Harpo Productions, Inc. 3 страница

Por entonces, el doctor Resnik dijo que la productora estuvo de acuerdo en que antes de emitir el programa se hiciera una advertencia para los padres, a fin de que restringieran el acceso de los jóvenes a la televisión. «Con todo, no creo que ni Oprah ni ella estuvieran preparadas para un tema tan fuerte —añadió—, pero las aplaudo por tener el valor de plantear la cuestión ante el público.»

Aquella tarde del 11 de mayo de 1988, después de ver el programa, John Holm, de treinta y ocho años, se fue al garaje de casa de su padre en Thousand Oaks (California). Cuando su padre volvió a casa, horas más tarde, de una reunión de los Elks, no encontró a su hijo. «La televisión seguía conectada a Channel 7 […] el canal en el que había visto Oprah —explicó Robert Holm—. Las luces del garaje estaban encendidas, pero la puerta estaba cerrada por dentro. Golpeé la puerta, pero no hubo ninguna respuesta. Tuve que descerrajarla. Fue entonces cuando encontré el cuerpo. Fue horrible. Pensé que John se había suicidado. Pero cuando vino la brigada de rescate, uno de los hombres dijo que sabía cómo había muerto mi hijo porque había visto el programa de Oprah aquella tarde. Le echo la culpa a Oprah de la muerte de mi hijo. Perdí a mi hijo y mi mejor amigo en el mundo.»

El señor Holm contrató a un abogado para que investigara la posibilidad de demandar a Oprah. «Su programa provocó la muerte de John, y nunca se lo perdonaré», dijo. Al final, decidió no hacer pasar a su esposa por el dolor de un juicio. «Era nuestro único hijo y una bella persona. No podemos hacer que vuelva».

Públicamente, Oprah defendió el programa. «Lo que recibí después fueron reacciones de unos padres acongojados: “Gracias por explicarnos qué le pasó a mi hijo”. Me dijeron que se sentían mejor sabiéndolo. Antes se habían estado torturando, pensando que eran los culpables». Pero en realidad, en privado, los padres manifestaron que les preocupaba tener que defenderse en un pleito de homicidio por imprudencia.

Sobre esos sucesos el doctor Resnik recordaba: «Después del programa, recibí una llamada de la productora para decirme que los padres quizá presentarían una demanda y querían preguntarme si actuaría como testigo a favor de Oprah. Le dije que sí, porque creo que disponer de información sobre una conducta tan arriesgada es mejor que no tenerla en absoluto».

Oprah fue acusada de provocar otra muerte cuando presentó un programa llamado «Amigos que son mala influencia», con una terapeuta matrimonial, una pareja prometida que tenía dificultades en su relación y un técnico electrónico de veintiocho años acusado por la mujer de ser la causa de los problemas de la pareja. La mujer dijo que «Mike», el mejor amigo de su prometido, era un ex drogadicto, que bebía mucho y que coqueteaba con otras mujeres, aunque estaba casado. La cámara hizo zoom sobre Mike con las palabras mala influencia bajo su cara. Oprah informó al público: «Mike está casado, pero eso no le impide ser una mala influencia para Tom, haciendo que se vaya a dormir tarde, bebiendo, bailando y flirteando un poco, algo que Mike cree que es una diversión inofensiva». Mike decía que disfrutaba saliendo con sus amigos, sin su esposa. Oprah miraba a su público, predominantemente femenino, que silbaba y abucheaba. Una mujer furiosa lo llamó «una gran pesadilla» y el público aplaudió. Estalló un enfrentamiento a gritos, cuando Oprah le preguntó a Mike por qué se había casado él respondió:

—Porque me gusta la seguridad. Me gusta volver a casa. Me gusta que haya alguien allí.

Absolutamente furiosa, una mujer gritó:

—No puedes tener las dos cosas, Mike.

—Sí que puedo, replicó él.

—No, no puedes.

Menos de dos semanas después, el padre de Mike se lo encontró colgado de un ventilador de techo en su casa de Northlake (Illinois). «En lo más profundo de mi corazón, sé que el programa de Oprah mató a mi hijo —afirmó Michael LaCalamita, sénior—. Estoy convencido de que se suicidó porque no pudo soportar la humillación [de la imagen que dieron de él] y la presión [de los comentarios de amigos y desconocidos después del programa]. Oprah no le dio ninguna oportunidad de defenderse. No paró de azuzarlo y azuzarlo. Cuando el público dejaba de meterse con él, ella desataba otra ronda de ataques. No fue justo. Oprah es una estrella de televisión y él sólo un muchacho. No sabía dónde se estaba metiendo.»

