Harpo Productions, Inc. 1 страница

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El reinado de Oprah como presentadora del programa de entrevistas número uno del país, durante más de dos décadas seguidas, se divide entre los primeros años, de 1984 a 1994, y los posteriores. Para los telespectadores, los diez primeros años señalaron la sordidez de Oprah; los diez segundos, su espiritualidad, o lo que Ann Landers le dijo a Oprah que era su «basura sensiblera». Dentro del mundo de la televisión, lo que separa los dos periodos es el auge y caída de Debra DiMaio, la productora ejecutiva de Oprah.

«Es la madre de todos nosotros —dijo Oprah en 1986, cuando presentó a la enérgica productora ejecutiva al público nacional—. Se lo debo todo.»

DiMaio sonrió y asintió, mostrándose de acuerdo. «Todo», afirmó, sabiendo que fue su cinta de prueba lo que le propició a Oprah el puesto en Chicago que es el que acabaría llevándola al ámbito nacional. «Siento que fue el destino lo que me hizo conocerla —afirmaría DiMaio más tarde—. Le tengo un cariño incondicional.»

DiMaio era la persona a quien Oprah confiaba su miedo a que la asesinaran. También era quien recibía sus llamadas a altas horas de la madrugada para ir a Wendy’s a buscar patatas en salsa agridulce. Aunque la llamada fuera a medianoche, DiMaio se echaba una chaqueta por encima, paraba un taxi agitando un billete de 20 dólares y corría a recoger a su jefa para una comilona nocturna.

Las dos jóvenes desarrollaron una relación simbiótica que les permitía complementarse: DiMaio, dura y controlada, no temía los enfrentamientos; Oprah, más necesitada emocionalmente, quería complacer y gustar a todo el mundo. Juntas, eran una pareja perfecta. En años posteriores, el personal acusaría a Oprah de hacer de poli bueno frente al poli malo de Debra, una caracterización que a Oprah no le gustaba. Pero no podía negar que permitía que DiMaio hiciera todo el trabajo sucio (contratar, despedir, corregir y criticar) para que ella pudiera reinar como amada soberana. Según los recuerdos de antiguos empleados, la mayoría de los cuales sentían pánico ante DiMaio, Debra volaba como si fuera un caza F22 y trataba a los demás como si fueran un viejo caza biplano británico de la Primera Guerra Mundial. DiMaio, hija de un coronel de los marines, asumía el mando y toleraba pocas tonterías de cualquiera, incluyendo, en ocasiones, a la misma Oprah. Si durante el programa no parecía que la presentadora estuviera totalmente entregada, Debra cortaba para pasar un anuncio y darle una colleja para que reaccionara. En un programa, le dijo a Oprah que dejara de mostrar su aburrimiento: «Eres una actriz nominada a un Óscar —le espetó—. Sal ahí fuera y actúa como presentadora de un programa de entrevistas.» Nunca chocaron de verdad, porque a las dos las movían los índices de audiencia y el deseo de destronar a Phil Donahue.

En los primeros tiempos, Oprah se refería a su reducido personal —seis mujeres y un hombre— como «mis chicas». Sonaba como la actriz Maggie Smith, en Los mejores años de Miss Brodie, que describía a sus pupilas de ojos admirados como my gels. Oprah decía de su personal: «Son mis amigos más íntimos».

«Entre nosotros, somos una familia», afirmó el productor adjunto Bill Rizzo, que solía pedir a los periodistas que en sus artículos fueran amables con Oprah.

«Salíamos a cenar y jurábamos que al cabo de un mes justo, volveríamos con hombres —contó Christine Tardio—. Luego llegaba el mes siguiente y seguíamos juntas».

«Estamos unidas, como una familia, porque no tenemos a nadie más —dijo Ellen Rakieten—. Cada noche hablo con Oprah por teléfono. Dice que soy su alma gemela.»

Todas solteras y veinteañeras, las «chicas» trabajaban catorce horas al día, tomaban todas sus comidas juntas, iban de compras juntas, y pasaban los fines de semana juntas. Todas adoraban a Oprah. «Me dejaría matar por ella» afirmó Mary Kat Clinton.

«La parte más dura de mi trabajo, además de la jornada tan terriblemente larga, son las lecturas que tengo que hacer continuamente —confesó Dianne Hudson, la que por entonces era la única afroamericana del personal de Oprah—. Todas leemos los periódicos, como The Star, el Globe y el Enquirer

A Alice McGee, que empezó como empleada en prácticas en WLS y llegó a ser publicista en Harpo y luego productora, le preocupaba que la gente besara a Oprah, en lugar de limitarse a abrazarla: «Debemos tener cuidado con eso», insistía.

