Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 9 страница

Oprah insistió: «Tenéis vuestros momentos».

Beatty sonrió.

«Sí, tenemos nuestros momentos».

George Clooney le dijo: «Nunca me casaré»; Eddie Murphy comentó que prefería las mujeres negras a las blancas; Kate Winslet afirmó que nunca se haría la cirugía plástica: «¿Para qué querría parecer un testículo enrollado?» Britney Spears confesó que «iba a intentar» seguir siendo virgen hasta el matrimonio; y Diane Keaton dijo que los zapatos eran su accesorio favorito porque «son sustitutos del pene»; paseando en bicicleta con Lance Armstrong por su finca de Montecito, Oprah le preguntó: «¿Cómo es que no te duele el culo?»; en otra ocasión a Jim Carrey le espetó: «¿Por qué crees que eres bueno en el sexo?» y a Janet Jackson le preguntó por sus pezones con piercings: «En cualquier momento dado del día —contestó la cantante—, una gran parte (del piercing corporal) puede ser muy sexual».

Oprah le dijo a Cybill Shepherd: «Puedes decir pene y vagina en este programa». Así que Shepherd procedió a hacerlo al hablar de su aventura amorosa con Elvis Presley: «Hubo que enseñarle unas cuantas cosas; le gustaba prepararse un plato enorme de filetes de pollo frito, pero había una cosa que no quería comer».

El público soltó una exclamación. «¿Y le enseñaste?», preguntó Oprah.

«Puedes estar segura».

Cuando Lisa Marie Presley fue al programa, Oprah le preguntó por qué se había casado con Michael Jackson: «¿Fue un matrimonio consumado?» De nuevo el público soltó una exclamación, pero Oprah los reprendió: «Sé que todos queréis saberlo».

«Sí —dijo Lisa Marie—, lo fue».

Oprah invitó a Patrick Swayze y Wesley Snipes a hablar de su película sobre las drag queens (A Wong Foo, gracias por todo, Julie Newmar). Oprah les dijo: «Quiero que me lo contéis todo sobre los travestis —declaró—, porque, ¿cómo metíais el pene para dentro? ¿Cómo lo manteníais abajo… el pene? Quiero decir —oh, Dios— ¿es igual que un suspensorio? ¿Es… como lo mismo?

«Más o menos —contestó Swayze—, pero tira hacia el otro lado».

«Sí —añadió Snipes—, es como un calcetín».

Pese a su predilección por lo arriesgado, Oprah no invitó al programa a Dennis Rodman, el chico malo del baloncesto, porque, según dijo, su libro Walk on the Wild Side, era demasiado escabroso: «Después de leer el libro, no creí que fuera apropiado para mis espectadores», declaró.

Con los años, The Oprah Winfrey Show se convirtió en la meca de los famosos: Ben Affleck, Kirstie Alley, Jennifer Aniston, Drew Barrymore, Beyoncé, Mary J.Blige, Bono, Lynda Carter, Cher, Bill Cosby, Kevin Costner, Billy Crystal, Matt Damon, Johnny Depp, Cameron Diaz, P.Diddy, Robert Downey,Jr., Clint Eastwood, Michael J. Fox, Richard Gere, Robin Givens, Hugh Grant, Tom Hanks, Florence Henderson, Julio Iglesias, Michael Jordan, Ashton Kutcher, Jay Leno, David Letterman, Jennifer Lopez, Susan Lucci, Paul McCartney, Matthew McConaughey, George Michael, Bette Midler, Demi Moore, Mike Myers, Paul Newman, Gwybeth Paltrow, Brad Pitt, Sidney Poitier, Lionel y Nicole Richie, Chris Rock, Diana Ross, Meg Ryan, Brooke Shields, Jessica Simpson, Will Smith y Jada Pinkett Smith, Steven Spielberg, Jon Stewart, Barbra Streisand, Luther Vandross, Denzel Washington, Robin Williams, Stevie Wonder, Tiger Woods y Renée Zellwegger. Todos comprendían que al aparecer con Oprah estarían a salvo, seguros y protegidos, y podrían vender sus espectáculos, películas, discos, productos y, lo más importante, a ellos mismos.