La terapeuta matrimonial presente en el programa, la doctora Donna Rankin, confesó a un periodista que le sorprendió que Oprah llegara a emitir el programa. «Por lo que Mike decía, estaba claro que tenía graves problemas emocionales —afirmó—. Era evidente que necesitaba ayuda.»

La única declaración pública que hizo Oprah sobre el suicidio fue a través de su publicista, Colleen Raleigh: «Sólo Mike LaCalamita o, quizás, un psicólogo, sabría por qué se quitó la vida. Nuestro más profundo pésame a su familia y a sus amigos».

Pese a las críticas por su programación sensacionalista, Oprah insistió en que sus programas «se limitan a dar a la gente una visión de voyeur en la vida de otras personas. No está pensado para escandalizar». Con todo, continuó pidiendo lo que llamaba «programas bang, bang, mátalos», especialmente durante las épocas de las oleadas, pero cuando hizo un programa sobre el culto al diablo, estuvo a punto de que le saliera el tiro por la culata.

El programa, emitido el 1 de mayo de 1989, se titulaba «Asesinatos del culto satánico mexicano» y durante una parte, Oprah presentó a una mujer con el seudónimo de «Rachel» que estaba sometida a tratamiento psiquiátrico de larga duración por trastorno de personalidad múltiple.

«De niña, mi siguiente invitada también fue utilizada en el culto al diablo y participó en rituales de sacrificios humanos y canibalismo —informó Oprah al público—. Actualmente está sometida a terapia intensiva, sufre trastorno de personalidad múltiple, lo cual significa que ha bloqueado muchos de los aterradores y dolorosos recuerdos de su infancia. Conozcan a «Rachel» que viene de incógnito para proteger su identidad».

«Rachel» dijo que había presenciado el sacrificio ritual de niños y que había sido víctima de abusos rituales.

—Nací en una familia que cree en esto.

—Y esto es […] ¿todos los demás creen que se trata de una agradable familia judía? —preguntó Oprah, introduciendo la religión de «Rachel»—. Desde fuera, parece ser una agradable joven judía […] Y en casa, ¿todos adoran al diablo?

—Exacto —dijo la perturbada «Rachel»— Hay otras familias judías por todo el país. No es sólo la mía.

—¿De verdad? ¿Y quién lo sabe? Bueno, ahora mucha gente.

—Hablé con un policía de Chicago […]

—Entonces, cuando la educaron en esta clase de maldad, ¿creyó que era algo normal?

«Rachel» dijo que había bloqueado muchos recuerdos, pero se acordaba de lo suficiente para decir:

—Había rituales en los que se sacrificaba a bebés. —Más adelante añadió—: No todos los judíos sacrifican niños. No es algo típico.

—Creo que eso es algo que todos sabemos —dijo Oprah.

—Sólo quiero señalarlo.

—Esta es la primera vez que oigo que algún judío haya sacrificado niños pequeños, pero de todos modos […] Así que ¿presenció el sacrificio? —preguntó Oprah.

—Exacto. Cuando era muy pequeña me obligaron a participar y […] tuve que sacrificar a un bebé».

Los teléfonos de Harpo empezaron a sonar con cientos de llamadas airadas protestando porque Oprah aceptara ciegamente las afirmaciones de «Rachel» sobre los judíos y las supuestas prácticas de culto al diablo. Las emisoras de televisión de todo el país —Nueva York, Los Ángeles, Houston, Cleveland y Washington— se vieron inundadas de llamadas furiosas. En pocas horas, los grupos judíos se alzaron en señal de repulsa, y el programa de Oprah se convirtió en noticia nacional. «Sentimos una grave preocupación tanto por la falta de criterio y la insensible manipulación de esta mujer, que está claramente enferma mentalmente, de una manera que sólo puede enardecer los prejuicios más viles de personas ignorantes», declaró a The New York Times el rabino David Saperstein, del Centro de Acción Religiosa del Judaísmo Reformado.

Arthur J. Kropp, presidente de People for the American Way, una de las principales organizaciones pro derechos civiles, se reunió con su consejo de directores en Washington: «Ha habido mucha preocupación por la llamada “telebasura” —dijo después de revisar la transcripción del programa de Oprah—. Fue ella la que introdujo la religión. No creo que la introdujera para transmitir cualquier correlación entre el judaísmo de la mujer y lo que vio, pero, a pesar de todo, Oprah lo hizo y eso fue irresponsable».

