Arleen Weiner, productora de People Are Talking, se acordaba de «las muchas, muchísimas llamadas telefónicas a la una, las dos, las tres y las cuatro de la madrugada».
Las mujeres del equipo de producción compadecían a Oprah y hacían todo lo que podían por ayudarla. Oprah estaba tan obsesionada con el disc-jockey de 1,98 metros que en una ocasión corrió tras él en camisón y se tiró sobre el capó del coche para tratar de que se quedara con ella. Otra vez bloqueó la puerta del piso, gritando: «No te vayas, no te vayas», y luego tiró las llaves al váter. Esta fue la historia que luego le contaría a Mike Wallace en 60 Minutes, atribuyéndola a su relación, menos dramática, con Bubba Taylor.
Después de que Watts la dejara a las tres de la madrugada, llamó a su mejor amiga Gayle King, de quien sabía que había pasado por una situación parecida. «En su caso, no tiró las llaves, sino que lo que hacía era comprobar el cuentakilómetros —dijo Oprah sobre King—. Las dos hemos hechos cosas igualmente demenciales. Yo me tiré encima del capó; pero Gayle se subió al parachoques. O sea que, como ella ha pasado por lo mismo, ha vivido esa situación, nunca me ha juzgado. Pero siempre estaba allí para escucharme y apoyarme».
Los hombres del equipo no eran tan tolerantes con la histeria de Oprah. Más de dos décadas después de trabajar con Oprah, Dave Gosey, director de People Are Talking, no tuvo ni una palabra amable para ella: «Mi madre siempre me decía que si no puedes decir algo agradable de alguien, mejor no digas nada. Así que no tengo nada que decir de Oprah Winfrey».
La volcánica relación con Tim Watts empezó en 1979 y pasó por enormes altibajos durante cinco años, incluso después de que Oprah se fuera de Baltimore y se trasladara a Chicago. «Aquellos fueron los peores años de mi vida —confesó—. Tenía graves problemas con un hombre.» Estar enamorada de un hombre casado significaba horas robadas, fines de semana vacíos y vacaciones solitarias que la dejaban triste y desesperada.
«Pobrecilla. Un año [1980] tuvo que pasar el Día de Acción de Gracias con nosotros, porque no tenía adónde ir —dijo Michael Fox, cuyos padres, Jim y Roberta Fox, eran muy amigos de Richard y Annabelle Sher—. No la conocíamos hasta el día en que los Sher la trajeron a nuestra casa […] Yo me sentaba a su lado durante la cena. Comió tanto que no me lo podía creer. Nunca he visto a un ser humano comer tanto como Oprah […] Paul Yates [director general de WJZ] me habló de su aventura con Tim Watts y de lo desgraciada que se sentía.»
A Oprah no le importaba que la vieran en público con un hombre casado, pero cuando descubrió que, además, él tenía una aventura con una joven rubia y guapa, dijo que se sintió «destrozada» al saber que la «traicionaba».
«Mi relación con Tim empezó en 1980 (en mitad de la que él tenía con Oprah) —declaró Judy Lee Colteryahn, hija de Lloyd Colteryahn, ex estrella de fútbol de la Universidad de Maryland, que jugaba con los Baltimore Colts—. Tim siempre decía que Oprah no debía enterarse de lo nuestro porque arruinaría sus posibilidades profesionales [con ella] […] Me hizo creer que sólo la veía para conseguir un trabajo en Channel 13 […] Consiguió un programa semanal, los domingos, durante un tiempo. […] Así que, al principio, yo no presté mucha atención, pero luego mis amigos empezaron a ver a Tim y Oprah cenando en The Rusty Scupper, cuando se suponía que estaba conmigo… Jugaba a baloncesto en el equipo de la emisora los viernes por la noche, así que una noche entré en el gimnasio (sin avisar) justo cuando se acababa el partido. Vi que Tim iba a las gradas con sus botas de vaquero y se las daba a Oprah. Se inclinó hacia ella, le susurró algo al oído y ella empezó a dirigirse a la salida con sus botas. Entonces él me vio. “¿Qué estás haciendo aquí? Tienes que irte a casa ahora mismo. Ya pasaré más tarde.” Fue entonces cuando empecé a sentir celos de Oprah… Luego encontré las tarjetas de crédito de ella en los bolsillos de Tim… La verdad es que lo cuidaba muy bien… Él siempre estaba sin blanca… Pero más tarde, le devolvió el favor manteniendo la boca cerrada.»
