Primer hogar de Oprah Winfrey 5 страница

Para Oprah, como para otras víctimas de abusos sexuales, la carga de que no la crean es tan pesada como la vergüenza del abuso. La mayoría de familias no pueden enfrentarse a la profanación cometida por un ser querido o con su propia complicidad —intencionada o no— en la violación de una niña que no protestó. Es triste que, al igual que su familia, Oprah se culpara a sí misma, aunque aconsejaba a otros que no aceptaran la condena: «Durante todos esos años en que me convencí de que estaba curada, no lo estaba. Seguía cargando con la vergüenza y me culpaba, inconscientemente, de los actos de aquellos hombres. Algo en mi interior me decía que debí de ser una niña mala para que aquellos hombres abusaran de mí».

Cuando acabó la escuela, en el verano de 1968, Oprah fue a Nashville a visitar a Vernon y Zelma; la llevó hasta allí en coche su tío favorito, Trenton Winfrey, hermano de su padre, con el que estaba más unido. Durante el viaje, Trenton le preguntó si había salido con chicos.

«Le dije: “Sí, pero es muy difícil, porque lo único que quieren los chicos es un beso con lengua”. Inmediatamente después de esto, me dijo que me apartara a un lado y que me quitara las bragas. […] Todos aquellos años pensé que si yo no hubiera sacado el tema del beso con lengua, él no habría hecho aquello, porque era mi tío favorito.»

Oprah se quejó de su tío a su padre y a su madrastra, pero entonces no la creyeron y Trenton negó la historia. Años más tarde, parecía que Vernon seguía teniendo sentimientos encontrados: «Sé que ella piensa que no reaccioné bien —confesó—, [pero] Trent era el hermano con el que yo estaba más unido. Teníamos un dilema».

Cuando Oprah volvió a Milwaukee, se escapó de casa y estuvo durante una semana vagando por las calles. «Mamá estaba desesperada y llamó a todos los amigos buscándola —dijo su hermana—. No sabía si estaba viva o muerta.»

Años más tarde, Oprah bromeó sobre el incidente, cuando recordó como había asaltado a Aretha Franklin que actuaba en Milwaukee. Cuando vio a la cantante en una limusina, Oprah se lanzó de cabeza a otra actuación. «Me precipité sobre ella, rompí a llorar y le dije que era una niña abandonada que necesitaba dinero para volver a Ohio. Me gustaba como sonaba Ohio. Me dio cien dólares.» Oprah, que entonces tenía catorce años, afirma que fue a un hotel cercano, cogió una habitación ella sola y se gastó el dinero bebiendo vino y pidiendo comida al servicio de habitaciones. Luego llamó al pastor de la iglesia de su madre y le rogó que la ayudara a volver a casa.

«Cuando me quedé sin dinero, le conté al reverendo Tully, ya fallecido, todo lo que estaba pasando en casa y lo mal que me sentía. Así que me llevó a casa y sermoneó a mi madre, lo cual me gustó de verdad.»

Su hermana estaba eufórica de verla, pero Vernita estaba furiosa. Después de que el pastor se fuera, cogió una silla pequeña para pegar a Oprah, quien, según Patricia, «estaba llorando, acobardada. Yo gritaba y suplicaba: “¡Por favor, no mates a Oprah!”. Finalmente, Vernita dejó la silla, pero insistió en que Oprah la acompañara al reformatorio juvenil.

»Recuerdo que pasé por las entrevistas, donde te tratan como si fueras un criminal convicto, pensando para mis adentros: “¿Cómo demonios me está pasando esto?”. Tenía catorce años y sabía que era lista, sabía que no era mala persona, y recuerdo que pensaba: “¿Cómo ha pasado esto? ¿Cómo he llegado hasta aquí?”».

Le dijeron a Vernita que tendría que esperar dos semanas antes de que pudieran procesar a Oprah. «No puedo esperar dos semanas», dijo la madre.

