Primer hogar de Oprah Winfrey 15 страница

Para entonces, Oprah Winfrey controlaba por completo su imagen pública. Se había convertido exactamente en lo que quería ser: una magnate gigantesca. Tenía su propio imperio mediático: su propia cadena de televisión, su propio programa de radio, su propia página web, su propio programa diario de entrevistas y su propia revista, en cuyas portadas, en todas, aparecía… ella.

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Después de los años de siembra, de 1984 a 1986, Oprah alcanzó el éxito pleno. Oprah se había convertido en un éxito nacional a la edad de treinta y dos años y el dinero le llovía a mares. Variety informó de que, en 1987, ganaría más de 31 millones de dólares, lo cual la convertía en la presentadora de programas de entrevistas mejor pagada, superando incluso a Johnny Carson, que ganaba 20 millones en The Tonight Show. Cuando se presentó al título de Miss Prevención de Incendios, Oprah juró que, si llegaba a ver un millón de dólares, se lo «gastaría como una tonta», y ahora se lanzó sobre la ocasión con entusiasmo: «Me he asignado personalmente sólo un millón de dólares para gastar este año —declaró—. Esa es la cantidad que me concedo para gastarla como quiera».

Empezó por comprarse un Mercedes y un Jaguar; luego regaló abrigos de armiño a todo el mundo: a su mentora Maya Angelou, a sus primas Jo Baldwin y Alice Cooper y a su personal femenino, que estaba acostumbrado a sus derroches. El año en que los jefes de la WLS les negaron la paga extra de Navidad, Oprah intervino y le dio a cada una 10.000 dólares metidos dentro de un rollo de papel higiénico. También le regaló a su productora Debbie DiMaio una chaqueta de pieles de zorro para «darle las gracias por conseguirme el programa de entrevistas». Ahora le dio un brazalete de diamantes de seis quilates. («La brillantez se merece brillantez», escribió en la tarjeta). Al único hombre de su personal, Billy Rizzo, le entregó las llaves de un Volkswagen Rabbit descapotable. Envió a dos de sus productoras a Suiza, de vacaciones, pagó la boda de otra y se las llevó a todas a una expedición de compras en Nueva York, donde las dejó sueltas en tres grandes almacenes —una hora en cada uno— con órdenes de que compraran todo lo que quisieran. «Lo que más me entusiasma es comprar regalos geniales —explicó, comentando su generosidad con los reporteros—. Por eso es fantástico tenerme por amiga. En una ocasión, le regalé a mi mejor amiga [Gayle King] y a su marido [William Bumpus], un viaje de dos semanas, a Europa, todo pagado, en hoteles de primera clase, más el dinero para gastos. Pero mi mejor obsequio hasta el momento fue cuando le ofrecí una niñera para que cuidara de sus dos hijos.» Gayle recordaba el día en que Oprah fue a verlos en Connecticut, en una limusina enorme. «Llevaba uno de sus cinco abrigos de pieles, probablemente uno de 25.000 dólares, zapatillas deportivas con estrás y una sudadera roja donde ponía “Los maridos pueden ser temporales, pero los amigos duran para siempre”.» La historia de que le dio a Gayle un cheque de 1,25 millones de dólares en Navidad, para que las dos pudieran ser millonarias forma parte de la leyenda de Oprah. Años más tarde le compró una casa en Greenwich (Connecticut), por 3,6 millones de dólares.

Oprah se aseguró bien de que los medios de comunicación se enteraran de que Phil Donahue la felicitó cuando ganó los Emmy de 1987 por el mejor programa de entrevistas y la mejor presentadora de programas de entrevistas: «Me besó —dijo Oprah—. Sí. De verdad. Phil me besó». Se sintió tan agradecida por este reconocimiento público que le envió veinte botellas de Louis Roederer Cristal Champagne para celebrar el vigésimo aniversario de su programa de entrevistas, señalando a los periodistas que el Cristal se vendía a 80 dólares la botella.

