Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 16 страница

Con tono insincero, Oprah respondió: «¿De verdad? Déjeme pensar […] Siempre pienso que otras personas son ricas. Todavía no me he hecho a la idea».

Siempre exigente respecto a lo que comía, Oprah tenía contratados a tres chefs para su avión privado. Daba instrucciones a las azafatas sobre los menús que prefería, diciendo, según Corinne Gehrls: «Los blancos no tienen ni idea de qué gusto debería tener la comida sureña».

Cuando Oprah subió de categoría, pasando del avión Gulfstrean de 40 millones de dólares al Global Express, de 47 millones, cambió de hangar y alquiló un espacio nuevo cerca de los jets de la compañía Sara Lee. «Era un almacén viejo y destartalado con puertas correderas; imagine un garaje para un avión —dijo un empleado del aeropuerto—. Se gastó 1 millón de dólares en aquel sitio, renovándolo de arriba abajo. Enmoquetó el suelo de hormigón, rehizo las paredes, las plataformas y las puertas. Incluso instaló despachos arriba, con accesorios rebuscados, y consiguió que la ciudad de Chicago construyera un aparcamiento, que luego rehizo […] Graba sus programas en Chicago, los martes, miércoles y jueves y vuela a Santa Barbara cada jueves por la noche, para llegar de vuelta a Chicago los domingos a las nueve de la noche. Si Oprah se duerme en cualquiera de los vuelos, sus pilotos tienen órdenes de no molestarla hasta que haya dormido ocho horas […] Deben sentarse y esperar hasta que ella se despierte».

Oprah no podía obligar a los famosos a firmar sus acuerdos de confidencialidad, así que, en las galas y las funciones benéficas, solía aislarse. «Cuando representamos Monólogos de la vagina, en el Madison Square Garden (febrero de 2001), la única persona con una entrada privada y un camerino privado era Oprah —recordaba Erica Jong—. Las demás —yo, Jane Fonda, Glen Close, Rita Wilson, Calista Flockhart, Shirley Knight, Army Irving, todas las demás— estábamos juntas, en ropa interior, vistiéndonos y esperando a que Bobbi Brown nos maquillara gratis. Ninguna de nosotras cobró nada. Ninguna tenía privilegios de estrella, salvo Oprah. Estaba separada y aparte de todas nosotras, y me parece que era porque tenía miedo y no se sentía segura, pero el porqué lo desconozco.»

Aquella noche, Oprah utilizó la entrada para estrellas de rock del Garden —con un ascensor lo bastante grande como para que cupieran limusinas— para evitar a los fans y llegar directamente desde la calle hasta su camerino. Una amiga insinuó más tarde que quizá se hubiera apartado del resto del reparto porque se sentía cohibida por su tamaño: «Puede que se sintiera incómoda al ser la única mujer negra y gorda entre todas aquellas chicas blancas tan delgadas».

La raza fue, categóricamente, la razón que Oprah dio para explicar que no le permitieran entrar en Hermès, en París. Gayle y ella llegaron a la lujosa boutique, quince minutos después de que cerrara, dando por sentado que les abrirían, porque veían que había compradores en el interior. Oprah dijo que quería comprar un reloj para Tina Turner, con la que iba a cenar aquella noche, pero el vendedor que estaba a la puerta no las dejó entrar, ni tampoco el gerente de la tienda. Posteriormente, Hermès dijo que la tienda se estaba preparando para un evento especial que tendría lugar aquella misma noche.

«Yo estaba allí —afirmó Gayle King— y estuvo realmente mal, muy mal. La misma Oprah lo describe como uno de los momentos más humillantes de su vida […] Lo llamamos su momento Crash (en referencia a la película que describe el racismo) —Añadió—: Si se hubiera tratado de Céline Dion, Britney Spears o Barbra Streisand, de ninguna manera nos hubieran impedido entrar.»

En algunas noticias se dijo que el empleado de Hermès no reconoció a Oprah (The Oprah Winfrey Show no se ve en Francia), y que la tienda había «tenido un problema con los norteafricanos». Oprah llamó al presidente de Hermès en los Estados Unidos y le dijo que la habían humillado públicamente y que, aunque hacía poco había comprado doce bolsos de Hermès (6.500 dólares cada uno), ya no gastaría su dinero en los productos de lujo de la firma. La compañía emitió inmediatamente un comunicado lamentando «no haber podido dar la bienvenida a Madame Winfrey» en la tienda de París, diciendo que «en el interior, se estaba preparando un evento privado de relaciones públicas».