«Me quería fuera de casa de inmediato», dijo Oprah.

De vuelta al piso, Vernita llamó a Vernon, en Nashville y le dijo que tendría que ser él quien se hiciera cargo de Oprah, pero para entonces Vernon ya sabía que no era el verdadero padre de Oprah: nueve meses antes de que Oprah naciera, él estaba en el ejército.

Sabiendo que Vernon y Zelma no podían tener hijos, Katharine Carr Esters los llamó y le rogó a Vernon que acogiera a Oprah. «Sabía que él no era el padre, pero le dije: “Reconócela como tuya. Zelma y tú queréis un hijo y Oprah necesita ayuda. Su madre no puede con ella. […] Le conté todo lo que Oprah había hecho y, finalmente, aceptó hacerse cargo de ella, pero bajo unas condiciones de disciplina estrictas: ya no podía ir y venir a casa de Vernita y sería él quien mandara. Vernita aceptó. […] Todos estábamos allí cuando Oprah se fue; su madre, su hermana, su hermano y todos sus primos».

Patricia recordaba que su hermana Oprah estaba llorando por tener que abandonar Milwaukee: «Oprah no quería marcharse. Lloraba y me abrazó antes de subir al coche de Vernon».

Vernon, reservado por temperamento, se había quedado escandalizado por el comportamiento de Oprah, que más tarde describiría como «Oprah ofreciéndose a los hombres». Una vez en su casa de la calle Arrington, hizo que Oprah se sentara en la cocina y fijó las normas. Le dijo que preferiría verla muerta, flotando en el río Cumberland a que trajera la desgracia y la vergüenza a la familia.

«Se acabaron los tops sin espalda, se acabaron los pantaloncitos tan cortos y se acabó el exceso de maquillaje en los ojos. […] Empezarás a vestirte como una jovencita como es debido.»

«De acuerdo, Pops —dijo Oprah, que ahora se refería a Mamá Zelma como “ Peach ”».

Vernon estuvo a punto de estallar. Años más tarde, en la propuesta de su libro, Vernon escribió que la respuesta de Oprah le había parecido una falta de respeto: «Me sentía como si mi hija se limpiara los zapatos con mi pañuelo blanco y luego me lo volviera a meter en el bolsillo. Había algo malicioso detrás de los nuevos nombres […] algo maleducado».

Vernon estableció más reglas que Oprah tenía que cumplir: toque de queda, tareas, deberes escolares. «No tenían que gustarle; sólo tenía que obedecerlas. “Si te escapas, no vuelvas.” Eso es lo que le dije. Tienes que comportarte, comportarte como si quisieras hacer algo de ti. […] Eso significa no mantener ninguna relación con chicos. […] Y —añadió—, sigo siendo Papá. Siempre seré Papá. Mi esposa dice que puedes llamarla cielito. Es asunto suyo. ¡Pero a mí, no me llames Papito!

»“De acuerdo, Papá” —dijo Oprah que acabó viendo a su estricto padre como un tirano inflexible—. Me decía: “Mira, muchacha, si yo digo que un mosquito puede arrastrar un tren, no me hagas preguntas. ¡Limítate a engancharlo!”» Al recordar a su padre para el Starweek, de Toronto, Oprah dijo: «Mientras crecía, lo detestaba a él y a Zelma, mi madrastra».

Vernon y Zelma empezaron a transformar a Oprah en una «señorita como es debido», algo que ella también detestaba. «Cada mañana de mi vida, mi madrastra me examinaba para asegurarse de que me había puesto los calcetines adecuados y que todo conjuntaba —le contó a TV Guide—. Cuando pesaba 32 kilos, tenía que llevar faja y combinación cada día. ¡Dios no quiera que alguien pudiera ver a través de la falda. ¿Qué van a ver? ¡la silueta de la pierna, eso es todo!»