No fue la primera publicidad desfavorable que Oprah recibía, pero fue brutal porque la criticaban por ofender sensibilidades de raza y religión, algo que siempre había parecido defender. Era una posición especialmente lamentable para una mujer que se había presentado como un «pobre pedazo de carne de color, con pelo pasa», procedente del estado linchador de Misisipí, como recordatorio, no demasiado sutil, de la perversidad del dogmatismo. Ahora se sentía malinterpretada por sus acusadores, pero reconocía que su carrera corría peligro.

«Somos conscientes de que el programa a tocado carne viva», dijo Jeff Jacobs, entonces director general de Harpo Productions. Señaló a la prensa que Oprah había dicho en pantalla que «Rachel» era una persona particular hablando de su situación particular. «Y en la parte más importante del programa, Rachel fue presentada como una mujer mentalmente perturbada», añadió, sin comentar por qué se permitía que una persona así apareciera en el programa. Reconociendo el peligro de que el programa The Oprah Winfrey Show tuviera que enfrentarse a un boicot nacional y sufrir la posible pérdida de patrocinadores, lo cual significaría la ruina económica para todos, Jacobs se apresuró a proponer una reunión con los líderes judíos de Chicago, pero ni él ni Oprah ofrecieron una disculpa pública. Cuando llamaban los periodistas, Jacobs decía que Oprah estaba «viajando» y «no deseaba hacer ningún comentario».

La noche después de presentar su programa sobre el culto al diablo, Oprah apareció en The David Letterman Show, en Chicago, y se quedó desconcertada por la extraña actitud del humorista. La entrevista fue incómoda de principio a fin, en especial cuando alguien de entre el público gritó: «Hazla pedazos, Dave». Letterman sonrió, con su alegre sonrisa, que dejaba al descubierto que le faltaban algunos dientes, y no respondió. Años más tarde, dijo: «Me parece que a ella le molestó que yo no estuviera a la altura de la ocasión y, ya sabes, que le diera una buena paliza a aquel tipo. Algo que tal vez debería haber hecho, pero había perdido totalmente el control y no sabía qué estaba haciendo». Un par de noches después, Letterman, que presentaba su espectáculo en el Chicago Theather, le dijo al público que se encontraba mal porque había comido cuatro almejas en The Eccentric, el restaurante de Oprah. Aquello fue la puntilla: Oprah cerró la puerta a David Letterman y no volvió a hablarle durante dieciséis años.

Maltrecha por la paliza que estaba recibiendo en la prensa nacional a raíz de su programa sobre el culto al diablo, cuando Oprah no estaba trabajando no se alejaba mucho de su piso en el Water Tower Place. Por una afortunada casualidad, se tropezó con Harriet Brady (Bookey, de soltera), otra residente, en el vestíbulo. La señora Brady, que tenía setenta y dos años, era muy conocida en la comunidad judía de Chicago por su filantropía. Se acercó a Oprah para presentarse y luego le dijo bondadosamente: «Me parece que puedo ayudarla».

A las pocas horas, hablaba por teléfono con su amigo Abraham Lincoln Marovitz, un juez federal que tenía contactos en todos los segmentos de la sociedad. Él estuvo de acuerdo en ayudar y, durante la siguiente semana, el juez Marovitz y la señora Brady trabajaron, en nombre de Oprah, para que un grupo de representantes de la comunidad judía de la zona se reunieran en casa de Harriet Brady para tratar de acabar con la virulenta polémica.

El 9 de mayo de 1989, Oprah llegó a la reunión, acompañada de Debra DiMaio y dos miembros judíos de su personal sénior, Jeffrey Jacobs y Ellen Rakieten. Se reunieron con Michael Kotzin, director del Jewish Community Relations Council of Metropolitan Chicago; Jonathan Levine, director para el Medio Oeste del American Jewish Committee; Barry Morrison, director de la Greater Chicago/Wisconsin Regional Office of the Anti-Defamation League of B’nai B’rith; el rabino Herman Schaalman, presidente del Chicago Board of Rabbis; Maynard Wishner, presidente de la Jewish Federation of Metropolitan Chicago; el juez Marovitz y los señores Brady.

