La oportunidad de los videojuegos

Que el Mercado de los videojuegos es el futuro e incluso el presente de la industria del entretenimiento es hoy un tópico que lleva gastándose desde principios de siglo. Ya se sabe que los videojuegos han desplazado (que no sustituido) a mercados tradicionales, como el cine o la televisión. Pero el intríngulis no está en identificar el futuro sino en desarrollar las infraestructuras empresariales y de consumo para encajar la producción en ese futuro diagnosticado. El mercado español de los videojuegos es el octavo del mundo, alcanza casi los 1.500 millones de euros, dispone de capital humano excelente –los creadores y diseñadores españoles están entre los mejores del mundo – y, sin embargo, presenta una estructura raquítica. Las razones son muy variadas, pero en el trasfondo se encuentra una debilidad congénita de la industria española que puede encontrarse en casi todos los mercados: las empresas son pequeñas. Y, por lo tanto, sus capacidades para invertir, desarrollar productos y programas o resistir el empuje de las empresas extranjeras (de mayor tamaño) son muy limitadas.

El minifundio es, por lo general, el mal empresarial hispano. Resulta que es muy difícil de corregir porque, una vez que los mercados globales están maduros, la recomposición estructural para aumentar el tamaño de las compañías exige una gran aportación inversora. Hay otro mal que corre el riesgo de convertirse en eterno: la negligencia de la Administración para invertir en mercados tecnológicos. Algún esfuerzo se hizo, en algunos casos, pero en definitiva todo quedó arruinado por el estallido de la crisis. No está claro que la economía española genere ahorro suficiente para invertir en producción tecnológica con valor añadido; pero lo que sí es evidente es que los gobiernos democráticos no han tenido constancia para incentivar la innovación con dinero público. No es fácil. Hay que tener talento para definir donde hay que invertir (que, en el caso del Ejecutivo español no existe) y contar con talentos que aprovechen el dinero invertido (en el caso de los videojuegos, sí los hay).

Lo peor de las circunstancias político-administrativas actuales es que está excluida toda esperanza de articular planes públicos y privados para iniciar un patrón económico de más valor añadido. En parte, porque, como se desprende de los Presupuestos 2017, el Estado carece de recursos para interactuar con la economía real. Se dirá que esta carencia procede de los daños causados por la crisis financiera y por la recesión subsiguiente. Pero no es así. Este gobierno no quiere buscar recursos en una reforma tributaria integral, porque las subidas de impuestos quitan votos.


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