En aquella época, las «chicas» querían con tanta devoción a Oprah que tenían miedo de parecer seguidoras de la secta Moon cuando hablaban de ella. Había quien se refería a ellas como las Oprahettes.

«Me contrataron para escribir los discursos de Oprah —dijo su prima Jo Baldwin—. También para aconsejarle lo que no debía decir, pero en esas ocasiones nunca se lo dije delante de nadie. Siempre me la llevaba a un lado. Como cuando, en su programa, se metió con las madres dependientes de la asistencia pública y les soltó: “¿Por qué tenéis todos esos hijos?”. Le dije: “No digas eso, Oprah. Piensa en tu propia madre”. Oprah me contrató para ser sincera con ella y lo fui, pero nunca la critiqué delante de nadie, nunca.» Pero, incluso en privado, a Oprah no le gustaban las valoraciones de su prima y, después de dos años, de un contrato de tres, la despidió sin previo aviso.

Cuando, en 1988, Oprah asumió la propiedad y la producción de su programa sindicado a escala nacional, se convirtió en consejera delegada de Harpo Productions y empezó a firmar sus cheques. «Todo el mundo me dice “Oprah, no puedes tener una auténtica amistad con las personas cuyo salario controlas”, afirmó. Pero no creo que eso deba aplicarse en mi caso porque ya eran amigos míos antes de que firmara sus cheques salariales. Crecimos juntos con este programa.»

Al cabo de seis años, aquella cariñosa familia de mejores amigos se rompió debido a la discordia y la muerte: en 1990, enterraron a Bill Rizzo, que murió de sida y, cuatro años más tarde, Debra DiMaio, «la madre de todas nosotras», se vio obligada a dimitir después de un golpe de estado del personal, que la tachaba de tiránica. «O se va ella o nos vamos nosotras», le dijeron las productoras a Oprah. Así que Oprah pagó a DiMaio 3,8 millones de dólares (5,5 millones en dólares de 2009) para que dimitiera, a cambio de firmar un acuerdo de confidencialidad, según el cual «nunca hablaría ni publicaría ni, bajo ninguna forma, revelaría» detalles de su relación personal o profesional con Oprah. Siguieron luego más dimisiones: una empleada demandó a Oprah por 200.000 dólares en concepto de indemnización por despido, y otra dijo que «trabajar para ella era como trabajar en un nido de víboras». Oprah solucionó la demanda fuera de los tribunales […] rápida y discretamente. Con la dimisión forzada de Debra DiMaio, en 1994, Oprah tomó la decisión de apartarse de la telebasura.

«Fue entonces cuando empezó a relacionarse con celebridades y gurús New Age —dijo Andy Behrman, publicista que había tenido una estrecha colaboración en el programa—. Antes de eso, era el paraíso para mí, porque a Oprah podía llevarle a cualquiera, absolutamente a cualquiera.»

La afirmación del publicista parece absurda, dados los numerosos libros, artículos y páginas web (28.100 hasta el 2009) dedicados a cómo aparecer en The Oprah Winfrey Show, pero incluso Oprah reconocía que, en los primeros tiempos, había tenido que hacer promociones en antena para conseguir invitados y reunir público, casi a rastras, en las calles. «Ahora conseguir una entrada para el programa es como que te toque la lotería», dijo un empleado en 2005. Para entonces la productora de Oprah recibía miles de llamadas telefónicas cada semana solicitando entradas para el programa.

«En los primeros años, era fácil ir a su programa, porque ella y su club de niñitas no sabían qué demonios estaban haciendo —dijo Berhman—. Todas eran jóvenes y aún conservaban el pelo de la dehesa. […] Eran unas chicas ingenuas, de poca monta, de ciudades de poca monta, que sólo trataban de conseguir marido. […] No olvidemos que el primer programa de ámbito nacional de Oprah (9 de septiembre de 1986) se titulaba Cómo casarte con el hombre que elijas”, lo cual debería decirnos algo.»

