El fotógrafo había sido presentado a Oprah por Sugar Rautbord, parte del círculo social de Chicago, que estaba haciendo un «Preguntas y Respuestas» con ella, para la revista Interview, de Andy Warhol. «Andy —contó Sugar Rautbord— no paraba de preguntarme: “¿Por qué está tan enorme? ¿Por qué no es guapa?”. Así que decidí que tenía que fotografiarla como una estrella y eso es lo que hizo Victor. […] Oprah posó para la foto, pero luego me dijo que no le gustaba: “No soy una diva —dijo—. Soy una mujer corriente. No debo parecer más grandiosa que los demás”. Siempre se sintió agraviada por aquella foto. […]
»He ido al programa de Oprah once veces —dijo Sugar Rautbord—. La conocí antes de que se convirtiera en Oprah y ascendiera en el mundo. […] Tiene la gran cualidad de seguir adelante y ascender […] Incluso cuando trabajaba en la emisora local en Chicago, vi su gran ambición y quedé impresionado. […] Muy temprano, decidió que la única manera de tener una carrera de éxito y ganar dinero —dinero a lo grande— era borrar a maridos, hijos y viajes compartidos de la agenda de su vida. Ninguno de esos problemas alcanzan a Oprah en la esfera dorada donde vive. Sin embargo, aborda nuestros problemas de marido, hijos y viajes compartidos como si fueran también sus problemas, como si ella fuera, realmente una mujer vulgar y corriente. […] Es desconcertante».
Oprah prefería presentarse a los espectadores como uno de ellos y adoptó el éxito de Whitney Houston, «I’m Every Woman», como sintonía para su programa. Comprendía la importancia de mantener una imagen pública atractiva, razón por la cual insistía en controlar sus propias relaciones públicas, incluyendo todas sus fotografías. «‘Controlar ’ es la palabra operativa para Oprah —dijo Myrna Blyth, ex redactora-jefe de Ladies Home Journal—. Me parece que fuimos la primera revista femenina tradicional en tenerla en portada, y la hemos puesto muchas veces. En una ocasión, insistió en elegir a su propio fotógrafo, lo cual no es inusual. Muchos famosos lo hacen, pero después de la sesión, a Oprah no le gustó la foto, así que pidió otra sesión, con otro fotógrafo, a quien también eligió ella. Esto ya es más inusual, pero aceptamos, aunque fue muy caro con el segundo fotógrafo, pero queríamos complacerla. […] Compró todos los negativos del primer fotógrafo, para que no pudiera publicarlas en ningún otro sitio. Lo hace con todas sus fotos; por eso se ven tan pocas fotografías de Oprah que ella no quiera que se vean, excepto en los periódicos sensacionalistas».
Oprah le dijo a Ladies’ Home Journal que insistía en tener el control absoluto de todos los aspectos de su vida profesional: «Es difícil tener una relación con alguien como yo —reconoció—. Y cuanto mayor me hago, más dura me vuelvo […] Como controlo tantas cosas en mi vida, tengo que esforzarme por no ser controladora cuando estoy con Stedman». Confesó que siempre que van en coche a algún sitio, ella impone la ruta, segura de que conoce el camino mejor. Una vez, insistió tanto en que Stedman tomara un atajo que, al final, él cedió, a sabiendas de que la calle estaba cortada. «Cuando me di cuenta de que había sido una auténtica estúpida y que él me había dejado que lo fuera, le pregunté: “Pero ¿por qué no me has dicho, sencillamente, que la calle estaba cortada?”. Y él me contestó: “Me resulta más fácil llegar hasta el final de la calle y dar la vuelta que tratar de explicártelo, porque tú seguirías convencida de que no estaba cortada”. Fue entonces cuando comprendí: “Dios mío, estoy mal de verdad”».