Vernon veía a su hija como un caballo desbocado y salvaje que había andado suelto durante los últimos cinco años. «Cuando se trataba de disciplina, la única que yo conocía era la disciplina dura», dijo. Y años más tarde, Vernon expresó que le hubiera gustado haber hecho de padre con un poco más de paciencia y más humor: «Mi propio padre podía hacer reír a un cortejo fúnebre —dijo Vernon—, [pero] Oprah conseguía que me hirviera la sangre. Si yo tiraba hacia el este, ella tiraba al oeste; si yo señalaba al norte, ella se empeñaba en el sur. No era una niña desagradable. De hecho, su compañía era una gran alegría para mí. Pero la verdad es que tenía un problema para obedecer».

Además de hacer las tareas de la casa, a Oprah la pusieron a trabajar en la pequeña tienda de comestibles que Vernon llevaba, al lado de la barbería, donde había colgado un letrero: «¡Atención, adolescentes! Si estáis cansados de que unos padres poco razonables os estén fastidiando constantemente, ahora es el momento de actuar: marchaos de casa y ganaos la vida mientras aún lo sabéis todo». Pero para Oprah, tener que vender cucherías después de la escuela a los niños pobres del vecindario estaba muy lejos de lo que ocurría en casa de las estudiantes de Nicolet, a saber, que unas criadas negras te sirvieran leche y galletas en bandejas de plata. «Detestaba trabajar en aquella tienda —dijo Oprah—, odiaba cada minuto.»

En otoño de 1968, empezó la escuela, en segundo año, en East Nashville High, en la primera clase en la que oficialmente se aplicaba la integración racial. «Hasta aquel momento habíamos sido blancos como una azucena —dijo Larry Carpenter, de la promoción de 1971—, pero aquel año tuvimos que obedecer las órdenes del tribunal y admitir alumnos negros, y fue lo mejor que le sucedió a la escuela, y al país.»

A diferencia de lo que ocurrió cuando Oprah llegó a Nicolet, ahora, como parte de la minoría negra —el 30 por ciento de negros frente al 70 por ciento de blancos—, Oprah pasó desapercibida durante la mayor parte de su primer año en East. Asistía a clase cada día, pero se sentaba en silencio al fondo, un cambio peculiar para alguien que siempre se había colocado en primera fila, provocando el hecho de destacar por encima de otros alumnos al saber todas las respuestas y levantar constantemente la mano para congraciarse con los maestros.

«Podía entrar en cualquier aula y siempre era la más lista de la clase. […] Me criaron para creer que cuanto más clara es tu piel, mejor eres. Yo no tenía la piel clara, así que decidí ser la mejor y la más lista.»

Cuando llevó a casa las primeras notas de East, Vernon se puso furioso: «Adolescente, conflictiva o no, yo no iba a aceptarlo. Lo que yo esperaba de ella era tan alto como una montaña. Le dije: “Si fueras una estudiante de aprobado, podrías traerme aprobados. Pero... ¡no eres una alumna de aprobado! ¿Me oyes?”.

»“Sí, papá.

»“Si me traes más aprobados, te la vas a cargar, en serio.”»

Oprah era entonces una adolescente que en 1968, Vernon veía que iba a la deriva y que, además, había anunciado que quería ser hippy.

«Sólo tenía catorce años, pero me hubiera dado igual si hubiera tenido cuarenta: ninguna hija mía iba a ponerse flores silvestres en el pelo y encender ese incienso hindú […] o cualquier otra tontería. Ah, no. ¡En mi casa no! Puede que fuera algo hippy en la ropa; puede que los dashikis que se teñían anudados y los pantalones acampanados le encantaran, o las sandalias y los collares; puede que la vida hippy pareciera divertida y fuera la moda. Pero yo estaba mejor enterado: una vida de drogas y libertad sexual arruinaría su prometedor futuro.»

La fase hippy pasó, pero Oprah continuó yendo a la deriva. «Le hablé de los estudios —dijo Vernon—. “¿Qué te ha pasado, Oprah? Antes te encantaba la escuela. Te encantaba ser la primera de la clase”.»

Recordó la triste respuesta: «La escuela era divertida cuando yo era pequeña. Ahora las cosas son diferentes».

Aquel año, durante el invierno, Oprah empezó a llevar su chaqueta gruesa dentro de casa y a quejarse del frío. Cuando las piernas y los tobillos le desbordaban por encima de los zapatos y parecía tener el vientre distendido, su madrastra la llevó al médico, que le dijo a Oprah lo que ella ya sabía: estaba embarazada.

«Tener que volver a casa y decírselo a mi padre fue lo más duro que he hecho nunca —dijo Oprah más tarde—. Quería matarme». Reconoció que se había pasado la mitad del tiempo negando la realidad y la otra mitad tratando de herirse, para perder al bebé. Después del embarazo, le contó a su padre lo que el hermano de éste, Trenton, le había hecho, y le dijo que podía ser el padre del niño. «Fue como si todos los de la familia lo ocultaran debajo de una roca —le contó Oprah a Laura Randolph, de Ebony—. Como ya había sido sexualmente promiscua, pensaban que si pasaba algo, tenía que ser culpa mía y como yo no podía demostrar que él era el padre del niño, la pregunta pasó a ser “¿Es él el padre?”, y ya no se habló más del abuso. […] Yo no era la clase de chica que insiste e insiste en decirlo hasta que alguien la cree. No me valoraba lo suficiente para seguir diciéndolo.»

Para Vernon, que su hija tuviera un hijo fuera del matrimonio era considerado algo tan vergonzoso que él y su esposa consideraron la posibilidad de que Oprah abortara o enviarla a algún sitio para que tuviera el bebé y luego darlo en adopción. «Lo pensamos todo y luego decidí que, cuando viniera, yo tendría un nieto o una nieta.»

La tensión de tener que decirle a su padre y a su madrastra que estaba embarazada, hizo que Oprah se pusiera de parto al séptimo mes. El 8 de febrero de 1969, por la tarde, pocos días después de cumplir los quince años, dio a luz a un niño en el hospital Hubbard, que pertenecía al Meharry Medical College, sólo para negros. Su nombre aparece en la partida de nacimiento como Orpah Gail Lee, no Oprah Winfrey. Al niño le puso por nombre Vincent Miquelle Lee.

«Fue prematuro y nació muy enfermo —recordaba Vernon—. Lo pusieron en una incubadora porque estaba muy mal.» Oprah, que sólo se quedó dos días en el hospital, afirmó que psicológicamente se sentía desvinculada del niño y que nunca vio al pequeño. El bebé murió un mes y ocho días después de nacer y su cuerpo fue entregado al Meharry Medical College.

«No sé qué pasó después de morir el bebé —dijo Vernon—. No sé qué hicieron con el cuerpo […] si lo usaron para hacer experimentos o qué. Tratamos de mantener en secreto lo del bebé, incluso dentro de la familia. No hubo ningún funeral ni ninguna necrológica.»

Lo que sí hizo Vernon fue llamar a Vernita, quien acudió a Nashville para estar con Oprah una semana, pero pocos más supieron lo que había pasado. «Oprah nunca hablaba del bebé perdido —dijo su hermana, Patricia—. Era un profundo secreto, que casi nunca se comentaba en la familia.» En 1990, Patricia, que necesitaba desesperadamente dinero para drogas, vendió el secreto a los periódicos por 19.000 dólares.

Cuando Vernon le comunicó a Oprah que su bebé había muerto, le dijo: «Esta es tu segunda oportunidad. Zelma y yo estábamos dispuestos a ocuparnos del bebé y dejar que continuaras tus estudios, pero Dios ha decidido llevárselo y creo que te está dando una segunda oportunidad; yo, en tu lugar, la aprovecharía». Nunca dijeron una palabra más sobre la tragedia. «No hablamos de ello entonces —confesó Vernon en 2008—. No hablamos de ello ahora.»

   3

Lanzada adelante a toda velocidad, Oprah borró de su mente el embarazo, segura de que nadie lo averiguaría nunca. «Volví a la escuela y no lo supo ni un alma. Nadie —le aseguró al historiador Henry Louis Gates, Jr., en 2007—. De lo contrario, no habría logrado esta vida que tengo.»

Tanto si esa seguridad era acertada como si no, Oprah decidió que el secreto era su salvación, y cerró su pasado incluso a sus amigos más íntimos.

«Salí con Oprah un año y medio en la escuela secundaria —dijo Anthony Otey—. Por eso [más tarde] me quedé estupefacto al enterarme de que la chica a la que creía conocer tan bien en realidad había tenido un hijo antes incluso de que yo la conociera. ¿Cómo consiguió ocultarlo tan bien?

»Nunca nos acostamos, ni siquiera en la noche de la graduación. Cuando empezamos a salir, a los quince años, en nuestro viejo barrio de Nashville, acordamos que nunca llegaríamos al final. La razón era nuestra educación cristiana y nuestra determinación de hacer algo bueno como adultos.

»Durante el tiempo que salimos, nunca mencionó ni una sola palabra sobre nada de esto. Nunca hablaba del pasado. Nunca hablaba de su madre y nunca me dijo que tenía un hermano y una hermana.»

También sus maestros se quedaron atónitos: «Le daba clases cada día en la escuela y viajaba con ella por todo el estado y el país, para ir a los torneos de oratoria —dijo Andrea Haynes—, y no tenía ni idea de sus tribulaciones. Cuando supe que había tenido un hijo, sentí mucho que tuviera un pasado tan triste […] Te aseguro que, cuando la conocí, Oprah no mostraba ningún síntoma de una chica con trastornos emocionales.»

No obstante, Luvenia Harrison Butler, su mejor amiga de aquella época, al saber lo del hijo de Oprah, no se sorprendió; recordaba que Oprah era muy divertida, pero muy reservada: «Tenía muchos secretos, secretos oscuros. Yo no sabía cuáles eran, pero [sabía] que eran la razón de que Vernon fuera tan estricto y, créeme, lo era. Incluso entre chicas, Oprah era cautelosa. […] Sé que parece muy abierta con el público, pero eso es sólo porque es muy buena actriz. […] No estoy diciendo que tenga que contárselo todo a todo el mundo, pero es ella la que dice que es franca y honrada y sincera respecto a su vida. La verdad es que sólo comparte sus cosas personales cuando se ve obligada. […] Por ejemplo, Oprah sólo admitió través de la radio que había consumido drogas, cuando alguien estaba a punto de contarlo todo en un artículo, y de su embarazo sólo habló cuando su hermana la dejó al descubierto.»

Oprah recordaba aquel embarazo como «lo más horrososo, penoso y vergonzoso» de su vida de joven. Ilustraba su desgracia con la historia de una chica de su último curso a la que prohibieron graduarse porque estaba embarazada: «Hubo un enorme revuelo sobre si le permitirían o no desfilar con las demás de la clase que se graduaban. Y la decisión fue que no, no podía desfilar con el resto de la clase. Así que mi vida entera habría sido diferente [si alguien hubiera sabido que había tenido un hijo]. Totalmente diferente».

Sus compañeras de clase no recuerdan la historia que cuenta Oprah: «Nunca supe de nadie que estuviera embarazada y a la que no le permitieran graduarse —dijo Larry Carpenter, representante de la promoción de 1971 de los antiguos alumnos de East—. Éramos una promoción numerosa, alrededor de trescientos, pero eso es algo de lo que me habría enterado».

Y en esa misma línea, Cynnthia Connor Selton afirmó: «No pasó nada de eso. Yo estaba en la clase de Oprah, en East, y tenía una amiga que estaba embarazada de siete meses en último curso y se graduó con nosotras. […] Claro que había un estigma social ante un embarazo no deseado, pero no suficiente como para negarle la graduación a nadie».

Independientemente de que fuera cierto o no el que a una estudiante embarazada le negaran que desfilara con su clase en East Nashville High, la historia de Oprah refleja sus propios temores con respecto a su situación y demuestra que era bien consciente de que, de haberse sabido lo de su hijo, habría alterado drásticamente su objetivo de lograr la vida que ella deseaba. Así que hizo del secreto una capa protectora con la que envolverse. Para una niña que iba a la iglesia, había diez mandamientos que obedecer, pero no había ninguna tabla de la ley con respecto a enterrar el pasado. Tanto si su embarazo era el resultado de abusos sexuales o de la promiscuidad, sentía que era algo que tenía que ocultar.

El poder de su negación a lo largo de los años se puso de manifiesto cuando en 1972 se presentó al concurso de Miss Nashville Negra y firmó una declaración jurada donde aseguraba que «nunca había concebido un hijo». Y años más tarde, en 1986, durante el programa de Oprah sobre el racismo un hombre blanco le dijo: «Vosotros [los negros] os apoderasteis de Chicago. […] En veinte años, Chicago se convirtió en una ciudad negra en un 80 por ciento […] así que seguro que estáis procreando». Ante lo cual Oprah respondió: «Yo no he procreado a nadie». Y, en 1994, cuando presentó un programa titulado «¿Hay vida después de la secundaria?», Oprah pidió a cinco antiguas compañeras de clase de East que relataran el momento más humillante de sus años de secundaria. Cada una dio un ejemplo de vergüenza adolescente, y todas hicieron reír a Oprah. «Yo no tuve ningún momento embarazoso en la secundaria —afirmó—. Nada humillante.»

Después del embarazo, Vernon había tirado de las riendas de su «caballo desbocado y salvaje» y la había devuelto al establo donde, un poco más domada, pero todavía con brío, Oprah empezó a ir a por todas: «Fui la campeona estatal de las escuelas secundarias en los concursos de oratoria y teatro, y me esforcé por demostrar que valía y que era una buena chica», explicó.

Una semana después de haber dado a luz y casi un mes antes de que muriera el bebé, Oprah se puso los calcetines, se recogió el pelo en dos coletas y volvió a East Nashville High, donde empezó a reinventarse. Había desaparecido la alumna hosca con los tobillos hinchados, vestida con un jersey holgado, encogida en la última fila. En su lugar, apareció una estudiante de segundo, de ojos brillantes y llena de energía, que pedía ser reconocida más allá de los confines de su escuela y su iglesia.

Andrea Haynes, que le enseñó oratoria, teatro y lengua en East, recordaba cuando la conoció en la primavera de 1969: «Todavía la recuerdo entrando decidida en mi aula y diciendo: “¿Es usted la señora Haynes? Bien, yo soy Oprah Gail Winfrey”». Y después Oprah anunció que iba a ser actriz, estrella de cine. No dijo que quería ser una estrella sino que declaró con firmeza que iba a ser una estrella. «Tengo que cambiar de nombre —le comunicó a la señora Haynes—. Nadie se llama Oprah. Podría cambiarlo por Gail. Ya le he dicho a mi familia que me llame Gail.»

La profesora vio inmediatamente a una alumna con grandes ambiciones. «Quédate con Oprah —le dijo—. Es un nombre único y tú tienes un talento único.»

Por su cuenta, Oprah empezó a hacerse un nombre en las iglesias negras de alrededor de Nashville, después de que la señora Haynes la hiciera leer God’s Trombones: Eight Negro Sermons in Verse (Los trombones de Dios: Ocho sermones en verso para negros), de James Weldon Johnson. «Los recitaba para las iglesias de toda la ciudad —dijo Oprah—. Acabas siendo conocida».

