Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 2 страница

Presionada por las revelaciones de su hermana al tabloide, Oprah emitió una declaración pública. «Es verdad que cuando tenía catorce años quedé embarazada. El niño nació prematuro y murió poco después del parto. Confiaba que este asunto siguiera siendo algo privado, hasta que yo fuera totalmente capaz de enfrentarme a mis propias y profundas emociones y sentimientos. Me entristece profundamente que una publicación pague una enorme suma de dinero a una drogadicta, profundamente perturbada y luego publique sus comentarios. Siento una auténtica compasión por mi hermanastra.» Posteriormente, Oprah diría a los periodistas que le había pagado el tratamiento contra la adicción a las drogas, en la clínica Hazelden. «[Le dije]: “Gastaré lo que sea necesario. Pero si la fastidias, puedes morirte en la calle, convertida en una yonqui. Y lo digo con todo mi corazón”.» Oprah no habló con Patricia durante dos años después de sus revelaciones a los tabloides, pero pagó generosamente la educación de sus dos hijas, Alisha y Chrishaunda.

«[Aquel artículo] fue lo más doloroso que me ha pasado nunca. El dolor, el sentimiento de haber sido traicionada no podía ser peor —afirmó Oprah—. Pero insistí en recordarme que tenía que buscar la lección […] y de repente, algo encajó por vez primera. Relacioné mi propia promiscuidad sexual de adolescente con los abusos sexuales que había sufrido de niña. Por extraño que parezca, hasta aquel momento, no había visto la conexión entre las dos cosas. Entendí que aquel horrible artículo de los tabloides era para que comprendiera que seguía cargando con aquella culpa, dondequiera que fuera. Sé que hay otras lecciones que tengo que aprender, pero la primera era que no fui responsable de los abusos y que tenía que librarme de la vergüenza que llevaba conmigo».

Al final, Oprah invitó a su hermana a su finca de Indiana para intentar arreglar las cosas. «Nos pasamos todo el fin de semana hablando —dijo Patricia más tarde—. Oprah me dio un buen repaso. Me dijo que era una desilusión, que la había decepcionado, que no había resultado como ella esperaba. Que no tenía ni título ni profesión ni nada.»

Unos años después, Oprah volvió a cortar toda comunicación con su hermana. «En la última conversación que tuvimos le dije que no compartíamos el mismo código moral, así que no hay ninguna razón para fingir “amor de hermanas” —declaró—. Le compré una casa y le di cientos de miles de dólares para establecerse, pero dijo que no necesitaba trabajar. —Oprah estaba en desacuerdo, totalmente—. Creo que la gente tiene que trabajar.»

Patricia continuó entrando y saliendo de rehabilitación hasta 2003 cuando, a la edad de cuarenta y dos años, murió de una sobredosis accidental. «Acababa de hacerla pasar por rehabilitación [una vez más] —dijo Oprah a los periodistas—, y lo que pasa es que, si estás acostumbrada a tomar cierta cantidad de droga y luego, después de haberlo dejado un tiempo, vuelves a tomar la misma cantidad, es demasiado.»

Oprah pensaba que, después de la revelación de su hermana en los tabloides, la gente la evitaría. «Imaginaba que, en la calle, todos me señalarían con el dedo y exclamarían: “Embarazada a los catorce años, criatura malvada […]”. Sin embargo, nadie dijo nada, ni los extraños ni los conocidos. Me quedé estupefacta. Nadie me trató de una manera diferente.»

Es imposible calcular a cuántas mujeres ayudó Oprah con la historia de su embarazo fuera del matrimonio, pero debió de ser un modelo para las que habían sufrido una tristeza y vergüenza parecidas. Debido a su alcance y visibilidad, sus palabras tenían peso entre su público, que la veían como una mujer llena de valor y determinación. Al negarse a dejarse derrotar por su dolorosa infancia, inspiraba esperanza y las mujeres de todas partes podían mirar el éxito en que había convertido su vida y creían en una salvación parecida para ellas. Al compartir su propia vergüenza con los demás, era inevitable que Oprah llegara a miles de mujeres y las ayudara a liberarse de su culpa, mostrándoles que no estaban solas. En ese sentido, su programa se convirtió en el ministerio sanador que siempre había afirmado que era.