Le compró a su padre un nuevo juego de neumáticos y un televisor grande para la barbería, para que pudiera ver su programa, porque él le dijo que eso era lo único que quería. Más adelante, les compró, a él y a su esposa Zelma, una casa nueva, de 12 habitaciones, en Brentwood (Tennessee): «Lo llamé y le dije: “¡Papá, soy millonaria! Quiero enviaros a ti y a tus amigos a cualquier lugar del mundo donde queráis ir”. Él contestó: “Lo único que quiero son unos neumáticos nuevos para la camioneta”. Me enfadé mucho». Su madre Vernita Lee era muy diferente.

«La retiré, le compré una casa, le compré un coche y le pagué el doble del salario que había ganado en toda su vida —contó Oprah a Chicago Sun-Times—, así que ahora no tiene cuentas que pagar ni nada que hacer en todo el día. ¿Y sabéis que me dijo? “Bueno, intentaré que me llegue”. ¿Os lo podéis creer? Le dije: “¿Como que vas a intentar que te llegue? Bueno, pues a ver si puedes, Mamá ”. Luego, el otro día, me llama y me dice: “Necesito un abrigo nuevo”. Así que le digo: “Ve a Marshall Field y cómprate uno”. Y ella dice: “No necesito un abrigo de Marshall. Necesito un abrigo de pieles”. Y yo le digo: “Nadie necesita un abrigo de pieles”. Pero bueno, le compré un abrigo de armiño. O sea que ahora tiene un abrigo de pieles, un coche nuevo, una casa nueva, ninguna cuenta que pagar y el doble de su salario. Y dice que intentará que le llegue.»

Pero, al parecer, todo eso no era suficiente para Vernita. «Oprah me contó que su madre le robó el talonario de cheques, extendió cheques por valor de 20.000 dólares a su nombre y se quedó tan ancha —contaba la diseñadora Nancy Stoddart, que fue amiga de Oprah en los años ochenta—. Conocí a Oprah y Stedman cuando yo estaba con Nile Rodgers (el músico, compositor y productor) en La Samanna, en St. Martin. Oprah y yo nos entendimos enseguida, una noche en que yo hablaba de la teoría de la relatividad porque tan pronto como uno se hace rico salen por doquier, de no se sabe dónde y a una velocidad superior a la de la luz, parientes codiciosos dispuestos a apropiarse de tu dinero. Fue entonces cuando Oprah me contó lo de su madre, lo codiciosa y avariciosa que era. […] La verdad es que no le gustaba nada.

«Me dijo que su madre creía que tenía todo el derecho […] Sentía afán de billetes verdes […] Pero consiguió toda la pasta que quiso porque Oprah, seguramente, sabía que convertiría su vida en un infierno [vendiendo historias a periódicos y revistas] si no lo hacía así».

A pesar de lo generosa que Oprah era con su madre —un año en el Día de la Madre se presentó con una caja, envuelta para regalo, con 100.000 dólares en efectivo— seguía resentida con Vernita por haberla «vendido», y pasaba del resentimiento a la gratitud por aquellos años sin madre. Comprendía que no tener el amor incondicional de su madre la impulsó a desarrollar cualidades para conseguir el elogio de los demás, pero también veía que trataba de llenar con comida el vacío dejado por su madre, como sustituto del amor, el consuelo y la seguridad. Pasarían muchos años antes de que calibrara lo profundo del daño psicológico sufrido.

«Si [mi madre] no me hubiera abandonado, ahora tendría un problema muy serio —dijo—. Habría andado descalza y embarazada, habría tenido por lo menos tres hijos antes de los veinte años. Sin ninguna duda. Habría formado parte de esa mentalidad del gueto, que espera que alguien haga algo por ti».

Tenía muy claro lo que pensaba de Vernita: «No creo deberle nada a nadie, pero mi madre sí que lo cree […] dice: “Hay deudas que pagar”. Apenas la conocí [cuando era pequeña]. Por eso, ahora es tan difícil. Mi madre quiere tener una relación completa y maravillosa. Tiene otra hija y un hijo. Y ahora todos quieren una estrecha relación familiar… Quieren hacer como si nuestro pasado no existiera».