La necesidad de control de Oprah se extendía a su padre, que solía irritarse bajo el yugo de su hija: «Oprah es el control absoluto —comentó el escritor freelance Roger Hitts—. Yo hablaba mucho con Zelma, su madrastra, pero Oprah impidió que siguiera haciéndolo. Les dijo a todos sus parientes: “No sois importantes. Sólo quieren hablar con vosotros porque quieren llegar a mí”. Asistí al funeral de Zelma [7 de noviembre de 1996], y Oprah pronunció el panegírico y se hizo cargo de todo. […] Lo mismo hizo cuando Vernon volvió a casarse, cuatro años después [16 de junio de 2000]. En la boda, pagada por Oprah, Vernon se mostraba hablador y accesible […] hasta que llegó ella. Entonces fue ella quien asumió el mando y empezó a decirle lo que tenía y lo que no tenía que hacer. No le dejaba hablar con nadie. Se hizo con el control absoluto de la situación. La boda se celebró según su horario. Llegó tarde, pero no se pudo empezar nada hasta que ella estuvo allí. En ese momento, sus guardaespaldas se hicieron cargo de todo, incluyendo sus familiares. […]
»Más tarde, charlé con Vernon. Seguía comunicativo, pero adusto, algo que tenía que ver con Oprah. Es un hombre bastante orgulloso, pero ha tenido que ceder mucho con ella. Le dice lo que puede y lo que no puede hacer, continuamente. Ella dicta su vida. Esa es su relación y a él le irrita».
Pero cuando aceptó presentar a las ganadoras del concurso de dobles de celebridades del Ladies’ Home Journal, Oprah no pudo controlar lo que iba a suceder. «Nunca se nos ocurrió especificar el sexo de los candidatos —dijo Myrna Blyth— y tampoco esperábamos que se presentara una doble de Oprah, pero vino alguien que era clavado a ella. Sólo después de anunciar a la ganadora (Jecquin Stitt), que había derrotado a las otras cuatro mil concursantes, descubrimos que el doble de Oprah era un hombre. […] Tuvimos que darle el premio porque era lo políticamente correcto.»
En la época del concurso, Stitt, que más tarde se sometería a una operación de cambio de sexo para convertirse en mujer, era un travesti conocido en Flint (Michigan), donde trabajaba como empleado de contabilidad para el Departamento de Aguas. «Era una reinona llameante —confesó Stitt—, pero aminoraba la luz de la antorcha en el trabajo.»
El premio para las ganadoras del concurso (Oprah, Madonna, Barbara Bush, Whoopi Goldberg, Carol Burnett, Janet Jackson, Cher, Liza Minnelli y Joan Collins) era un viaje a Nueva York, sesión de imagen por John Frieda y de maquillaje por Alfonso Noe, sesión fotográfica con el fotógrafo de celebridades Francesco Scavullo y una aparición en The Oprah Winfrey Show.
«Debo decir que Oprah lo llevó muy bien, porque no le dio demasiada importancia —afirmó Blyth—. Cuando Stitt salió para reunirse con ella en el programa, ella dijo: “Si llevara peluca, me la quitaría ante ti”. Si hubiera reaccionado de otra manera, aquello se habría convertido en una gran historia, pero lo manejó de tal manera que se desvaneció, silenciosamente, después del programa. Tanto ella como su gente son muy hábiles, muy listos. La protegen y hacen un gran trabajo.»
El Oprah travestido opinó que, al proteger a la auténtica Oprah, sus empleados lo habían pisoteado. Dijo que le habían negado la prometida sesión de vestuario y la foto en Ladies’Home Journal. Mientras atendían a los otros dobles en la sala de preparación de Harpo, a él no le hicieron ningún caso, aunque le habían prometido que Andre Walter, el peluquero de Oprah, se aseguraría de que tuviera el mismo aspecto que la presentadora. También le habían prometido que estaría presente en medio programa pero, mientras las otras dobles disfrutaron, cada una, de tres minutos en pantalla, a él no lo hicieron salir hasta el mismo final, cuando Oprah se despedía. Mientras se emitía el programa, durante la oleada, los créditos pasaban por encima de él. Demandó a Ladies’Home Journal por incumplimiento de contrato y la revista le pagó una indemnización. Más tarde dijo que el trato recibido en Harpo fue «feo», pero se vengó unos días después cuando Joan Rivers decidió hacer una parodia de la fiesta de despedida de soltera de Oprah, en su nuevo programa de entrevistas e invitó al travesti para que apareciera con un vestido de novia de Vera Wang, flanqueado por los dobles de Madonna y Cher. Después de eso, Oprah cerró la puerta a Joan Rivers y nunca más volvió a hablarle, a pesar de que, al principio de su carrera, había aparecido tres veces con ella en The Tonight Show.