Cuando se le recordó que las «chicas» estaban produciendo un programa televisivo de entrevistas, sindicado, clasificado como el número uno, el publicista sostuvo que «la hermandad de Oprah», sólo apañaban, juntándolos de cualquier manera, los programas locales para un consumo nacional, como cosa habitual. «En su mayor parte, los primeros años estuvieron dedicados a basura sexual propia de periodiquillos, que conseguía unos índices de audiencia enormes —aseguró—, y programas sobre cómo hacerse con un hombre y conservarlo y, claro, perder peso, porque eso es lo único que les importaba a ella y su pequeño culto. A diferencia de Phil Donahue, no sabían nada de los asuntos de actualidad, de política o del mundo más amplio que las rodeaba, y no les importaba».

Un estudio realizado por la Harvard Business School sobre los temas cubiertos por los programas de Oprah en los seis primeros años en que tuvo difusión nacional mostró que se había centrado en las víctimas: víctimas de violación, familias de víctimas de un secuestro, víctimas de abusos físicos y emocionales, víctimas adolescentes del alcoholismo, mujeres víctimas de adicción al trabajo, amores obsesivos y heridas de la infancia. También se ocupó de la terapia para maridos, esposas y amantes; de la infidelidad entre los viajantes profesionales y del mundo de los ovnis, de las cartas del tarot, los médiums y otros fenómenos psíquicos.

«En aquella época, e incluso ahora, los programas de Oprah —afirmó Andy Berhman en 2009— tratan todos sobre Oprah y sus problemas… Por aquel entonces, eran las víctimas, constantemente, sumado a los chicos, la ropa y las dietas. Ahora que Oprah está en la menopausia, su programa se ha convertido en una estación en el camino para las mujeres de mediana edad que sufren de SPM. Todo tiene que ver con la salud y las hormonas. Cuando yo estaba en mi mejor momento con Oprah, trabajaba con Ellen Rakieten, con la que hablaba casi a diario. Me convertí en el hombre al que acudir en Nueva York, que era otro planeta para esas chicas. ¿Y Los Ángeles? Olvídalo. Era un universo alternativo. La mayoría de ellas ni siquiera había estado en Europa. Pensaban que habían triunfado cuando se trasladaban a Chicago y empezaban a comprar en Marshall Field. Les encantaba ir de compras, pero eran como unas bolas de masa grises y aburridas, sin la más remota idea de estilo. Su idea de lo chic era un vestido de Ann Taylor, con un pañuelo Echo, zapatos de charol, de tacón alto y unos pendientes de plástico. Patético. No eran capaces de seguir una dieta, así que empezaron a ir a spas […] Oh, las historias de Oprah y las chicas en las clínicas de adelgazamiento […] Así es como conseguí llevar a toda esa gente de los libros de dietas al programa. Les di a Suzy Prudden y Blair Sabol. […] ¡Madre mía!, a Oprah le encantaba Blair porque era muy lista y divertida. Me parece que la hizo ir tres o cuatro veces. Incluso conseguí que fuera al programa el doctor Stuart Berger, para hablar de las dietas y —que Dios nos ampare— en aquel entonces pesaba 160 kilos. No importa quien fuera mi cliente, sencillamente me ajustaba a las obsesiones de Oprah por conseguir un hombre o comprar ropa o perder peso. A veces no era fácil, pero siempre daba resultado. […] La mayoría de mis clientes aparecieron una, dos o incluso tres veces, en especial los cirujanos plásticos, los médicos dietistas y los psicólogos, algunos de los cuales eran un absoluto fraude. Una vez que los había metido en el programa de Oprah, siempre podía llevarlos luego a Sally Jessy Raphael, que recogía todas las migajas de Oprah.»

Alto, apuesto y endemoniadamente listo, el publicista afirmó que fue proveedor habitual de invitados para el programa de Oprah durante varios años. «Con la excepción de Debbie DiMaio, que era más lista que el hambre, aquellas chicas no sabían qué era bueno y qué era malo, y eso me facilitaba las cosas. Incluso contraté a mi mejor amiga para el programa, para que hablara de las frases que usan los tíos para ligar. Lo hice para demostrarle que podía meter a cualquiera en Oprah. Teníamos una relación tan estrecha en aquellos tiempos que me invitaron a la boda de Ellen Rakieten, donde estuve con Oprah, Stedman y Rosie, la chef. ¡Vaya, pues no hace tiempo de eso ni nada! […]

»Al principio, Ellen le dijo que la hermandad estaba preocupada porque había un tío que salía con Oprah por su dinero, así que, de inmediato, propuse hacer un programa sobre los cazafortunas.

»“¡Genial! —dijo Ellen—. Pero ¿cómo lo hacemos?”

