El duelo a medianoche 9 страница

—Nos veremos en un minuto, espero...

Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras caía, caía, caía y..

¡PAF! Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave y ex­traño. Se incorporó y miró alrededor, con ojos desacostum­brados a la penumbra. Parecía que estaba sentado sobre una especie de planta.

—¡Todo bien! —gritó al cuadradito de luz del tamaño de un sello, que era la abertura de la trampilla—. ¡Fue un ate­rrizaje suave, puedes saltar!

Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de Harry

—¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.

—No sé, alguna clase de planta. Supongo que está aquí para detener la caída. ¡Vamos, Hermione!

La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte ladrido, pero Hermione ya había saltado. Cayó al otro lado de Harry.

—Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio —dijo la niña.

—Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.

—¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!

Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda. Tuvo que luchar porque, en el momento en que cayó, la planta co­menzó a extenderse como una serpiente para sujetarle los to­billos. Harry y Ron, mientras tanto, ya tenían las piernas totalmente cubiertas, sin que se hubieran dado cuenta.

Hermione pudo liberarse antes de que la planta la atra­para. En aquel momento miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban para quitarse la planta de encima, pero mien­tras más luchaban, la planta los envolvía con más rapidez.

—¡Dejad de moveros! —ordenó Hermione—. Sé lo que es esto. ¡Es Lazo del Diablo!

—Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda —gruñó Ron, tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.

—¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla! —dijo Hermione.

—¡Bueno, date prisa, no puedo respirar! —jadeó Harry, mientras la planta le oprimía el pecho.

—Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo el profe­sor Sprout?... Le gusta la oscuridad y la humedad...

—¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.

—Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera! —gimió Hermione, retorciéndose las manos.

—¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA BRUJA O NO?

—¡Oh, de acuerdo! —dijo Hermione. Agitó su varita, murmuró algo y envió a la planta unas llamas azules como las que había utilizado con Snape. En segundos, los dos mu­chachos sintieron que se aflojaban las ligaduras, mientras la planta se retiraba a causa de la luz y el calor. Retorciéndo­se y alejándose, se desprendió de sus cuerpos y pudieron moverse.

—Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione —dijo Harry, mientras se acercaba a la pared, se­cándose el sudor de la cara.

—Sí —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza en las crisis. Porque eso de «no tengo madera»... francamente...

—Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de pie­dra que era el único camino.

Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el go­teo del agua en las paredes. El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se acordó de Gringotts. Con un desagradable sobresalto, recordó a los dragones que decían que custodiaban las cámaras, en el banco de los magos. Si encontraban un dra­gón, un dragón más grande... Con Norberto ya habían tenido suficiente...

—¿Oyes algo? —susurró Ron.

Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que parecían proceder de delante.

—¿Crees que será un fantasma?

—No lo sé... a mí me parecen alas.

Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una habitación brillantemente iluminada, con el techo curvándo­se sobre ellos. Estaba llena de pajaritos brillantes que vola­ban por toda la habitación. En el lado opuesto, había una pe­sada puerta de madera.

—¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación? —preguntó Ron.

—Es probable —contestó Harry—. No parecen muy ma­los, pero supongo que si se tiran todos juntos... Bueno, no hay nada que hacer... voy a correr.

Respiró profundamente, se cubrió la cara con los brazos y cruzó corriendo la habitación. Esperaba sentir picos agu­dos y garras desgarrando su cuerpo, pero no sucedió nada. Alcanzó la puerta sin que lo tocaran. Movió la manija, pero estaba cerrada con llave.

Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron, pero la puerta no se movía, ni siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de Alohomora.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.

—Esos pájaros... no pueden estar sólo por decoración —dijo Hermione.

Observaron los pájaros, que volaban sobre sus cabezas, brillando... ¿Brillando?

—¡No son pájaros! —dijo de pronto Harry—. ¡Son llaves! Llaves aladas, mirad bien. Entonces eso debe significar... —Miró alrededor de la habitación, mientras los otros obser­vaban la bandada de llaves—. Sí... mirad ahí. ¡Escobas! ¡Te­nemos que conseguir la llave de la puerta!

—¡Pero hay cientos de llaves!

Ron examinó la cerradura de la puerta.

—Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de pla­ta, probablemente, como la manija.

Cada uno cogió una escoba y de una patada estuvieron en el aire, remontándose entre la nube de llaves. Trataban de atraparlas, pero las llaves hechizadas se movían tan rápida­mente que era casi imposible sujetarlas.