Cuando Oprah se hizo famosa, los medios de comunicación persiguieron a Watts y ofrecieron pagarle por la historia de su aventura amorosa con Oprah, incluyendo detalles sobre su consumo de drogas. Watts «llamó a Oprah, le dijo que no quería contar nada, pero que andaba mal de dinero —comentó Judy Colteryahn—. Le dijo: “Míralo desde mi punto de vista: no quiero hablar con esa gente, pero me vendría muy bien algo de dinero. Tengo hijos, tengo facturas, pero soy tu amigo… ¿Cómo podemos arreglarlo?”. Esto es lo que él me contó.»
«Aquellas navidades [1989], en Baltimore, Gayle King le entregó a Tim una caja envuelta como un regalo, y él me llamó a la Costa Este, donde yo estaba con mis padres. Dijo: “Oprah se ha portado. Por todo lo alto. De verdad que se ha portado. Cincuenta mil dólares, en efectivo. Trae acá tu culo. Nos vamos por ahí a celebrar la Nochevieja”».
»Como es natural, cogí el coche y volví directamente a Baltimore. Al igual que Oprah, yo también estaba siempre disponible para Tim. Y al igual que ella, yo también estaba siempre asomada a la ventana esperando que apareciera en su Datsun azul. Pero […] ella fue más lista que yo: sólo malgastó cinco años de su vida con él; yo malgasté más […] No tenía intención de enamorarme de un negro […] Tim tiene la piel muy clara, así que les decía a mis amigos que era mulato […] Estuve a punto de desmayarme cundo vi una foto de Stedman Graham, porque era clavado a Tim: alto (1,96 o 1,98), guapo, con bigote y la piel muy clara. Pensé: “Vaya. Oprah ha encontrado una réplica de Tim en Stedman”.»
Aquella Nochevieja, los 50.000 dólares en efectivo, regalo de Oprah, financiaron el viaje de su ex amante a Atlantic City, con Judy Colteryahn. «Tim contrató una limusina, nos alojamos en un gran hotel de lujo y nos hicimos con asientos de primera fila en Remo, un club de jazz negro… Entonces, pensé que Tim era un tipo estupendo por no vender a Oprah; sobre todo en lo de las drogas, pues en aquellos días consumíamos constantemente. […] Ahora que tengo más años, me doy cuenta del poder que tenía Oprah y de lo que podía haber hecho. Así que, probablemente, los dos tenían una soga al cuello del otro.
«Le pregunté qué podía decir (a los medios de comunicación) para que Oprah le pagara cincuenta mil dólares para comprar su silencio… Era un montón de dinero entonces (50.000 dólares de 1989 equivalen a 86.506,85 dólares de 2009) […] Sentía curiosidad por enterarme de qué sabía de ella… Dijo que ella no quería que hablara de que su hermano era gay [Jeffrey Lee murió de sida el 22 de diciembre de 1989]. No pasa nada por tener un hermano homosexual, pero al parecer a Oprah sí le importaba […] Tim dijo también que sabía algo de unas aventuras lésbicas o lo que fuera […] Pero es lo único que me dijo y nunca más hablamos de ello».