»“Cogemos a un hombre como mi cliente que ha escrito un libro sobre programación neurolingüística, y él te dirá quién va detrás del dinero y quién no, basándose en una investigación científica. […] Os daré las preguntas que Oprah le puede hacer y luego puede utilizar algunas preguntas del público, seleccionadas previamente, que yo te enviaré. Luego formáis un panel y bla, bla, bla.

»Al final de la conversación, le había dado todo el programa masticado.

»Bueno, está claro que no hay un método científico para determinar si alguien es o no es un cazafortunas, pero yo quería meter a mi cliente en un programa nacional, porque no quería arrastrarlo por 14 ciudades, en una gira de promoción de su libro. ¿Para qué quieres Good Morning Cincinnati y Hello Peoria cuando puedes estar en The Oprah Winfrey Show?»

Aquel programa sobre los cazafortunas no fue un éxito rotundo para el autor, que recordaba la experiencia como «de terror, no de fábula».

«Había escrito un libro, titulado Instant Rapport, sobre la programación neurolingüística, que tenía que ver con la manera en que puedes influir verbalmente en los demás —recordaba Michael Brooks—. Me concedieron todo el programa —una hora sólo Oprah y yo— para hablar de los “admiradores secretos”, que es como presentan el tema para hacerlo más digerible para el público. Yo no estaba en posición de poner objeciones, ya que era mi primer programa nacional.

»La Oprah a la que conocí en los años ochenta era muy diferente de la que ves hoy en televisión. Por entonces, tenía la piel muy oscura —oscura como la de Sidney Poitier— y ahora la tiene muy clara. Sé que el maquillaje y la iluminación pueden hacer mucho, pero creo que quizá se ha hecho algo para blanquearse la piel […] como Michael Jackson.

»A los espectadores les interesaba el tema, hasta cierto punto, pero cuando los perdí, perdí a Oprah. Se ponía de su parte y me denigraba si decía alguna tontería. Si decía algo interesante y el público aplaudía, ella volvía a mi lado. Me ponía de los nervios.»

Incluso después de toda una hora con Oprah, su libro no se convirtió en un éxito de ventas. «Se vendió bien, pero no salí en las listas», comentó.

«Para que fuera un best-seller, tenías que hacer que tu libro subiera hasta los pechos de Oprah afirmó la escritora Blair Sabol—. La regla de nuestro publicista era que si lo sostenía encima de la falda, en dos semanas tu libro se colocaba en las listas de los más vendidos. Si lo sujetaba a la altura de la cintura, en una semana. Si lo apretaba contra su seno, ibas directo al número uno. Así que, claro, todos apuntábamos a las tetas de Oprah.»

En la primera época, se permitía que los invitados se sentaran y charlaran con Oprah mientras la preparaban para el programa. «Yo estaba fascinada por la gente que se ocupaba de su pelo y de su maquillaje —dijo Sabol—. Hacían milagros, porque Oprah, sin pelo ni maquillaje, es un espanto. Pero cuando esa gente obra su magia, se convierte en súper glamurosa. […] Le afinan la nariz y le adelgazan los labios con tres delineadores diferentes. Le sombrean las mejillas, que son grandes y redondas, le moldean la barbilla con una especie de producto brillante y le aplican pestañas postizas dobles que cuestan quinientos dólares cada juego. Y el pelo… Bueno no puedo ni empezar a describir las maravillas que hacen con su pelo.

«Esa gente —Reggie, Roosevelt y Andre— están con ella desde el principio, y se los lleva a cualquier sitio que vaya. Yo también lo haría. De hecho, plantaría a Stedman y Gayle antes que permitir que ellos se fueran.»

Tal vez por la necesidad que Oprah tenía de los arreglos diarios, era sensible a las invitadas atractivas y naturales. Con su fascinante aspecto y su conversación ingeniosa, era fácil que Blair Sabol participara en el programa. «No era como Marianne Williamson, que siempre quería acaparar el programa, dejando a Oprah en segundo plano —dijo Behrman—. Blair era lo bastante animada para mantenerlo en marcha y entretener a Oprah… Le conseguí un programa sobre “Cómo ser una bruja”, en el cual apareció con Queen Latifah, y estuvo muy divertida. Cuando en 1987 apareció para hablar de su libro The Body of America, a Richard Simmons casi le da un infarto porque Blair escribió que Simmons había descubierto «un medio para reducir la forma física a un número del club de la comedia de las Vegas». Echó por tierra la obsesión nacional por la dieta y el ejercicio y siempre iba por delante de los demás en esto.