Wynonna Judd fue a hablar de su peso; Julia Roberts anunció que estaba embarazada de gemelos; Madonna negó que haubiera adoptado un niño de Malawi con fines publicitarios. Más adelante, al pasar revista a todos los famosos que conocía, Oprah le dijo al público: «Céline Dion, Halle Berry y John Travolta acabaron siendo muy buenos amigos míos». Entrevistó a Tom Cruise nueve veces a lo largo de los años y dedicó una hora completa a reunir de nuevo el reparto de The Mary Tyler Moore Show porque, como confesó, «Yo quería ser Mary Tyler Moore».

«Mi esposa (la actriz Shirley Jones, ganadora de un Óscar) y yo estuvimos en el programa Oprah un par de veces —recordaba Marty Ingels, desde su casa en Beverly Hills—. Una de las veces fue al programa titulado “Parejas que tienen algo que ocultar”. Estábamos con Jayne Meadows y Steve Allen. Ella lo había encontrado en la cama con otra mujer. Nos dejó de piedra… Cometí una enorme equivocación al tratar de jugar con Oprah. Le dije: “Venga Oprah. No te caen bien los judíos. No me vas a dejar hablar”. Vaya error. Al parecer, la habían acusado de ser antijudía. En cualquier caso, nunca volvimos al programa y esta es la razón: Oprah no nos pagó».

Ingels explicó que, según la American Federation of Television and Radio Artists (AFTRA), todos los artistas tienen que recibir unos honorarios mínimos (537$ en 1997) por aparecer en un programa, tanto si actúan como si no, pero Oprah afirmaba que tenía un acuerdo especial con el sindicato local y no pagaba a nadie. Ingels pidió que la AFTRA lo investigara: «No está bien que esta señora multimillonaria haga que sus reglas sean diferentes de las de cualquier otro programa de entrevistas… ¿Por qué tiene que pasar por encima de sus compañeros? Para ella es una minucia, pero algunos actores dependen del cheque que reciben de vez en cuando. No está bien que los estafe […] ¿Es un pecado mortal? No. Pero es mezquino y ruin y me reveló algo mezquino y ruin de ella. Recuerdo que una vez dijo que el control es la propiedad […] Pese a su fama de ser ‘Santa Oprah’, en realidad lo único que le importa es el dinero […] Sí. Al final, Shirley recibió su cheque, igual que todos los demás a los que no habían pagado, porque llamé a The Hollywood Reporter y hubo publicidad sobre el asunto. Y eso es lo que Oprah no quería. Publicidad. Es un enorme desinfectante».

Una de las principales «adquisiciones» de famosos para The Oprah Winfrey Show, no era miembro de AFTRA, pero le habría venido muy bien el cheque de 537 dólares, después de que la Casa de Windsor la tratara injustamente en su divorcio. Sarah, duquesa de York, era más conocida como Fergie, un nombre inextricablemente ligado a la frase «chupa dedos», debido a las fotos tomadas de ella con su amante, que llevaron a la disolución de su matrimonio con Andrés, duque de York e hijo favorito de la reina de Inglaterra.

«Oprah estuvo a punto de perder aquella entrevista, porque sus productoras insistían en que Sarah apareciera en el programa llevando una tiara», dijo un ejecutivo de ABC que participó en las negociaciones. «Los productores de Oprah hablan la lengua de Oprah: “Oprah quiere…”, “Oprah dice…”, “Oprah insiste en que …”». En esta cuestión, Oprah se mostró, realmente inflexible.

«“Oprah cree que sería muy de la realeza”».

«“Ni hablar”, —contestó la publicista de Sarah.