Oprah nunca reveló que Tim Watts fue el hombre que la había hundido en la miseria aquellos años. En las dos décadas siguientes, se refirió a él en televisión como un «capullo», hablando, con frecuencia, a los telespectadores de las degradaciones que había sufrido por su causa: «Estaba enamorada; era una obsesión —confesó—. Era una de esas mujeres enfermas que creen que la vida no vale nada sin un hombre […] Cuanto más me rechazaba él, más lo quería yo. Me sentía exhausta, impotente […] No hay nada peor que el rechazo. Es peor que la muerte. A veces, llegaba a desear que aquel hombre muriera, porque así, por lo menos, podría ir a su tumba a visitarla […] Estaba en el suelo, de rodillas, llorando tanto que tenía los ojos hinchados […] y, entonces, me di cuenta. Comprendí que no había ninguna diferencia entre una mujer maltratada, que tiene que ir a un refugio, y yo, sólo que yo podía quedarme en casa».
Las mujeres afroamericanas comprenden a la perfección la mentalidad de esclavas que lleva a hermanas como Oprah a entregarlo todo, con una total subordinación, a un hombre. Una amiga explicó la obsesión de Oprah por Tim Watts y el rechazo de éste, citando Una bendición, la novela de Toni Morrison, en la cual un hombre negro liberado rechaza a una mujer esclava por no ser dueña de sí misma y por ser esclava de su deseo por él. Oprah trataba de luchar contra su mentalidad de esclava, pero reconocía que, a lo largo de los años, le costaba mucho no rendirse: «Siempre hay un pequeño conflicto interno, mínimo, diminuto, que dice: “¿No te parece que ya tienes bastante? ¿Por qué sigues insistiendo? Ese conflicto proviene de la falta de autoestima, de lo que yo considero una mentalidad de esclavos. —Tres años después, seguía batallando contra esa mentalidad—. Cada año le pido algo a Dios. El año pasado fue amor. Este año será libertad…, verme libre de todo lo que me ha mantenido esclava».
Oprah seguía herida en lo más vivo por el rechazo de Watts cuando habló con la revista Cosmopolitan, en 1986: «Si empiezo a hablar sobre eso, me pondré a llorar. Pero le diré algo: nunca más pasaré por algo así. La próxima vez que alguien me diga que no es bueno para mí, lo creeré. No pensaré: «Bueno, quizá yo sea demasiado exigente o no hable bastante con él, quizá, quizá, quizá. No voy a volver corriendo a casa para estar con él, sólo para no saber nada de él hasta medianoche. Ah, no. Es demasiado doloroso”».
Incluso cuando era supuestamente feliz con su compromiso con Stedman Graham, continuaba hablando de sus años de humillación con Tim Watts. En 1994, le dijo a Entertainment Weekly que había estado repasando su diario de aquel tiempo y que había sentido mucha tristeza al leer sus patéticas reflexiones: «“Tal vez si fuera lo bastante rica o lo bastante famosa, o fuera ingeniosa, inteligente o sabia, entonces podría ser suficiente para ti. ¡Hablo de un hombre al que le quitaba las pepitas de la sandía para que no tuviera que escupirlas!».
Veinte años después de su aventura, seguía hablando de él, incapaz de dejar el pasado en paz. En el año 2005, le dijo a Tina Turner: «Acabo de tropezarme con una carta que escribí a los veintitantos, cuando vivía una relación de maltrato emocional. Escribí doce páginas a uno de los capullos más grandes de todos los tiempos. Tenía que quemar la carta. No quiero que quede constancia de lo digna de lástima que era». Y al año siguiente, en 2006, dijo en una entrevista publicada en el The Daily Mail, de Londres: «Nunca me pondré en una situación en la que ame a alguien más que a mí misma, en la que le entregue mi poder a otro. Nunca me pondré en una situación en la que me suba al coche y lo siga para ver si va adonde ha dicho que iba. Y nunca más me pondré en una situación en que mire en sus bolsillos o en su cartera o controle con quien habla por teléfono. Y nunca me pondré en una situación en la que, si me miente más de una vez, no ponga fin a la relación».