La humillación pública que soportó durante este periodo pareció conducir a una Oprah más empática, que mostraba una nueva sensibilidad hacia la explotación de algunos de sus programas «de conflictos». «El día en que, sin duda, me sentí peor en televisión fue en 1989, cuando todavía emitíamos en directo y teníamos a la esposa, la amante y el marido y, estando en antena, el marido [inesperadamente] le anunció a su esposa que la joven estaba embarazada. La expresión de su cara. […] La miré y me sentí muy mal por mí misma y me sentí muy mal por ella. Así que me volví hacia ella y le dije: “De verdad que siento mucho que la hayan puesto en esta situación y que haya tenido que enterarse de esto en televisión. Es algo que no debería haber pasado nunca”.» Sin embargo, Oprah continuó con su programación «de conflictos» durante otros cinco años, con los índices por las nubes.

Unos meses antes, Tom Shales, crítico de televisión y ganador del premio Pulitzer, había presagiado el final de la «podredumbre de los programas de entrevistas» que infectaban la pequeña pantalla y contaminaban el ambiente. «Se desperdician horas y horas en escándalos, basura y estupideces», escribió en The Washington Post. Ralph Nader, el defensor del consumidor, eligió The Oprah Winfrey Show como contaminante número uno. «Sacan todas sus ideas del National Enquirer», dijo Nader. Como ejemplo de los programas que, según Shales, Oprah daba ya mascados a «los tontos de la caja tonta», citaba unas cuantas semanas de sus temas: mujeres serviles, peleas por la paternidad, infidelidad, caza del hombre, tríos, hombres que pegan a su esposa y adictas a las compras.

Hasta Erma Bombeck le propinó un palmetazo a Oprah en su columna. «Cada día cojo la guía para ver qué vendrá a continuación —escribió—. Recientemente, Oprah presentó un grupo de hombres que creían que sus tías era sus madres. ¿Dónde encuentran a esos hombres? ¿Es que los individuos en circunstancias inusuales escriben a los productores del programa y les dicen: “¡Oigan, si alguna vez hacen algo sobre los bebés de las naves espaciales que tratan de encontrar a su madre, yo vivo en Chicago y me encantaría hablar de eso!” ¿O emiten una llamada para “Mujeres que crían a su marido como si fuera hijo único”, animándolas a enviar su currículum?» Es posible que la querida humorista creyera que era una broma amable, pero los productores de Oprah mantienen un enorme sistema informatizado de recuperación de las solicitudes, aparte de las entre 2.000 y 4.000 cartas que reciben cada semana, muchas de las cuales contienen varias páginas de revelaciones íntimas. También hay bases de datos independientes para posibles entrevistados, invitados y expertos sobre cualquier tema imaginable. Erma Bombeck no vivió lo suficiente para ver el programa de Oprah del 2 de abril de 2008 en el cual Oprah entrevistó a un transexual que se quedó embarazada para que él y su esposa pudieran tener un hijo. Explicó que había tomado hormonas masculinas, se había extirpado los pechos y había cambiado legalmente su sexo al masculino, pero había decidido no extirparse los órganos reproductores femeninos. Posteriormente dio a luz a una niña. Ese programa proporcionó a Oprah un aumento de un 45 por ciento en los índices de audiencia con respecto a la semana anterior.

Normalmente, le negaba importancia a los críticos citando sus altísimos índices; sólo de vez en cuando reconocía que le «irritaban» sus críticas. «Mi respuesta a los que dicen que mi programa es explotador, sensacionalista, extraño, lleno de basura y de cosas raras es que la vida es todo eso. Es en la televisión donde se debe hablar de estos temas. —Añadió que, al fin y al cabo, ya no presentaba fanáticos, racistas ni sadomasoquistas—. Y nunca más haré nada que tenga que ver con el culto al diablo», afirmó. Sería necesario que pasaran unos cuantos años más para que reconociera sus embarazosas aportaciones a la telebasura. Por entonces, todavía sostenía que sus programas tabloide eran educativos.