Después de varias sentadas con Oprah, antes, durante y después de sus programas, Blair Sabol acabó viendo la diferencia entre el personaje ante la cámara y la presencia fuera de la cámara: «Oprah se lo da todo a la cámara, así que lo que queda es muy poco. En persona es reservada, distante y un poco estirada. Le gusta reír, pero no es realmente divertida. Me gustaba porque era un chica entre chicas. Sin embargo, al verla en televisión, crees que es cálida y afectuosa, pero ése es el personaje. Hay una capa de hielo entre la persona y el personaje». La autora Paxton Quigley también creía que Oprah era fría cuando no estaba ante las cámaras: «Fui a su programa con mi libro a favor de las armas, Not an Easy Target, pero sus productoras me dijeron que no podía mencionar las armas porque Oprah estaba en contra. Sólo me permitían hablar de la autodefensa para las mujeres, así que eso fue lo que hice. […] Me sorprendió que no me gustara Oprah. Sólo se animaba cuando las cámaras estaban en marcha; de lo contrario, no me hacía ni caso. Esta clase de trato hace que te sientas despreciada. Te das cuenta de que te está utilizando, pero esa es la razón de que estés allí […] es una utilización mutua, aunque me parece que los invitados esperan que sea la cálida y acogedora Oprah que ven en la pantalla. Pero no lo es…, para nada».

La productora ejecutiva de Oprah, de sus años en People Are Talking, en Baltimore, explicaba la diferencia entre Oprah delante y la Oprah fuera de las cámaras, como un elemento de la actuación. «Diría lo mismo sobre todas las estrellas de la televisión —afirmó Eileen Solomon, ahora profesora de periodismo de radiodifusión en la Webster University, en San Luis—. Se guardan su mejor material para la cámara y lo mismo hacía Oprah. Fuera de cámara era mucho más callada. Agradable y buena compañera, pero en modo alguno efusiva.»

En ocasiones, el público ve por un momento a las dos Oprah diferentes, algo que puede resultar desconcertante para los que dan por sentado una presencia cálida y afectuosa fuera de las cámaras. «Asistí a un programa de maquillaje hace varios años, y durante el pase de anuncios, la encantadora Oprah perdió todo su encanto —recordaba Peggy Furth, ex ejecutiva de Kellog y ahora copropietaria de Chalk Hill Vineyards, de California—. A Oprah no le gustaba nadie del público, hasta que la cámara volvió a ponerse en marcha. Entonces fue genial. Encantadora y divertida, pero sólo ante la cámara.»

La mayoría de telespectadores creen que la química entre Oprah y sus invitados es mejor con las mujeres que con los hombres, en especial si comparte algún problema con ellas. «Como estaba obsesionada con perder peso, hice venir a Suzy Prudden, con su libro MetaFitness, que era una especie de superchería sobre cómo utilizar tu mente para cambiar tu cuerpo, por medio de la previsualización y la hipnosis guiadas —contaba Behrman—. Oprah se lo tragó todo, sin reservas… Suzy ya había estado con Oprah algunas veces, en Baltimore, en People Are Talking y luego A. M. Chicago, así que no era difícil venderla para el programa nacional.»

La aparición de Suzy Prudden en el programa de Oprah tuvo tanto éxito que uno de los periódicos sensacionalistas le ofreció una columna semanal, en la cual la promocionaban como «la gurú de la dieta de Oprah».

«Después de eso, me convertí en persona non grata —confesó Prudden, años más tarde—. Oprah estaba furiosa conmigo, y estaba justificado, aunque yo no era responsable de que me anunciaran de aquella manera… Me disculpé y volví a disculparme, pero no sirvió de nada. Nunca más me volvió a hablar. […] Fue una experiencia horrible. […] Al principio Oprah tenía un alto concepto de mí, y luego era basura. […] No era que dijera nada ni me gritara o me insultara […] Era que la puerta que una vez estuvo abierta para mí, se cerró y no volvió a abrirse nunca más. […] Fue una de las peores experiencias de mi vida».

También el publicista perdió el favor de Oprah, y él lo atribuyó a «mis problemas con la ley» (una condena por delito grave por estafar a un marchante de arte). Después de seis meses en prisión y cinco de arresto domiciliario, Behrman volvió a las relaciones públicas pero ya no consiguió que ninguno de sus clientes fuera aceptado en el programa de Oprah. «Ni siquiera puedo hablar con la secretaria de la secretaria de la secretaria —confesó, riendo—. Pero estuvo bien mientras duró.»