Durante su relación con Watts, Oprah vivía bien en Baltimore pues entonces ganaba 100.000 dólares al año. Se describió como joven, atractiva y todavía delgada. «Tenía muchas cosas a mi favor, pero seguía pensando que no era nada sin un hombre.» Se había trasladado a un bonito piso de dos habitaciones, en Cross Keys, y se había comprado un BMW. «Todavía recuerdo un día en el que habíamos salido y transfirió cinco mil dólares de su cuenta de ahorro a su cuenta corriente, sólo por el placer de hacerlo», contaba Barbara Hamm.
Profesionalmente, la estrella de Oprah relucía. Richard Sher y ella se habían convertido en los favoritos de Baltimore y en los índices de audiencia locales su programa sacaba una ventaja cada vez mayor al de Phil Donahue. Tenían tanto éxito que los productores decidieron pasar a una difusión amplia, lo cual para Oprah equivalía a dinero a lo grande y reconocimiento nacional. Fue la principal razón de que se quedara en WJZ, después de que sus amigas Maria Shriver y Gayle King se trasladaran a mercados más grandes.
Oprah y Richard tenían el mismo agente, Ron Shapiro («Se pronuncia Sha-pai-rou», instruía el abogado), y Oprah insistió en que él incluyera en su nuevo contrato que si no estaba trabajando en un programa sindicado podía marcharse de la emisora al cabo de dos años (1983), en lugar de tres. Tan seguros estaban todos del éxito de la sindicación que firmaron la cláusula sin poner ninguna objeción.
En marzo de 1981, el equipo de People Are Talking fue a Nueva York para participar en la convención anual de la NATPE (National Association of Television Program Executives), donde se cierran los tratos de sindicación. Alquilaron una suite en el Hilton, y la decoraron con carteles que decían: «El programa que vence a Donahue». Richard y Oprah recibían a los ejecutivos encargados de programación de todo el país y vendieron el programa a Rockford (Illinois), Minneapolis (Minnesota) y Sacramento (California), además de conseguir posibles acuerdos en Milwaukee (Wisconsin), Bangor (Maine), Santa Rosa (California) y Casper (Wyoming). Por desgracia, ninguno de los posibles compradores era una emisoria número uno, que les ofreciera un buen horario, pero los productores seguían animados.
Anticipando el paso a nacional, Arleen Weiner contrató a una consultora de imagen para ayudar a Oprah a conseguir un aspecto más sofisticado. Hasta aquel momento compraba en pequeñas tiendas como The Bead Experience. «Estábamos cerca de WJZ, teníamos esa clase de tienda de talla única y túnicas flotantes, como de gasa, y caftanes y pantalones palazzo —dijo Susan Rome, que tenía dieciséis años cuando atendía a Oprah—. Traté de convencerla para que no comprara siempre ropa de señora gorda, en colores oscuros, porque no estaba realmente gorda, sólo un poco maciza, llenita, pero se sentía muy incómoda con su talla.»
Cuando llegó la consultora de imagen contratada, fue al piso de Oprah y arremetió contra su guardarropa. «Me contrataron para darle unos modelos más fáciles y cómodos, y un aspecto más elegante, pero que siguiera encajando en Peoria —dijo Ellen Lightman—. Al principio, había cierto nerviosismo por su parte, lo cual es natural en alguien a quien le han dicho que debe poner al día su estilo y mejorar su imagen… Retiramos todos sus tonos beige y camello y la convencimos para que usara tonos joya y ropa que le sentara mejor y favoreciera más su figura llenita.»
Para aumentar sus índices de audiencia, el programa empezó a atraer a más famosos, lo cual le dio a Oprah la oportunidad de conocer y entrevistar a Muhammad Alí, Maya Angelou, Pearl Bailey, Dick Cavett, Uri Geller, Jesse Jackson, Erica Jong, Ted Koppel, Barry Levinson y Arnold Schwarzenegger. Fue así como People Are Talking se convirtió en parada obligatoria para los autores que hacían giras de promoción de sus libros. «Recuerdo que Oprah me entrevistó el día después de que Ronald Reagan fuera elegido presidente —declaró el escritor Paul Dickson—. Durante una pausa para los anuncios, Oprah habló de lo desastroso que Reagan iba a ser para el país. Estaba muy enfadada. “Este hombre no será bueno para mi gente”, afirmó.»