Je suis désolée, monsieur. Oprah emitió su propia declaración, diciendo que abordaría aquel asunto en su programa inaugural de la temporada, en otoño, ofreciendo así semanas para que el público participara acaloradamente en el furor internacional.

«Si Winfrey hubiera sido rechazada en horas normales, la acusación de racismo podría tener peso —escribió Anne Kingston, en el National Post, de Canadá—. Pero no fue así, lo cual indica que podrían estar en juego otros ‘ismos’. Quizá se trató de ‘famosismo’».

Un editorial de la Gazette, de Montreal, acusaba a Oprah de apresurarse a «jugar la carta de la raza», diciendo: «Todos hemos sufrido algo parecido. Por fortuna, pocos nos lanzamos a un “¿Sabe usted con quién está hablando?” Se trata de París, Madame Winfrey, no de Chicago. Incluso si saben quién es usted, no les importa lo más mínimo».

El conservador National Review publicó: «Lo que debería haber hecho, en nuestra opinión, era comprar todo Hermès allí mismo». La tira cómica The Boondocks mostraba a Huey Freeman, el radical negro de diez años, viendo la televisión y oyendo:

Oprah Winfrey está convencida de que la negativa a dejarla entrar en la tienda de Hermès en París guarda relación con la raza y afirma que hablará de ello en su programa.

Según otras noticias, Hermès ha anunciado unas enormes rebajas por «cierre del negocio».

 

A su vez, la humorista Rosie O’Donnell escribió en su blog:

Me muero de ganas de enterarme de todos los detalles.

Uno de los momentos más humillantes de su vida…

Oprah

una pobre niña negra obesa y atribulada

de la que abusaron sexualmente procedente de un hogar roto.

Esa Oprah

sufrió UNO de los momentos más HUMILLANTES de SU vida

en Hermès de parís.

Hummmm.

 

Orlando Patterson, el eminente profesor de sociología de Harvard, preguntó, más tarde en The New York Times: «Es posible que le negaran a Oprah una prerrogativa de su estatus de élite en nuestra nueva época dorada —que te atiendan en las tiendas de lujo, cuando ya han cerrado— pero ¿fue víctima de racismo?»

Richard Thompson Ford, profesor de derecho en Stanford, respondió a la pregunta en su provocativo libro La carta de la raza: cómo echarse un farol sobre la parcialidad, empeora las relaciones raciales: «Si la razón de que Oprah se sintiera humillada fue que el incidente de Hermès reavivó los recuerdos de sus pasadas experiencias con el racismo, entonces la raza de Oprah fue la razón de que se sintiera humillada. En ese sentido, Oprah fue humillada debido a su raza».

En la primera época de su carrera, Oprah sostenía que nunca había sufrido por el racismo. «Trasciendo la raza, realmente», dijo en 1986. Sin embargo, al año siguiente, informó a People que le habían negado la entrada en una boutique de Manhattan. En 1995, comunicó a The Times Magazine (Londres) que le habían prohibido entrar en «uno de los grandes almacenes más lujosos de Chicago». Se reía mientras le explicaba al periodista: «No me reconocieron porque llevaba el pelo así como (cardado). Iba con mi peluquero, también negro. Carraspearon y carraspearon y, al final dijeron que la semana anterior les habían robado dos travestis negros. “Y pensábamos que habían vuelto”, dijeron. “Pues muchas gracias —dije yo—. Voy a cambiar de peinado”. Luego me volví hacia mi peluquero y le dije: “Me parece que estamos experimentando un momento racista […] O sea que es así. ¡Oh, Dios mío!»

Seis años más tarde, contó una versión parecida de la misma historia, pero para el 2001, se trataba de una tienda de Madison Avenue donde no la habían dejado entrar. Dijo que había visto un suéter en el escaparate y había llamado para que le abrieran la puerta, pero no lo hicieron. Luego vio que dos mujeres blancas entraban en la boutique. Así que volvió a llamar, pero siguieron sin admitirla. «La verdad es que no pensé “Este es un momento racista”», dijo. Llamó desde una cabina para asegurarse de que la tienda estaba abierta. «Nos pusimos a dar golpes en los escaparates». Nada. De vuelta en Chicago, llamó a la tienda: «Soy Oprah Winfrey. El otro día intenté entrar en su tienda y…» Citó que el gerente había dicho: «Sé que le va a costar creerlo, pero la semana pasada nos robaron dos transexuales negros […] y pensamos que habían vuelto».

