SABÍAS QUE ?

¿SABÍAS QUE…?

 

1. Como Collioure estaba lleno de refugiados españoles, al correrse la voz de su muerte, numerosas personas fueron a la habitación donde reposaba su cuerpo y lo cubrieron con una bandera tricolor.

2. Se crió en la planta baja del sevillano palacio de Dueñas, propiedad de los Alba, donde la duquesa Cayetana Fitz-James Stuart había fijado su residencia principal y donde murió en 2014.

 

23 de febrero

 

 El 23-F (1981)

«¡Quieto todo el mundo!». Eran las 18:23 del 23 de febrero de 1981 cuando un teniente coronel de la Guardia Civil, pistola en mano, pronunciaba esas palabras desde la tribuna del hemiciclo del Congreso de los Diputados cuando estos se encontraban reunidos en pleno. Se trataba de Antonio Tejero, que ya había sido delatado, procesado y condenado a siete meses de cárcel por tratar de organizar otro golpe de Estado, conocido como Operación Galaxia, en noviembre de 1978.

La reforma militar llevada a cabo por el Gobierno de Adolfo Suárez, a partir de 1976, con el apoyo del general Gutiérrez Mellado como ministro de Defensa, que desarrolló los cambios para democratizar el Ejército; la legalización de partidos políticos como el PCE; el recrudecimiento de la actividad terrorista de ETA y la proclamación de la Constitución de 1978, en la que las Fuerzas Armadas quedaban como simple garantía de soberanía e independencia del país, perdiendo la influencia política y civil que habían tenido durante el franquismo, fueron algunos de los motivos que llevaron a la movilización de los golpistas.

La repentina dimisión de Suárez en enero de 1981 fue el detonante de la definitiva intervención de algunos sectores del Ejército y de la Guardia Civil. Ocurrió en el transcurso de la segunda votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, cuando Tejero, acompañado de cuatrocientos soldados y guardias civiles, ocupó el Congreso y retuvo a los diputados y al Gobierno. Las protestas de unos pocos, sobre todo de Gutiérrez Mellado, que forcejeó con el propio Tejero, provocaron en los asaltantes una estampida de disparos al techo que enmudeció al Parlamento. Paralelamente, el capitán general de la región militar de Valencia, Jaime Miláns del Bosch, decretaba el estado de excepción en su área y sacaba los tanques a la calle en la capital del Turia, mientras el general Alfonso Armada, segundo jefe del Estado Mayor y antiguo secretario militar del rey, se dirigía al Congreso para intentar formalizar un Gobierno militar con el apoyo de los partidos políticos.

La intención de los tres máximos responsables de la sublevación era la de mantener esa situación de tensa espera «hasta que se reciban órdenes de S. M. el Rey o de la autoridad que corresponda». Pero la «autoridad correspondiente» no estaba por la labor. El monarca movió hilos para que llegara a oídos de todos los sectores del Ejército que de ninguna manera iba a permitir que el golpe de Estado prosperase. Luego, hora y media después de la medianoche, el propio don Juan Carlos, vestido de capitán general de los ejércitos, hizo pública su postura frente a las cámaras de Televisión Española: «Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso, y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor que tomen todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente».

Tras una madrugada cargada de tensión, hacia las diez de la mañana, once guardias civiles decidieron abandonar aquella locura y salir por su propio pie del Congreso. Poco antes del mediodía lo hicieron los diputados. El golpe de Estado había finalizado.


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