Pero no dijo nada en antena porque, por contrato, tenía prohibido expresar públicamente cualquier opinión política.
Al cabo de seis meses, los productores ya tenían claro que no se iba a producir una difusión nacional. En su momento culminante, sólo 17 estaciones emitían el programa. Pese a la gran calidez que Oprah tenía en antena, People Are Talking era demasiado localista para pasar a nacional.
«El director general, después de mí, era Art Kern, y vendió el programa a media docena de emisoras, pero tropezó con resistencias dentro de Westinghouse —dijo William F. Baker, por aquel entonces presidente del Grupo Westinghouse—. El hombre de Hollywood, que estaba por debajo de mí no creía que Oprah diera la talla como presentadora de un programa de entrevistas […] Dije a los de Baltimore que no podíamos perder a Oprah, porque era un activo muy importante, pero Baltimore era nuestra emisora más pequeña, así que yo le prestaba menos atención que a las demás.»
El lunes 7 de septiembre de 1981 apareció el temido titular en la sección de radio y televisión de The Baltimore Sun: «People Are Talking fracasa como programa sindicado». Richard Sher sufrió una decepción, pero Oprah quedó destrozada; era su segundo gran fracaso público en Baltimore. Aquella noche tuvo otra pelea con Tim Watts y él se marchó, cerrándole la puerta con un portazo en las narices.
«Tu problema, muñeca, es que crees que eres especial», la acusó Watts. Oprah recordaba que estaba en el suelo, llorando y repitiendo: «”No lo soy, por favor. No creo ser especial. No lo creo, por favor, vuelve”. Luego mientras trataba de levantarme, me vi en el espejo y lo que vi fue una imagen de mi madre, y me acordé de cómo lloraba a gritos una noche cuando su novio la dejó. Y me acordé de mi prima, Alice, que decía: “No pasa nada. Volverá”. Esa misma prima vivía una relación con malos tratos. Su pareja la había tirado escaleras abajo y le había roto la pierna y los brazos y, a pesar de eso, lo había aceptado de nuevo. Me vi en el espejo, a través de sus ojos. Siempre decía que no sería una mujer maltratada. Que no lloraría por ningún hombre. Y cuando me oí diciendo: “Vuelve. No me creo especial”, comprendí que era en eso en lo que me había convertido. Me levanté, me lavé la cara y me dije: “Se acabó”.»
El 8 de septiembre de 1981, a las ocho y media de la tarde, escribió una nota a Gayle King diciendo que tanto personal como profesionalmente su vida no parecía valer la pena: «Estoy tan deprimida que quiero morirme», escribió. Le explicaba a Gayle dónde estaban su testamento y sus pólizas de seguro. «Incluso le pedí que regara las plantas —comentaría Oprah más adelante. Le contó a la escritora Barbara Grizzuti Harrison que no había pensado en los medios y maneras de causarse la muerte—. Ni siquiera tenía el valor para poner fin a la relación», le dijo. Años más tarde, Gayle le devolvió la nota a Oprah, que declaró: «Ahora lo veo como un grito de autocompasión. Nunca habría tenido el valor de hacerlo —le confesó al público—: Toda esa idea de que te vas a matar y todos van a estar allí llorándote; no es así como pasa en la realidad. Comprendí que, incluso si él acudía a mi funeral, continuaría con la otra chica y con su vida, y seguiría siendo feliz».
