Primer hogar de Oprah Winfrey 17 страница

Después de llenar sus días, reservaba sus noches y fines de semana para sesiones fotográficas, entrevistas y apariciones públicas. «Ni siquiera hacer el programa de entrevistas número uno es suficiente, para mí es como respirar; necesito algo más», declaró. Quería que Stedman la acompañara a todas partes, como para exhibirlo y, quizá también, para demostrar que podía atraer a un hombre que estaba tan bueno.

Cuando llevaban un año de relación, sufrieron el ataque de la primera de las muchas «exclusivas» de los tabloides; en ésta afirmaban que Stedman había cancelado su boda. Oprah que no había aprendido a hacer oídos sordos a ese tipo de prensa, se puso hecha una furia y denunció el artículo en su programa y ante todos los periodistas a su alcance.

«Es indignante —dijo a Bill Carter, de The Baltimore Sun —. Íbamos a demandarlos hasta que la revista prometió retractarse. El artículo decía que me había dejado plantada, que yo no paraba de llorar y que pensaba pedir una excedencia del programa. Que estaba destrozada y resentida. Y hablaban del vestido de boda que no podría ponerme hasta perder peso. Ha sido lo peor que he leído nunca. No recuerdo haberme sentido tan mal. Porque la gente lo creía y por la clase de imagen que no sólo he creado, sino en la que creo: mujeres que son responsables de sí mismas. Por eso, el que te retraten hecha pedazos porque te ha dejado plantada un hombre… Eso fue demasiado. Fue incluso peor que lo del traje de boda».

Le dijo al periodista que había llamado a Jackie Onassis en busca de consuelo. «Ella me había llamado antes para hablar de la posibilidad de hacer un libro —contó Oprah—, y me dijo que no puedo controlar lo que otros escriben.»

La conversación con Jacqueline Onassis está debidamente recogida en el artículo de Carter. «Parece que hay un lado de Oprah que quiere que te enteres de toda la gente fabulosa con la que su fama la ha puesto en contacto —escribió—. Es una de las personas más impresionantes de los Estados Unidos en lo que respecta a su capacidad para mencionar a gente importante para darse aires: la llamada a Jackie O.; el programa con Eddie (Murphy); la cena en Nueva York, en una mesa junto a la de Cal [Klein]; el acuerdo para los derechos cinematográficos con Quince [Jones]».

Sin embargo, Oprah se apresuró a asegurarle al periodista que, pese a toda su nueva riqueza y fama, y sus amigos célebres, seguía siendo tan normal y corriente como los que veían su programa y la querían tanto. «De verdad, sigo pensando que soy como cualquier otra —afirmó—. Soy sólo yo misma.»

1. Dícese del hombre que siempre anda dando vueltas alrededor de los atletas o deportistas en general, creyendo que esto lo situará en un nivel social más alto. (N. de la T.)

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Cuando, el 12 de enero de 1987, Oprah apareció en la portada de la revista People, alcanzó la cima como centro de todas las miradas. Fue la primera de sus 12 portadas en People, en veinte años, un número que la situaba en la misma categoría que la princesa Diana (52 portadas), Julia Roberts (21 portadas), Michael Jackson (18 portadas) y Elizabeth Taylor (14 portadas). Que la crónica de las celebridades la coronara la convirtió, al instante, en un icono de la cultura popular, y no cabía en sí de alegría. Los que la rodeaban no estaban tan contentos.

Le amargó la vida a su familia al hablar en el artículo de los abusos sexuales que sufrió de adolescente, algo que ellos continuaron negando. Molestó a las víctimas de abusos en la infancia al decir que la atención recibida le había parecido agradable y que mucha de la confusión y culpa por los abusos sexuales es debida a que «te hace sentir bien». Insultó a sus hermanas con sobrepeso diciendo: «Hay mujeres, siempre mujeres negras, de 135 a 180 kilos, que se me acercan anadeando, bamboleándose calle abajo, y me dicen: “¿Sabes?, siempre me confunden contigo”. Las veo venir. Me digo: “Aquí llega otra que cree que se me parece”». Se ganó la enemistad de su alma máter por su repetido «la odiaba, la odiaba, la odiaba», al referirse a la universidad estatal de Tennessee, y por sus referencias a lo incómoda que se sentía cuando la abordaba alguien de sus días universitarios.