Durante la oleada de audiencia, Oprah y sus productoras se entregaban en cuerpo y alma en los programas, porque los índices determinaban las cuotas y las tarifas de publicidad. Unos índices más altos significaban más dinero, así que los programas de barrido solían ser muy polémicos, para aumentar la audiencia, y Oprah concedía primas de 10.100 dólares a sus productores si esos programas alcanzaban, por lo menos, un índice del 10,1, según la medición de Nielsen. Para la oleada de febrero de 1987, presentó un programa que lanzó sus índices a la estratosfera: llevó las cámaras a la ciudad de Cumming, en el condado totalmente blanco de Forsyth (Georgia), que había sido objeto de publicidad negativa cuando miembros del Ku Klux Klan tiraron ladrillos contra los trabajadores por los derechos civiles que celebraban el cumpleaños de Martin Luther King, Jr. Una semana después de ese incidente, el reverendo Hosea Williams organizó una marcha a Forsyth, con veinte mil personas, una de las mayores manifestaciones a favor de los derechos civiles desde la década de 1960. También ellos fueron atacados con piedras y gritos de «negrata, vete a casa».
Con la atención del mundo fija en ella, Oprah se aventuró a entrar en aquella comunidad totalmente blanca y excluyó la participación en el programa de los representantes pro derechos civiles. «Estamos aquí simplemente para preguntar por qué, desde 1912, esta comunidad no permite que vivan negros en ella —declaró—, y creemos que es el pueblo de Cumming el que mejor puede responder a esta pregunta».
El reverendo Hosea Williams protestó por la exclusión de los representantes del movimiento pro derechos civiles. Dijo que los productores de Oprah los habían llevado a engaño haciéndoles creer que los negros tendrían la oportunidad de expresar sus puntos de vista. En consecuencia, dijo que él y sus manifestantes marcharían con pancartas donde se leía: «Igual que Forsyth, The Oprah Winfrey Show se vuelve completamente blanco». Los manifestantes fueron detenidos en el restaurante desde el que Oprah emitía, acusados de reunión ilegal y encarcelados. Las cámaras de Oprah mostraron a la policía esposándolos. Después, Oprah diría que «sentía mucho, muchísimo» el arresto. «Siento un absoluto respeto por el reverendo Hosea Williams.»
Sus productores habían seleccionado a cien de los 38.000 ciudadanos del condado para aparecer en pantalla, representando opiniones diversas; algunos pensaban que los negros se merecían la igualdad, otros, no.
«Dígame —preguntó Oprah—, ¿de dónde procedían los que gritaban “negrata, vete a casa”?»
Frank Shirley, director del Comité para mantener Forsyth blanco declaró: «Fue la mayor protesta de los blancos contra el comunismo y la mezcla de razas de los treinta últimos años. […] Muchos de [aquellos manifestantes] eran comunistas y homosexuales declarados…»
«Usted no sólo es anti negros —dijo Oprah—, sino que también es anti gay.
»Me opongo al comunismo, a la mezcla de razas y a la baja moralidad, y los homosexuales tienen una moralidad baja, en mi opinión».
Oprah le preguntó a otro residente de la ciudad: «Para usted, ¿qué diferencia hay entre un negrata y una “persona negra”?». La contestación fue: «Los negros se quedaron en casa durante la marcha de los derechos civiles. Fueron los negratas quienes se manifestaron […] Un negrata es alguien como Hosea Williams. Quiere venir aquí a crear problemas!»
Oprah oyó a una mujer de negocios liberal hablando de «nosotros» y «ellos».
«Me gusta la manera en que habla de “ellos” —dijo Oprah—. Es como si los negros fueran de Marte o algo así —Exasperada, preguntó-: ¿Es que nadie de esta ciudad ha llegado nunca a estar en contacto con personas negras? ¿Es que ni siquiera ven La Hora de Bill Cosby?»
El programa de Oprah desde el condado de Forsyth recibió cobertura en la prensa nacional, unos índices extraordinarios, y unos elogios extra por parte de los críticos de televisión. «Por la absoluta audacia y el bombazo de la oleada —escribió Howard Rosenberg, de Los Angeles Times — nada ha superado la aventura de la negra Oprah Winfrey en una zona donde la violencia del poder blanco ha atraído recientemente la atención de todos los medios.» El Chicago Sun-Times la aplaudía por mantener su dignidad y compostura mientras permanecía entre algunos de los racistas más notorios de la nación. «Así pues, parece que Winfrey ha logrado precisamente lo que se había propuesto —escribía Robert Feder—. Nos sirvió una hora de televisión sensacional sobre un asunto explosivo mientras generaba toneladas de publicidad.»
