Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 6 страница

«Quiero a Oprah, la admiró y creo que es un regalo para el planeta —dijo Walker en 2008—, pero ha puesto una enorme distancia entre nosotras, algo que no comprendo […] Es posible que mis opiniones sean demasiado extremas para ella.»

Igualmente inexplicable era lo que parecía una completa usurpación de la novela por parte de Oprah, cuando El color púrpura se convirtió en musical y se estrenó en Broadway en 2005. La marquesina anunciaba de forma clara y llamativa: «Oprah Winfrey presenta El color púrpura». Sólo en la letra más diminuta de los programas y de los anuncios a toda página de los periódicos estaban las palabras «Basado en la novela escrita por Alice Walker».

«Puede que al reclamar de esta manera El color púrpura —sugirió Walker— Oprah estuviera curándose la herida que tuvo cuando Steven (Spielberg) se negó a poner su nombre en la marquesina del cine. Sé que aquello le dolió profundamente a Oprah, y me parece que trataba de desquitarse de él y ganar un terreno que creía haber perdido. Así que se apoderó de todo, de toda la marquesina, sin pensar realmente en mí, ni en si era justo […] No fue especialmente agradecido por su parte ni por la de Scott (Scott Sanders, el productor). No sé como pudieron hacerlo, pero dado que lo hicieron, espero que vivan con ello.»

Ni Alice Walker ni Gloria Naylor podían explicarse que Oprah las hubiera omitido del Club del Libro, que desde 1996 hasta que lo interrumpió en 2002, se concentró en autores vivos, sobre todo mujeres. Generalmente Oprah anunciaba el libro elegido y luego daba a los espectadores un mes para leerlo. Entretando, sus productores filmaban al autor en su casa, cenando con Oprah y a algunas fans hablando del libro, unas escenas que luego se incluían en el programa hecho sobre el libro. Su primera elección fue En lo profundo del océano, de Jacquelyn Mitchard, la historia de una mujer cuyo hijo es raptado. La directora de publicidad de Mitchard, en Viking Penguin, recordaba que Oprah la llamó para decirle: «Vamos a crear el club del libro más importante del mundo», lo cual no era ninguna exageración dado que entonces The Oprah Winfrey Show se emitía ya en 130 países. Oprah sabía lo suficiente por anteriores promociones de libros para advertirle a la publicista de que imprimiera miles de ejemplares extra y que luego se apartara de la estampida. El libro de Mitchard, que había tenido una primera edición de 68.000 ejemplares, vendió más de 4 millones después de ser seleccionado por el Club del Libro de Oprah.

«Quiero que el país se ponga a leer», dijo Oprah, que era consciente de su poder como fuerza cultural. Durante los seis años siguientes, eligió libros que reflejaban sus propios intereses, que algunos críticos definían como «de nivel intelectual medio», «sentimentales» y «comerciales». En su mayoría, eran historias tristes, escritas por mujeres, sobre mujeres que sobrevivían a la miseria y el dolor y encontraban la redención; mujeres como ella, que triunfaban sobre los abusos sexuales, sobre unas madres descuidadas, libros que trataban sobre el racismo, la pobreza, un amor no correspondido, unos hombres débiles, unos embarazos no deseados, las drogas e incluso la obesidad. «Leer es como todo lo demás —declaró Oprah—. Te sientes atraído por personas que son como tú.»

Es posible que Oprah se viera retratada en la primera novela de Wally Lamb, She’s Come Undone, sobre una adolescente obesa que supera la violación y el odio hacia sí misma, que fue una una de las obras elegidas en 1997 para el Club del Libro. Doce años más tarde, sumó fuerzas con Tyler Perry para coproducir Precious, una película sobre una madre de Harlem, adolescente, obesa y embarazada que supera la violación, el analfabetismo y una madre malvada y se forja una nueva vida para sí misma. La película se basaba en la novela Push, de Sapphire. En su mayoría, las obras elegidas por el Club del Libro de Oprah presentaban mujeres que habían sido violadas, acosadas o asesinadas por hombres que cometían adulterio o maltrataban a su familia. En varias de las novelas, los hombres eran amenazadores y las mujeres entregadas a la familia. Tom Shone, crítico literario de The New York Times, afirmó: «La lista de Oprah nos ofrece eso tan amenazador: no un mundo sin piedad, sino un mundo compuesto sólo de piedad».