En respuesta a sus hirientes comentarios, su familia guardó silencio; las víctimas de abusos en la infancia se callaron; las mujeres obesas se mordieron la lengua y la Universidad Estatal de Tennessee (TSU) se puso panza arriba y la invitó a pronunciar el discurso de la ceremonia de entrega de diplomas. Fue el primer vislumbre del nuevo traje de la emperadora. Como diría Oprah años más tarde: «En esta sociedad nadie te escucha, a menos que tengas joyas lujosas, dinero, poder e influencia». Habiendo adquirido todo eso y más, ahora ejercía una mareante clase de poder que obligaba a muchos a callar, incluso a doblar la rodilla, frente a los insultos.

La invitación de la TSU resultó una pesada carga para muchos. Renard A. Hirsch, sénior, abogado de Nashville, escribió una carta al director del periódico The Tennessean, el medio escrito más importante de la ciudad, diciendo que había ido a la escuela con Oprah y no recordaba la ira que, según ella, imperaba allí. Otros estudiantes de la TSU se molestaron también. Greg Carr, presidente del organismo de gobierno estudiantil, dijo que Oprah «hablaba de la TSU como un perro». Roderick McDavis (de la promoción de 1986) escribió una carta al director de The Meter, el periódico de los estudiantes, diciendo: «Algunos trabajamos demasiado duro en la TSU como para que ahora venga alguien que no acabó los estudios y degrade y desacredite nuestra escuela». A falta de tres horas de créditos, Oprah no llegó a graduarse en la TSU.

El director de The Meter, Jerry Ingram, reconoció las reacciones negativas que Oprah había despertado: «Algunas personas se escandalizaron… Si dijo aquello en People, se preguntan qué dirá en la entrega de diplomas».

Unos cuantos estudiantes que pensaron que Oprah trataba de congraciarse con el público blanco con comentarios sobre negros «furiosos» pronosticaron que cuando Oprah llegara al campus recibiría un alud de silbidos y abucheos. El escándalo en la TSU surgió no sólo porque una mujer negra había denigrado a una universidad históricamente negra y puesto a los estudiantes a la defensiva, sino porque era la mujer negra más famosa del país y los había vilipendiado en una revista nacional que llegaba a veinte millones de personas. Las palabras de Oprah fueron particularmente hirientes porque la TSU, acuciada, en aquellos momentos, por unas instalaciones inadecuadas y unos programas malos, se estaba sometiendo, por orden judicial, a un plan para erradicar los perniciosos efectos de la segregación, que tardaría otros nueve años en completarse.

Es interesante constatar que la universidad no ofreció a Oprah ningún título honorífico, lo cual suele ser lo más habitual para los oradores del día de la graduación. En cambio, le ofrecieron una placa «en reconocimiento a la excelencia en la televisión y el cine». A su vez, Oprah les pidió el título universitario que le habían negado en 1975. La TSU aceptó entregarle un diploma y graduarla con la clase de 1987, si escribía un trabajo para cumplir con los requisitos. (Al parecer lo hizo, aunque la universidad no quiso confirmarlo ni Oprah tampoco.)

El 2 de mayo de 1987, día de la graduación, fue un sueño hecho realidad para Vernon Winfrey, que tenía, por fin, a alguien de la familia con un título universitario: «A pesar de que he hecho unas cuantas cosas en mi vida —bromeó Oprah en su discurso—, cada vez que llamaba a casa, mi padre decía: “¿Cuándo vas a conseguir ese título? No valdrás nada sin ese título…”. Así que hoy es un día muy especial para mi padre». Agitó el diploma en dirección a Vernon, que sonreía de oreja a oreja en la primera fila.