Después de hacer el programa en el condado de Forsyth, un lunes, Oprah regresó a Chicago y dedicó el resto de la semana a las drag queens, los asesinos de mujeres, los fundamentalistas religiosos y la ropa sexy. Cada semana, los críticos de televisión recibían información sobre los próximos programas. «Estos son mis diez favoritos de las últimas semanas», escribió Jeff Jarvis, de People, que nunca fue un gran fan de Oprah:
1. «Historias de horror en la peluquería»
2. «Amas de casa prostitutas»
3. «Hombres que no pueden tener relaciones íntimas»
4. «Hombres que se pelean por las mujeres»
5. «Parientes que roban hombres»
6. «Poligamia»
7. «Actos imperdonables entre parejas»
8. «Ropa sexy»
9. «Hazte rico y deja de trabajar»
10. «Mujeres que son alérgicas a sus maridos»
Durante la oleada de audiencia de noviembre de 1987, Oprah se dirigió a Williamson (Virginia Ocidental), una población en la frontera de Kentucky, que estaba dominada por la histeria del sida. Un joven enfermo había vuelto a casa para morir. Fue a nadar a la piscina pública y el alcalde ordenó cerrarla para «fregarla» bien durante una semana, después de oír rumores de que el joven víctima de sida se había cortado a propósito para infectar a otros. La ciudad se lanzó a una caza de brujas. El joven, que murió nueve años más tarde, apareció en el programa de Oprah y se enfrentó a sus acusadores, que escupían miedo, ignorancia y homofobia.
«Dios hizo que cogiera el sida por alguna razón —dijo uno—. Es su manera de decir: “Lo que haces no está bien”.»
Otro dijo: «Queréis que lo abracemos, que le dejemos hacer de canguro de nuestros hijos. No podemos. No le tengo miedo a este hombre. Siento repulsión por su modo de vida. Siento repulsión por su enfermedad. Siento repulsión por él».
Oprah dejó que todos hablaran, antes de hacer su propia observación. «Me han dicho que esta es una comunidad temerosa de Dios. ¿Es cierto? —preguntó Oprah a lo que los presentes aplaudieron y gritaron de entusiasmo para indicar que así era.
»Entonces, ¿dónde están vuestro amor y vuestra comprensión?»
De nuevo, recibió críticas entusiastas y unos índices por las nubes. Varios meses más tarde, el National Enquirer informó de que su hermano, Jeffrey Lee, se estaba muriendo de sida y había concedido una entrevista diciendo que se sentía abandonado por Oprah: «Prácticamente ha renegado de mí —afirmaba Jeffrey Lee—. Ha dejado claro que, con sida o sin sida, estoy solo. […] Su actitud es: “Es culpa tuya. Te está bien empleado”. Oprah cree que todos los gays acabarán contrayendo el sida […] No creo que la homosexualidad como tal la ofenda. Lo que realmente le saca de quicio es mi modo de vida; ir de fiesta, salir por ahí o no tener trabajo. Oprah me dijo: “Tienes que poner a Dios en tu vida. Necesitas a Jesús, de verdad”». Pese a esto, es posible que este fuera un paso adelante de Oprah, considerando que tiempo atrás le había dicho a su hermano que, por ser homosexual, nunca iría al cielo.
Tres días antes de la Navidad de 1989, Jeffrey Lee moría en Milwaukee, con la única compañía de su madre y su compañero. Dos semanas después, Oprah emitía un comunicado: «Durante los dos últimos años, mi hermano ha estado viviendo con sida. Mi familia, como miles de otras en todo el mundo, llora no sólo por la muerte de un hombre joven, sino por los muchos sueños y logros incumplidos, que se le han negado a la sociedad, debido al sida».
Con la esperanza de generar más índices explosivos para la oleada de febrero de 1988, Oprah preparó su primera entrevista con una gran celebridad, la mujer de la que se había dicho que era la más bella del mundo, Elizabeth Taylor. Ésta tenía entonces cincuenta y seis años, había perdido casi veinte kilos, se había divorciado de su sexto marido y había escrito un libro titulado Elizabeth cambia de rumbo. Lanzó la publicación con Oprah, que llevó a su equipo a Los Ángeles para grabar el programa en el hotel Bel-Air, sin público presente.
«Era una situación muy tensa —recordaba Paul Natkin, ex fotógrafo de Harpo—. Antes de dejar Chicago, me dijeron que estaba autorizado a hacer diez fotografías y que tendría aproximadamente dos minutos para hacerlo… En cuando apreté el disparador la décima vez [la publicista de Taylor] alargó el brazo, puso la mano delante de la cámara y dijo: “Lo siento. Ya está. Hemos acabado”.»