Oprah se mostró lo suficientemente contrita y prometió no volver a emitir nunca un programa sobre el culto al diablo. Aceptó acudir a B’nai B’rith, que lucha contra el antisemitismo y el racismo, siempre que su programa se centrara en estos temas, y prometió hacer uso de un juicio mejor al seleccionar a sus invitados. Los dos lados celebraron reuniones durante los tres días siguientes para elaborar dos declaraciones que entregarían a la prensa, que prácticamente cada día publicaba algo sobre el asunto. Oprah y su productora ejecutiva dijeron: «Reconocemos que The Oprah Winfrey Show del 1 de mayo podría haber contribuido a que las falsas ideas y los bulos históricos sobre los judíos se perpetuaran y lamentamos cualquier daño que se haya podido causar. Somos conscientes de la sensibilidad de las comunidades y grupos y nos esforzaremos para garantizar que nuestro programa refleje esa preocupación».

Hablando en nombre de los líderes de la comunidad judía, Barry Morrison, representante de ADL, declaró: «Todos nos damos por satisfechos al ser conocedores de que Oprah Winfrey y su personal no tenían intención alguna de ofender a nadie y que Oprah lamenta de verdad cualquier ofensa o malentendido. Durante la reunión, se han hecho recomendaciones constructivas y ha habido un amplio intercambio de información que ha llevado a una mejor comprensión del punto de vista judío por parte de Oprah y sus empleados».

Sin embargo, el resultado no complació a todos. Así, por ejemplo, Phil Baum, director ejecutivo adjunto del American Jewish Congress, dijo: «Es una respuesta inadecuada al daño que se puede haber hecho en esa emisión. No es nuestra sensibilidad lo que debería preocuparla. Se trata de la integridad de su programa. No es posible que esta disculpa llegue a las personas (7.680.000 hogares, según la A. C. Nielsen Company) que se vieron expuestas a aquellas afirmaciones».

Oprah se negó a disculparse en su programa o a hacer ningún comentario público sobre el mismo o sobre las declaraciones hechas, pero, en privado, abrazó a sus dos principales defensores y mantuvo una estrecha relación con la señora Brady y el juez Marovitz durante el resto de su vida. Ambos eran invitados a todas sus fiestas, y gracias a ellos, Oprah se implicó más en las causas judías.

Cuando el juez Marovitz murió en el año 2001, a los noventa y nueve años, la élite de Chicago se reunió en la sala del tribunal, en la vigésima quinta planta del Dirksen Federal Building para recordarlo, en palabras del alcalde Richard Daley, como «un verdadero amigo y un maravilloso ser humano». Neil Steinberg, encargado de informar sobre el homenaje para el Chicago Sun-Times, se sorprendió al ver a Oprah entre la multitud: «A todos los hombres les gustaría tener a una mujer misteriosa en su homenaje —escribió—, y era justo que Winfrey cumpliera ese papel en el funeral de Marovitz».

«Lo quiero mucho —dijo Oprah—. Era más que maravilloso. Ha sido una de mis inspiraciones. Fue un amigo muy querido para mí cuando más lo necesitaba.»

«¿Qué hizo Marovitz exactamente por ti?» —preguntó Steinberg. Winfrey sonrió, como una esfinge: «No lo voy a decir».

Dos años después, cuando la señora Harriet Brady, que entonces tenía ochenta y seis años, se estaba muriendo en el hospital, Oprah la visitaba con frecuencia, y luego asistió a su funeral. También ellas se habían hecho íntimas con los años; era una relación que Oprah valoraba porque Harriet Brady, rica por derecho propio y bien establecida socialmente, no necesitaba nada de ella. «Oprah se siente tan estafada por todos que valora a los que, como ella dice, “no me sangran”», dijo Bill Zwecker, columnista de prensa y comentarista de televisión, que había cubierto el programa de entrevistas desde que Oprah se trasladó a Chicago.

Poco después de haber hecho las paces con la comunidad judía de los Estados Unidos, Oprah recibió el ataque de un artículo insidioso de Ann Gerber, en el Chicago Sun-Times (14 de mayo de 1989):

 

¿Puede ser cierto que el amante de una de nuestras mujeres más ricas haya sido encontrado en la cama con su peluquero, cuando ella volvió antes de lo previsto de un viaje al extranjero? La pelea que tuvo lugar a continuación la hizo salir, gritando a voz en cuello, al Lake Shore Drive, escandalizando a sus serios vecinos.

 

Aunque Oprah no vivía en Lake Shore Drive, supo que era el blanco de la columnista de chismorreos y se puso furiosa. «Estaba más enfadada de lo que yo la he visto nunca», recordaba Patricia Lee Lloyd.

Tres días más tarde, el 17 de mayo de 1989, Ann Gerber respondió a las llamadas recibidas del personal de Oprah con otra noticia, esta vez citando nombres:

 

Los rumores de que la estrella de los programas de entrevistas en televisión Oprah Winfrey y el hombretón Stedman Graham tuvieron una pelea importante (según una de las versiones, Oprah le disparó), sencillamente no son verdad, insisten sus amigos.

 

Los medios se volvieron locos y llamaron a la policía de Chicago y a los hospitales de la zona para tratar de confirmar la historia, sin ningún éxito. Oprah emitió una emotiva negativa en su programa (19 de mayo de 1989):

 

He decidido hablar porque este rumor se ha extendido tanto y es tan vulgar que quería dejar constancia de que no es verdad. No hay absolutamente nada de verdad en ninguna parte del rumor.

 

Oprah no dijo cuál era el vulgar rumor, lo cual hizo que la mayoría del público estuviera confuso y no comprendiera por qué estaba tan disgustada. Esto despertó todavía más curiosidad, demostrando que, como escribió Shakespeare: «Los rumores son como una flauta  que el rudo monstruo de incontables cabezas  puede tocar a placer».

Oprah acababa de contratar a un nuevo publicista que se había trasladado aquella misma semana, a fin de trabajar para ella, pero furiosa por los rumores, lo despidió mientras todavía estaba buscando un piso para incorporarse a su nuevo empleo. Más tarde, el publicista dijo confidencialmente que dejó Chicago agradecido de poner distancia entre él y Oprah, quien «parecía estar completamente rodeada de maldad».

Bill Zwecker recordaba la época como turbulenta. «Oprah reconoció que había cometido un enorme error al salir en su programa nacional para denunciar el rumor —dijo—. Al hacerlo, abrió la caja de Pandora y permitió que los medios sensacionalistas y de cotilleos invadieran su intimidad. Me dijo que había sido una equivocación monumental por su parte, pero que no podía dar marcha atrás, y consiguió que despidieran a Ann por el incidente. […] El día en que se publicó ese insidioso artículo, vi a Oprah en una reunión femenina de beneficencia, y la buena sociedad se volcaba en ella. Una semana más tarde, cuando despidieron a Ann, la misma buena sociedad la culpaba por hacer que despidieran a la pobrecita Annie Gerber. Escribí una columna sobre la hipocresía de todo aquello. Besitos, besitos, una semana; desprecio, desprecio, a la siguiente.» Después, Zwecker recibió una nota de Oprah:

 

Bill, nunca olvidaré que cuando otras personas me daban en toda la cara con aquel rumor, tú hiciste algo muy bondadoso. Me animaste. Verte la otra noche con tu padre me recordó lo amable que fuiste. De nuevo te doy las gracias.

 

El furioso desmentido del rumor por parte de Oprah no recibió mucha cobertura hasta el 22 de mayo de 1989, cuando Mike Royko, el reverenciado columnista del Chicago Tribune, defendió su derecho a sentirse ofendida y citó que la irresponsable columnista de cotilleos había dicho: «Es un rumor malicioso, pero quería publicarlo aunque no había modo alguno de poder verificarlo». Cuando, al día siguiente, la despidieron, Ann Gerber celebró una conferencia de prensa «para limpiar mi nombre». Afirmó: «Creo que me despidieron porque el Sun-Times tenía miedo de Oprah». Considerando la inmensa influencia de Oprah en la ciudad, la mayoría de los presentes aceptó esta afirmación como algo obvio, aunque Kenneth Towers, director del Chicago Sun-Times, negó haber recibido ningún presión de Oprah o de su abogado, Jeff Jacobs.

Tiempo después, al recordar el trauma, Oprah dijo: «Me he sentido herida y decepcionada por cosas que la gente ha dicho y ha tratado de hacerme, pero siempre, incluso en los momentos de mayor dolor —y este rumor ha sido el mayor de todos— tenía la bendita seguridad de que soy hija de Dios. […] Y de nadie más. Ése es realmente el origen de mi fuerza, de mi poder. Es el origen de todo mi éxito.

»Lo que me hizo superar ese rumor fue un versículo de la Biblia (Isaías 54,17) en el que siempre he creído. Dice: “Toda arma forjada contra ti será inútil, y cualquiera que sea la lengua que contra ti se querelle, triunfarás tú”. Y esto lo sé; por difíciles que puedan llegar a ponerse las cosas, esto lo sé.»

   12

Una vez convertida en millonaria, Oprah anunció que iba a ser la «mujer negra más rica del mundo». Por entonces, se limitaba públicamente a su propia raza, como si una mujer negra no pudiera soñar con convertirse en la mujer más rica del mundo, pero es posible que eso fuera debido a sus esfuerzos para que la vieran como «una mujer corriente», para que no pareciera que se daba «aires de superioridad», o de ser «mejor que todos los demás». Como le dijo, en 1987, a Fred Griffith, presentador de Morning Exchange, de Cleveland, siempre había sabido que triunfaría, pero trataba de parecer modesta. «Porque [si no] la gente dice: “Mira a esa negra engreída”».

Por el contrario, la gente parecía auténticamente encantada por el éxito de Oprah e inspirada por su evangelio: «Si yo puedo hacerlo, tú también puedes». Despertaba la imaginación, en especial en las mujeres de entre veinticinco y cincuenta y cuatro años, el grupo demográfico más preciado de la televisión. Proclamaban que personificaba el Sueño Americano, con su dulce promesa de igualdad de oportunidades. Sin embargo, como le dijo a la periodista Barbara Grizzuti Harrison, le dolía la «negatividad de las mujeres negras», obviamente olvidando que, en 1988, le había dicho Barbara Walters, en la televisión nacional, que de niña siempre quería ser blanca. «Es la clase de cosas que siempre dudo en decir, porque cuando las dices, todos los grupos negros me llaman y dicen: “¿Cómo te atreves a decir eso?”. Pero, sí, la verdad es que quería ser blanca.»

Es comprensible que algunas mujeres negras se sintieran heridas, pero Oprah no veía por qué. Le preguntó a la ex corresponsal de televisión Janet Langhart Cohen si ella también tenía el mismo problema.

—¿Te llamaban mujeres negras para decirte que no eras lo bastante negra y preguntarte por qué no llevabas más negros al programa?

—Vaya, no me digas que tú tienes ese problema.

—Ya lo creo que sí —contestó Oprah—. En Chicago, llevo así dos años. Es un segmento pequeño. Sin embargo, una vez que corre la voz, se convierte en un problema. Quiero decir que, como en las emisoras de radio negras, se parece a una discusión para antes de dormir. Llaman y preguntan: «¿Oprah es lo bastante negra?»

—Son sólo celos —afirmó Janet Langhart Cohen.

—Sí, eso es lo que son —dijo Oprah—. Lo más difícil de aceptar han sido los celos.

A la mayoría de los adoradores públicos de Oprah (fundamentalmente mujeres blancas) les gustaba el entusiasmo que Oprah mostraba por su nueva riqueza y disfrutaba con sus reportajes sobre ir de compras y comprar y gastar, aunque, en antena, Oprah se limitaba a unas confesiones de adolescente en las que decía que ahora ya no tenía que seguir comprando las medias en Walgreens, en lugar de hablar de sus compras más excesivas, como los 470.000 dólares que se gastó en una subasta de muebles. «Pagó 240.000 por una pequeña cómoda Shaker, que ahora tiene en la cocina —dijo su decorador Anthony Browne—. ¿Por qué la compró? Porque su ídolo es Bill Cosby (que colecciona muebles Shaker). Todo lo que él hace, ella tiene que hacerlo.»

Lo que mucha gente pasaba por alto en la historia de su paso de la miseria a la riqueza era la enorme ambición que la movía. Su afán era insaciable. Propulsada por largos días de duro trabajo, nunca dejaba de ir lanzada hacia delante, siempre alargando el brazo, extendiendo, ampliando. Era un torbellino de diligencia autopropulsada; dormía sólo cuatro o cinco horas cada noche y rara vez se relajaba. En una sola semana de 1988, voló a Mobile (Alabama) para pronunciar un discurso, luego a Nashville, para otro discurso; volvió a Chicago para grabar varios programas seguidos, voló a Cleveland para otro discurso, y luego voló a a Greensboro (Carolina del Norte) para cenar con Stedman. A la mañana siguiente fue a Nueva York, a aceptar un premio, regresó a Nashville para presenciar un partido de béisbol, con fines benéficos, acompañada de Stedman, y volvió a Chicago al día siguiente. Oprah se exigía más y más, constantemente, y se lo exigía a todos los que la rodeaban, lo cual probablemente era necesario para alcanzar su estratosférico éxito.


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