Oprah llegó a Nashville como una estrella de cine. Dijo a los periodistas que había volado, con su séquito, en un reactor alquilado y que en el aeropuerto la estaban esperando dos limusinas grises. Entró en el campus, con unos zapatos de tacones altos, de un brillante charol amarillo, a conjunto con la banda también amarilla que llevaba sobre la toga negra de graduación. Encandiló al público con su discurso; una mezcla de intenso fervor religioso y divertido buen humor. Mitigó lo hiriente de sus comentarios en People con el anuncio de sus planes para financiar diez becas, con el nombre de su padre. Tres meses más tarde, cuando extendió el primer cheque (50.000 dólares), pidió a la universidad que enviara a alguien en avión a Chicago para recogerlo y fotografiarse con ella, unas fotos que pasó a Associated Press. «Esta donación es, sin duda, un hecho histórico para nosotros, porque no habíamos tenido un apoyo de esta clase en el pasado», dijo el doctor Calvin O. Atchison, director ejecutivo de la TSU Foundation, reconociendo que la donación de Oprah era la más elevada que la universidad había recibido nunca.

Durante los ocho años siguientes, Oprah se comprometió a dotar de fondos a las becas, que lo cubrían todo, comida, alojamiento, libros y enseñanza, más el dinero para gastos varios del becado. Eligió a los ganadores de la beca de una lista de estudiantes nuevos y se aseguró de que todos conocieran el requisito de mantener una media de B. Cuando un par de ellos bajaron de nota, les escribió: «Entiendo que el primer año es difícil de verdad y que hay que adaptarse a muchas cosas. Creo en ti. Todos acordamos que la media sería de 3, no de 2,483, y quiero que mantengas tu parte del acuerdo, porque yo tengo intención de mantener la mía».

Pero sus buenas intenciones fracasaron en 1995, cuando una de las estudiantes becadas acusó a Vernon Winfrey de acoso sexual, después de acudir a él en busca de ayuda para conseguir fondos adicionales. «Necesitaba el dinero para asistir a unas clases de verano de microbiología —contó Pamela D. Kennedy—. El señor Winfrey [era] amigo de la familia y me pidió que me reuniera con él en su barbería. Yo esperaba que fuera un encuentro breve.»

Al cabo de veinticinco minutos, según afirmó la estudiante, Vernon, que entonces tenía sesenta y dos años, se disculpó para ir al baño. Aseguró que al volver, se lo mostró todo e hizo un gesto obsceno antes de agarrarla, besarla y pedirle que lo tocara. «“Yo te estoy haciendo un favor —dijo Vernon—, y tú tienes que hacerme un favor a mí. Mañana es mi cumpleaños y podrías hacer feliz de verdad a un viejo. Vamos, bonita”.»

»En aquel momento supe que me había tendido una trampa —declaró Pamela—: me había hecho ir a la tienda a propósito, cuando estuviera cerrada, de modo que pudiéramos estar solos. Otras chicas podrían aceptarlo, pero yo no iba a prostituirme. Le dije: “¡Cómo se atreve! No me importa si es el padre de Oprah y puede ayudarme. Me niego a hacerlo con usted”.»

Pamela afirmó que en ese momento escapó corriendo de la barbería y que Vernon la persiguió por la calle, tratando de reparar el daño: «“Eh, cariño, espero que esto no eche a perder nuestra amistad”», decía.

El mismo día de los hechos, el 30 de enero de 1995, la estudiante, de veintiocho años, presentó una denuncia en la comisaría de policía de Nashville contra Vernon, ex miembro del Consejo Metropolitano. El delito de exhibicionismo acarreaba una multa de hasta 2.500 dólares y una pena de prisión de varios meses. Vernon negó los cargos. «Lamento el día en que dejé que esa chica pusiera los pies en mi barbería —declaró—. Está claro que lleva el símbolo del dólar en los ojos.»

Cuando el escándalo sexual llegó a la prensa, Oprah guardó silencio durante un par de días. Luego emitió una declaración, apoyando incondicionalmente a su padre: «Es uno de los hombres más honorables que conozco —afirmó—. En su vida, tanto personal como profesional, siempre ha tratado de hacer lo que correcto y ayudar a los demás».

Cuando la policía empezó a investigar a Vernon, Oprah envió abogados a Nashville para ayudarlo. La denunciante pasó la prueba del detector de mentiras, que se hizo pública, pero unas semanas más tarde, la fiscalía decidió que no había suficientes pruebas para demostrar la acusación más allá de toda duda razonable y desestimaron los cargos contra Vernon, en gran parte porque el abogado de la estudiante, Frank Thompson-McLeod, buscó el soborno de modo que retiraría los cargos si Vernon pagaba una cierta suma de dinero. El abogado fue detenido y perdió su licencia. Pamela D. Kennedy no fue acusada. «He llegado a la conclusión de que la codicia es la única razón de que haya hecho esto», dijo el juez, después de sentenciar al abogado a una pena de prisión de treinta días.

«Yo sabía, conociendo a Dios como lo conozco, que eso sería lo que pasaría —comentó Oprah—, pero no dejo de preguntarme: “¿Por qué ha pasado esto y qué se supone que tengo que aprender de ello?”.» La respuesta, creía, era lo que le había estado diciendo a su padre; que su fortuna y su fama eran tan inmensas que la gente trataría de utilizarlo a él para llegar hasta ella. «Mi padre sigue sin saber quién soy —le contó a Ebony, diciendo que Vernon no comprendía lo enorme que era su celebridad—. Por eso creo que tenía que pasarle algo así para que viera que no puede ser el señor simpático-simpático. —Añadió que se sentía culpable—. Si yo no fuera su hija, no le habría pasado nada de eso. —Pero mayor que la culpa era su preocupación por cómo la acusación podía afectarle—. Durante un tiempo estuve muy preocupada por él, porque pensaba que aquello iba a quebrantarle el ánimo.»

El escándalo sexual supuso el final de la participación de Oprah en la TSU y las becas Vernon Winfrey. «Lo intentaron todo para restablecer la conexión, pero ella se negó a volver a Nashville —dijo Brooks Parker, ex asesor del gobernador Donald K. Sundquist—. Propuse que el alcalde y el gobernador le enviaran una invitación, diciendo que le iban a conceder un premio especial, votado por la asamblea legislativa estatal, por ser la más destacada hija predilecta de Tennessee, o algo parecido […] Estaba pensado en algo como una celebración de toda la ciudad, que tendría lugar en el campus de la TSU […] Le pedí a Chris Clark, su primer jefe, que le escribiera una carta, y lo hizo, una gran carta. Luego le escribí yo, diciendo: “El estado y la ciudad están decididos a rendirle un digno homenaje”. Pero nunca contestó.»

Después de enviar su carta, Chris Clark, que sabe nadar y guardar la ropa, llamó a la secretaria de Oprah y le pidió que le dijera que no hiciera ningún caso de lo que le había escrito. «Le dije que había escrito la condenada carta porque tuve que hacerlo y que no le prestara ninguna atención. No tenía por qué volver a casa. Nadie más iba a recibir aquel premio. Era sólo un ardid publicitario para que fuera a Nashville y la asociaran con la TSU.» Así pues, Oprah rechazó el premio del gobernador.