 

1996-2002

 1. El lado profundo del mar, de Jacquelyn Mitchard.

 2. La canción de Salomón, de Toni Morrison.

 3. El libro de Ruth, de Jane Hamilton.

 4. She’s Come Undone, de Wally Lamb.

 5. Las piedras del río, de Ursula Hegi.

 6. The Rapture of Canaan, de Sheri Reynolds.

 7. The Heart of a Woman, de Maya Angelou.

 8. Songs in Ordinary Time, de Mary McGarry Morris.

 9. A Lesson Before Dying, de Ernest J. Gaines.

10. Ellen Foster, de Kaye Gibbons.

11. Mujer virtuosa, de Kaye Gibbons.

12. The Meanest Thing to Say, de Bill Cosby.

13. The Treasure Hunt, de Bill Cosby.

14. The Best Way to Play, de Bill Cosby.

15. Paraíso, de Toni Morrison.

16. Here on Earth, de Alice Hoffman.

17. Black and Blue, de Anna Quindlen.

18. Breath, Eyes, Memory, de Edwidge Danticat.

19. I Know This Much Is True, de Wally Lamb.

20. What Looks Like Crazy on an Ordinary Day, de Pearl Cleage.

21. Midwives, de Chris Bohjalian.

22. Donde está el corazón, de Billie Letts.

23. Jewel, de Bret Lott.

24. El lector, de Bernhard Schlink.

25. La mujer del piloto, de Anita Shreve.

26. La flor del mal, de Janet Fitch.

27. Madreperla, de Melinda Haynes.

28. Tara road, una casa en Irlanda, de Maeve Binchy.

29. River, Cross My Heart, de Breena Clarke.

30. Vinegar Hill, de A. Manette Ansay.

31. A Map of the World, de Jane Hamilton.

32. Gap Greek, de Robert Morgan.

33. Hija de la fortuna, de Isabel Allende.

34. Back Roads, de Tawni O’Dell.

35. Ojos azules, de Toni Morrison.

36. While I Was Gone, de Sue Miller.

37. La Biblia envenenada, de Barbara Kingsolver.

38. Open House, de Elizabeth Berg.

39. Drowning Ruth, de Christina Schwarz.

40. House of Sand and Fog, de Andre Dubus III 41. We Were the Mulvaneys, de Joyce Carol Oates.

42. Icy Sparks, de Gwyn Hyman Rubio.

43. Stolen Lives: Twenty Years in a Desert Jail, de Malika Oufkir.

44. Cane River, de Lalita Tademy.

45. Las correcciones, de Jonathan Franzen.

46. A Fine Balance, de Rohinton Mistry.

47. Fall on Your Knees, de Ann-Marie MacDonald.

48. Sula, de Toni Morrison.

 

En el primer año, el Club del Libro de Oprah vendió casi 12 millones de ejemplares de literatura contemporánea, un género que no solía vender más de unos cuantos miles de ejemplares por título y año y, según Publishing Trends, un boletín del sector, las ventas de libros logradas gracias a Oprah ascendían a 130 millones de dólares. En consecuencia, acabó siendo conocida como «La Midas de las Listas Medias», por su habilidad para convertir novelas con un éxito modesto en tremendos bestsellers. «Es una revolución», afirmó Toni Morrison, el primer escritor negro al que le concedían el premio Nobel de Literatura. Oprah presentó a Morrison al público en 1996 diciendo que «de todos los escritores estadounidenses, ya fueran blancos o negros, él era más grande escritor vivo». A lo largo de los siguientes cuatro años, seleccionó a Morrison para el Club de Lectura cuatro veces, organizando incluso una clase magistral para que la erudita escritora pudiera instruir al público de Oprah sobre cómo leer una novela. Oprah empezó el programa asegurando a los espectadores que también ella tenía dificultades para leer a Toni Morrison, y reveló su conversación con la autora.

«¿La gente te dice que, a veces, tienen que volver atrás y revisar lo que pone»? —preguntó Oprah.

«Eso, querida —respondió Toni Robinson— se llama leer».

Hacia el final del primer año del Club del Libro de Oprah, las editoriales estaban aturdidas: «Es como despertarte una mañana y encontrarte con que tu marido se ha convertido en Kevin Costner», dijo una editora. Los editores hacían lo imposible para acomodarse a Oprah, firmando acuerdos de confidencialidad para mantener el libro seleccionado en secreto hasta que ella lo anunciara en el programa. Aceptaron entregarle 500 ejemplares gratis para que los repartiera entre el público, y donar 10.000 ejemplares a las bibliotecas. Enviaban a sus representantes de ventas a vender a ciegas: «Habrá una obra del Club del Libro de Oprah seleccionada dentro de dos meses. No sé cuál es. ¿Cuántos ejemplares quiere encargar?» A su vez, los libreros tenían que firmar acuerdos de confidencialidad comprometiéndose a no abrir las cajas enviadas con el sello de Oprah hasta el momento en que ella desvelara su elección en antena. Los autores ungidos también firmaban declaraciones juradas que los comprometían a no revelar su buena fortuna hasta que Oprah anunciara su libro. Se les permitía decírselo a su cónyuge, pero a nadie más, ni siquiera a sus padres, hermanos o hijos. Por añadidura, las editoriales tenían que ceder a Oprah la aprobación de la colocación del logo del Club del Libro en la cubierta (una enorme O amarilla con el centro blanco) y comprometerse a dejar de estampar el logo en los libros, una vez se hubiera acabado el mes. Después de ese periodo, ni siquiera podían mencionar su Club de Lectura en los anuncios.

Resulta difícil de creer que la cruzada de Oprah a favor de la alfabetización disparara alguna crítica, pero a los pocos meses había levantado ampollas entre las élites literarias. «Sí, su Club del Libro es una gran ayuda social —declaró The New Republic— pero su gusto por la edificación del tipo culebrón operístico no lo es.» Alfred Kazin, crítico literario de Nueva York, menospreció su club de lectura diciendo que era «un bombardeo de saturación de la mente estadounidense.» Pero la crítica de cultura Camille Paglia defendió a Oprah: «Creo que la reacción contra ella es puro esnobismo intelectual. La idea de que una mujer negra, con una audiencia devota, pueda tener esta clase de impacto pone en peligro el papel (de sus críticos) como formadores del gusto». Las críticas alcanzaron un punto culminante en 2001, cuando Oprah eligió Las correcciones, de Jonathan Franzen, para la beatificación de su club. Franzen, cuyas dos primeras obras habían vendido entre las dos un total de 50.000 ejemplares, parecía en situación de alcanzar un éxito comercial gigantesco en tanto que elegido por Oprah, pero no se apresuró a aceptar la oferta.

«El primer fin de semana después de enterarme, consideré la posibilidad de rechazarlo —dijo más adelante—. Sí, lo pensé muy en serio. Yo lo veo como mi libro, mi creación y no quería que llevara aquel logo de propiedad empresarial […] No es sólo una pegatina. Es parte de la cubierta. Rehacen toda la cubierta. No lo puedes quitar. Ya sé que pone Club del Libro de Oprah, pero es un refrendo implícito, tanto para mí como para ella. La razón de que entrara en este negocio es que soy un escritor independiente y no quería aquel logo corporativo en mi libro.»