«“Si no hay tiara, no hay entrevista”» —zanjaron los productores de Oprah.

«El tema creció hasta convertirse en una auténtica crisis —explicó el ejecutivo de la cadena—. Los productores de Oprah hablaban muy en serio sobre la tiara y presionaron hasta que los publicistas de Sarah estuvieron a punto de romper la negociación. Hubo dos días de ataques, con sus noches… Finalmente, el bando de Oprah cedió, y Sarah apareció en el programa para promocionar su libro, sin tiara».

La duquesa que entonces estaba en desgracia fue lo más cerca que Oprah estuvo de entrevistar a la realeza británica. Conoció a Diana, princesa de Gales, en abril de 1994, cuando almorzó con ella en el palacio de Kensington. «Tuvimos una conversación sincera y divertida cuando fui a recoger el BAFTA», dijo Oprah. (La British Academy of Film and Television Awards había nombrado a The Oprah Winfrey Show el «Mejor programa de televisión extranjero»). «Pensé que era encantadora, pero no le interesaba hacer una entrevista, así que no insistí». Después del almuerzo, la princesa, todavía casada con el Príncipe de Gales, le envió a Oprah una foto suya en blanco y negro, firmada simplemente Diana x, con un marco de plata de ley, con el monograma de la inicial D. Un tiempo después le concedió una entrevista, donde lo contaba todo, al presentador de televisión británico Martin Bashir.

«La princesa lo eligió a él y no a Oprah porque creyó que tendría más repercusión en Gran Bretaña con un programa insignia como Panorama y porque se trataba de la BBC», declaró Paul Burrell, ex mayordomo de Diana, en un correo electrónico. «Martin Bashir también le prometió el control total de la entrevista. No tenía nada que ver con Oprah sino con la concentración (de Diana) en el mercado británico y con enviar un mensaje deliberado al pueblo británico. Fue un acontecimiento cuidadosamente organizado y el lugar y el contexto eran lo más importante en su pensamiento».

La primera vez que Sarah Ferguson apareció en The Oprah Winfrey Show, estaba promocionando su libro My Story, que trataba de su convicción de que el palacio de Buckingham había conspirado para destruirla. Un año después, apareció como portavoz de Weight Watchers y mencionó que había vuelto con el príncipe Andrés. Provocó exclamaciones audibles del público cuando describió que ella y su ex marido compartían la misma casa con sus dos hijas y cada uno se adaptaba a las relaciones del otro, una revelación excitante que a Oprah le ponía en bandeja el tipo de información que ella y sus productores deseaban.

Los productores de Oprah eran conocidos por hacer peticiones escandalosas a sus invitados: «Si te quiere en su programa, sus productores se apoderan de tu vida semanas antes, y tú, tu familia y tus amigos debéis estar disponibles veinticuatro horas al día, cada día que ellos te necesiten —dijo un ejecutivo de una editorial, que ha concertado a muchos autores para The Oprah Winfrey Show —. Si son tres semanas, debes estar disponible mañana, tarde y noche durante veintiún días, pero suele ser bastante más de un mes de tu tiempo. Sus productores quieren una visión de tu vida lo más íntima imaginable, y a veces se meten en sitios que se pueden considerar explotadores, invasivos y muy dolorosos. Por ejemplo, los productores de Oprah querían que Elizabeth Edwards (ex esposa del senador John Edwards) los llevara al lugar de la carretera donde su hijo había muerto. Sus publicistas pusieron reparos: “No creemos que eso dé resultado”, dijeron, sin consultar siquiera con Elizabeth […] Los productores de Harpo, hurgan en todo, pero el resultado final no es una televisión de ‘te pillé’. A Oprah no le interesa eso. Lo que quiere es ofrecer a sus espectadores una experiencia personal que no pueden conseguir en ningún otro sitio, y por supuesto, la mayoría de personas aceptan sus exigencias porque quieren estar en su programa».