Las fotos muestran a la esbelta y encantadora estrella derramando glamour. En cambio, la presentadora parece un diente de león eléctrico, con un peinado cardado de rizos en revoltillo, que salen disparados de su cabeza, igual que si hubiera metido el dedo en un enchufe. La entrevista fue igualmente desastrosa. Oprah no consiguió sacarle nada a la diva de Hollywood y, cuando el «diente de león» electrificado le preguntó sobre sus relaciones con Malcolm Forbes y George Hamilton, La Liz se la sacó de encima diciendo que era «una impertinente». «No es asunto suyo», le espetó Taylor. Era tan lacónica e indiferente que Oprah probó con un poco de humor: «Es usted tan reveladora; ¡si es que lo cuenta todo! ¡Creo que tiene que dejar de hablar tanto, señora Taylor!»
En absoluto divertida, la estrella miró a Oprah con una altivez glacial.
«Fue la peor entrevista de mi vida —diría Oprah años más tarde—. Todavía hoy da pena verla».
En su momento, Oprah tenía todo el aspecto de una chica de pueblo, alimentada en exceso, arreglada en exceso e intimidada en exceso por una leyenda de Hollywood, que no podía haber actuado de una manera más altiva ni aunque hubiera estado siguiendo un guión. Cuando tan solo dos semanas después Elizabeth Taylor apareció en el programa de Donahue, la actriz se abrió como una flor al sol, y los críticos coincidieron en afirmar que Oprah todavía no estaba preparada para hacer entrevistas a famosos, algo que su productora ejecutiva ya había reconocido: «Preferimos mantenernos apartadas de los programas orientados a los famosos —dijo Debra DiMaio—. A Oprah le va mejor con programas polémicos, con unos invitados que tienen algún tipo de pasión y emoción, y una historia que contar. […] Las llamamos historias de la vida real. […] Siempre le tomamos el pelo, pero Oprah ha tenido una vida tan increíble que, sin importar cuál sea el tema, suele ser algo que, de una manera u otra, le ha pasado a ella».
Todavía a la busca de fuegos de artificio para la oleada de audiencia de febrero, Oprah regresó a Chicago y se metió en un enfrentamiento con unos cabezas rapadas de la supremacía blanca, que hicieron que su pésima experiencia con Elizabeth Taylor pareciera una escaramuza de nada. En la emisora habían aumentado la seguridad con vistas al programa y exigían que todo el mundo pasara por un detector de metales para garantizar que no entraran armas en el estudio. Se vomitaban con el mayor desparpajo comentarios racistas y amenazas irreverentes. En un momento dado, Oprah puso la mano en el brazo de uno de los cabezas rapadas, y éste vociferó: «No me toques». Otro la llamó «mono».
—¿Crees que porque soy negra soy un mono?
—Es un hecho demostrado —afirmó el cabeza rapada.
Después de la pausa, Oprah le dijo al público que le habían pedido al «Señor Comentario del Mono» que se fuera. Más tarde, reconoció que hacia la mitad del programa lamentaba estar haciéndolo. «En términos de odio racista es lo peor que he hecho nunca. Nunca en toda mi vida me he sentido tan consumida por la maldad. Cualquiera de esos chicos se habría sentido muy orgulloso de rajarme la garganta. Y lo sé. […] No tienen ni idea de qué es la vida, así que no les importa ir a la cárcel por matar a un negro o a un judío».
El crítico del Chicago Sun-Times escribió: «Entonces, todo este examen de conciencia ¿significa que Oprah, que sólo se mueve por los índices, dejará de someterse a indignidades como esa? No apuesten por ello».
Presentar a fanáticos, autoproclamados adictos al porno y brujas como invitados le dio a Oprah, que tenía treinta y cuatro años, unos índices en alza por encima de Phil Donahue, de cincuenta y dos años, cuyo programa de entrevistas el escritor David Halberstam describió una vez como «la escuela de posgrado más importante de los Estados Unidos», que informa a millones de personas sobre los cambios en la sociedad y las costumbres modernas. Durante más de veinte años, Donahue había tratado a su público femenino como mujeres inteligentes y había reinado como presentador número uno de programas de entrevistas del país. Después de allanar el camino para una competidora que ahora lo estaba pisoteando, ahora también él empezó a sumergirse en la sordidez de los tabloides. «No quiero morir como un héroe», dijo, explicando por qué se vistió de mujer para hacer un programa sobre travestidos. Más tarde reconoció que, como hombre blanco, carecía de la habilidad de Oprah para estar cómodo con un público femenino hablando de cómo encontrar un buen hombre, una dieta infalible o un sujetador que siente bien. Aunque Oprah superaba a Donahue en cada momento, The Wall Street Journal informaba de que había críticos que llamaban a su programa «Chiflados y putas» y «Bicho raro de la semana». Su productora ejecutiva defendía los programas de tipo tabloide, diciendo que cuando los espectadores se quejaban de un programa sobre sexo, siempre lo hacían después de haber visto hasta el último minuto. Cuando le preguntaron por un programa sobre asesinos de niños, Debra DiMaio pidió que se lo aclararan: «¿Se refiere a niños que matan a otros niños o a niños que matan a sus padres?». Oprah había hecho los dos.
Dijo que nunca volvería a hacer otro programa con supremacistas blancos, pero le molestaba que la criticaran por hacer televisión tipo tabloide. «Alucino cuando escribís como si yo hiciera programas sobre cómo vestir a vuestro periquito —le dijo Oprah a un crítico—. Me sentí incómoda haciendo “Mujeres que tienen maridos repugnantes”, pero rechacé a (los telepredicadores) Jim y Tammy Faye Bakker. No hablaré con ellos. Y no haré “¿Vive Elvis?”»
Durante la oleada de mayo de 1988, Oprah dejó estupefacto a todo el mundo cuando decidió emitir un programa sobre los adolescentes que habían muerto de asfixia autoerótica, una práctica sexual que, a veces, entraña atarse una soga al cuello durante la masturbación. Para entonces, no sólo competía con Phil Donahue, sino que también luchaba contra los programas de Sally Jessy Raphael, Geraldo Rivera, Morton Downey, Jr., Regis Philbin y Kathie Lee Gifford; con Joan Rivers, Jenny Jones, Jerry Springer, Maury Povich, Ricki Lake y Montel Williams esperando entre bastidores. La presión para superar los índices de barrido anteriores y derrotar a la competencia llevó a Oprah a presentar un programa polémico con los padres de dos adolescentes que se habían estrangulado por accidente, como resultado de una práctica sexual extrema.
En el programa también apareció el doctor Harvey Resnik, psicólogo clínico (director del National Institute of Mental Health’s Center for Studies of Suicide Prevention) y autor de un trabajo sobre repetidos ahorcamientos sexuales erotizados, en los cuales los hombres se rodean el cuello con una soga o se tapan la cabeza con una bolsa de plástico apretada con un cordel y alcanzan un intenso orgasmo por medio de la masturbación mientras reducen el suministro de oxígeno al cerebro. «Cuando merma el oxígeno, se retiene más dióxido de carbono, lo cual causa un estado de consciencia alterado. El resultado es un aturdimiento, un mareo, como si se te subiera la sangre a la cabeza, algo de lo que también informan los submarinistas y los pilotos que pierden oxígeno. Este estado alterado puede afectar el centro del placer sexual en el cerebro. El riesgo es que, con un flujo sanguíneo reducido, la persona se desmaye, se caiga hacia delante y obstruya por completo las vías respiratorias, lo cual acarrea la muerte por asfixia. Es una conducta muy conocida por los médicos.»
Como especialista en los supervivientes de la asfixia autoerótica, el doctor Resnik comprendía la vergüenza que iba ligada a esa clase particular de muerte. «Como con otros problemas que tenemos en la salud mental, sabemos que los grupos de autoayuda y la capacidad de compartir el dolor y la información son muy útiles», afirmó.
El día antes de emitir el programa, Debra DiMaio, productora ejecutiva de Oprah, llamó al doctor Park Dietz, psiquiatra forense, criminólogo y profesor de ciencias de la conducta en la Facultad de Medicina de UCLA. El doctor Dietz advirtió a DiMaio en contra de emitir un tema tan gráfico: «Tuve una acalorada discusión con la productora. Le dije que la televisión no es un medio adecuado para hablar de este tema, debido a que el riesgo de que haya imitadores es muy alto. Le dije que si el programa se emitía, previsiblemente tendría como resultado una o más muertes». El doctor Dietz añadió que, si alguien demandaba a Oprah por conducta negligente, testificaría ante un jurado que había advertido a la productora en contra de emitir el programa. Más tarde, Oprah dijo que había «meditado» sobre aquel asunto y había llegado a la conclusión de que el programa debía seguir adelante. Meses después, DiMaio lamentaba esa decisión. «Fue algo peligroso —declaró—. No creo que sea intencón de nadie dar a algún chico la idea de probar algo así.»