A continuación dijo que ser seleccionado para el Club del Libro de Oprah beneficiaba tanto a él como a Oprah: «(Mi libro con 300.000 ejemplares en prensa) ya estaba en la lista de bestsellers y casi todas las críticas ya habían llegado. Lo que esto significa para nosotros es que ha impulsado las ventas a otro nivel y ha hecho entrar el libro en Walmart y Costco y sitios así. Significa mucho más dinero para mí y para mi editor, (y) hace que el libro llegue a las manos de personas a las que podría gustar».

Franzen definió su libro —«esta clase de libro»— como perteneciente a la «tradición literaria de arte superior», mientras que, según dijo, la mayoría de los libros de Oprah eran mero «entretenimiento». Añadió: «Ha seleccionado algunos libros buenos, pero también bastantes sensibleros, unidimensionales, que me dan escalofríos, a pesar de que creo que Oprah es muy lista y está luchando por una buena causa».

Parecía que Franzen había despreciado públicamente a Oprah, como si fuera una pregonera de feria, y ella reaccionó rescindiendo su invitación. Anunció a sus telespectadores: «Jonathan Franzen no estará en The Oprah Winfrey Show, porque, al parecer, se siente incómodo y en conflicto por haber sido elegido el Club del Libro. No es, mi intención, nunca lo es, que nadie se sienta incómodo ni causarle a nadie ningún conflicto […] Vamos a pasar al siguiente libro».

Franzen le dijo a USA Today que se sentía «fatal» por lo que había hecho. «Encontrarme en la posición de ofender a alguien que es una heroína… —no mía per se, sino en general—; me siento mal como ciudadano».

Atónito, Jonathan Yardley, crítico literario de The Washington Post, dijo que las palabras de Franzen eran «tan estúpidas que es imposible comprenderlas. Ha hecho todo lo que ha podido para coger el dinero de Oprah Winfrey y luego huir lo más lejos posible de ella». Chris Bohjalian, cuya novela Midwives era el libro número veintiuno elegido por Oprah, dijo: «Estaba furioso por el club de lectura y horrorizado como lector que aprecia lo muchísimo que Oprah Winfrey ha hecho por los libros». Añadió que las ventas de Midwives habían saltado de los 100.000 ejemplares a 1,6 millones, después de que el libro fuera elegido por Oprah.

Franzen fue vilipendiado de costa a costa. Newsweek dijo que era un «capullo engreído». The Boston Globe lo llamó «mocoso quejicón y malcriado». Interviniendo para defenderlo, David Remnick, redactor jefe de The New Yorker, dijo: «Tengo una gran opinión de Jonathan. Creo que lo siente por Oprah, pero no es un problema monumental. Todos ofendemos a alguien alguna vez». E. Annie Proulx, escritora ganadora de un premio Pulitzer, salió también en defensa de Franzen: «Jon tenía toda la razón —dijo—. Puso objeciones porque no le gustaban muchas de las obras elegidas por Oprah. Y puedo decirlo porque sé que ninguno de mis libros estará nunca en las listas de Oprah. Algunos de los libros que escoge son un poco sensibleros. Entiendo de dónde viene y ha hecho cosas maravillosas por los libros y los lectores. Pero es comprensible que haya quien piense que no representa ningún prestigio ser aceptado en una lista de libros sensibleros».

En noviembre de 2001, un mes después de que le retiraran la invitación para el programa de Oprah, Jonathan Franzen ganó el Premio Nacional del Libro por Las correcciones y unos meses más tarde, Oprah decidió interrumpir su Club del Libro. ‘Nuestra Señora de la Alfabetización’ ya había tenido bastante: «Se ha vuelto cada vez más difícil encontrar, cada mes, libros que yo me sienta absolutamente obligada a compartir —afirmó—. Continuaré presentando libros en The Oprah Winfrey Show cuando crea que se merecen que los recomiende sinceramente».