Pero no por nada Harry era el más joven buscador del siglo. Tenía un don especial para detectar cosas que la otra gente no veía. Después de unos minutos moviéndose entre el remolino de plumas de todos los colores, detectó una gran llave de plata, con un ala torcida, como si ya la hubieran atrapado y la hubieran introducido con brusquedad en la ce­rradura.

—¡Es ésa! —gritó a los otros—. Esa grande... allí... no, ahí... Con alas azul brillante... las plumas están aplastadas por un lado.

Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección, chocó contra el techo y casi se cae de la escoba.

—¡Tenemos que encerrarla! —gritó Harry, sin quitar los ojos de la llave con el ala estropeada—. Ron, ven desde arri­ba, Hermione, quédate abajo y no la dejes descender. Yo tra­taré de atraparla. Bien: ¡AHORA!

Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical, la llave los esquivó a ambos, y Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad hacia la pared, Harry se inclinó hacia delante y, con un ruido desagradable, la aplastó contra la piedra con una sola mano. Los vivas de Ron y Hermione retumbaron por la habitación.

Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta, con la llave retorciéndose en su mano. La metió en la cerradura y le dio la vuelta... Funcionaba. En el momento en que se abrió la cerradura, la llave salió volando otra vez, con aspec­to de derrotada, pues ya la habían atrapado dos veces.

—¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la mano en la manija de la puerta. Asintieron. Abrió la puerta.

La habitación siguiente estaba tan oscura que no pu­dieron ver nada. Pero cuando estuvieron dentro la luz súbi­tamente inundó el lugar, para revelar un espectáculo asombroso.

Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las piezas negras, que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía piedra. Frente a ellos, al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas. Harry, Ron y Hermione se estremecieron: las piezas blancas no te­nían rostros.

—¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry

—Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar para cruzar la habitación.

Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra puerta.

—¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.

—Creo —contestó Ron— que vamos a tener que ser piezas.

Se acercó a un caballero negro y levantó la mano para to­car el caballo. De inmediato, la piedra cobró vida. El caballo dio una patada en el suelo y el caballero se levantó la visera del casco, para mirar a Ron.

—¿Tenemos que... unirnos a ustedes para poder cruzar?

El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se volvió a los otros dos.

—Esto hay que pensarlo... —dijo—. Supongo que tene­mos que ocupar el lugar de tres piezas negras.

Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras Ron pensaba. Por fin dijo:

—Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es muy bueno en ajedrez...

—No nos ofendemos —dijo rápidamente Harry—. Sim­plemente dinos qué tenemos que hacer.

—Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú, Her­mione, ponte en lugar de esa torre, al lado de Harry.

—¿Y qué pasa contigo?

—Yo seré un caballo.

Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante esas palabras, un caballo, un alfil y una torre dieron la espal­da a las piezas blancas y salieron del tablero, dejando libres tres cuadrados que Harry, Ron y Hermione ocuparon.

—Las blancas siempre juegan primero en el ajedrez —dijo Ron, mirando al otro lado del tablero—. Sí... mirad.

Un peón blanco se movió hacia delante.

Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se movían si­lenciosamente cuando los mandaba. A Harry le temblaban las rodillas. ¿Y si perdían?

—Harry... muévete en diagonal, cuatro casillas a la de­recha.

La primera verdadera impresión llegó cuando el otro ca­ballo fue capturado. La reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo arrastró hacia fuera, donde se quedó inmóvil, bocabajo.

—Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—. Te deja libre para coger ese alfil. Vamos, Hermione.

Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas blancas no mostraban compasión. Muy pronto, hubo un gru­po de piezas negras desplomadas a lo largo de la pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a tiempo para salvar a Harry y Hermione del peligro. Él mismo jugó por todo el tablero, atrapando casi tantas piezas blancas como las negras que habían perdido.

—Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme pensar... dejadme pensar.

La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia Ron.

—Sí... —murmuró Ron—. Es la única forma... tengo que dejar que me cojan.

—¡NO! —gritaron Harry y Hermione.

—¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que ha­cer algunos sacrificios! Yo daré un paso adelante y ella me coge­rá... Eso te dejará libre para hacer jaque mate al rey, Harry.

—Pero...

—¿Quieres detener a Snape o no?

—Ron...

—¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!

No había nada que hacer.

—¿Listo? —preguntó Ron, con el rostro pálido pero deci­dido—. Allá voy, y no os quedéis una vez que hayáis ganado.

Se movió hacia delante y la reina blanca saltó. Golpeó a Ron con fuerza en la cabeza con su brazo de piedra y el chico se derrumbó en el suelo. Hermione gritó, pero se quedó en su casillero. La reina blanca arrastró a Ron a un lado. Parecía desmayado.

Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la iz­quierda. El rey blanco se quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry. Habían ganado. Las piezas saludaron y se fueron, dejando libre la puerta. Con una última mirada de desespe­ración hacia Ron, Harry y Hermione corrieron hacia la salida y subieron por el siguiente pasadizo.

—¿Y si él está...?

—Él estará bien —dijo Harry, tratando de convencerse a sí mismo—. ¿Qué crees que nos queda?

—Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick debe de haber hechizado las llaves, y McGonagall transformó a las piezas de ajedrez. Eso nos deja el hechizo de Quirrell y el de Snape...

Habían llegado a otra puerta.

—¿Todo bien? —susurró Harry.

—Adelante.

Harry empujó y abrió.

Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se tapa­ran la nariz con la túnica. Con ojos que lagrimeaban debido al olor, vieron, aplastado en el suelo frente a ellos, un trol más grande que el que habían derribado, inconsciente y con un bulto sangrante en la cabeza.

—Me alegro de que no tengamos que pelear con éste —su­surró Harry, mientras pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—. Vamos, no puedo respirar.

Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse a ver lo que seguía... Pero no había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con siete botellas de diferente tamaño puestas en fila.

—Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?

Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se encendió detrás de ellos. No era un fuego común, era púrpura. Al mis­mo tiempo, llamas negras se encendieron delante. Estaban atrapados.

—¡Mira! —Hermione cogió un rollo de papel, que estaba cerca de las botellas. Harry miró por encima de su hombro para leerlo:

 

El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás,

dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,

una entre nosotras siete te dejará adelantarte,

otra llevará al que lo beba para atrás,

dos contienen sólo vino de ortiga,

tres son mortales, esperando escondidos en la fila.

Elige, a menos que quieras quedarte para siempre,

para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:

Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre encontrarás alguno al lado iz­quierdo del vino de ortiga;

Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si quieres moverte hacia delante, ninguna es tu amiga;

Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni el enano ni el gigante guardan la muerte en su interior;

Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son gemelas una vez que las pruebes, aunque a primera vista sean diferentes.

Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry, sor­prendido, vio que sonreía, lo último que había esperado que hiciera.

—Muy bueno —dijo Hermione—. Esto no es magia... es lógica... es un acertijo. Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota de lógica y se quedarían aquí para siempre.

—Pero nosotros también, ¿no?

—Por supuesto que no —dijo Hermione—. Lo único que necesitamos está en este papel. Siete botellas: tres con vene­no, dos con vino, una nos llevará a salvo a través del fuego ne­gro y la otra hacia atrás, por el fuego púrpura.

—Pero ¿cómo sabremos cuál beber?

—Dame un minuto.

Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de un lado al otro de la fila de botellas, murmurando y señalándo­las. Al fin, se golpeó las manos.

—Lo tengo —dijo—. La más pequeña nos llevará por el fuego negro, hacia la Piedra.

Harry miró a la diminuta botella.

—Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay más que un trago.

Se miraron.

—¿Cuál nos hará volver por entre las llamas púrpura?

Hermione señaló una botella redonda del extremo dere­cho de la fila.

—Tú bebe de ésa —dijo Harry—. No: vuelve, busca a Ron y coge las escobas del cuarto de las llaves voladoras. Con ellas podréis salir por la trampilla sin que os vea Fluffy. Id di­rectamente a la lechucería y enviad a Hedwig a Dumbledore, lo necesitamos. Puede ser que yo detenga un poco a Snape, pero la verdad es que no puedo igualarlo.

—Pero Harry... ¿y si Quien-tú-sabes está con él?

—Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no? —dijo Harry, se­ñalando su cicatriz—. Puede ser que la tenga de nuevo.

Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se lanzó sobre Harry y lo abrazó.

—¡Hermione!

—Harry.. Eres un gran mago, ya lo sabes.

—No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo, mientras ella lo soltaba.

—¡Yo! —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más importantes, amistad y valentía y... ¡Oh, Harry, ten cuidado!

—Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es cuál, ¿no?

—Totalmente —dijo Hermione. Se tomó de un trago el contenido de la botellita redondeada y se estremeció.

—No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz anhe­lante.

—No... pero parece hielo.

—Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.

—Buena suerte... ten cuidado...

—¡VETE!

Hermione giró en redondo y pasó directamente a través del fuego púrpura.

Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña de las botellas. Se enfrentó a las llamas negras.

—Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un trago.

Era realmente como si tragara hielo. Dejó la botella y fue hacia delante. Se dio ánimo al ver que las llamas negras la­mían su cuerpo pero no lo quemaban. Durante un momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al otro lado, en la última habitación.

Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Voldemort.

 

 


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