Después de eso, Oprah volvió pocas veces a la ciudad excepto, en algunas ocasiones, para ver a su padre. «Cuando viene, envío a mi hijo adoptivo [Thomas Walker] a recogerla al aeropuerto, en su coche de la policía —dijo Vernon—. Trabaja en la comisaría del sheriff del condado de Davidson». Incluso en esas visitas imprevistas, cuando salen a almorzar, a Oprah le dan la lata pidiéndole dinero. «Fuimos a la cafetería —explica Barbara, la segunda esposa de Vernon—, y una mujer le pasó una nota pidiéndole 50.000 dólares». Oprah no hacía caso de la mayoría de peticiones de los líderes civiles de la ciudad para que colaborara en proyectos locales. «Nadie en Nashville puede llegar hasta ella —afirmó Paul Moore, de la William Morris Agency—. Ni siquiera Tipper Gore.»

La negativa actitud de Oprah hacia Nashville se hizo más evidente cuando, en mayo de 2010, las lluvias torrenciales inundaron la ciudad, causando diez muertos y unos daños materiales valorados en 1.500 millones de dólares. En ocasiones anteriores, Oprah había movilizado su organización benéfica Angel Network para donar un millón de dólares a Haití devastada por el terremoto de enero de 2010. Sin embargo ahora, cuatro meses más tarde de los hechos de Haití, Oprah no hizo prácticamente nada para ayudar a la gente de Nashville. Cierto es que invitó a Dolly Parton a su programa para solicitar fondos, pero no proporcionó una página en <www.oprah.com> con enlaces para hacer donaciones. Tampoco utilizó Twitter ni el blog de su página web para recaudar dinero y pedir ayuda. A algunos, ese desaire debió de sentarles como una bofetada.

Al mismo tiempo que Oprah dotaba de fondos las becas de la TSU, se convirtió en benefactora de Morehouse College, una escuela privada para hombres y alma máter de Martin Luther King, Jr., en Atlanta (Georgia). «Lo hice porque me importan los hombres negros, de verdad —afirmó—. Las dos últimas películas en las que he actuado (El color púrpura y El paria) no dejan muy bien a los hombres negros, pero en mi vida hay grandes hombres negros: mi padre y Stedman.»

Después de recibir un doctorado honoris causa de Morehouse, en 1988, Oprah creó el fondo para becas dotado por Oprah Winfrey, al cual donó 7 millones de dólares. «Cuando empecé a ganar dinero, mi sueño era pasarlo a otros, y quería enviar a cien hombres a Morehouse —dijo en 2004—. En este momento, estamos en 250 y quiero que lleguemos a mil.» Opinaba que cosechaba mucho más reconocimiento de los hombres de Morehouse de lo que nunca había recibido de la TSU.

Con los años, Oprah llegó a ser una oradora muy valorada en las entregas de diplomas de universidades, entre ellas Wesleyan, Stanford, Howard, Meharry, Wellesley y Duke. En cada discurso, citaba la relación especial que tenía con la universidad, a través de un amigo o pariente, y compartía su convicción de alcanzar la grandeza por medio del servicio. Siempre invocaba la gloria de Dios y la necesidad de alabarlo. Luego, en algún momento, descendía de lo elevado a lo terrenal.

Cuando su sobrina, Chrishaunda La’ttice Lee se graduó en Wesleyan, en 1998, Oprah se pasó una parte de su alocución de diez minutos hablando de «hacer pipí». «Lo único que recuerdo, al cabo de diez años, es a Oprah hablando de ella y el baño —dijo una alumna de la promoción de 1998—. Muy atípico en una entrega de diplomas.»

En el año 2008, en la graduación de la hija de Gayle King, Kirby Bumpus, en Stanford, Oprah citó a Martin Luther King, Jr., quien había dicho: «No todos pueden ser famosos». Luego añadió: «Hoy parece que todo el mundo quiere ser famoso. Pero la fama es un viaje. La gente te sigue hasta el baño; escuchan como haces pipí. Procuras hacer pipí sin hacer ruido. No importa. Van y dicen: “Oh, Dios mío, eres tú. Has hecho pipí”. Ése es el viaje a la fama; no sé si es lo que queréis».

Chica de pueblo, con un humor de urinario, a Oprah le gustaba escandalizar a los mojigatos anunciando, cada dos por tres, que tenía que «hacer pipí» o «ir a hacer pis, pipí, pipisote». Con los años suavizó lo rústico de sus modales y aprendió a comportarse en sociedad. Dominó la etiqueta de las notas de agradecimiento y el arte del regalo a la anfitriona, y daba instrucciones al público para que no llegaran nunca a casa de alguien con las manos vacías. «Llevad jabones, jabones buenos de verdad», aconsejó en una ocasión. Vapuleaba a los que mascaban chicle y a los fumadores, y siempre daba la propina adecuada. Enviaba lujosos ramos de flores en las ocasiones especiales y no olvidaba nunca el cumpleaños de sus amigos. Una vez, se gastó cuatro millones de dólares en el alquiler del yate Seabourn Pride para un crucero de una semana con doscientos invitados, para celebrar el setenta cumpleaños de Maya Angelou. Pero, pese a todos sus finos detalles sociales, en algunas ocasiones, Oprah seguía empleando expresiones groseras, y, de esas ocasiones, muchas, eran en público.

Algunos pensaban que estas meadas fuera de tiesto eran divertidas y parte del atractivo básico, terrenal de Oprah, quizás atribuibles a los años del retrete en el exterior, en Kosciusko, y de tener que vaciar el orinal. Otros, simplemente, creían que eran salidas de tono groseras, malsonantes e inapropiadas.

Ante un público de pago, en el Kennedy Center for the Nation’s Capital Distinguished Speakers Service, Oprah comentó sus momentos en un cubículo de los servicios del aeropuerto O’Hare. Una información parecida es la que Oprah ofreció ante las seis mil personas reunidas por la American Women’s Economic Development Corporation, en Nueva York. Entre citas inspiradoras de Sojourner Truth y Edna St. Vincent Millay, contó a una multitud atronadora: «Ni siquiera puedo orinar tranquilamente, ¿saben?, porque en todos los sitios adonde voy la gente que hay en los servicios quiere que les firme el papel higiénico».

En una ocasión, su deseo compulsivo de hablar de las funciones corporales dejó sin palabras a su mejor amiga, cuando se enteró de que Oprah había compartido con la audiencia de su programa nacional los detalles gráficos del momento del parto del segundo hijo de Gayle. «Dijo que me había hecho caca por toda la mesa durante el parto —recordaba Gayle, durante una sesión de preguntas y respuestas con Oprah—. Después de eso, la gente me paraba, de verdad, por la calle.»

«¿Sabes?, ahora, pensándolo mejor creo que quizá debería haber reflexionado antes de decir aquello —dijo Oprah—. Pero estaba hablando del embarazo, de lo que pasa realmente, y esa es una de las cosas que nunca te dicen. Gayle dice: “Bueno, mira…”»

«[Le dije] “la próxima vez que hables de cagar encima de una mesa, por favor, no menciones mi nombre” —dijo Gayle—. Por entonces, yo era presentadora de informativos [WSBF-TV, en Hartford (Connecticut)]. “Soy Gayle King, la presentadora de Eyewitness News. ” Y la gente decía: “Oye, te vi en las noticias. No sabía que te habías hecho caca por todas partes”.»

Durante un discurso en un almuerzo para recaudar fondos para el Museo del Holocausto, Oprah pasó un fragmento de película de su visita a Auschwitz (24 de mayo de 2006), con Elie Wiesel. El programa había sido anunciado en una chocante valla publicitaria, en Sunset Boulevard, de Los Ángeles, donde aparecía Oprah con una sonrisa deslumbrante, junto a la frase: «OPRAH VA A AUSCHWITZ. Miércoles, a las 15.00 h». Esta frase provocó duros comentarios en Internet.