En aquel momento, el doble golpe de perder la difusión nacional y, además, al amor de su vida, parecía insoportable. Sus amigos estaban tan preocupados que la vigilaban en silencio temiendo que intentara suicidarse, uno de ellos le aconsejó, con tacto, que acudiera a psicoterapia, pero Oprah se negó. «Estaba tan absolutamente decidida a ser dueña de mí misma que no quise buscar terapia», dijo. Su único solaz era su estatus de estrella local en Baltimore. «La conocían y la querían en toda la ciudad —dijo Eileen Solomon, ex productora ejecutiva de WJZ—. En aquella época, Baltimore seguía siendo una población pequeña que se veía a la sombra de Washington y tenía una sensibilidad obrera.» Y Oprah era su reina.
«Era alguien muy importante aquí —afirmó Bob Leffler—, y somos una ciudad de deportes, donde las máximas celebridades son estrellas del béisbol y el fútbol. […] Recuerdo la fiesta de primavera de Oprah y Ron Shapiro, donde nadie hacía caso a miembros legendarios del equipo de los Orioles, como Eddie Murray y Jim Palmer. A quien rodeaban era a ella… Bueno, eso significa algo en Baltimore.»
Un hecho que muestra la popularidad que tenía Oprah es que las estudiantes de Goucher, una prestigiosa universidad femenina de Maryland, la eligieron para que pronunciara el discurso de la ceremonia de graduación de 1981, un gran honor para una mujer de veintisiete años, sólo cinco años mayor que casi todas las graduadas. Les habló de sus sueños, de cuando era niña en Misisipí y deseaba lo que ellas tenían: la oportunidad de ir a una buena escuela, graduarse y empezar la vida con la expectativa de que sus sueños se harían realidad: «Cuando tuve la edad o la sensatez suficientes para saber que no podía ser como vosotras, quise ser Diana Ross o, por lo menos, alguna Supreme». Oprah dijo que finalmente comprendió que eso tampoco iba a ser posible, así que aprendió a aceptar los factores que la diferenciaban: sexo, raza, educación, talento, dinero y familia. Añadió que incluso con todas las diferencias que la separaban de ellas, las graduadas de Groucher, eran más parecidas que diferentes en su lucha por ser buenas personas. Afirmó que esa lucha era más dura para ellas como mujeres, impotentes en un mundo de hombres.
Como si se estuviera aconsejando a sí misma, instó a las graduadas a cultivarse. «Porque, a diferencia de nuestras madres, sabemos que para cuando alcancemos la mediana edad hay más de un 50 por ciento de probabilidades de que no estemos casadas, divorciadas, viudas o separadas. Así que no podemos negar lo evidente. Tenemos que cuidar de nosotras mismas.»
Su experiencia como mujer maltratada emocionalmente parecía impregnar su discurso: «Creo que soy una mujer negra a la que han vuelto impotente. Alguien de quien otros se han aprovechado, otros que no sólo no eran razonables, sino que eran sencillamente injustos. Impotente porque seguía tratando de gustar a personas que ni siquieran se gustaban a sí mismas. ¡Impotente! Porque creía que el mundo era un gran concurso de popularidad que yo tenía que ganar como mujer… como ser humano».
Como había crecido viendo The Donna Reed Show, Oprah pinchó, con tacto, el globo de fantasía de chicas como ella misma, que se imaginaban creciendo, convirtiéndose en Donna Reed y viviendo feliz por siempre jamás, como esposas y madres. Les dijo que no creyeran que el Señor Perfecto era la respuesta a sus plegarias. Recitó un poema de Carolyn Rodgers sobre las mujeres solitarias e impotentes porque juzgan su propia valía por la clase de hombres a la que atraen. Habló de las desigualdades con las que tropiezan las mujeres en el mercado laboral, donde, por el mismo trabajo, ganan menos dinero que los hombres. Como habían vivido un embarazo secreto y no deseado, reprochó a los hombres el que elaboraran leyes que negaban a las mujeres el derecho a elegir lo que querían hacer con su propio cuerpo. No usó la palabra ‘aborto’, pero dijo que esos mismos hombres les negaban la igualdad, y ello las sumía en la impotencia. Su público, blanco y rico, la vitoreó cuando repitió las palabras de los esclavos: «Nadie es libre hasta que todos seamos libres». Recitó «Phenomenal Woman», el poema de Maya Angelou, y concluyó con las orgullosas palabras de Sojourner Truth: «Dondequiera que voy, quieren hablarme de los derechos de las mujeres. Les digo lo mismo que os digo a vosotros. Me parece que si una única mujer, Eva, pudo, ella sola, poner este mundo patas arriba, entonces todas nosotras, las mujeres que estamos aquí reunidas, tendríamos que poder enderezarlo. Y ahora que pedimos hacerlo, más vale que todos vosotros, los hombres, nos dejéis». La ovación fue larga, fuerte y merecida. Aunque Oprah pronunciaría muchos otros discursos de graduación a lo largo de los años, ninguno fue tan sincero como aquel primero en Goucher College.