Pero no todo era sórdido en The Oprah Winfrey Show. Aunque nunca fue tan importante como el show de Donahue, a finales de los años ochenta y principios de los noventa Oprah también presentó algunos temas serios, entre ellos la crisis cada vez mayor de la educación en los Estados Unidos y la cada vez menor capacidad de leer y escribir entre los jóvenes. (Promovió ese programa mirando directamente a la cámara y preguntando «¿Hasta qué punto somos tontos?») Analizó la conducción en estado de embriaguez en un programa con culpables y víctimas que habían resultado heridas de mucha gravedad por conductores borrachos. Más tarde, dijo que si tuviera un hijo de veinte años que se emborrachara, subiera a un coche y matara a un peatón, testificaría en su contra en los tribunales. «Metería su culo en la cárcel. Le diría: “Te quiero, pero tu culo se va a prisión”. Ni siquiera he perdido a nadie por esta causa, pero las blandas leyes que hay sobre esto, me ponen enferma. Creo que cuando alguien conduce borracho, deberían colgarlo. Y como no creo en la pena capital, esto significa que lo cuelgas hasta que se pone azul, luego lo resucitas durante un rato y lo vuelves a colgar otra vez. Y luego haces un nudo alrededor de sus partes privadas. […] En esta cuestión, mi tolerancia es cero».

Fue una de los primeros en examinar el abuso sexual de niños por parte del clero y contó la historia del sida en varios programas diferentes, entre ellos uno sobre si las cadenas deberían emitir anuncios de cierta marca de condones como protección contra el sida. Pese a que los miembros del público se oponían con vehemencia a esa publicidad, Oprah anunció que entregaría muestras gratis de «botiquines para sexo seguro», que incluían condones. Incluso se aventuró en los servicios públicos con programas tales como «Qué hacer en una emergencia», donde hizo una demostración de la respiración artificial y de la maniobra Heimlich. Recaudó más de un millón de dólares en donaciones de tarjetas de crédito para las víctimas del huracán Hugo, durante un programa realizado en Charleston (Carolina del Sur). «Es la respuesta personal más rápida que he visto nunca en una campaña para recaudar fondos», dijo James Krueger, de la Cruz Roja.

«Los temas de discusión cambian con los años —declaró Oprah en 1989—. Antes era un sexo mejor y el orgasmo perfecto. Luego fue la dieta. La tendencia de los años noventa es la familia y la crianza.» A esos fines, presentó programas como «Cómo tener una “familiastra” feliz», « El experimento de la cena familiar», « En busca de niños desaparecidos» y « Cómo encontrar a los seres queridos», en los cuales explicaba a los telespectadores cómo seguir la pista a los familiares desaparecidos desde hacía mucho.

Sus programas más eficaces continuaban siendo los que afectaban a su propia vida y exploraban los problemas personales a los que ella se enfrentaba, incluyendo su continuada lucha con el peso, el daño que causaban los abusos sexuales y los estragos del racismo. Hizo entrar al público en la vida de una persona obesa presentando a Stacey Halprin, de veinticinco años, que pesaba 250 kilos la primera vez que participó en el programa. Volvió después de haber perdido 136 kilos, después de una intervención quirúrgica de bypass gástrico, y regresó una vez más después de perder otros 27 kilos, para disfrutar de una renovación Oprah, una renovación que se convirtió en uno de los elementos básicos más populares del programa.

En su programa «Violación en una cita», emitido el 7 de diciembre de 1989, Oprah dijo: «Sé que habrá liberado a muchas mujeres que han sido violadas y que nunca le han dado ese nombre. Una amplia encuesta ha demostrado que un 87 por ciento de alumnos de instituto creen que, si han gastado dinero en la cita, tienen derecho a obligar a una mujer a tener relaciones sexuales con ellos […] y un 47 por ciento de chicas está de acuerdo. Es asombroso que las mujeres acepten esa actitud».

El día del cumpleaños de Martin Luther King, Jr., en 1992, anunció que, a lo largo del año, presentaría programas dedicados al racismo en los Estados Unidos.

 

• «Racismo en el barrio»

• «Odio tu relación interracial»

• «Japoamericanos: El nuevo racismo»

• «¿Somos todos racistas?»

• «El veredicto del caso Rodney King I y II»

• «Mi padre/madre es racista»

• «Experimento sobre el racismo»

• «Demasiado poco y tarde: los americanos nativos hablan claro»

• «Me niego a salir con alguien de mi raza»

• «Crímenes de odio sin resolver»

• «Blancos que temen a los negros»

 

Llevó las cámaras al barrio de South Central en Los Ángeles, después de los disturbios que siguieron a la absolución de los policías blancos que apalearon a Rodney King, afroamericano. Un sangriento caos estalló después del veredicto de 1992, con las muertes violentas de 54 personas en uno de los alborotos más mortales de la historia de los Estados Unidos. La zona sur de Los Ángeles se encendió en un infierno de 4.000 incendios que dañaron 1.100 edificios, causando 2.382 heridos y 13.212 detenciones. Aquella noche, los telespectadores presenciaron, horrorizados, como Reginald Denny, un hombre blanco, era arrancado de su camioneta y golpeado por una turba negra. Finalmente, el presidente George H. W. Bush envió tropas federales para restablecer el orden.

Con la mejor de las intenciones, Oprah reunió a un público multirracial, formado por blancos, asiáticos, negros e hispanos para su primera grabación en Los Ángeles, pero acabó con un programa de militantes estridentes, que impulsaron a Howard Rosenberg a escribir en Los Angeles Times que Oprah se había visto «desbordada por este violento y demoledor ataque de rabia y violencia, contemplando impotente como en su estudio, lleno de invitados multiculturales en guerra, se gritaban e insultaban unos a otros». Una mujer negra justificó los disturbios diciendo: «Teníamos que hacer algo para que Oprah viniera a Los Ángeles y que la gente hablara». Rosenberg estuvo a punto de desesperarse: «Si esto es lo que se entiende por hablar —escribió—, que vuelvan los gritos».

Pese a las críticas, Oprah mantuvo su posición en el número uno como presentadora de programas de entrevistas, en medio de un número de competidores cada vez mayor. La popularidad de su espacio y la fuerte lealtad de las espectadoras la convirtió en la voz más influyente de la televisión diurna, además, sus películas y programas especiales para la televisión habían ampliado su público, pero seguía queriendo dejar huella en el horario de máxima audiencia. Por ello, en su siguiente especial para la cadena, ella y su productora ejecutiva, Debra DiMaio, lanzaron sus redes para capturar una presa valiosa y lograron pescar a Michael Jackson, el autoproclamado «Rey del Pop, el Rock y el Soul», que por entonces era el centro de la curiosidad internacional. No había concedido ni una sola entrevista en directo desde hacía catorce años, pero como se trataba de Oprah, que ofrecía noventa minutos de televisión en el horario de máxima audiencia y, posiblemente, porque sus ventas de discos habían caído, junto con su popularidad, aceptó reunirse con ella en su rancho de Neverland, en Santa Ynez (California). Oprah le prometió no preguntarle si era gay, pero le dijo que quería darle la oportunidad de hacer frente a los extraños rumores que decían que se había blanqueado la piel, que dormía en una cámara hiperbárica y que se había hecho una serie de operaciones de cirugía plástica.

Además, le preguntó lo siguiente:

 

«¿Tus hermanos estaban celosos cuando toda la atención empezó a concentrarse en ti?»

«¿Tu padre te pegaba?»

«¿Eres virgen?»

«¿Por qué siempre te agarras los genitales?»

«¿Sales?, ¿tienes citas?»

«¿Con quién sales?»

«¿Has estado enamorado alguna vez? Nos gustaría saber si hay alguna posibilidad de que te cases, algún día, y tengas hijos»

 

Dieciséis años más tarde, después de la muerte de Michael Jackson, en 2009, Oprah emitió parte de la entrevista. Dijo que no lo creyó cuando él le dijo que sólo se había hecho dos operaciones de cirugía plástica. También parecía dudar de su afirmación de que sufría de vitíligo, la enfermedad que, según él, hacía que se le blanqueara la piel.

Durante la entrevista, los detectores de humo se dispararon en Neverland y el chirriante ruido obligó a Oprah a hacer una pausa para pasar unos anuncios no programados. Más tarde, Diane Dimond, una de las biógrafas de Jackson, se preguntó si éste no habría planeado la interrupción para trastocar las preguntas personales de Oprah. Bob Jones, publicista de Jackson desde 1987 hasta 2002, que acuñó la expresión «Rey del Pop», recordaba la interrupción como un medio para que Jackson hiciera aparecer a Elizabeth Taylor por sorpresa.

«Tenía allí a Liz para poder más que las preguntas de Oprah y también porque sabía que Liz haría subir la audiencia. […] Liz debía estar allí, considerando todas las joyas que Michael le había regalado a lo largo de los años. Fue una amistad muy cara, se lo digo yo.»