Que Oprah les cerrara la puerta hirió también a otros que, de repente, se vieron excluidos, sin ninguna explicación. Mark Mathabane, que escribió Kaffir Boy, apareció en su programa en 1987, para hablar de sus recuerdos de infancia en Sudáfrica, bajo el brutal sistema del apartheid. Oprah contó a los periodistas que había encontrado una edición barata del libro encuadernada en rústica: El libro «Pasó de la mesa de los libros con descuento al número 5 de la lista de éxitos de ventas de The New York Times, y sé que fue porque salió en mi programa por lo que el libro consiguió aparecer en la lista», afirmó. Conmovida por su historia, Oprah se hizo amiga del joven; al año siguiente pagó el viaje en avión a su familia de Sudáfrica, para celebrar una reunión en su programa; incluso lo acompañó al aeropuerto, con un equipo de filmación, para recogerlos. Como dijo, su apoyo hizo que el libro de Mathabane fuera un éxito de ventas durante trece semanas, llegando a ocupar el tercer puesto en las listas. Invitó al autor y a su esposa a fiestas, presentó una opción para adquirir los derechos cinematográficos del libro y anunció que Kaffir Boy sería una de las primeras producciones de cine de Harpo. «Es la persona más compasiva que he conocido nunca», declaró Mathabane. Pero luego la puerta se cerró de repente, sin ninguna explicación ni ningún medio para disculparse. Oprah no renovó su opción sobre Kaffir Boy, y nunca más volvió a hablar al escritor.

«Recuerdo con mucha claridad el dolor y la confusión de su esposa —dijo un editor de Nueva York después de conocer a Mark Mathabane y a su esposa, Gail Ernsberger—. Ella entendía que habían hecho algo que había ofendido a Oprah, pero era relativamente menor. No recuerdo si fue pedir un anuncio del libro o hablar con una revista. Lo que parecía doler a Gail era que alguien que los había ayudado tanto, que se había dedicado tanto a su marido, pudiera ahora de modo súbito cortar toda relación con él, sin mediar la más mínima explicación.»

Oprah no da el portazo en un momento de rabia, sino con una resolución glacial. Incluso los que han tratado de ayudarla han sido excluidos. Cuando Eppie Lederer, la renombrada titular de una columna de consejos, conocida como Ann Landers, oyó algunos relatos penosos sobre las preferencias sexuales de Stedman, la llamó en confianza. Eppie había sido amiga de Oprah cuando ésta llegó a Chicago, y había aparecido en su programa muchas veces, en ocasiones en el último momento para sustituir a alquien que no se había presentado. Oprah la mimaba con regalos lujosos, pero en cuanto Eppie le habló de las historias de su novio, Oprah le cerró la puerta. «Ahí se acabaron los albornoces de cachemira y los bolsos de Judith Leiber por Navidad», dijo Margo Howard, la hija de Lederer. Décadas más tarde, cuando Lederer murió, su hija publicó un libro de cartas de su famosa madre, pero Oprah se negó a que Margo fuera al programa a promocionarlo. «No podía entenderlo, porque mi madre era una figura muy querida, en especial en Chicago, y su público era el mismo que el de Oprah, pero Oprah sencillamente no estaba dispuesta a hacerlo, porque, al parecer, seguía estando furiosa. Un rencor que ha llevado hasta la siguiente generación.»

Orlando Patterson, el renombrado profesor de sociología de la cátedra John Cowles de Harvard, también se enemistó con Oprah después de escribir un artículo de opinión en The New York Times criticando su producción de There Are No Children Here, para la ABC, por ser «una adaptación tendenciosa y deshonesta del libro de Alex Kotlowitz». El profesor Patterson criticó a Oprah por distorsionar el relato de la vida real en un gueto de Chicago y perpetuar «el dogma de victimización impuesto por el establishment negro». Oprah dejó de hablarle.

El fotógrafo Victor Skrebneski sufrió una expulsión parecida y dijo a sus amigos que no tenía ni idea del porqué. Después de ver a Oprah por la ciudad, en varias fiestas, finalmente le preguntó: «¿Por qué se ha terminado nuestra relación profesional?». Oprah le lanzó una mirada asesina y dijo: «Lápiz de labios negro. Tú eres el que me dijo que me pintara los labios de negro».


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