Más o menos por la misma época, Oprah y Judy Colteryahn tuvieron que enfrentrarse a la noticia de que su amante había dejado embarazada a Donna, su mujer, y que iba a tener un segundo hijo varón. Más adelante, Tim Watts tendría otro hijo con una mujer que no era su esposa. Los registros de los tribunales indican que tuvo dos hijos fuera del matrimonio, más dos hijos con Donna, que al final se divorció de él. «Cuando nació su hija, el día del cumpleaños de Oprah [29 de enero], Tim me dijo que Oprah se lo tomó como una señal de que Dios la había perdonado —contó Judy Colteryahn. Había tenido que poner fin a un embarazo y daba por sentado que a Oprah le había pasado lo mismo—. Se convirtió en la madrina honoraria de la niña y, cuando su perra tuvo cachorros, hizo ir a Tim y a la pequeña en avión a Nueva York para regalarles un cachorro. Tim me enseñó las fotos de todos ellos de pie delante del hotel Waldorf-Astoria.»
Pese a su anterior resolución, Oprah reanudó su inestable relación con Watts, en 1981, pero esta vez procuró protegerse con una carga de trabajo que le dejara menos tiempo para pensar en él. «Recuerdo que esperaba sus llamadas telefónicas y no quería abrir los grifos del baño por miedo a no oír el teléfono», dijo. A pesar de todo, se despertó en su vigésimo octavo cumpleaños y lloró durante horas porque no tenía a nadie con quien compartir su vida. Entre 1982 y 1983 Oprah aparecía en televisión tres veces al día: «Hacía las noticias de primera hora de la mañana, el programa de entrevistas de una hora y luego las noticias del mediodía —comentó Eileen Solomon—. Es una cantidad de trabajo increíble, todos los días, pero lo hacía, y ganaba a la competencia, en todas sus franjas horarias».
En 1983, Oprah tenía que decidir entre renovar el contrato con WJZ y seguir siendo una gran estrella pero en un cielo pequeño o bien intentar buscar otro trabajo. Estaba ante un dilema, sobre todo después de que Debra DiMaio, una de sus productoras favoritas, se marchara a Chicago. Cuando Oprah estaba a punto de firmar un nuevo contrato, DiMaio la llamó y le pidió que esperara. Dijo que se iba a presentar la posibilidad de un trabajo estupendo, porque Robb Weller dejaba A. M. Chicago: « Por el amor de Dios, no firmes todavía», le dijo DiMaio y la animó a enviar una cinta y un currículum a WLS. El Día del Trabajo, Oprah volaba a Chicago para una entrevista oficial.
Antes de la entrevista, estando Oprah en la habitación del hotel, vio el programa. «No lo había visto antes —dijo y añadió que no la impresionó—. Hacían galletas y te contaban lo último en técnicas de mascarillas.» Cuando fue a la entrevista, le dijo a la dirección de WLS que su programa no valía nada. «¡Demasiado frívolo! Mi mejor carta es la variedad: un sustituto sexual un día, Donny y Marie Osmond, al siguiente. Luego el Klan».