Si parecía excesivamente susceptible a las críticas públicas era porque se había acostumbrado a que la prensa la elogiara constantemente; semblanzas laudatorias, entrevistas llenas de admiración, noticias de primera plana desbordantes de adoración. Con la excepción de los periódicos y revistas sensacionalistas y de chismorreos, el programa de Oprah navegaba casi siempre por mares tranquilos. Ahora se había encontrado con una pequeña turbulencia por su falta de gusto literario y ser ridiculizada como ‘Nuestra Señora de las Personas Poco Cultas’ la había herido en un punto vulnerable. Nunca había estado particularmente orgullosa de su histórica facultad negra, la Tennessee State University y se sentía inferior junto a sus contemporáneas de la Ivy League. Sabía que su éxito y fama la elevaban, haciéndola entrar en la mayoría de círculos sociales, porque, como solía decir, «en los Estados Unidos el dinero abre todas las puertas». Pero parecía que le habían cerrado de un portazo en la cara la que llevaba el letrero de «Literatura de arte mayor».

Oprah le dio diez meses al sector editorial para que echaran de menos su Club del Libro, antes de anunciar que volvía a ponerlo en marcha. Esta vez, sin embargo, se inmunizó contra los ataques de los literatos concentrándose únicamente en los clásicos. Durante los dos años siguientes reunió a sus telespectadores en torno a algunos de los mejores escritores literarios:

2003-2005

49. Al Este del Edén, de John Steinbeck.

50. Llora, oh mi querido país, de Alan Paton.

51. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

52. El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers.

53. Ana Karenina, de Leon Tolstoi.

54. La buena tierra, de Pearl S. Buck.

55. Mientras agonizo, de William Faulkner.

56. El ruido y la furia, de William Faulkner.

57. Luz de agosto, de William Faulkner.

 

Al llegar el año 2005, la comunidad literaria de los Estados Unidos se moría de hambre. Más de 150 escritores, en su mayoría mujeres novelistas como Amy Tan, Louise Erdrich y Jane Smiley, firmaron una petición a Oprah diciendo: «el panorama de la ficción literaria es ahora un lugar tenebroso». Le rogaban que volviera y ella aceptó porque dijo que echaba de menos entrevistar a los autores para hablar de sus libros. Curiosamente, en esta nueva etapa todos los libros que Oprah seleccionó estaban escritos por hombres.

 

2005-2008

58. En mil pedazos, de James Frey.

59. La noche, de Elie Wiesel.

60. The Measure of a Man: A Spiritual Autobiography, de Sidney Poitier.

61. La carretera, de Cormac McCarthy.

62. Middlesex, de Jeffrey Eugenides.

63. El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.

64. Los pilares de la tierra, de Ken Follet.

65. Una nueva tierra, de Eckhart Tolle.

66. La historia de Edgar Sawtelle, de David Wroblewski.

 

Cuando inauguró la temporada de 2005 con su elección de En mil pedazos, de James Frey, no tenía ni idea de que iba a verse envuelta en una polémica que provocaría trece demandas judiciales colectivas, un enfrentamiento doloroso con una editorial prestigiosa y con un editor reverenciado, más una diatriba de The New York Times, que hizo que el altercado con Franzen pareciera cosa de niños. Como Jonathan Franzen comentó unos años después, «Oprah debería mantenerse alejada de los hombres blancos con las iniciales J. F.».

Al principio, Oprah se sintió seducida por las angustiosas memorias de adicción y superación. «El libro […] me tuvo despierta dos noches seguidas», le dijo al público el 22 de septiembre de 2005, cuando anunció que En mil pedazos era la siguiente obra elegida para el club. «Es un recorrido enloquecido por la adicción y la rehabilitación, electrizante, intenso, fascinante, incluso horripilante.»