Hubo un invitado al que no se le pidió nada, salvo su atractiva presencia. «Estaba sencillamente entusiasmada con John F. Kennedy Jr. —confesó Oprah—. Le habíamos pedido repetidamente que viniera, muchas veces, y esta vez, nos llamó él. Creo que aceptó hacerlo porque le resultaba conveniente». Oprah interrumpió sus vacaciones para regresar a Chicago, en agosto de 1996, y grabar la entrevista cuando Kennedy estuviera en la ciudad para la Convención Nacional Demócrata. Incluso encargó dos sillones nuevos para el plató, pero después de que la tapicería blanca dejara pelusa en todo el traje de Kennedy, hizo que las retapizaran en piel. Cuatro años después de que se matara pilotando su avión, Oprah vendió «los sillones donde se sentó John F. Kennedy» en una subasta benéfica, en eBay por 64.000 dólares.

En la época de la entrevista, Kennedy era considerado el soltero de oro de todo el país, sin embargo Oprah, que hacía las preguntas más íntimas a todo el mundo, a Kennedy no le preguntó nada sobre su vida privada. «No le pregunté cuándo se casaría porque esa es la primera pregunta que todos me hacen a mí, y no es asunto de nadie más que de él». Lo que sí hizo fue enseñarle el provocativo vídeo de Marilyn Monroe, con un vestido de lentejuelas, muy escotado, de color carne, que parecía que le habían rociado encima, cantándole Cumpleaños feliz, señor Presidente, a su padre, en Madison Square Garden. El joven Kennedy sonrió, pero no mordió el anzuelo. «Sí —dijo—. Lo he visto muchas veces».

Aunque Oprah no consiguió sonsacarle nada al deslumbrador joven, su mera presencia le dio unos índices de audiencia que fueron todo un récord y que no se vieron superados hasta que apareció Barbra Streisand, dos meses después. Años más tarde la misma Streisand volvió al programa en el año 2003 y superó sus índices anteriores cantando en la televisión diurna por vez primera en 40 años. Pese a ello, Oprah estaba de lo más entusiasmada por la entrevista con Kennedy. «Creía que lo amaba —dijo, después de la grabación—. Ahora sé que lo amo».

En 1996, Oprah estaba en la cumbre de su profesión: ganaba más de 97 millones de dólares al año y amontonaba Emmys como si fueran leña; dominaba en los programas de entrevistas por televisión porque les daba a sus telespectadores una programación que no se podía dejar de ver. Los invitados no siempre eran famosos, sino una combinación de cultura pop y historias dramáticas de abusos y supervivencia, en primera persona, mezcladas con libros, películas, vídeos musicales, tratamientos de belleza, dietas para adelgazar y videntes, más las cuestiones apremiantes del día.

Poco después de que el brote de la enfermedad de las vacas locas (encefalopatía espongiforme bovina) en Gran Bretaña fuera asociada a una enfermedad neurológica que afectaba a los humanos, Oprah presentó un programa, el 16 de abril de 1996, titulado «Alimentos peligrosos», en el cual preguntaba si aquella enfermedad mortal e incurable que ataca el cerebro y provoca una muerte lenta y atroz podría propagarse por los Estados Unidos. El primer invitado era una mujer británica que dijo que su nieta de dieciocho años, que estaba moribunda, había caído en coma después de comer una hamburguesa contaminada por una vaca loca. Secuencias de película mostraban ganado enfermo, tambaleándose, en Gran Bretaña. El segundo invitado era una mujer cuya suegra había muerto a causa de la debilitadora enfermedad que, según creía ella, había contraído comiendo buey en Inglaterra. Los dos siguientes invitados eran Gary Weber (de la Asociación nacional de criadores de ganado vacuno), quien dijo que las regulaciones del gobierno garantizan que el buey de los Estados Unidos no suponían peligro alguno, y Howard Lyman (de la Sociedad Humana de los Estados Unidos), quien, por el contrario afirmó que la forma humana de la enfermedad podría hacer que el sida pareciera un resfriado común dado que cada año, en los Estados Unidos, se sacrifican 100.000 vacas enfermas, su carne se pica y se utiliza como pienso.