En ocasiones, Oprah criticaba a su madre en antena; una vez le dijo a los espectadores que Vernita había tomado prestado su BMW hacía dos años y que no se lo había devuelto. Le confesó a la revista Life que su madre se metía con ella de pequeña por ser un ratón de biblioteca, diciendo: «Te crees mejor que los demás niños». A Tina Turner le contó que su madre no la quería. «Dañó mi autoestima durante años —confesó Oprah—. No es natural que tu madre no te quiera. Cuesta superarlo.» Y a Ed Gordon, de BET, le dijo que dudaba en tener hijos debido a su mala experiencia con su madre («Tendría miedo de cometer muchas de las equivocaciones que cometieron conmigo»).

Sin embargo, Vernita se defendía como madre: «Soy una buena madre —dijo—. Sé que soy una buena madre. Cuando mis hijos eran pequeños, cuidé de ellos. Los vestía con ropa bonita y los llevaba a la escuela dominical; iban a la iglesia cada domingo. Y hacíamos cosas juntos, aunque eran tiempos muy difíciles para nosotros. Era duro. Pero conseguimos salir adelante».

La tensa relación entre Oprah y su madre fue evidente para todos los que las vieron en el programa de Oprah en el Día de la Madre de 1987. «No pude abrazarla —confesaría Oprah más tarde—. Oprah Winfrey, que abraza a todo el mundo, no pudo abrazar a su propia madre. Pero nunca nos hemos abrazado, nunca nos hemos dicho “Te quiero”.» Para entonces Oprah había borrado emocionalmente a Vernita como madre y la había relegado a la horda de parientes codiciosos que, decía, siempre andaban poniendo la mano. «Creo que Maya Angelou fue mi madre en otra vida —afirmó—. La quiero profundamente. Hay algo entre nosotras. Así que las trompas de Falopio y los ovarios no hacen una madre.»

Con el tiempo, Oprah se creó una nueva familia, la familia que pensaba que se merecía y de la que podía estar orgullosa. En lugar de su madre, que vivía de la asistencia social, con tres hijos ilegítimos, eligió a la célebre poeta y escritora, una autodidacta sin educación oficial, más allá de la secundaria, que podía usar el título de doctora Angelou, gracias a los muchos títulos honorarios que había recibido. Oprah tenía el itinerario mensual de Maya en su bolso en todo momento, para poder ponerse en contacto con ella por la mañana, a mediodía y por la noche. Quincy Jones ocupaba el papel de muy querido tío. «Aprendí a querer de verdad gracias a este hombre —afirmó Oprah—. Es la primera vez que acepté “Sí, quiero a este hombre, y no tiene nada que ver con acostarme con él ni que tengamos una relación amorosa. Lo quiero de manera incondicional… Molería a palos a cualquiera que hablara mal de Quincy”.» Gayle King era la amantísima hermana que sustituía a Patricia Lee, la adicta a las drogas, y al parecer, John Travolta reemplazaba a su hermano, Jeffrey Lee, que había muerto de sida. Incluso Vernon Winfrey había sido suplantado. Cuando Oprah conoció a Sidney Poitier lo vinculó a ella como padre bondadoso y cariñoso: «Llamo a Sidney cada domingo. […] Hablamos de la vida, hablamos de la reencarnación, hablamos del cosmos, hablamos de las estrellas, hablamos de los planetas, hablamos de la energía. Hablamos de todo».

En 2010, para celebrar el décimo aniversario de su revista, Oprah se reunió con sus fans para contestar a sus preguntas y volvió a hablar del amor que sentía que nunca había recibido de sus padres: «Me llenan de admiración las personas que sienten el amor de sus padres cada día de su vida —afirmó—. Inician su camino en el mundo con su taza colmada. Los demás pasamos por la vida tratando de llenar la nuestra».

