Preguntas. 1. ¿Cómo era el sobre y cómo estaba escrita la dirección?

1. ¿Cómo era el sobre y cómo estaba escrita la dirección?

2. ¿Cómo era el sello de la carta?

3. ¿Cómo cambió la expresión de la cara de tío Vernon al leer la carta de Harry?

4. Describe la nueva habitación de Harry.

5. ¿Cómo era la casa de los Dursley?

6. ¿Qué habitación prefería Harry?

7. ¿Qué cosas hizo Dudley para conseguir su propósito?

8. ¿Con qué tropezó Harry al salir de la casa?

9. ¿Por qué durmió allí tío Vernon?

10. ¿Qué hizo tío Vernon con el buzón?

11. ¿Por que había sido para Dudley el día peor de su vida?

12. ¿Qué les dijo la dueña del hotel?

СРС

Traduce al español el relato de la anciana.

СРСП

Estudia los relatos para luego contarlos en clase.

Глоссарий

vigorosamente мощно куатты
desenrrollarse развертывать ашу
mudarse переехать көшу
jaula rлетка тор қапас
zumbar гудеть тарсылдау күрсілдеу
roncar храпеть карылдау
arrugado мятый ұйпалақ мыж-мыж
rendija щель жарық саңылау

Библиография

J.K. ROWLING. Harry Potter y la piedra filosofal.

Harry Potter. Continuiación

Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer los miró asombrada.

—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de pie rá­pidamente y siguiéndola.

—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió tía Petu­nia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en mar­cha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches.

—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.

Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.

—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.

Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Harry. Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.

Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.

—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!

Hacia mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera ima­ginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.

—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente tío Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!

Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.

—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a bordo!

En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.

El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.

La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.

—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.

Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.

Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y ta­parse con la manta más delgada.

La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratan­do de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.

Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera. Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que po­dría robar una.

Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?

Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo... tres... dos... uno...

BUM.

Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mi­rando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando.


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