Tanto si las historias eran reales como retóricas, no hay duda de que Oprah estaba acostumbrada a que, en los establecimientos, la trataran como a una celebridad y le abrieran la puerta fuera de horario para que pudiera comprar. En Chicago, Bloomingdales había ampliado esta cortesía e incluso la complacía en su insistencia de que todos los empleados que no fueran esenciales salieran de la sala, para que no se quedaran allí boquiabiertos o hablaran de lo que había comprado. (Se puso furiosa cuando el National Enquirer reveló los regalos de Navidad que había comprado para sus empleados del estudio y la revista; 14 colgantes de oro de 14 quilates y diamantes, con la inicial O.) Unos días antes del primer programa de la temporada, en septiembre de 2005, como « Première de la temporada del 20 aniversario de Oprah», su publicista anunció que Robert B. Chavez, presidente y consejero delegado de Hermès USA, sería el invitado de Oprah, lo cual provocó especulaciones sobre la posibilidad de que en esa fiesta alguien iba a recibir una bofetada monumental en la televisión nacional.

Oprah empezó el programa bromeando sobre lo que había hecho en sus vacaciones de verano y, luego, pasó a dar su versión de lo sucedido en París. Afirmó que la mayoría de los informes de la prensa estaban «equivocados de principio a fin», aunque su mejor amiga había sido la fuente de la noticia. Riñó al público por pensar que podía haberse enfadado por no poder entrar a comprar en una tienda cerrada. «Por favor —dijo—. No he llegado a la edad que tengo para ser tan estúpida. No me disgusté por no poder comprar un bolso; me disgusté porque una persona de la tienda, no toda la empresa, fue muy mal educada».

El señor Chavez miraba a Oprah, mientras ella continuaba criticando a su compañía. «Han dicho que me negaron la entrada porque la tienda estaba cerrada. Estaban cerrando la tienda; había mucha actividad en el establecimiento […] Las puertas no estaban cerradas. Mis amigos y yo ya habíamos pasado del umbral y hubo discusiones entre el personal sobre si me dejaban entrar o no. Eso fue lo embarazoso […] Conozco la diferencia que hay entre que una tienda esté cerrada y que lo esté para mí.

»Cualquiera al que hayan desairado porque no era lo bastante chic, lo bastante delgado o no tuviera el color de piel adecuado, o lo que sea […] sabe que es muy humillante y eso es lo que me pasó a mí».

El chivo expiatorio de Hermès sonaba contrito:

—Querría decirle que lamentamos de verdad todas las circunstancias desgraciadas con las que tropezó cuando intentó visitar nuestra tienda en París —dijo—. Siempre nos esforzamos por atender a todos nuestros clientes de todo el mundo —Entonces dio un patinazo—. La mujer que le negó la entrada lo hizo porque, se lo juro, no sabía quién era usted.

—Esto no tiene nada que ver con “¿Sabe usted quién soy?” —le espetó Oprah—. No intentaba jugar la carta de la fama.

Chavez se apresuró a disculparse:

—La verdad es que tropezó con una empleada muy rígida.

—¿Rígida o maleducada? —preguntó Oprah.

—Rígida y maleducada, sin ninguna duda.

 

Una vez que hubo puesto en la picota al presidente de la firma, Oprah lo perdonó y elogió a su compañía por iniciar cursos de formación en sensibilidad para sus empleados. Concluyó esa parte del programa abrazando a Chavez e instando a sus telespectadores a comprar en el emporio de los productos de lujo, donde unos bolsos Kelly de cocodrilo costaban entre 18.000 y 25.000 dólares. Además, ella misma volvió a comprar allí y cuando dio una fiesta de «amigas», para doce, en su finca de Montecito en honor de Maria Shriver, hizo que bordaran la invitación en doce pañuelos de Hermès (375$ cada uno).

El señor Chavez fue uno de los pocos invitados en salir de Harpo sin haber tenido que firmar un acuerdo de confidencialidad. La mayoría de los que aparecen en el programa de Oprah tienen que jurar que guardarán el secreto, pero están tan agradecidos por estar allí que firman, de buen grado, la renuncia a sus derechos. «Mi director me explicó que la diferencia entre Oprah y otros programas es la misma que hay entre el sol y una luciérnaga —declaró un miembro de la American Society of Journalists and Authors, demasiado asustado como para que citemos su nombre—. Y, claro está, yo quiero estar al sol.»