«Howard, ¿cómo sabes con tanta seguridad que trituran a las vacas y se las dan como alimento a otras vacas?», preguntó Oprah.

«Lo he visto —respondió Lyman—. Son estadísticas del USDA» (Ministerio de Agricultura de los Estados Unidos).

Con aire de asco, Oprah se volvió hacia el público. «Bueno, ¿no les preocupa a todos ustedes estar aquí, oyendo esto? Me ha quitado todas las ganas de comer otra hamburguesa. No sé que pensar […] El doctor Gary Weber dice que no hay ninguna razón para que nos preocupemos. Pero esto, en sí mismo, me resulta inquietante. Las vacas no deberían comer otras vacas […] Deberían comer hierba». El público le mostró su aprobación, estruendosamente.

Al día siguiente, en el Chicago Mercantile Exchange, los precios del ganado cayeron por los suelos, y los criadores culparon a Oprah, aunque un analista de ganado de Alaron Trading Corporation dijo: «El programa simplemente fue un detonante de lo que ya era una situación negativa en el mercado». Oprah se defendió diciendo: «Hablo como una consumidora preocupada en nombre de millones de consumidores. Que las vacas coman vacas es alarmante. Los estadounidenses necesitaban y querían saberlo. Sin ninguna duda, yo quería que lo supieran. Creemos que el programa fue justo. Hice preguntas que creo que el pueblo de los Estados Unidos merece que se respondan a la luz de lo que está sucediendo en Gran Bretaña».

La National Cattlemen’s Beef Association protestó por la edición «tendenciosa» del programa, retiró 600.000 dólares de publicidad de la cadena, y amenazó con presentar una demanda contra Oprah, bajo un estatuto de Texas que considera fuera de la ley hacer declaraciones perjudiciales y falsas sobre productos alimenticios perecederos. Acobardada, Oprah emitió a la semana siguiente (23 de abril de 1996) un segundo programa de «Alimentos peligrosos» y, deliberadamente, no incluyó a Howard Lyman, que había dicho que el sector ganadero de los Estados Unidos alimentaba al ganado a base de «animales muertos en la carretera». Un ranchero furioso dijo, después, que el segundo programa era «demasiado poco, demasiado tarde», porque Oprah «no apareció en el programa comiendo una hamburguesa delante de todo el mundo».

En seis semanas, varios grupos ganaderos se habían unido para demandarla a ella, a King World Productions, a Harpo y Howard Lyman y pedir 12 millones de dólares por daños. Durante el año siguiente, Oprah se preparó para defenderse, gastando cientos de miles de dólares en abogados y asesores para la selección de jurados, además de los gastos de trasladar el programa a Amarillo (Texas), para someterse a un juicio de seis semanas en un tribunal federal. En el pasado, cuando había rozado la línea entre comentarios responsables e irresponsables, no le habían pedido cuentas, excepto por el programa sobre el culto al diablo, durante el cual dejó pasar la insinuación de que los judíos sacrificaban a sus hijos y en ese caso, tras reunirse con líderes judíos y pedir disculpas, se le permitió seguir adelante. Pero esta vez era diferente: los ganaderos, buscando venganza, querían acudir a los tribunales, pese a los esfuerzos hechos en nombre de Oprah para llegar a un acuerdo extrajudicial.