Pese a todo ello, de vez en cuando, Oprah seguía viendo a su familia natural, les daba dinero cuando se lo pedían («Carretadas de dinero», decía) y luego echaba chispas en antena, diciendo que la trataban como si fuera un cajero automático. Su hermana Patricia pensaba que Oprah prefería dar dinero a su familia antes que dedicarles tiempo y atención.

«Hay veces en que Oprah actúa como si se avergonzara de su familia —afirmó Patricia—. Se comporta como si sintiera vergüenza de su propia madre, tal vez porque no siempre pronuncia las cosas correctamente y no tiene una buena educación —Patricia dijo que Oprah le regaló a su madre un Mercedes de 50.000 dólares, pero no quiso darle el número de teléfono de su casa—. Si mamá quiere ponerse en contacto con Oprah, tiene que llamar al estudio como cualquier fan y dejar un mensaje para que Oprah la llame. Si hubiera una emergencia de verdad, mamá tendría que llamar a la secretaria de Oprah.»

Un año, para el Día del Padre, Oprah le regaló a Vernon un Mercedes nuevo. «El Mercedes 600 —le detalló a un periodista para que lo publicara—. El Mercedes 600, de 130.000 dólares, negro por dentro y por fuera, con todos los accesorios. Hice que Roosevelt [su maquillador] se lo llevara. Pasaron un par de días, y no sabía nada de mi padre. Así que lo llamé y le pregunté: “¿Te llegó el coche?” Y él va y dice: “Sí, y de verdad que te lo agradezco”. Y yo le digo: “¿No te parece que podrías haberme llamado para decir: “Me han traído el Mercedes 600, nuevo y reluciente. ¿No crees que podrías mostrar un poco de entusiasmo?”».

Sus familiares de sangre sabían que no tenían el corazón de Oprah, como sí lo tenía la familia de celebridades que Oprah se había reinventado, y les ofendía ocupar un lugar secundario en su afecto, pero sabían que su falta de brillantez no favorecía la imagen que ella quería presentar.

«Sólo somos gente del campo —afirmó su prima Katharine Carr Esters, de quien Oprah continuaba hablando como “Tía Katharine”—. Necesita más de lo que nosotros tenemos. […] Oprah no ve mucho a su auténtica familia. Harpo es su familia. Ella me lo dijo. […] A mí, Gayle no me gusta mucho, pero a Oprah sí, y no tengo nada que objetar. Sólo creo que Gayle está muy pagada de sí misma.»

Oprah dejó claro a todos sus parientes: «Gayle es la persona más importante del mundo para mí». Y, como dijo en TV Guide, cuando criticaban a Gayle, Oprah les daría una buena patada en el trasero a quienes la criticaran. Como le contó al periodista: «Era mi cumpleaños y todos esos parientes estaban reunidos en mi casa, y Gayle salió de la habitación. Y ese pariente lejano va y dice: “¿Qué está haciendo esa aquí? No es de la familia”. Bueno, me sacó de mis casillas. Se me pusieron los pelos de punta. Me dio un ataque; me puse hecha un basilisco, chillando, enloquecida. Les dije a todos, y no me importaba quiénes fueran —mi familia, mi madre—, que podían largarse de mi casa en aquel mismo momento y no volver a poner el pie allí nunca más… Mis amigos son mi familia».

Oprah solía mencionar en su programa lo asqueada que estaba con todos los pedigüeños que había en su vida: «Son tantas las personas que se dirigen a mí porque quieren que les dé o les preste dinero… Les digo: “Os daré hasta la camisa, siempre que no me la pidáis”».

Inmediatamente después de sus muchos millones llegó Stedman Sartar Graham, de treinta y cinco años, el hombre del que Oprah había estado diciendo a sus telespectadores que venía («lenta, muy lentamente») desde África, para ser su hombre Perfecto. «Está viniendo, lo sé —afirmó— y, cuando al final aparezca, por favor, Señor, haz que sea alto».

