SABÍAS QUE ? Fin definitivo de la Inquisición (1834)

¿SABÍAS QUE…?

 

1. Falleció el mismo día que José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, el 20 de noviembre de 1936.

2. En su epitafio puede leerse: «Nosotros llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones».

3. Durruti escribió sobre su infancia: «Desde mi más tierna edad […], por intuición, yo ya era un rebelde. Creo que desde entonces se decidió mi destino».

 

15 de julio

 

 Fin definitivo de la Inquisición (1834)

Tan larga y funesta historia —trescientos cincuenta y seis años— se cerró con un breve real decreto, de cinco artículos, en el que podía leerse: «Se declara suprimido definitivamente el tribunal de la Inquisición». De ese modo la regente María Cristina —viuda de Fernando VII y madre de la pequeña reina Isabel— ponía fin, aunque sin demasiado convencimiento, al segundo poder del Estado de los últimos tres siglos. A pesar de la abolición, el legislador puso en la pluma de la reina gobernadora que tenía en consideración que su «augusto esposo» Fernando había creído «bastante eficaz al sostenimiento de la religión del Estado» la autoridad de los prelados.

El Santo Oficio se había establecido en Castilla por iniciativa de los Reyes Católicos en 1478, cuando la actividad de sus equivalentes en Europa languidecía. A diferencia de la institución medieval, que en Aragón y Navarra se introdujo en el siglo XIII, la Inquisición española pasó a depender de la Corona, que la utilizó para la persecución de los falsos conversos. Con posterioridad castigó la brujería, la heterodoxia religiosa derivada de la Reforma y veló por la salvaguarda de las costumbres. La institución estaba dirigida por el inquisidor general, a quien asesoraba un Consejo Supremo. Las condenas, ejecutadas en actos solemnes —los autos de fe—, podían ser de dos tipos: para los arrepentidos, prisión, penitencia pública —por ejemplo, mediante el sambenito, una esclavina o escapulario distintivo— o confiscación de bienes; para los reincidentes o contumaces, pena de muerte en la hoguera o garrote.

Las funciones del Tribunal de la Santa Inquisición se habían revisado varias veces, sobre todo con la entrada de las corrientes ilustradas durante el siglo XVIII, cuando su actividad decayó notablemente, y ya en el XIX, fue abolido varias veces, con la insistente reinstauración de Fernando VII cada vez que accedía de forma efectiva al trono. En efecto, Napoleón Bonaparte lo suprimió cuando puso en el trono a su hermano José en 1808, pero no tuvo efectos jurídicos. En realidad, habría dado lo mismo, porque la Inquisición, ya muy poco activa, no habría podido actuar a causa de la Guerra de la Independencia. Las Cortes de Cádiz ratificaron su abolición un año después de que se proclamara la Constitución de 1812, pero con el regreso de Fernando VII, la institución volvió a adquirir sus prerrogativas, si bien el Trienio Liberal (1820-1823) volvió sobre sus pasos y la derogó. La restitución de Fernando VII en 1823 no trajo de nuevo el Santo Oficio en toda su plenitud, pero sí permitió la instauración de una serie de Juntas de Fe de ámbito local que actuarían con independencia de la Corona, pero en nombre de ella y su religión.

No obstante, ni mucho menos fue lo que había llegado a ser. De hecho, pasaron ocho años desde la última ejecución de un hereje hasta la abolición definitiva del Tribunal de la Inquisición en 1834. El 31 de julio de 1826, Cayetano Ripoll, maestro de escuela, veterano de la Guerra de la Independencia contra los franceses, fue ahorcado tras ser acusado por la Junta de Fe de Valencia de no creer en nada que la Iglesia representase.


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