Phil McGraw (conocido más tarde como Dr. Phil cuando se convirtió en presentador de programas de entrevistas) trabajaba como asesor jurídico y había sido contratado por los abogados de Oprah para que les ayudara a planear su estrategia en el tribunal y preparar a los acusados para el juicio. Recordaba que se reunió con Oprah y sus abogados para hablar sobre la posibilidad de llegar a un acuerdo extrajudicial, en lugar de ir a juicio. Cuando Oprah le preguntó qué opinaba, McGraw dijo: «Si peleas por esto hasta el final, la cola en la ventanilla de “Demandas contra Oprah” va a hacerse mucho más corta».

En realidad, esa cola no fue nunca larga, porque la riqueza de Oprah la protegía de litigios graves: pocas personas querían enfrentarse a su bolsillo sin fondo y a sus demoledores equipos de abogados. Salvo por unas pocas demandas molestas, aquí y allí, incluyendo una de los ex fotógrafos de Harpo, Paul Natkin y Stephen Green, que la demandaron (y llegaron a un acuerdo) por un incumplimiento del copyright, Oprah había tenido bastante suerte. En una declaración durante el caso de los fotógrafos, dijo: «Mi propósito siempre es ser dueña de mí misma y de todas las partes de mí misma que pueda, incluyendo las fotografías, un edificio y todo lo que hay dentro del edificio. ¿Saben?, he creado una cultura […] de propiedad, en Harpo». Los abogados que representaban a los fotógrafos recordaban que Tim Bennett testificó que Oprah no sabía qué diferencia había entre un formulario W2 y un 1099, algo que, en su opinión, era «totalmente increíble».

Poco aficionada a los litigios, Oprah sólo había presentado una demanda en una ocasión anterior, en 1992, cuando Stedman y ella denunciaron a un periódico amarillo canadiense que había publicado una entrevista con alguien que afirmaba ser el primo de Stedman, con el titular «Tuve una aventura gay con el prometido de Oprah». Ganaron el pleito por incomparecencia cuando la editorial dejó el negocio antes que defender sus afirmaciones. Oprah instigó otro juicio en 1995, al inducir a su ex decorador Bruce Gregga a demandar al National Enquirer, después de que el periódico publicara fotos en color de su condominio de Chicago, mostrando unos sillones brillantes, con ribetes dorados, sofás de damasco satinado, sembrados de cojines de terciopelo, un revestimiento de paredes de seda roja y una bañera de mármol con grifos chapados en oro. «Aquel sitio era horrible, recargado y rococó; ¡debería haber demandado al decorador por mal gusto!», dijo uno de los abogados del Enquirer, de la firma Williams and Connolly, de Washington. Gregga estaba representado por los abogados de Oprah, de Winston and Strawn, y Shearman and Sterling.

«Me acuerdo de verla unos minutos después de que ella viera las fotos —dijo Bill Zwecker, de Chicago Sun-Times—. Acababa de volver en avión desde Rancho La Puerta, para asistir a la fiesta de presentación del libro de Stedman, en el último piso del restaurante de Michael Jordan, y estaba lívida. “Estoy furiosísima —dijo—. Acababa de bajar del avión y vi una foto de mi cuarto de baño en el National Enquirer”. Despidió a Bruce, aunque sabía que él no tenía nada que ver con la publicación de las fotos. Tenía a un tipo trabajando para él, que era quien había vendido las fotos por 25.000 dólares a los periódicos… pero Oprah dijo que deberían haber estado guardadas en la caja fuerte […] Se sentía totalmente violada». Al final, Oprah y Gregga optaron por no ir a juicio y llegaron a un acuerdo con el periódico que publicó las fotos.

Más adelante, Oprah dijo que nunca consideró la posibilidad de llegar a un acuerdo extrajudicial en la demanda por el programa sobre «Alimentos peligrosos», pero el otro acusado, Howard Lyman, afirmó lo contrario: «Si hubieran encontrado la manera de alimentar conmigo a los ganaderos y sacarla a ella del pleito, yo habría caído en un abrir y cerrar de ojos —afirmó—. Tengo muy buen concepto de Oprah, pero no puedo decir lo mismo de la gente de Harpo […] Cuando acabó el juicio, se pusieron en contacto con mi abogado y le dijeron que querían que yo pagara las costas legales de Oprah (aproximadamente, 5 millones de dólares)». Lyman dijo también que estaba muy asustado a causa del juicio: «Lo más duro para mí fue cuando mi esposa me miró a los ojos y me preguntó: “Si perdemos, ¿perdemos todo lo que tenemos?” Tuve que decirle que sí».

También Oprah tenía miedo. Le dijo al Amarillo Globe-News que antes del juicio, envió a un equipo de seguridad a la ciudad para asegurarse de que estaría a salvo de la bala de un lunático y que sus perros no corrían el peligro de ser envenenados. Más tarde, le dijo a Diane Sawyer: «Estaba asustada, físicamente asustada por mí misma. Antes de que fuera a Amarillo, había… pegatinas en los coches y distintivos con “Fuera Oprah”». Dijo que no tenía miedo de toda la gente de Amarillo, sino sólo de un fanático suelto que podría excitarse con toda la polémica. Más allá de sus preocupaciones por sufrir algún daño físico, Oprah comprendía que si perdía el caso, perdería algo más que dinero; perdería la credibilidad que era la piedra angular de su carrera. En consecuencia, no reparó en gastos para defenderse.

Una lectura atenta de las declaraciones tomadas en el juicio indican que había bastante rencor y disensión entre el personal de Harpo, destacando lo que uno de los ex publicistas de Oprah describió como un «pozo de víboras». Los empleados testificaron que, en el trabajo, había problemas de drogas, adicción sexual y mucha ira. Una carta anónima enviada a los abogados de los demandantes con papel de Harpo fue presentada como documento en la deposición de un ex empleado. La carta aconsejaba al abogado de los querellantes que examinara los problemas con la bebida de uno de los productores de alto nivel de Oprah, y la discriminación por motivos de raza y sexo que había en todo Harpo. La carta estaba firmada «Un gran aficionado al buey».

Cuando declaraba uno de los ex productores sénior de Oprah, el abogado Charles (Chip) Babcock lo desacreditó revelando sus antecedentes delictivos, más una orden de prisión pendiente, lo cual puede ser la razón de que, a partir de entonces, todos los futuros empleados de Harpo empezaran con un periodo de prueba de treinta días, mientras eran investigados por Kroll Associates, la agencia internacional de detectives, antes de ser contratados a jornada completa.

Oprah hizo su primera declaración el 14 de junio de 1997, y dos días después, escribió que todavía «estaba aturdida» por lo que pensaba que era una indignidad. «Corte de pelo militar, sureño, un abogado joven, escupetabaco, me preguntaba si sólo usaba mi ‘sentido común’. Humillante. Les encantaba […] Es la primera vez que me he sentido acorralada, con la espalda contra la pared. Al mirar a los ojos a aquellos abogados, me sentía igual que cuando aquellos chicos de dientes verdosos tenían a Sethe (de Beloved) inmovilizada en el granero […] No me puedo sacar de encima esa declaración degradante y desgarradora».

 

P. ¿Qué base científica razonable tiene para decir que las vacas no deberían comer otras vacas?

R. Ninguna base científica. Sentido común. Nunca he visto a una vaca comiendo carne.

P. ¿Es esa toda la base de la afirmación?

R. ¿Mi sentido común?

P. Sí.

R. Y los conocimientos que he adquirido con los años.

P. ¿Qué conocimientos son esos? Eso es lo que intento saber […] ¿Cuál es la base de la afirmación de que no deberían comer otras vacas?

R. Porque así las creó Dios, para comer hierba y heno.

 

A continuación, el abogado le preguntó por sus credenciales profesionales.

 

R. Soy la consejera delegada de Harpo.

P. ¿También es la presentadora de The Oprah Winfrey Show?

R. Ajá.

P. ¿Es animadora o periodista?


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