Gary Holt, antiguo presidente de los alumnos de East, la recordaba actuando en la Iglesia Baptista de Eastland, en Gallatin Road: «Hizo una lectura de un espiritual negro, representando el papel del predicador; pronunció un sermón con esa fabulosa voz suya, y estuvo maravillosa».

Esas actuaciones hicieron que Oprah ganara un viaje a Los Ángeles para hablar a otras comunidades de la iglesia. En aquel tiempo, pasó por el Paseo de la Fama, frente el Teatro Chino de Grauman, lo cual enardeció todavía más sus fantasías. Así lo recordaba Vernon: «Cuando volvió, dijo: “Papá, me puse de rodillas y pasé la mano por todas aquellas estrellas que había en la calle y me dije: ‘Un día, voy a poner mi propia estrella entre estas’”». Fue el anuncio de que un día sería famosa.

Oprah no ocultaba sus ambiciones. Recién empezado el instituto, en Milwaukee, cuando rellenó uno de esos formularios de «¿Dónde estaré dentro de veinte años?», marcó «Famosa». Dijo: «Siempre supe que haría cosas grandes en la vida. Pero no sabía qué».

«Supo muy pronto lo que quería —afirmó Anthony Otey—. Dijo que quería ser estrella de cine y estaba dispuesta a dejar de lado muchas otras cosas.»

«Estaba motivada, incluso entonces», dijo Gary Holt, que consideraba que Oprah, una hija única que siempre iba bien vestida, era una de las más privilegiadas de su clase. Es irónico que en East High tuviera el aspecto de las alumnas que envidiaba en Nicolet. «Tienes que entender que East era de clase media baja, baja, baja —añadió—. La mayoría de nosotros —blancos y negros— éramos chicos pobres cuyos padres, si es que trabajaban, lo hacían como obreros. Vernon Winfrey tenía su propio negocio —una barbería es un buen negocio en cuanto a dinero— y además era el propietario de la casa donde vivía. Así que, sin ninguna duda, para nosotros era de clase media.»

Después de una vida de «trabajos malos y mal pagados», Vernon hacía hincapié en la necesidad de que Oprah tuviera una buena educación. «A veces se quejaba de que otras chicas vestían mejor que ella —comentó—. Y yo le decía: “Tienes algo aquí dentro —se dio unos golpecitos en la frente— y ya podrás vestir como quieras en el futuro.”»

En la escuela, Oprah se incorporó a la National Forensic League y trabajó en interpretación teatral, en estrecha unión con la señora Haynes, para prepararse para los concursos. La meta era ganar el Tennessee State Forensic Tournament y clasificarse para la competición nacional. En su tercer curso, era la mejor participante de la escuela.

El 21 de marzo de 1970, de nuevo en el papel del predicador que cuenta la historia del Apocalipsis, extraído de God’s Trombones, Oprah ganó el primer premio del trofeo de arte dramático. «Es como ganar un premio de la Academia —dijo en el periódico de la escuela—. Antes de competir recé y dije: “Bueno, Dios, ayúdame a hablarles de esto [El Día del Juicio]. Tienen que saber qué es. Así que ayúdame a explicárselo.”» Luego, igual que había visto hacer a los ganadores del Óscar por televisión, añadió: «Quiero darle las gracias a Dios, a la señora Haynes, a Lana [Lott] y también a Paula Stewart, que me dijo que no me hablaría nunca más si no ganaba». Después de ganar el concurso estatal, Oprah participó en el nacional que tuvo lugar en Overland (Kansas), pero fue eliminada antes de los cuartos de final.

Ese mismo año Oprah fue una de los doce finalistas patrocinados por el Black Elks Club de Nashville, una organización benéfica conocida oficialmente como Improved Benevolent Proyective Order of Elks of the World.


Понравилась статья? Добавь ее в закладку (CTRL+D) и не забудь поделиться с друзьями:  



double arrow
Сейчас читают про: