirmó—. Hay mucha gente que quiere sentir la audacia de la esperanza, que quiere sentir que los Estados Unidos pueden ser un lugar mejor para todos. Hay mucha gente que querría que te presentaras a la presidencia de los Estados Unidos. ¿Lo considerarías?»

Obama dio unos cuantos rodeos y habló de la importancia de las elecciones de mitad de legislatura. Luego Oprah volvió sobre el tema.

—Veamos, si alguna vez decidieras presentarte en los próximos cinco años —voy a seguir con este programa cinco años más—, ¿lo anunciarías aquí?

—No creo que pueda negarme.

—Vale, vale. Así que, si alguna vez, en algún momento, lo decidieras, lo harías.

—Oprah, eres mi chica.

—Vale. No pido más.

—Me parece bien.

 

A Bill O’Reilly estuvo a punto de darle una apoplejía. También él tenía un libro que promocionar (Culture Warrior), y Oprah había «declinado» tenerlo en el programa: «Estaba tan furioso que cogió el teléfono, llamó a Oprah él mismo, le dijo que no tenía ningún derecho a ser tan parcial, invitando a “alguien que odiaba a Bush, como Frank Rich” para despellejar al presidente de los Estados Unidos», recordaba una publicista de Doubleday. «O’Reilly exigió que fuera justa y lo dejara ir a él con su libro […] Insistió e insistió, y Oprah acabó tan acoquinada que aceptó que fuera».

El programa, que tuvo lugar el 27 de octubre de 2006, se tituló «El Ayuntamiento de Oprah, con Bill O’Reilly», con un público en su mayoría masculino, permitió que O’Reilly despotricara contra el «movimiento progresista y secular» o SPs (secular progresives), como él los llamaba, que según decía estaba formado por Fran Rich, el American Civil Liberties Union, George Clooney, Hollywood, Holland, los zombis de los centros comerciales, el Partido Demócrata, el FBI, los Clinton y The New York Times. En los tradicionalistas, en cambio, había «buena gente» como él mismo, el presidente Bush, las ciudades obreras, la clase obrera, el hombre de la calle, las personas que llaman Navidad a la Navidad y Oprah. Cuando acabó la hora, O’Reilly afirmó: «Este es el mejor programa en el que he estado».

Al investigar para este libro, le envié un correo electrónico a Bill O’Reilly para confirmar que había llamado a Oprah para que lo llevara a su programa. No contestó, pero cuando el libro se publicó, me invitó a su programa, el 14 de abril de 2010. Negó haber llamado a Oprah, pero reconoció que se había ejercido presión sobre ella. Dos fuentes, dentro de su compañía editorial recuerdan la llamada de O’Reilly, quien dijo: «Fue justa conmigo una vez que conseguí su atención».

Una vez le hubo demostrado a Bill O’Reilly que era justa y equilibrada, Oprah tomó una decisión que la enemistaría con Fox News y con la rama Clinton del Partido Demócrata. Sentía que había encontrado al ‘elegido’ y decidió respaldar públicamente a Barack Obama, excluyendo a todos los demás candidatos presidenciales. No estaba contenta con los que habían insinuado que, en el año 2000, su programa le había dado a George Bush la ventaja que lo llevó al triunfo, así que esta vez, decidió entregarle su poderosa plataforma sólo a su ‘hombre favorito’.

«Si todo el mundo sabe que estoy a favor de Obama, sería insincero por mí parte estar ahí entrevistando a otras personas como si […] fingiera ser objetiva —dijo—. Así pues, por esta razón, a mi programa no vendrá nadie.»

Como cazatalentos sin igual, Oprah reconocía la magia telegénica cuando la veía. Después de todo, había introducido Dr. Phil, Rachael Ray y al Dr. Oz en los Estados Unidos, y sus programas de entrevistas, todos los cuales había lanzado ella, habían tenido un éxito superior a todas las expectativas. El mismo instinto la impulsó ahora a poner todas sus cartas políticas sobre la mesa. Fue una jugada atrevida, porque se esperaba que Hillary Clinton fuera la nominada por los demócratas, y al ir contra la primera mujer con unas credenciales impresionantes y un respaldo inmenso y que tenía realmente la posibilidad de ganar, Oprah corría el riesgo de provocar la antipatía de muchas de sus espectadoras femeninas. Cuando apoyó a Obama, la criticaron por favorecer a su raza, en detrimento de su género, mientras la mayoría de sus amigos afroamericanos apoyaba a Hillary Clinton.

Maya Angelou, Henry Louis Gates, Jr., Quincy Jones y Andrew Young pensaban que le debían lealtad a la senadora Clinton, porque, en palabras de Gates, fue Bill Clinton «quien nos dio voz y peso». No obstante, al lado de Oprah estaban Gayle King y Stedman Graham, republicano conservador, más su padre, Vernon Winfrey, que señaló al cartel de Obama de la pared de su barbería diciendo: «Lo apoyo en los puntos conflictivos […] Es posible que Oprah lo apoye por otras cosas». Soltó una risita ante el evidente enamoramiento de su hija por el senador de Illinois, una deducción extraída del coqueteo de su lenguaje corporal, siempre que él estaba cerca y que su padre definía así: «Sus ojos llenos de adoración y todo eso […] Te aseguro que a Stedman no le da nada de eso».

