Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 7 страница

«Entonces, entiendo que sigue siendo una recomendación de Oprah, ¿es así?» —preguntó Larry King.

»Bueno, sin ninguna duda, se lo recomiendo a todo el mundo».

El libro siguió ocupando el puesto número uno de la lista de bestsellers de The New York Times, aunque no de la sala de redacción del periódico, que todavía sufría las consecuencias del fraude periodístico de Jayson Blair, cuyas generalizadas invenciones y plagios representaban un profundo abuso de confianza de los lectores del periódico más prestigioso de la nación. Maureen Dowd atacó primero, con una columna titulada: «¡Oprah! ¿Cómo has podido?», en la cual comparaba a la presentadora con Scott McClellan, el secretario de prensa de George W. Bush, que había mentido en nombre del presidente sobre las armas de destrucción masiva de Irak: «Debería haber dicho: “De haber sabido que muchas partes eran falsas, no habría recomendado el libro a millones de telespectadores leales. No habría hecho que este embustero ganara un montón de dinero”».

Tres días después, llegó la dura crítica de The Washington Post, en una columna de Richard Cohen, con el título «El gran error de Oprah» en el que se decía: «La fama y la riqueza la han llevado a creer que posee algo parecido a la infalibilidad papal. Es incapaz de ver que ha sido engañada dos veces; una vez por Frey y la otra por ella misma».

El golpe mortal llegó de la columna Truthiness, de Frank Rich, en The New York Times, en la cual relacionaba las mentiras de Frey y la defensa de Oprah con la clase de propaganda que puede hacer descarriar moralmente a un país: «El despreocupado y repetido respaldo de la señora Winfrey al libro es menos risible una vez que empiezas a imaginar a alguno de los que niegan el Holocausto utilizando el visto bueno de la presentadora para descartar la encarcelación de Elie Wiesel en Auschwitz, en la siguiente selección de su Club del Libro, Night».

Esto era ya demasiado para la mujer que se veía como parangón de la verdad y la honradez. Sus productores dejaron de comunicarse con Frey y exigieron a la editorial que defendiera el libro en litigio. Anchor y Doubleday se apresuraron a ofrecerle a The New York Times entrevistas con dos hombres de Hazelden en apoyo de los relatos de Frey, lo cual hicieron, pero seguía sin haber respaldo editorial para Frey en ningún lugar del país y Oprah, según sus productores, se sentía atrapada. «Se estaban acercando demasiado —dijo uno de ellos—. Empezaron a investigarnos y Oprah dijo que había que poner fin a todo aquello».

Los productores convocaron a Frey, a su editor y a algunos de los columnistas que habían condenado la defensa del libro hecha por Oprah, al programa del 26 de enero de 2006, que dijeron tendría como título « La verdad en los Estados Unidos».

Nan Talese, editora de la edición en tapa del libro de Frey y dos de los publicistas de Doubleday acompañaron a Frey a Chicago. Segundos después de que entraran en Harpo, los separaron; a Frey lo enviaron a una sala y a los representantes de la editorial a otra. Justo antes del programa, Ellen Rakieten entró corriendo en la sala de Frey y, delante de alguien presente, le dijo: «Mira, hemos cambiado el título del programa a «James Frey y la polémica de En mil pedazos». Vas a estar en antena la hora completa. Va a ser muy duro, pero aguanta. Te lo prometo, al final quedarás redimido», Rakieten tenía razón en una cosa: sería duro.

Durante la siguiente hora, Oprah ofreció a los telespectadores una asombrosa interpretación de viva indignación. Emitió una declaración de William Bastone, de The Smoking Gun, diciendo: «Resulta que es un chico bien, miembro de una fraternidad […] que no es ese desperado que le gustaría que creyéramos que fue […] Ha estado promocionando el libro durante dos años y medio y, básicamente, ha mentido durante dos años y medio». Luego, Oprah pasó el fragmento del programa de Larry King Live en el que Frey aparece diciendo que había escrito «la verdad esencial» de su vida. También pasó una parte de la llamada telefónica que la misma Oprah hizo al programa de Larry King, defendiendo a Frey y su libro. Entonces dejó caer la bomba: «Lamento aquella llamada telefónica —dijo—. Cometí un error y di la impresión de que la verdad no importa. Y lo siento profundamente, porque no es eso lo que creo. Llamé porque me gusta mucho el mensaje del libro […] —Oprah se volvió para mirar a Frey—. Me resulta difícil hablar contigo, porque me siento realmente engañada. Me siento estafada. Pero lo más importante es que creo que has traicionado a millones de lectores.»

Dedicó el resto del programa a reprender a Frey y luego a su editor.

«¿Por qué mentiste? —le preguntó—. ¿Por qué tienes que mentir sobre el tiempo que pasaste en la cárcel? ¿Por qué tienes que hacer una cosa así?»

Oprah quería saber qué pasó con el suicidio de su novia.

«¿Cómo lo hizo?»

«Se cortó las venas», contestó Frey.

«Entonces, ¿es que ahorcarse es más dramático que cortarse las venas? ¿Por eso elegiste el ahorcamiento? ¿Por qué tienes que mentir sobre eso? ¿Por qué no te limitaste a escribir una novela?»

Perdiendo terreno por segundos, Frey tartamudeó: «Creo […] Sigo creyendo que es una autobiografía».

Con una cólera apenas controlada, Oprah continuó: «Todo esto me ha avergonzado de verdad y, lo más importante, me ha hecho sentir que actué en tu defensa y, ¿sabes?, como ya he dicho, mi buen juicio estaba nublado porque tantas personas […] parecían haber sacado tanto de este libro […] pero ahora siento que nos has timado a todos. ¿Es así?»

Siguiendo el ejemplo de Oprah, el público empezó a abuchearlo. «Vale. Dejadle que hable. Por favor. Dejadle que hable» —pidió.

Frey intentó defender lo que había hecho. «Lo cierto es que me he debatido con la idea, y…».

Oprah lo interrumpió: «No, con la mentira. Es una mentira. No es una idea, James. Es una mentira».

Antes de la siguiente pausa, Oprah pasó una cinta de tres periodistas, que le sirvieron de picadores: «Está mal y es inmoral hacer creer que una obra de ficción es una autobiografía —dijo Joel Stein, de Los Angeles Times—. Yo no lo haría».

«Oprah Winfrey es la número uno, la reina de la buena voluntad en los Estados Unidos —afirmó Stanley Crouch, de Daily News, de Nueva York—. Y la han engañado. Es así de sencillo».

«Está muy claro que James Frey mintió para promocionar su libro —dijo Maureen Dowd, de The New York Times— y no creo que eso deba llevar el sello de aprobación de Oprah».

En la siguiente sección, Oprah puso como un trapo sucio a Nan Talese, en tanto que editora del libro: «¿Qué responsabilidad asumes? ¿Qué hiciste, como editora del libro, para asegurarte de que lo que publicabas era verdad?»

Talese dijo que había leído el manuscrito y se lo había pasado a sus compañeros y que, cuando no plantearon ningún problema, se lo dio al editor, Sean McDonald, que ya no estaba en Doubleday y que se convirtió en el cabeza de turco.

«Que el libro sea tan fantástico —replicó Oprah—, eso […] eso no me va a engañar […] ¿Qué hiciste legalmente para asegurarte?»

Talese dijo que el libro había sido examinado por los abogados, pero que nadie lo había cuestionado porque «eran los recuerdos de James del infierno por el que había pasado, y yo lo creí». Trató de explicar la mentalidad subjetiva que actúa cuando escribes tus memorias, pero Oprah no quiso aceptarlo, ni tampoco lo aceptó el público que seguía abucheando.

«Creo que toda esta experiencia es muy triste —dijo Talese—. Es muy triste para ti y es muy triste para nosotros».

«No, no es triste para mí —le espetó Oprah—. Para mí, es embarazoso y decepcionante».

Talese dijo que, en las futuras ediciones del libro, Frey escribiría una nota del autor para corregir sus recuerdos inventados, pero esto provocó más abucheos de los espectadores, unos espectadores que Talese calificó posteriormente de «hienas».

Durante el descanso, James Frey dijo que si hubiera una pistola entre bastidores, lo mejor que podría hacer sería pegarse un tiro. Cuando Ophra volvió a estar en el aire, dijo que apreciaba que hubiera venido al programa. «Creo, sinceramente, que decir la verdad puede hacerte libre. Sabes que no hablabas en serio, espero […] sobre eso de que si hubiera una pistola, lo que sea… pero sé que ha sido difícil y te lo he dicho: no vale la pena. No vale la pena. Lo único que tienes que hacer es decir la verdad.»

Con una modestia que no aparecía en su obra, Frey dijo: «No ha sido un gran día para mí […] pero creo que he salido siendo un hombre mejor».

«Exacto», afirmó Oprah.

«Quiero decir —añadió Frey—, que siento que he venido aquí y he sido sincero contigo. He admitido, fundamentalmente, ya sabes, que he […]».

«Mentido —intervino Oprah—. Que has mentido».

Después de haber sido flagelado en público, Frey volvió a la sala verde, como si estuviera en coma. «Dudé, Oprah acaba de hacerme pedazos ante 20 millones de espectadores —le dijo a una de las publicistas. Todos se sentaron a ver como Oprah grababa After the Show, una sección para la cadena Oxygen. Un adicto a la metanfetamina se puso en pie.

«Oprah, no me importan las exageraciones del libro. Soy adicto y esta es mi historia».

«Me alegro de que te haya ayudado —dijo Oprah—. Por esa razón tenemos el Club del Libro. James ha pedido disculpas, así que me parece bien». Este comentario fue luego eliminado de la cinta y borrado de la transcripción que publicó Harpo.

En cuanto Oprah acabó la sección, ella y Ellen Rakieten fueron corriendo a la sala verde, donde estaban Frey y sus publicistas, todavía traumatizados.

«¿Estás bien? —preguntó Oprah— ¿Estás bien?»

«Esto es una mierda», masculló Frey.

«Oh, James. Lo siento mucho. Cometí un error terrible […] Si no hubiera dicho lo que dije en el programa de Larry King, nada de esto habría sucedido. Teníamos dos declaraciones preparadas para que yo las leyera, dependiendo de cómo te fuera en el programa. Si lo hubiera dicho correctamente, nada de esto habría sucedido. Pero después del programa, The New York Times y The Washington Post no querían soltar presa. Teníanos que ponerle fin. Lo siento, pero estaban investigándonos. Y no podíamos pasar por eso. Si hubiera dicho correctamente lo que estaba en la declaración, esto no habría sucedido».

Sheri Salata y Jill Adams, las productoras que habían trabajado con Frey, se sentían muy mal: «No puedo creerme que haya pasado esto —dijo una—. Has pasado de ser el mejor elegido Club del Libro que nunca haya existido al peor. No me lo puedo creer».

En la limusina que los llevaba de vuelta al aeropuerto, sonó el móvil de Frey, pero no contestó a la llamada. El mensaje era de Larry King, que le pedía que lo llamara lo antes posible.

«Siento mucho lo que te ha pasado, James —decía King—. Ha sido horrible. Oprah no debió de hacerte eso. Nunca».

Al día siguiente, Liz Smith escribió en su columna que le sorprendía que «Oprah, simplemente, no le haya dado una pistola al señor Frey y le haya hecho pegarse un tiro, allí mismo, en el programa, para compensarla por haberla ‘engañado’». Años después, en un correo electrónico, dijo que le gustaba Oprah y que la admiraba pero: «Mi única salvedad es que “el poder absoluto corrompe” y, en algo como el asunto […] con James Frey […] se trataba de esa clase de poder. Crispaba los nervios. La verdad es que no creí que se tratara de defender a la nación, tanto si lo que él dijo en sus llamadas ‘memorias’ se ajustaba totalmente a la verdad como si no era así. Era un libro maravilloso y no creo que fuera necesario humillarlo públicamente. En un principio, Oprah recomendó el libro de buena fe, y nadie la culpaba por eso».

Dos años más tarde, cuando Jessica Seinfeld apareció en Oprah con su libro de cocina de verduras para niños y fue demandada por plagio, Liz Smith escribió otra columna: «Si Jessica pierde el juicio […] ¿significa esto que Oprah la sentará un día en su estudio y la dejará como un trapo sucio, igual que hizo con el escritor James Frey, por no decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad en sus ‘memorias’? Es posible que Jessica Seinfeld gane el pleito (lo hizo) y esto hará que todo esté bien para Oprah. Y en estos días, hacer que todo esté bien para Oprah es, prácticamente, el undécimo Mandamiento del mundo editorial».

Harold Evans, que fue presidente de Random House de 1990 a 1997 y que, por cierto, estaba casado con la nemesis de Oprah, Tina Brown, la culpó tanto como cualquier otro: «Creo que dañó el concepto del libro en tanto que objeto valioso —afirmó—. Fue irresponsable por su parte que, antes de dar su bendición a toda esta tontería, no hiciera algunas comprobaciones».

Después del segundo programa con James Frey llegaron centenares de mensajes electrónicos al sitio web <oprah.com> y la mayoría eran contra Oprah por haber sido tan dura. Muchos reconocían que, aunque Frey había mentido, ella lo había atacado de aquella manera sólo porque los medios la habían avergonzado. Al día siguiente, Oprah llamó a Frey a su casa y, según alguien que estaba allí en ese momento, le dijo: «Sólo quería asegurarme de que estuvieras bien, James. No vas a hacerte daño, ¿verdad? Me preocupa mucho que vayas a hacerte algo —Luego le contó su propia historia personal con las drogas—. Mira, James, yo también fumé crack cuando estaba en Baltimore y tomé cocaína en Chicago. También yo tuve un problema con las drogas, pero finalmente conseguí estar en paz con mi pasado con las drogas y confío en que tu harás lo mismo».

La llamada de Oprah no sirvió de mucho consuelo a Frey, que fue despedido por su agente en Brillstein-Grey y perdió su acuerdo para una película con Warner Bros. Fox TV dio marcha atrás al proyecto de adaptar la obra para la televisión que habían firmado, y Viking Penguin canceló su contrato de publicación de dos libros. Por añadidura, un juez aprobó un acuerdo por el cual la editorial aceptaba devolver el dinero a los lectores de En mil pedazos, pero de los millones de ejemplares vendidos, Random House sólo recibió 1.729 peticiones de reeembolso. Al final de la debacle, la única persona que quedaba en pie en el rincón de James Frey era su querida editora, Nan Talese, que dijo que Oprah había sido «mezquina e interesada» y que debería ser ella la que se disculpara por su actitud de «más santa que tú» y sus «rabiosamente malos modales».

Habiendo sido acusada en el pasado por carecer de modales, Oprah demostró que, por lo menos, dominaba la etiqueta de las notas de agradecimiento. El día después del programa, Nan Talese recibió una carta en una página:

Querida Nan:

Gracias por haber estado en el programa.

Cordialmente,

Oprah

 

«Fue Bill Clinton quien me dio esta idea —dijo Oprah más adelante—. Ya sabes, Bill Clinton, el ex presidente de los Estados Unidos, y la idea es escribir una nota en una única página, para que se pueda enmarcar. Y eso es lo que hago ahora».

   16

Phil Donahue colgó el micrófono el 2 de mayo de 1996 y, cuando toda la televisión se reunió para honrar al grande de los grandes de los programas de entrevistas, en la vigésima tercera concesión anual de los galardones Daytime Emmy, fue Oprah quien le entregó el Lifetime Achievement Award (Premio a la trayectoria profesional de toda una vida). Seguramente, le debía más que cualquiera de sus otros imitadores, porque su programa era la competencia que la había espoleado para entrar en el círculo ganador. «Quiero darte las gracias por haber abierto las puertas de par en par, lo suficiente para que yo entrara —dijo—. Confío en poder llevar adelante el legado que tú empezaste.» Donahue le lanzó un beso. Más tarde, su amiga Gloria Steinem recordaba: «Él decía siempre que si hacía su trabajo bien de verdad, el siguiente gran presentador de programas de entrevistas sería una mujer negra».

Durante 29 años, Donahue se había metido entre el público con su micrófono, pidiéndoles su opinión («Ayúdeme con esto») y contestando a preguntas de sus telespectadores («¿El que llama está ahí?»). Fue el rey de los programas de entrevistas en televisión hasta que, en 1986, Oprah hizo su aparición en la escena nacional y, de forma inmediata, empezó a derrotarlo en los índices de audiencia. «(Ella) lo cambió todo —declaró Vicki Abt, profesora de la Universidad Estatal de Pensilvania—. Inició los programas que explotaban los escándalos, la basura blanca, el sucio paradigma de la disfunción […] Él trató de competir, pero no sabía hacerlo tan bien o tan mal. Era demasiado inteligente.»

Desde el principio, Donahue fue polémico y, a veces, indignante. Sus programas provocaban reflexión y discusión, desde su primera invitada, Madalyn Murray O’Hair, fundadora de los American Atheists. Presentar en 1967 a alguien que negaba absolutamente a Dios en un país como los Estados Unidos que es temeroso de Dios, era audaz y Donahue lanzó una nueva clase de programas de entrevistas que todos sus sucesores, incluyendo Oprah, imitarían (o tratarían de imitar). Ralph Nader, defensor de los consumidores, apareció en Donahue treinta y seis veces, y personificaba al invitado interesado por los problemas que más le gustaba entrevistar. Sin miedo a hacer participar a los políticos, en 1992, Donahue presionó al candidato a la presidencia Bill Clinton sobre sus aventuras extramaritales. El público lo abucheó y Clinton lo censuró, diciendo: «Es usted responsable del escepticismo de este país», pero Donahue ni se inmutó.

En cambio, Oprah se negó, durante muchos años, a llevar políticos al programa porque temía perder espectadores. Cuando, durante la campaña presidencial, el senador Bob Dole (republicano por Kansas), solicitó aparecer, lo rechazó. «No presento políticos —respondió—, (porque sus entrevistas) no tendrían autenticidad ni serían un auténtico diálogo». Después de rechazar a Dole, Oprah sondeó a su audiencia. «Aquellos de vosotros que habéis seguido The Oprah Winfrey Show durante la última década sabéis que no entrevisto a políticos mientras están en campaña. La cuestión que ha provocado tanto revuelo es si debería o no romper mis normas de tanto tiempo e invitar al presidente Bill Clinton y al senador Bob Dole al programa. Los periódicos han hablado mucho de este asunto […] Me parece que uno de ellos […] ha llegado a decir “Oprah planta a Bob”. No es así […] se trata sólo de una decisión tomada hace mucho tiempo.» La audiencia indicó que no querían que se metiera en política.

«Puede que se diera cuenta de que soy muy ingenioso y podría robarle el programa», bromeó Dole años más tarde. Dole, que era famoso por su afilado ingenio, en una ocasión señaló una foto de los presidentes Carter, Ford y Nixon, de pie, uno al lado de otro, en una ceremonia en la Casa Blanca y dijo: «Ahí están; el que no ve mal alguno, el que no oye mal alguno y el mal». Después de perder contra Clinton, en 1996, Dole fue invitado a The Late Show with David Letterman, donde el presentador observó que Clinton estaba «gordo» y probablemente pesaba «140 kilos». Dole ni se inmutó: «Nunca he intentado levantarlo. Sólo intenté derrotarlo».

En el año 2005, el senador Dole publicó sus memorias One Soldier’s Story y pidió de nuevo ir al programa de Oprah: «No era un libro político, sino el relato de mi infancia en Russell, Kansas, y de mi tiempo de servicio en la Segunda Guerra Mundial. Habla de mis heridas de guerra y de superar la adversidad, algo que creí que podía atraer a su público. El libro ya era un bestseller, pero lo habría sido más todavía si hubiera podido participar en su programa. Pero ella no quiso aceptarme porque soy republicano».

En cambio, en una ocasión, Donahue le dedicó al senador Dole una hora completa, y ofreció una plataforma a los políticos de ambos partidos, entrando en animados debates con Gerry Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, Ross Perot y Bill Clinton. Cuando cancelaron su programa en Nueva York, debido a lo bajos que eran los índices, los programas de entrevistas en televisión habían cambiado y eran menos reflexivos; el terreno se había visto invadido por hombres como Geraldo Rivera, Jerry Springer, Morton Downey, Jr., Montel Williams y Maury Povich, que en sus programas traían a personajes que chillaban y tiraban sillas. El objetivo ya no era combinar la educación con el entretenimiento, sino halagar el gusto más bajo para conseguir los índices más altos. Sobre estos programas, sucesores de Donahue, él mismo dijo: «Todos son mis hijos ilegítimos, y los quiero a todos por igual». Nunca criticó a sus competidores, incluída Oprah, aunque reconoció que había embarrado el campo: «Después de su llegada […] los programas de entrevistas dieron un giro importante hacia lo sensacionalista y estrafalario», afirmó Donahue. Ralph Nader, su invitado más frecuente, fue más directo y culpó a Oprah de hundir los programas de entrevistas en las cloacas, pero Donahue dijo que la televisión diurna estaba más cerca de la calle y era más irreverente que cualquier otro punto del dial. «¿Significa esto que todo lo de la televisión diurna es maravilloso y se merece un premio Nobel? No —declaró—, hay errores. Pero yo digo: dejad crecer las flores silvestres».

Con Oprah en aquel incontrolable jardín estaban Rosie O’Donnell, Ricki Lake, Sally Jessy Raphael, Jenny Jones, Joan Rivers y Rolonda Watts. Todos se esforzaban por hacer la clase de televisión memorable que mejor hacía Donahue. En una ocasión, Donahue apareció echado dentro de un ataúd para entrevistar al director de una funeraria; en otra ocasión, él y sus cámaras siguieron a una pareja mientras daban a luz y mostraron a la madre de parto, empujando con todas sus fuerzas, mientras su marido la ayudaba y su otro hijo de tres años deambulaba por la sala de partos. Justo después de nacer el bebé, el pequeño apareció y gritó: «¡Mami, es un perrito!»

Por entonces, Oprah estaba consiguiendo unos índices altos con unos excitantes programas sobre homosexualidad, hasta entonces un tema tabú para los programas de entrevistas en televisión. Reflejando su interés en el tema, continuó explorando el tópico de los gays y las lesbianas a lo largo de las dos décadas siguientes. A continuación, ofrecemos una lista parcial de los programas:

13/11/1986 «Homofobia».

1988 «Mujeres que se pasan al lesbianismo».

02/1988 «Separatistas lesbianas».

1990 «Adopción gay».

1991 «Toda la familia es gay».

24/02/1992 «Cónyuges heterosexuales y ex maridos gay».

1993 «El baby boom de lesbianas y gays».

04/05/1994 «La escuela para los adolescentes gays».

27/02/1995 «Greg Louganis, saltador olímpico de trampolín, cuando reveló su homosexualidad y sida».

11/07/1996 «Por qué me casé con un hombre gay».

30/04/1997 «Episodio de Ellen DeGenere cuando salió del armario».

05/05/1997 «¿Se nace gay?».

1998 «Cher y Chastity Bono sobre la revelación pública del lesbianismo de Chastity».

16/04/2004 «El mundo del sexo secreto: Vivirlo en privado».

27/10/2004 «Mi marido es gay».

20/10/2005 «Gay por 30 días».

09/11/2005 «La autora superventas Terry McMillan se enfrenta a su ex marido gay».

17/11/2005 «Cuando supe que era gay».

07/07/2006 «Las estrellas de Brokeback Mountain y la última gran idea de Tyler Perry».

19/09/2006 «Ex gobernador Jim McGreevey y su escándalo sexual gay».

02/10/2006 «Esposas lesbianas confiesan».

29/01/2007 Fascinating Families (incluyendo una pareja de hombres gay de California, que son padres de acogida).

01/05/2007 «Dana McGreevey, la esposa separada del gobernador gay».

06/06/2007 «Dejado por muerto: el gay que se hizo amigo de su atacante».

24/10/2007 «Gay por todo el mundo».

01/02/2008 «La casamentera más dura de los Estados Unidos, más Katherine Heigl», incluyendo un vídeo de T. R. Knight después de que Isaiah Washington se refiriera a él como «maricón» en el plató de Anatomía de Grey.

14/11/2008 «Los viernes de Oprah en directo». Con Melissa Etheridge sobre la propuesta de ley 8, la enmienda en contra del matrimonio gay.

28/01/2009 «El evangélico Ted Haggard, su esposa y el escándalo sexual gay».

06/03/2009 «Mujeres que dejan a los hombres por otras mujeres».

25/03/2009 Nueva emisión de «Mujeres que dejan a los hombres por otras mujeres».

 

En 1997, mucho antes de que Ellen DeGeneres saliera a la palestra de los programas de entrevistas, decidió que iba a hacer historia en la televisión, en su serie de ABC, interpretando el papel de lesbiana. Llamó a Oprah y le pidió que apareciera en el programa interpretando a la terapeuta a la que Ellen confía sus sentimientos sexuales hacia las mujeres. Oprah aceptó, pero Ellen estaba nerviosa porque había visto uno de los programas de Oprah sobre lesbianas y le había parecido que la presentadora se había mostrado muy crítica. «Tenía mucho miedo de que descubrieras que era lesbiana y que no te cayera bien», dijo Ellen.

La suya fue la primera serie en horario de máxima audiencia que presentó un personaje protagonista abiertamente homosexual y, durante ocho semanas, la publicidad previa al programa saturó los medios. Antes de que el personaje se emitiera por televisión, la propia Ellen salió del armario en la portada de Time bajo el titular: Yep. I’m Gay («¡Ajá! Sí, soy gay»). General Motors, Chrysler y Johnson & Johnson, que habían emitido anuncios en episodios anteriores de Ellen, no quisieron comprar espacios para la nueva entrega y, más tarde, Oprah le contó a DeGeneres que había recibido más correo lleno de insultos y amenazas por hacer aquel programa que por cualquier otra cosa que hubiera hecho hasta aquel momento. Pero esto era algo que afirmaba frecuentemente de sus programas más polémicos.


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