El 26 de octubre de 2005, presentó al barbudo escritor de treinta y seis años diciendo: «Es el niño que rezas para no tener que criar nunca. A los diez años, bebía, a los doce, se drogaba y a partir de entonces, pasa casi cada día igual: borracho y drogado con crack … Toma de todo: cocaína, se mete ácido, come setas, toma alcohol de quemar, fuma PCP, esnifa pegamento e inhala óxido nitroso».

Frey también escribió que había subido a un avión borracho y ensangrentado después de una pelea, que le hicieron dos endodoncias sin anestesia y que había encontrado a su novia muerta, colgada de una soga. Escribía gráficamente sobre la violencia que había presenciado, sufrido y perpetuado en Hazelden durante su rehabilitación, y sobre un enfrentamiento, alimentado por el crack, con la policía de Ohio, que tuvo como resultado 7 acusaciones de delito grave y 87 días en la cárcel. «Era un mal tipo», le dijo a Oprah.

Varios críticos de libros pusieron en duda su relato diciendo que «carecía de credibilidad», pero le dieron notas altas por su vívida imaginación. Otros no fueron tan tolerantes: «Absolutamente falso», le aseguró el doctor Scott Lingle, presidente de la Minnesota Dental Association, a Deborah Caulfield Rybak, del StarTribune, de Minneapolis. Afirmó que ningún dentista del Estado realizaría una operación quirúrgica sin Novocaina. Y sobre la afirmación de Frey de que había subido a un avión herido y ebrio, un ex portavoz de Northwest Airlines dijo: «De ninguna manera. En ninguna circunstancia. En ningún sitio». Los abogados de Hazelden negaron sus acusaciones de violencia y la policía de Ohio se rió de su llamado ‘historial delictivo’, que consistía únicamente en un delito de conducción bajo los efectos del alcohol cuando tenía 23 años. Por ese delito sólo había pagado una fianza de 733 dólares, sin ningún día de cárcel. Sus ‘delitos’ consistían en conducir sin permiso y con una lata de cerveza abierta, y no en ser el principal objetivo de una investigación de narcóticos del FBI, como él afirmaba. «Se cree que es una especie de desperado», afirmó David Baer, un ex policía, divertido por el retrato de hombre malo que Frey pintaba de sí mismo.

Cuando Oprah estaba considerando si invitar o no a Frey, los editores de Frey (Doubleday para la edición en tapa y Anchor para la de rústica) le dieron a los productores de Oprah una copia del condenatorio artículo de Rybak en el Star Tribune de Minneapolis, pero según la periodista, nadie de Harpo se puso en contacto con ella. «Me quedé muy sorprendida por la falta de investigación por parte de Harpo», recordaba Rybak unos años después. Por entonces, a Oprah no pareció importarle. Dijo que le gustaba el libro y que quería que fuera su siguiente libro elegido.

En el vídeo en el que Oprah presentaba a Frey al público, siete de sus empleados ensalzaron el libro, haciendo que Oprah rompiera a llorar. «Lloro porque estas personas son mi familia de Harpo y a todos nos gusta muchísimo el libro». El libro vendió 2 millones de ejemplares en los tres meses siguientes, sorprendiendo incluso a Oprah. «A las pocas horas de nuestro anuncio en el Club del Libro, los lectores de todo el país se apresuraron a comprarlo —dijo—. En mil pedazos ha alcanzado el puesto número uno en USA Today, The New York Times y Publishers Weekly, la triple corona de los libros.»

Entonces se produjo el bombazo de la web The Smoking Gun que colgó la historia el 8 de enero de 2006: «Un Millón de Mentiras: El hombre que engañó a Oprah». Citando una investigación de seis semanas del llamado ‘historial delictivo’ de Frey y de su incapacidad para explicar las disparidades entre lo que había escrito y lo que mostraban los documentos oficiales, la página de Internet afirmaba: «Es demostrable que ha inventado partes clave del libro, que podrían —y probablemente deberían— hacer que los lectores con criterio […] se pregunten qué es verdad». Al día siguiente, la editorial de Frey respondió con una declaración de apoyo, que impulsó a Edward Wyatt a titular su artículo en The New York Times: «Y al segundo día, Doubleday dijo que no tenía importancia».