La mejor amiga del instituto de Oprah estaba de acuerdo: «Obama es todo lo que ella ha querido siempre —dijo Luvenia Harrison Butler—. Piel clara y de la Ivy-League».

Los humoristas nocturnos también dijeron la suya: «Durante el fin de semana, Obama celebró su aniversario de boda —observó Conan O’Brien—. Salió para una cena romántica, a la luz de las velas, sólo con su esposa y Oprah».

La influencia de Obama sobre Oprah tampoco pasó desapercibida para nadie en Chicago: «Cuando Paula Crown necesitó que una estrella apareciera en la gala benéfica del Children’s Circle of Care, acudió a Barack y él convenció a Oprah para que fuera —dijo uno de los filántropos de la ciudad—. De lo contrario, nunca la habríamos conseguido; hizo que la noche fuera un éxito fabuloso».

Al respaldar a Barack Obama para ser el futuro presidente de los Estados Unidos de América, Oprah dejó clara una postura que la convertiría en blanco de las críticas y el rechazo partidista: «En un momento dado, fue terrible para ella —recordaba Alice Walker—. Me acuerdo de cuando Gayle y ella asistieron a una boda en el hotel Bel-Air […] Fue poco después de que Oprah se negara a invitar a Sarah Palin a su programa, y las mujeres republicanas de Florida decidieron boicotear a Oprah […] Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando nos contó que la habían llamado ‘ negrata’».

Más tarde, Oprah mencionó esas reacciones violentas en su contra. «Recibí llamadas llenas de insultos y amenazas: “Vuelve a África”, “Vamos a lincharte” —contó—. No estaba desairando a Sarah Palin. Sólo me estaba manteniendo fiel a la política que me había fijado (de no invitar a otros candidados al programa).» Dos días después de las elecciones, invitó a Tina Fey, la humorista que había hecho trizas a Sarah Palin con su perfecta imitación de la gobernadora de Alaska, en Saturday Night Live. «Estaba en Denver; acababa de asistir al gran discurso pronunciado por Barack Obama, y al día siguiente fue cuando el senador John McCain anunció a Sarah Palin —recordó Oprah—. Dije: “Oh, Dios mío, es Tina Fey”».

 Después de las elecciones, y para aplacar a los republicanos, Oprah dijo que le gustaría pedirle a Sarah Palin que acudiera al programa. «Intenté hablar con Sarah Palin, pero ella prefirió hablar con Greta Van Susteren. Habló con Matt Lauer. Habló con Larry King, pero no habló conmigo —declaró Oprah—. Pero quizás hablará conmigo cuando tenga un libro». Como era de esperar, Palin lanzó la publicación de sus memorias con Oprah, el 16 de noviembre de 2009, consiguiendo los índices más altos del programa en dos años.

«Oprah estaba entregada a recuperar a los espectadores conservadores que había perdido cuando respaldó a Barack Obama para la presidencia», escribió Lisa de Moraes, en The Washington Post, así que se apartó de los temas polémicos. Al día siguiente, entrevistó a la superestrella del porno Jenna Jameson, que había escrito «Cómo hacer el amor igual que una estrella porno», pero la verdad es que los medios estaban más interesados en la política que en la pornografía. Dos días después del programa con Sarah Palin, Tina Brown criticó duramente a Oprah, en The Daily Beast: « Empezó preguntando a Palin si creía que la había desairado durante la campaña del 2008, al no invitarla al programa. Se veía que Palin pensaba, igual que todos los que estábamos en el público: “Pero, ¿qué? ¿Por qué demonios perdemos tiempo hablando de ti?”».

Entre bastidores, Oprah no disimulaba cuáles eran sus preferencias partidistas. Apoyó con fuerza a Cory Booker, el alcalde demócrata de Newark (Nueva Jersey), que, al igual que Oprah, era un ardiente y temprano partidario de Barack Obama. El alcalde, de 40 años, salía con Gayle King, que lo presentó a Oprah; esta aportó más de 1,5 millones de dólares a varias organizaciones no lucrativas que Booker defendía en su distrito, incluyendo 500.000 dólares a un enemigo de Booker, que amenazaba con dividir el partido demócrata. Aplacado por la donación de Oprah, el enemigo se convirtió en amigo y Booker no tuvo problemas para ser reelegido. Cuatro meses después, O, The Oprah Magazine, del cual Gayle es directora general, publicó un artículo de ocho páginas titulado «Cory Booker… el alcalde más grande de los Estados Unidos». Cuando los Obama invitaron a Cory Booker a la cena de Estado en la Casa Blanca, en honor del presidente de México, el alcalde de Newark llevó como acompañante a Gayle King.

Antes de las elecciones presidenciales de 2008, Oprah estaba tan decidida a reservar su plataforma para Obama que cuando Bill Clinton volvió al programa, el 4 de septiembre de 2007, para promocionar su segundo libro Giving, quiso dejar claro que era él quien la había llamado, pidiendo aparecer en el programa. Meses después, el ex presidente le quitó importancia a la falta de apoyo de Oprah para su esposa. «Oprah es de Chicago —afirmó Clinton—. Sólo podía ser partidaria de Obama».

El momento de la segunda aparición de Clinton en el programa de Oprah era políticamente delicado, porque todos sabían que, cuatro días después, iba a organizar un enorme evento para recaudar fondos para Obama, en The Promised Land, su finca de 42 acres (17 hectáreas) en Montecito. El acontecimiento, planeado para dar cabida a, por lo menos, 600 personas, que pagarían 2.300 dólares cada una, fue pregonado como una de los acontecimientos destinados a recaudar fondos más grandes de la historia. Un humorista bromeó: «La recaudación de fondos de Oprah está proyectada para recoger 3 millones de dólares; 2 millones de los cuales saldrán de la caseta ’Dunk Stedman’».[9]

La recaudación de fondos de Oprah se había anunciado en julio, y personas de todo el país se aprestaron a comprar entradas tanto para apoyar a Obama como para ver la mansión de 50 millones de dólares de Oprah, con su lago artificial y sus ondulantes prados. El evento recibió una amplia cobertura en todo el mundo y, según Oprah «No era algo sin importancia para mí (abrir las puertas de mi propiedad) […] De verdad siento que el lugar es un regalo que me ha hecho Dios. Es un sitio muy, muy especial […] Habrá, claro está, algunas restricciones y condiciones importantes para entrar allí».

Insistió en que no se permitiera que nadie entrara en la mansión de 2.140 metros cuadrados, así que el evento se celebró al aire libre, una soleada tarde de sábado, con la actuación de Stevie Wonder (uno de los favoritos de Obama). Asistieron más de 600 personas, que se sentaron en mantas verde manzana, que Oprah había encargado, con el «Obama ‘08» bordado en una esquina. Había carpas llenas de mesas con comida y bebida (minihamburguesas y limonada aderezada con vodka) esparcidas por los prados ajardinados, donde escuadrones de camareros iban y venían con bandejas de plata. No se permitió la entrada a la prensa, y los guardias de seguridad hacían pasar a todos los invitados por el detector de metales, después de despojarlos de cámaras y aparatos de grabación. Con la excepción de unos cuantos VIP, no se permitía a nadie que entrara en coche en la propiedad, de forma que todos tenían que reunirse a unos dieciséis kilometros de distancia para ser transportados por autobuses lanzadera. Entre los famosos de la multitud, de mayoría afroamericana, estaban Whoopi Goldberg, Sidney Poitier, Ernie Banks, Bill Russell, Jimmy Connors, Linda Evans, Lou Gossett, Jr., Cicely Tyson, Forest Whitaker, Tyler Perry, Chris Rock, Cindy Crawford, George Lucas y Kenneth Babyface Edmonds.

Tras la comida al aire libre, y una magnífica tarde, Oprah ofreció una cena para 200 personas en una enorme carpa, con arañas de cristal. «Fue una noche mágica que nunca olvidaré», afirmó Valerie Jarrett, muy amiga de los Obama en Chicago, y ahora asesora principal del presidente.

«Sólo se vio estropeada por un momento de divismo —recordaba otro invitado de Chicago—. Fue cuando Cindy Moelis y su marido, Rob Rivkin, llegaron con los Obama —Cindy es una de las mejores amigas de Michelle Obama—. Oprah fue muy descortés. Invitó a los Obama a entrar en la casa, pero indicó a Cindy y Bob que esperaran fuera, donde se sentaron en una de las mantas verdes no reservadas. El prado no tardó en llenarse […] Oprah y Stedman salieron y se sentaron en una manta reservada, delante de Cindy y Bob, a pocos metros. Uno de los guardaespaldas de Oprah se acercó para decirle a Cindy que tenían que cambiar de sitio. Cindy preguntó por qué, señalando que no había sitios libres y que la actuación de Stevie Wonder estaba a punto de empezar. Otro guardia acudió para decirle a Bob que o se trasladaban o se iban. Bob contestó que habían venido con los Obama y que ni se movían ni se marchaban. Todo esto lo podían oír perfectamente cuantos estaban en las mantas adyacentes y observaban lo que pasaba, excepto Oprah y Stedman, que estaban de espaldas a Cindy y Bob, como si no supieran qué sucedía. Sería lógico pensar que una anfitriona habría hecho que sus guardias de seguridad se retiraran, para evitar que una situación desagradable empeorara. Pero no. Los guardias sacaron unos cuadernos y anotaron los nombres de la pareja, preguntando repetidamente cómo se escribía Moelis, como si quisieran avergonzarlos y hacer que se marcharan. Se quedaron para la actuación… El evento fue fantástico, salvo por el hecho de que Oprah hizo que dos personas se sintieran muy incómodas.»


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