Graham, guardia de prisiones durante el día y modelo a tiempo parcial por la noche, era apuesto y tenía la piel clara. «Es fabuloso —afirmó Oprah—. Casi dos fabulosos metros.» Un poco demasiado fabuloso, en opinión de sus protectores empleados que se preguntaban por qué un hombre tan atractivo se sentía atraído por su gorda jefa.

«Recuerdo que estaban muy preocupados por la razón de qué Stedman saliera con ella —confesó Nancy Stoddart—. Cuando íbamos a esquiar juntos, Oprah estaba tan gorda que tenía que comprarse la ropa de esquí en la sección de hombres.»

Oprah agradecía el interés de sus empleados. «Pensaban que con su aspecto tenía que ser un capullo o querer algo —declaró—. Era tan atractivo —¡oooh, qué cuerpo!—, así que yo también pensé lo mismo. Si me llama […] hay algo malo en él que yo debería saber. —Lo rechazó las primeras veces que le pidió que salieran juntos—. Pensaba que debía de ser raro, porque todos decían que era un tipo encantador (y) yo estoy acostumbrada a que me traten mal. No estoy acostumbrada a un tipo agradable que me va a tratar bien».

Cuando, al final, aceptó salir con él, Stedman se presentó con un ramo de rosas y pagó la cena. Después de unas cuantas citas más, la gente dio por sentado que iba detrás del dinero de Oprah. «Dicen: “Ella es una chica gorda y él un hombre que está de muerte, ¿qué otra cosa puede ser?” Pero eso me invalida como persona —dijo Oprah—. Aunque lo entiendo, porque la primera vez que me pidió que saliéramos juntos, eso es exactamente lo que yo pensé. Pero el carácter de Stedman es justo lo contrario de alguien que quiere sacar algo material de la relación.»

En el Ladies’ Home Journal Oprah declaró: «Los rumores son los clásicos celos. Una de las razones de que continúen es que Stedman es muy guapo y yo no soy la clase de mujer que esperarías que él quisiera. Estoy gorda, no tengo la piel clara y no soy blanca. O sea que pensarías que un hombre con su aspecto estaría con Diahann Carroll o Jayne Kennedy o alguna rubia delgada como un junco».

A pesar de todo, Stedman se convirtió en objeto de bromas en todo el país y fue blanco de chistes crueles. Durante un descanso en la grabación de los Premios de Imagen de la NAACP, el humorista Sinbad estaba entreteniendo al público, cuando vio a Oprah y Stedman que volvían a sus asientos. «Miren allí va Stedman, detrás del bolso de Oprah —señaló—. ¡Me sorprende que no lo lleve él en su lugar!»

Stedman no estaba a salvo ni entre sus amigos. Max Robinson, ex presentador de informativos de ABC-TV, le tomaba el pelo: «Te devorará hasta dejarte sin casa ni hogar, hermano. Por suerte, son suyos».

Años después, algunos veían a Stedman más como zángano que como depredador. Debra Pickett, que escribía la columna «Almuerzo con…» para el Chicago Sun-Times, declaró que era «la mayor decepción del año». Escribió: «Graham, que es extremadamente guapo, pero increíblemente aburrido, me rompió el corazón demostrándome que Oprah, su pareja, debe de ser por lo menos tan superficial como todos nosotros, dado que está claro que no se enamoró de sus cualidades como conversador». George Rush y Joanna Molloy, columnistas de The Daily News, de Nueva York, se sintieron igualmente desilusionados al no encontrar ningún sentido del humor detrás de la atractiva fachada. Informaron de que, cuando Stedman acompañó a Oprah a los Essence Awards, en Radio City Music Gall, él fue el único que no se rió de las bromas de Bill Cosby en el escenario.

«Stedman […] ¿es un nombre de verdad? —preguntó Cosby, mirando a la pareja, que estaba sentada en primera fila—. Creía que era algo que él te diría en una fiesta: “Soy un hombre formal”.»

Oprah y los demás se reían a carcajadas, pero Stedman miraba a Cosby, inexpresivo. Después, el cómico se llevó a Oprah aparte: «¿Qué le pasa? Por lo general, cuando la gente te toma el pelo, te ríes, ja, ja, ja —le dijo Cosby a Oprah—. Pero él se quedó mirando al vacío.»

A la noche siguiente, Joanna Molloy le preguntó a Stedman por qué se había molestado tanto. «Se puso a gruñir. Dijo: “Es mi nombre, no lo desgastes”. Al instante pensé: “Oh, no. No eres lo bastante brillante para ser la pareja de la señora Oprah Winfrey”.»

La actriz E. Faye Butler conocía a Stedman de sus días de modelo: «Lo llamábamos para anunciar los productos Johnson, porque era muy guapo, pero era un desastre como modelo, así que hacíamos que se quedara quieto y los demás se movieran a su alrededor […] Era agradable, pero aburridísimo […] Muy aburrido […] Recuerdo que le gustaban las chicas menudas, de piel clara y pelo liso, así que me quedé muy sorprendida cuando se fue con Oprah».

«Es una persona muy sombría —afirmó Nancy Stoddart—, casi como si tuviera una herida de infancia. Recuerdo que una vez me dijo: “Fui un jugador de baloncesto muy, muy bueno, pero mi padre nunca vino a ninguno de mis partidos”. Me parece que esa es la historia de un niño al que todavía le duele que un padre negligente nunca le prestara atención.»

Tanto si Stedman se sentía atraído por el dinero de Oprah como si no era así, de lo que no cabía duda era que le atraía su desbordante seguridad en sí misma y la facilidad con que actuaba para ocupar su lugar en el mundo. «Trasciende la raza, absolutamente», afirmó. En cambio, su propia visión del mundo se había visto aherrojada por el racismo, ya que había crecido en la ciudad de Whitesboro (Nueva Jersey), (de 600 habitantes, todos ellos negros), y había asistido a una escuela primaria con un alumnado exclusivamente negro. «Si eres afroamericano en este país, eres víctima de cómo te perciben —afirmó—. No vales tanto como los demás y, cuando entras en los Estados Unidos de las corporaciones, tu imagen se ve disminuida. Yo nunca imaginé que podría ser igual a los blancos.» Oprah, por el contrario, nunca imaginó que pudiera ser menos.

«Durante más de treinta años creí que estaba limitado por el color de mi piel —confesó Stedman—. [Al final] aprendí que no se trata de la raza, sino de los que tienen poder frente a los que no lo tienen. Lo que importa es el poder, el control y el dinero.» En esto, Oprah y él estaban totalmente de acuerdo: «Los dos tienen en común la misma filosofía de salir adelante sin ayuda de nadie», dijo Fran Johns, muy amigo de Stedman en Chicago.

Después de graduarse en la universidad en 1974, Stedman esperaba que le contrataran en la NBA, igual que a su compañero de habitación Harvey Catchings. Se casó con Glenda Ann Brown aquel mismo año, y su hija, Wendy, nació siete meses después. Stedman se incorporó al ejército durante tres años y medio, y estuvo en Alemania, donde dice que jugó al baloncesto en las fuerzas armadas. Volvió a los Estados Unidos y empezó a trabajar en el sistema penitenciario, en Englewood (Colorado). Su esposa y él se separaron en 1981 y, en 1983, se trasladó, con su novia Robin Robinson, a Chicago, cuando a ella la contrató la cadena WBBM-TV. Stedman fue trasladado al Centro correccional metropolitano y fundó Athletes Against Drugs, AAD (Atletas Contra las Drogas) en 1985. Fue por entonces cuando Stedman empezó a salir con Oprah y dejó el Departamento de Prisiones en 1987, cuando conoció a Robert J. Brown, fundador de B&C Associates de High Point (Carolina del Norte).

«Stedman siempre tenía algo que demostrar», afirmó Brown, que lo invitó a acompañarlo a un viaje a Costa de Marfil, donde estaba trabajando con el gobierno para atraer a inversores extranjeros. Más tarde, Brown contrató a Stedman como vicepresidente de desarrollo del negocio, algo que Stedman reconoció que era un título con pretensiones para decir “empleado en prácticas”. Brown, afroamericano, se ganó la antipatía de muchos negros por su postura en contra de las sanciones económicas para obligar a Sudáfrica a abandonar el apartheid, pero el presidente Reagan lo eligió para ser el embajador de los Estados Unidos en Sudáfrica. No obstante, no tardó en retirar su nombre cuando los investigadores empezaron a examinar sus relaciones empresariales con el anterior gobierno de Nigeria y sus actividades para llevar los sindicados a la bancarrota. Ninguna de estas cosas inquietaba a Stedman.

«[Brown] trabaja en relaciones públicas y es multimillonario —afirmó—. Fue consejero especial del presidente Nixon. Básicamente, es mi mentor. Gracias a él, he viajado por todo el mundo y escolté a los hijos de Mandela hasta Sudáfrica cuando él salió de la cárcel y he almorzado con Nelson Mandela. Visité la Casa Blanca y conocí al presidente [George Herbert Walker Bush]. Todo esto me abrió los ojos… [a] lo que había estado buscando.»

El cortejo de los Mandela por parte de Brown desató la polémica en 1988, cuando anunció que había conseguido los derechos al nombre de la familia. Los partidarios de Mandela lo entendieron como una explotación, pero Brown afirmó que el contrato era para proteger el uso del nombre. Desde la prisión, Nelson Mandela renunció al derecho de Brown, pero Winnie Mandela parecía ansiosa de trabajar con él. Con Stedman a la zaga, Brown mencionó la relación de este con la estrella de televisión más rica de los Estados Unidos, y no pasó mucho tiempo antes de que Oprah empezara a financiar comidas calientes para los ancianos de Alexandra, una población negra y pobre a las afueras de Johanesburgo, donde la gente vivía en barracas de hojalata, sin agua ni electricidad ni alcantarillado. «Queríamos atraer la atención hacia las pésimas condiciones de Alexandra —dijo Brown a los periodistas—. Es una de las partes más pobres y abandonadas del país.» Los periódicos publicaron fotografías de los dos empleados de Brown, Stedman Graham y Armstrong Williams, repartiendo comidas calientes. Más tarde, llevaron un televisor a Alexandra y pasaron grabaciones del programa de Oprah, para que los doscientos ancianos en la miseria vieran a su benefactora; en la prensa aparecieron, también, fotos de este acontecimiento pregonando la generosidad de Oprah y la misión de buena voluntad de Brown.

Winnie Mandela le envió una nota a Oprah, que esta enmarcó y colgó en su piso de Chicago. «¡Oprah, debes seguir viva! ¡Tu misión es sagrada! Toda una nación te ama». Pronto Winnie y Oprah empezaron a hablar por teléfono y Oprah empezó a organizar las cosas para alguilar un reactor Gulfstream y llevar a esquiar a las hijas de Mandela. Conocida en un tiempo como «Madre de la Revolución», más tarde Winnie Mandela sería vilipendiaba por los líderes antiapartheid cuando sus guardaespaldas fueron condenados por el secuestro de cuatro chicos adolescentes y por degollar a uno de ellos. También ella fue condenada, por secuestro, a una pena suspendida de prisión, de seis años de cárcel.

La misión de socorro en Alexandra enseñó a Stedman y Williams como actuaba Brown en el escenario internacional, asociándose al dinero de Oprah y acumulando prestigio para ella, así como para él mismo. Aprendieron que dar publicidad a las buenas obras rinde buenos resultados. Más tarde, los dos hombres se asociaron y formaron el Graham Williams Group (GWG), una empresa de relaciones públicas que Stedman utilizó para promocionar sus libros de autoayuda. Por su descripción parecía que Graham Williams Group era el no va más. «La firma ayuda a la gente a convertirse en todo lo que pueden ser —le dijo a un periodista—. Maximiza los recursos y ayuda a las pequeñas empresas para que lleguen a ser grandes corporaciones y a las grandes corporaciones para que lleguen a ser multicorporaciones.»


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