«En realidad es un episodio de una serie en la que Oprah se va de gira por lugares históricos donde se cometieron atrocidades:

»¡Jueves, Oprah en Beach Blanket Bosnia[2]

»¡Alerta Hiroshima! Oprah aprende la diferencia entre sushi y sashimi … ¡oh!, y alguna cosilla más sobre el envenenamiento por radiación, el viernes.»

Por desgracia, la entrevista que Oprah le hizo a Elie Wiesel en ese viaje fue, según la valoración que hizo la web <www.frontpagemag.com>, «insulsa». Oprah parecía tonta mientras recorría los terrenos helados del campo de exterminio. «Ah —decía—. Increíble… ah… ah… increíble…»

Es cierto que la visión de los hornos utilizados para eliminar a seres humanos deja sin palabras, pero al entrevistar a Wiesel, Oprah sonaba como Doña Eco:

 

WIESEL: Había tres en cada camastro.

OPRAH: Tres en cada camastro…

WIESEL: Paja.

OPRAH: Paja…

WIESEL: Había árboles.

OPRAH: Había árboles…

WIESEL: Pero no los mirábamos.

OPRAH: Pero no los miraban.

 

Con frecuencia Oprah repite lo que dicen sus invitados, como si fuera una intérprete de Berlitz.

Más tarde, Oprah vendió los DVD de su viaje con Wiesel en The Oprah Store, en la acera que hay frente a su estudio, por 30 dólares cada uno; fue lo que un crítico denominó Holopasta.

Durante su discurso en el Museo del Holocausto habló de la devastación de los campos de concentración y luego, inexplicablemente, pasó a lo difícil que era ser famosa e ir a los urinarios públicos. Dijo que había utilizado los lavabos hacía un rato y que la persona del cubículo de al lado dijo: «Orinas como un caballo». A continuación, informó al público, que había ido para donar dinero en recuerdo de los seis millones de judíos que habían perecido en los campos de exterminio, que había decidido que, a partir de aquel momento, pondría montones de papel en el váter para ahogar el ruido que hacía al orinar. Robert Feder escribió en el Chicago Sun-Times que fue «una de las declaraciones más escandalosas» del año.

«No sé qué se apodera de Oprah y la hace hablar así, en los momentos más inapropiados —dijo Jewette Battles, que ayudó a organizar la visita de Oprah a Kosciusko en 1988—. Hizo algo parecido cuando volvió para inaugurar oficialmente la Oprah Winfrey Road […] Acudió toda la ciudad para agasajarla por el Día de Oprah Winfrey y el alcalde le entregó las llaves de la ciudad. Fue algo muy importante. […] Oprah es lo más grande que ha salido de Misisipí desde Elvis Presley. Así que, cuando subió al escenario del Attala County Coliseum, todos la aclamaban, felices de que estuviera allí y orgullosos de ella. […] Al principio, los hizo reír y […] luego, de repente, empezó a interpretar una obra sobre una esclava y la dueña de la plantación que la obliga a beber orina. […] No sé de dónde salió eso de la orina —si era algo del libro Jubilee o qué—, pero la gente estaba tan escandalizada que no se oía ni una mosca […] La gente no entendía cuál era el propósito de Oprah, a menos que fuera decir: “Miradme. Ya estoy en la cima…”. Y si era así, ¿quién puede culparla? Es difícil ser negra y pobre en los Estados Unidos, pero más tarde me pregunté si no hizo aquella representación para arrojarnos la esclavitud a la cara, como parte del abominable pasado de Misisipí […] Aunque la separan cinco generaciones de la esclavitud y era demasiado pequeña para que la maltrataran cuando estaba aquí, de niña […] Además, con los años las cosas han cambiado mucho en Misisipí […] Hemos superado… No tiene sentido restregárnoslo por la cara ahora.»


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