La mayoría de escritores se tragan sus reservas profesionales y firman los acuerdos vinculantes con Oprah, pero hay un hombre que objetó por principio. «Sencillamente, no podía hacerlo —declaró Chris Rose, columnista premiado de Times-Picayune, de Nueva Orleans—. Me pareció que estaba mal y que iba en contra de todo lo que creo como escritor, como periodista y como ser humano.»

Rose había escrito unas conmovedoras columnas periodísticas sobre la angustiosa depresión que sufrió después del huracán Katrina. Sus columnas fueron seleccionadas para el premio Pulitzer y posteriormente publicadas en un libro titulado (Un muerto en ático). En el segundo aniversario del huracán, en el programa de Oprah se pusieron en contacto con él para hablar de los trastornos de estrés postraumático entre los supervivientes del Katrina. «Querían mi opinión experta, no como autor ni como columnista de prensa, sino como el residente más famosamente deprimido de la ciudad, en virtud de mis columnas sobre cómo luchar contra esa enfermedad —dijo—. Sin embargo, no me permitían mencionar mi libro, ni siquiera enseñar un ejemplar estando en antena, aunque tanto el tema de su programa como el de mi libro era la crisis en la salud mental de Nueva Orleans. Al final de un largo y agotador día —diez horas— volviendo a visitar las ruinas emocionales dejadas por el huracán, la productora de Oprah sacó un papel y me dijo que tenía que firmarlo […] Bueno, yo estaba dispuesto a concederles el derecho a usar mi nombre, mi imagen, mi historia, incluso secuencias de mi hijo pequeño, pero no podía darles el derecho a anular mi experiencia de las diez últimas horas […] Le expliqué que escribir es mi vida y escribir sobre mis experiencias es lo que hago para ganarme la vida.

»“Si no firma, no emitiremos ese segmento”, declaró la productora.

»Habían exprimido al máximo mi pésimo estado interior e iban a exponer mis luchas personales ante el país entero —recordaba Rose—. Aunque estaba exhausto, no iba a ceder a esta clase de chantaje». La productora fue presa del pánico y a lo largo de las tres horas siguientes Rose fue bombardeado con llamadas de varios productores de un nivel más alto en la cadena de mando de Oprah, que insistían en que firmara el acuerdo de confidencialidad y amenazaban con no emitir el segmento, si no lo hacía.

«Hablamos en serio» —decían. Rose aguantó firme. Aquella noche escribió una columna sobre la experiencia de tratar con Oprah y sus productores, que colgó en la web del periódico.

«A la mañana siguiente descubrí lo que significa ‘extenderse como un virus’ —declaró—. Había metido la mano en un nido de avispas de Internet, lleno de sentimientos anti Oprah, que llevó mi libro desde el puesto 11.000 de Amazon al número 18, antes de que acabara el día y luego hasta la lista de bestsellers de The New York Times. Estaba estupefacto porque siempre había considerado a Oprah una máquina de hacer el bien. […] No tenía ni idea de que, ahí fuera, había sentimientos negativos contra ella y sus acuerdos de confidencialidad, pero recibí llamadas y correos electrónicos de escritores de todo el país, diciendo que iban a comprar mi libro ese mismo día para enviarle un mensaje a Oprah. […] La ironía es que mi segmento sí que se emitió en Oprah («Informe especial: Katrina, ¿cuánto costará recuperarse?»), y lo publicaron en su página web; por lo menos durante un tiempo. Pero supongo que seré recordado como el tipo cuyo libro se convirtió en éxito de ventas porque no lo vieron en The Oprah Winfrey Show».

Los productores de Harpo presentaban constantemente programas con gran calidad de producción: visuales deslumbrantes, segmentos de ritmo rápido y entrevistas exclusivas, a la medida de un público femenino que busca entretenimiento, diversión y superación personal. Dada las importantes primas que Oprah daba a quienes le conseguían unos índices altos, existía una rabiosa competencia entre sus productores para sacar sus historias en antena. En consecuencia, en sus negociaciones no mostraban ninguna piedad.

«Son unos matones», afirmó Rachel Grady que, junto con su socia Heidi Ewing, dirige Loki Films, que produjo The Boys of Baraka (Los chicos de Baraka) y Jesus Camp (Campamento de Jesús), este último nominado para un Premio de la Academia. «Oprah y sus productores piensan que todos estamos en deuda con ellos por el privilegio de formar parte de su programa, y esperan que trabajes gratis por ese honor». Contactaron con Loki Films en el verano de 2006 para que produjeran el especial de ABC, que se emitiría en horario de máxima audiencia, sobre la escuela de Oprah en Sudáfrica. «Teníamos que hacer el trabajo, pero no nos atribuirían el mérito de nuestro trabajo —dijo Grady—. Así que pedimos el doble de dinero. Ellas [Harriet Seitler y Kate Murphy Davis] nos dieron un contrato donde decía que podían despedirnos en cualquier momento, sin ningún motivo. También se negaron a hablar con nuestro abogado, porque dijeron que así era mejor para su presupuesto. “Además —afirmaron—, por lo general acabamos teniendo que despedir a todo el mundo y teniendo que hacerlo todo nosotras mismas˝. Lo dijeron tal cual […]

»Creo que la escuela de Oprah es una idea maravillosa, pero después de haber trabajado en aquel país tan pobre, me parece que es una locura gastarse 40 millones de dólares en una única escuela, cuando, probablemente, con 75 millones se podría erradicar la pobreza en todo Sudáfrica. Pero Oprah vive en una jaula dorada y ha perdido el contacto con la realidad. Tuvimos que volar a Chicago tres veces, a petición suya […]

»Cuando nos dimos cuenta de que tendríamos que entregarle seis meses de nuestra vida, a cambio de poco dinero y de ningún reconocimiento por nuestro trabajo y, además, tendríamos que firmar un contrato de confidencialidad jurando que el nombre de Oprah nunca saldría de nuestros labios […] ¡Por favor! Fue entonces cuando dijimos que no podíamos aceptar el trabajo en esos términos. Harriet Seitler se puso histérica contra nosotras: “Sólo sois dos crías en una habitación de Nueva York —escupió—. Nosotras somos Oprah Winfrey. Somos Harpo. Nos necesitáis. Nosotros no os necesitamos”».

Liz Garbus, otra directora de documentales, e hija de Martin Garbus, el famoso abogado de la Primera Enmienda, también tropezó con problemas cuando su película Girlhood fue presentada en un programa de Oprah titulado «Dentro de la cárcel: por qué asesinan las mujeres». Las dos jóvenes que aparecían en el documental —Shanae y Megan— aceptaron aparecer, con la condición de que Oprah no mencionara la adicción a las drogas de la madre de Megan. Se hicieron promesas que luego se rompieron. Cuando Oprah le preguntó a Megan ante la cámara por la adicción a las drogas de su madre, la joven se levantó y se marchó del plató, proporcionando lo que, más tarde, un productor llamó «buena televisión»; la máxima prioridad del programa.

«Diré lo que quiero decir», afirmó Oprah en un momento de descuido ante la cámara, y con la excepción de sus amigos famosos, como John Travolta y Tom Cruise —a ninguno de los cuales le preguntó nunca nada sobre la cienciología—, perdonó a pocos más. Fusiló a preguntas a Liberace sobre el pleito que tenía por la pensión alimenticia a su ex amante, sobre el dinero que tenía, de cuántas casas era propietario, cuantos coches conducía, cuantos abrigos de pieles compraba y cuanto gastaba en joyas. Interrogó a Robin Givens sobre las palizas que le daba su ex marido, Mike Tyson, campeón de los pesos pesados. «¿Es verdad que te golpeaba hasta que vomitabas?» Le preguntó a Kim Cattrall, de Sexo en Nueva York: «¿Sales con alguien? ¿Resulta difícil, porque esperan que seas tú quien quieras que os peguéis un polvo?» Mirando, desaprobadora, a Boy George, la estrella británica del pop y travestido, le preguntó: «¿Qué dice tu madre cuando sales de casa, bonito?» A Jean Harris, que mató a su amante, el doctor Herman Tarnower, creador de la Scarsdale Diet, Oprah le preguntó: «¿Crees que una de las cosas que te perjudicaron (en el juicio) fue que, cuando estabas en el estrado de los testigos, tenían la impresión de que eras una bruja desalmada?» A Richard Gere le dijo: «He leído que vives como un monje, salvo por lo del celibato». Interrogó a Billy Joel sobre el problema con la bebida que lo había hecho acabar en rehabilitación. «¿Qué me dices de todos esos accidentes de coche?» Después de que Lance Armstrong se sometiera a radioterapia por un cáncer testicular, le preguntó: «¿Quieres tener más hijos? ¿Tienes esperma extra?» Cuando Oscar de la Renta fue a su programa y presentó a su hijo adoptado, que estaba sentado entre el público, Oprah miró al niño y luego le soltó al diseñador: «¿Cómo has conseguido un hijo negro?»

La competencia entre bastidores se hizo encarnizada mientras las titanes de los programas de entrevistas peleaban por hacerse con bombazos en exclusiva. En 2003, Oprah y Katie Couric se enzarzaron por Elizabeth Smart, la joven de 14 años que fue secuestrada en Salt Lake City, escondida en un sótano y encadenada a un árbol, sin permitir que se bañara durante 9 meses. Cuando la policía rescató a la joven, los padres pidieron a los medios que respetaran su intimidad para que pudiera recuperarse. Siete meses después, los padres, Ed y Lois Smart habían escrito un libro, (La vuelta a casa de Elizabeth: un viaje de fe y esperanza), y habían vendido los derechos de televisión a la CBS para hacer una película. Estaba previsto que el libro se publicara en octubre y sería seguido por la película, en noviembre. La campaña de promoción, programada por la editorial (Doubleday) le daba a Katie Courie, que entonces estaba en la NBC, la entrevista para Dateline, en horario de máxima audiencia, que sería seguida por Oprah para el horario diurno. Las directrices fijadas por los Smart prohibían cualquier entrevista con su hija ante las cámaras, aunque permitían secuencias de Elizabeth sin sonido.

La publicación del libro creó una locura tal en los medios que la CBS decidió emitir la entrevista con los Smart, que iba a acompañar la película en un especial de la cadena, antes de que Katie u Oprah emitieran sus encuentros con ellos. Los productores de Oprah volaron a Utah para conseguir unas secuencias de la habitación de Elizabeth, con tomas en zoom sobre el edredón de patchwork blanco, las almohadas con volantes y las muñecas de trapo Raggedy Ann, y también filmaron el sucio agujero donde había estado encadenada durante 9 meses. Katie Couric acompañó a sus productores a Utah y, después de entrevistar a los Smart, los convenció para que dejaran que se emitiera su conversación con Elizabeth, lo cual daba a NBC una exclusiva que nadie más tenía. Couric trató de acercarse al tema de los abusos sexuales con la joven, sin ser explícita:

COURIC: ¿Cómo te tratan tus amigas, Elizabeth? Me refiero a que…, bueno, ya sabes…

ELIZABETH: Regular.

COURIC: ¿Alguna vez te preguntan algo o…?

ELIZABETH: No.

COURIC: Debías de estar asustada…

ELIZABETH: Sí.

COURIC: ¿Crees que has cambiado?

ELIZABETH: No.

 

Oprah se puso furiosa cuando se enteró de la entrevista, pero en lugar de llamar a Katie Couric y darle cuatro gritos, telefoneó a Suzanne Herz, directora de publicidad de Doubleday. «Oprah le dio una buena —recordaba una empleada de Doubleday—. La dejó fuera de combate […] Para Suzanne fue muy traumático que Oprah Winfrey la tratara así». Posteriormente, Herz dijo: «La que actuó peor fue Katie Couric, no Oprah. Fue Katie quien rompió las reglas para conseguir la exclusiva. Oprah se enfadó porque ella siguió las reglas y luego la jodieron […] No la culpo […] Al final, las dos consiguieron unos índices altísimos».

La entrevista con Elizabeth Smart y sus padres ganó la hora para NBC, con 12,3 millones de telespectadores, derrotando sin problemas a la entrevista de Barbara Walters, en 20/20, de ABC, con el mayordomo de la princesa Diana. Oprah contraatacó emitiendo secuencias de su programa antes de que saliera al aire, dos segmentos en Good Morning America, de ABC, el programa que competía directamente con el de Katie Couric, y The Today Show. «No fue venganza —aseguró la publicista de Oprah—. Sólo promoción».

No todo el mundo disfrutó de su paso por The Oprah Winfrey Show. «Yo representaba a Anne Robinson, que, en 2001, había escrito Memorias de una madre inepta, cuando, 4 años después, recibió una llamada de los productores de Oprah para salir en el programa —recordaba el agente literario Ed Victor—. Anne me preguntó si debía hacerlo y le dije que sí, porque en cuanto en su editorial (Pocket Books) se enteraron de que Oprah quería que su hija y ella aparecieran en su programa, le ofrecieron publicar el libro. Así que le dije que debía hacer el programa, vender algunos libros, y transmitir el mensaje.» Robinson, la brusca presentadora británica de The Weakest Link, el programa de juegos semanal, era bastante conocida en los Estados Unidos por aquel entonces, pero según su agente, su experiencia con Oprah fue «infernal».


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