SABÍAS QUE ? Autoproclamación de Isabel como reina de Castilla (1474)

¿SABÍAS QUE…?

 

1. Describiendo un sentimiento, él mismo resumió su teatro en un párrafo de sus Recuerdos (1917): «Si yo hubiera sido rico, […] me habría marchado a una casa de campo muy alegre y confortable, y me habría dedicado exclusivamente al cultivo de las ciencias matemáticas. Ni más dramas, ni más argumentos terribles, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más pasiones desencadenadas, ni, sobre todo, más críticos».

 

13 de diciembre

 

 Autoproclamación de Isabel como reina de Castilla (1474)

En 1464, con quince años de edad, la infanta Isabel se trasladó a la corte de su hermano el rey Enrique IV de Castilla. Al año siguiente, el monarca fue depuesto tras la «farsa de Ávila» en favor de su hermano menor, Alfonso, en lugar de su hija Juana, a la que sus opositores consideraban hija de Beltrán de la Cueva, uno de los validos de Enrique, y a quien por eso llamaban la Beltraneja. Tras la misteriosa muerte del infante Alfonso en 1468, sus partidarios ofrecieron la corona a Isabel, que fue proclamada reina en algunas ciudades, si bien la infanta, aunque se consideraba la legítima heredera al trono, se negó a tal pretensión mientras el rey viviera. Enrique terminó reconociendo a su hermana como princesa de Asturias por el pacto de Toros de Guisando (1468), con lo que se confirmaba la acusación de que su hija Juana no portaba su sangre.

Al año siguiente, Isabel contrajo matrimonio con Fernando de Aragón, heredero al trono de este reino. Pero previamente la pareja hubo de recibir una bula papal, ya que Isabel y Fernando eran primos segundos (Trastámaras). Este enlace molestó mucho a Enrique IV, que quería casar a su hermana con el rey Alfonso de Portugal, por lo que revocó la decisión tomada en Guisando y volvió a nombrar princesa de Asturias a su «hija» Juana.

Aunque en un principio Isabel no tenía muchos partidarios, poco a poco fue consiguiendo apoyos. En 1474, Enrique IV accedió a negociar con Isabel, pero la muerte le sorprendió el 12 de diciembre de aquel año, y sin haber hecho testamento. Este hecho alteró la política sucesoria y propició el posterior estallido de la guerra civil. Isabel se apresuró a mover ficha: al día siguiente, 13 de diciembre, en ausencia de su marido y, por supuesto, sin previo aviso, se autoproclamó reina de Castilla junto a la iglesia de San Miguel, en la ciudad de Segovia, en cuyo Alcázar llevaba residiendo prácticamente todo el año.

Por su parte, el ya receloso Fernando también aspiraba al trono de Castilla, para lo cual alegó su descendencia directa de Juan I y, además, invocó a las costumbres aragonesas relacionadas con la vieja ley sálica, que excluía a las mujeres de la sucesión real. Tan delicado asunto sería resuelto un mes más tarde mediante la firma de la Concordia de Segovia, que regulaba la participación de cada cónyuge en el gobierno y establecía la igualdad de poderes en la pareja.

Desde mayo de 1475 el conflicto sucesorio se iba pareciendo cada vez más a una guerra que, en ciertos momentos, tuvo carácter internacional. A Juana la apoyaban sus partidarios castellanos y Portugal, mientras a Isabel lo hacían los suyos y Aragón. Estos últimos vencerían en la batalla de Toro (1476) y en la decisiva de Albuera (1479), victoria que se confirmaría en el tratado de Alcaçovas con Portugal (1479). Juana se recluyó —no muy convencida— en un convento portugués, pero siguió considerándose reina hasta su muerte (1530). Por otro lado, el final de la guerra civil coincidió con el fallecimiento de Juan II de Aragón, hecho que convertía a Fernando en su nuevo rey. A partir de entonces, con Isabel y Fernando como protagonistas principales, se hizo difícil separar ambos reinos y ambas figuras.


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