Taylor dijo a Oprah —que irritaba a la estrella al seguir llamándola Liz, en lugar de Elizabeth— que Michael era «el hombre menos extraño que he conocido nunca», además de ser «muy inteligente, sagaz, intuitivo, comprensivo, compasivo y generoso». Años después Oprah diría que no pensó que la amistad de Elizabeth Taylor y Michael Jackson fuera extraña, porque ambos compartían la misma experiencia de haber sido estrellas infantiles y habían tenido padres que los maltrataban.

Durante su entrevista en 1993, Michael Jackson estaba «estrafalario» como siempre, Oprah no fue «mala» y nunca llegó a ser «peligrosa», pero para los 90 millones de telespectadores de los Estados Unidos, y los 100 millones de todo el mundo, la entrevista fue un Thriller de la cultura popular. Jackson defendió su preocupación por los niños como compensación por su infancia perdida y la necesidad de rodearse de un amor incondicional. «A través de ellos encuentro algo que nunca tuve», dijo. Diez años después, Michael Jackson concedió una entrevista a la cadena British TV que llevó a que lo juzgaran por abusos a menores, pero, finalmente, lo declararon inocente de todos los cargos. Ante Oprah reconoció que toda la vida había estado loco por Diana Ross, con la que tenía cierto parecido, y afirmó estar enamorado de Brooke Shields.

«Michael mintió a Oprah al decirle que no era homosexual —afirmó Bob Jones, que estaba en el plató durante la entrevista—. En aquella época, Michael era una estrella mucho más importante que Oprah —en una época fue el artista negro más importante del mundo— pero la entrevista les dio buen resultado a los dos. La única persona con la que Michael quería relacionarse no era Oprah, sino la princesa Diana, pero la princesa no contestaba a sus llamadas. […] Al final, organizamos el Prince’s Trust (un espectáculo con fines benéficos) y Michael se encontró con la princesa Diana en el estadio de Wembley, en Londres, pero ella no le dijo casi nada, aparte de hola».

El especial de Oprah sobre Michael Jackson fue el acontecimiento que alcanzó una calificación más alta, aparte de la Super Bowl, superando las expectativas generales, incluyendo las de los patrocinadores. ABC informó de que fue uno de los programas de entretenimiento más vistos de la historia de la televisión y el cuarto con unos índices de audiencia más altos desde 1960, sólo por detrás del episodio final de M*A*S*H (febrero de 1983), del episodio «¿Quién mató a J.R.?», de la serie Dallas (noviembre de 1980) y la película El día después (noviembre de 1983). Time dijo: «En parte un Oprah grandioso, en parte un culebrón de Oprah, el programa Winfrey fue, como mínimo, una televisión fenomenal: vivo, temerario, desnudo emocionalmente». Life estuvo de acuerdo: «Oprah cumplió lo prometido y logró algo casi imposible: bajó de las nubes a Peter Pan». Por fin, Oprah se había ganado un lugar en el horario de máxima audiencia. «Mi mejor hora en televisión», afirmó.

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Durante muchos años, la American Booksellers Association celebró su convención anual, en el fin de semana del Memorial Day, y en 1993, ABA como se llamaba entonces, fue un auténtico desenfreno. Más de veinticinco mil librerías, editoriales, agentes y autores volaron a Miami para pasar cuatro días, con sus noches, comprando, vendiendo y celebrando ostentosas fiestas con autores famosos como William Styron, Maya Angelou y Ken Follet, además de famosos como Ann-Margret, Rush Limbaugh y la doctora Ruth. Pero nadie atrajo más atención o aplausos que Oprah Winfrey que, a sus 39 años, estaba preparada para publicar su autobiografía, que se esperaba que sería el libro más vendido de la historia editorial.

El sábado por la noche su editorial la trató como a una famosa, en una de las fiestas más exquisitas y caras que Alfred A. Knopf, la empresa editorial más prestigiosa del sector del libro, organizaba para un autor. El exterior del International Palace, de Miami, estaba iluminado de color púrpura, en homenaje al color favorito de Oprah y a su primera película. Dentro del rascacielos, las mesas gemían bajo las bandejas de gambas del tamaño de iPods, dispuestas para los 1.800 invitados que pululaban alrededor de los hornillos que mantenían calientes los platos desbordantes de pasta, chuletones y tiras de solomillo chisporroteantes. Los camareros, de esmoquin, corrían arriba y abajo con fuentes llenas de un champán burbujeante, para unos libreros más acostumbrados a beber vino barato en vasos de papel.

Con un traje de color aqua, una Oprah de nuevo delgada llegó del brazo de Stedman y fue presentada por el presidente del consejo de Random House. Sedujo a todo el mundo diciendo que estaba tan entusiasmada con su libro que le gustaría poder salir en The Oprah Winfrey para promocionarlo. Aunque todavía no había puesto en marcha el Club del Libro de Oprah, todos sabían lo que podía hacer por los libros que le gustaban. Sólo dos semanas antes, había llevado las cámaras a Iowa para rodar un espacio sobre Los Puentes de Madison County. La obra era ya un éxito de ventas, pero el programa de Oprah disparó una demanda adicional de 350.000 ejemplares.

Por lo tanto, era comprensible que, como oradora anunciada para el desayuno de la mañana siguiente, Oprah fuera recibida como Cleopatra en su nave para que todo Roma le rindiera homenaje. La multitud llenaba la sala de bote en bote y los aplausos eran ensordecedores mientras ella se acercaba al micrófono. Empezó diciendo que creía que todos debían sentarse y ponerse a escribir un libro sobre ellos mismos. «Se pueden ahorrar una factura enorme en terapia —afirmó—. Para mí, trabajar en este libro el pasado año y medio ha sido igual que diez años de terapia. He aprendido muchísimo sobre mí misma —Colmó de elogios a su colaboradora, Joan Barthel, y se apresuró a tranquilizar a todos diciendo que no había escrito un libro de cotilleos—. De todos modos, yo no he hecho mucho y, además, las personas con las que lo hice, ustedes no las conocen, así que […] no tienen de que preocuparse», dijo, provocando las carcajadas.

Poniendo en marcha todo su encanto telegénico, Oprah deslumbró a los libreros con sus anécdotas, contadas con frecuencia, pero que, para los que nunca habían visto su programa, parecían frescas y espontáneas. Habló de que había crecido como «un pobre pedazo de carne de color, con pelo pasa», que quería ser Diana Ross, o «alguien supremo»; contó cómo tenía que esconderse en el lavabo, con una linterna, para leer, porque su familia se burlaba de ella por ser «un ratón de biblioteca» y la acusaba de «intentar ser más que los demás», porque adoraba los libros. Habló de su peso, de cómo sus jefes de Baltimore trataron de hacer que cambiara de imagen y de cómo había acabado calva. «Ya sabemos que, en los Estados Unidos, te espera una lucha brutal cuando eres negra, gorda y calva, y además eres una mujer que trabaja en televisión», afirmó. Desternillándose de risa, los espectadores la aplaudieron hasta que les dolieron las manos.

«No importa lo que nos hayan victimizado, todos somos responsables de nuestra vida —declaró luego—. Este libro habla de que tienes que hacerte responsable de las victorias de tu propia vida. La mía ha sido una vida maravillosa y asombrosa. Crecí pensando que no me querían y, por esa razón, siento que es una bendición tan grande hablar a 20 millones de telespectadores cada día, que me escriben […] para decirme que me quieren.» Dijo que iba a atraer a las librerías a personas que nunca antes habían estado en ellas, unas palabras que cayeron como maná del cielo sobre los libreros reunidos allí. La idea de un público que adoraba a Oprah, formado por 20 millones de posibles compradores de libros, hacía que la cabeza les diera vueltas anticipadamente. Oprah terminó añadiendo un elevado propósito al beneficio potencial: «Mi meta es elevar, alentar y dar poder a la gente —afirmó—. No oculto que quiero marcar una diferencia en el mundo, y espero que Oprah: An Autobiography haga exactamente eso».

Aturdidos de felicidad, los libreros se pusieron en pie para ofrecerle una estruendosa ovación, que hizo que las tazas de café tintitearan debido a la reverberación de los aplausos. Aquí estaba una autora que iba a levantar a todas las librerías del país y rociar con polvo de oro a todo un sector. La publicación estaba fijada para el 20 de septiembre de 1993; Knopf había anunciado una mareante primera edición de 750.000 ejemplares; el Doubleday Book Club y el Literary Guild planeaban un envío directo por correo a 5 millones de hogares y, lo mejor de todo, Oprah había prometido visitar una ciudad diferente cada semana, en una gira promocional por 30 ciudades, a partir del otoño de 1993 y durante toda la primavera de 1994. Robert Wietrak, director de merchandising de Barnes & Noble, estaba fuera de sí de entusiasmo: «Será el libro más importante que nunca hemos vendido», afirmó.


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