Durante los siguientes 17 días, la historia de James Frey dominó las noticias nacionales, en especial en The New York Times, que sólo en un mes publicó 31 artículos poniendo en tela de juicio la honradez de Frey, la credibilidad de su editorial y la complicidad de Oprah. En la editorial, muchos pensaban que aquella cobertura negativa era una manera de que los medios se metieran con Oprah, sin hacerlo directamente. «Fue el ataque velado contra ella lo que hizo que la historia continuara», dijo un vicepresidente de Random House, Inc., la compañía paraguas de Doubleday y Anchor.

Los productores de Oprah, en especial Ellen Rakietan, Sheri Salata y Jill Adams, siguieron en estrecho contacto con Frey, llamándole cada día y enviándole correos electrónicos: «Nos entusiasma tu libro, James. No nos importa lo que dicen. Es irrelevante. De verdad». Pero el constante vapuleo alteró tanto a Oprah que, finalmente, insistió en que Frey fuera a Larry King Live para defenderse. La misma Oprah organizó su presencia allí y prometió llamar al final del programa con una declaración. Tenía preparadas dos declaraciones, una a favor de Frey y otra en contra, y su decisión sobre cual leería al acabar el programa dependía de cómo le fuera al autor. «Que te acompañe tu madre —le dijo—. Tendrás un aspecto más simpático».

Así que, el 11 de enero de 2006, acompañado de su madre y de dos publicistas de Anchor, James Frey se presentó en la CNN para hablar de la polémica que rodeaba a su libro, descrito ahora como «un fraude» y «un escándalo». Cortés y humilde, Frey dijo que era una persona imperfecta, con un pasado turbulento. Alegó que tenía «una memoria muy subjetiva», debido a su adicción a las drogas y reconoció que en el libro había «cambiado algunas cosas» pero que en él exponía «la verdad esencial de su vida». Sin embargo Frey no admitió que hubiera mentiras ni distorsiones. King señaló que aunque Frey tenía el apoyo de su editor, todavía no sabía nada de Oprah. Uno de los oyentes que llamaron al programa le preguntó: «¿Crees que [ella] te apoyará?»

Transcurrida ya una hora de programa, seguía sin haber una llamada de Oprah, y Frey parecía un perro apaleado, mientras que su madre estaba a punto de echarse a llorar. Justo cuando Larry estaba a punto de pasar la siguiente hora a Anderson Cooper, anunció: «Voy a prolongar el programa un poco más, porque me dicen que tenemos a Oprah al teléfono. Veamos qué tiene que decir. ¿Estás ahí, amiga mía?» El presentador se inclinó hacia delante, tensando los tirantes, para saber si Frey viviría otro día más.

«Quería decir […] porque todos me han estado pidiendo que haga un comunicado público —dijo Oprah—. Primero quería saber qué tenía que decir James […] Ha sostenido muchas conversaciones con mis productores, que lo apoyan sin reservas y, evidentemente, apoyamos el libro porque reconocemos que hay miles y cientos de miles de personas cuya vida ha cambiado gracias a este libro […] Lo que siento respecto a En mil pedazos es que, aunque algunos de los hechos han sido puestos en duda […], el mensaje de redención que preside las memorias de James Frey sigue encontrando eco en mí […] Que golpeara al policía o no lo golpeara carece de importancia para mí […] —Añadió—: A mí, todo esto me parece mucho jaleo por nada […] ¿sabes?, discutir lo que pasó o no pasó con la policía es irrelevante.»


Понравилась статья? Добавь ее в закладку (CTRL+D) и не забудь поделиться с друзьями:  



double arrow
Сейчас читают про: