Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 15 страница

Dada la publicidad internacional que rodeaba a su escuela, Oprah tenía que hacer frente al escándalo, lo cual hizo por satélite desde sus estudios Harpo en Chicago. Luego, el 5 de noviembre de 2007, entregó la cinta a las empresas de noticias de los Estados Unidos, con unas inusuales normas de uso:

 

Por favor, observen las siguientes condiciones de Harpo Productions para el uso de las secuencias de Oprah News Conference:

 

1. Créditos: Harpo Productions, Inc.

2. Estas secuencias sólo pueden utilizase en nuestras plataformas durante el mes de noviembre de 2007. No se autoriza ningún uso posterior (incluyendo el archivo en Internet) en una fecha posterior al 30 de noviembre de 2007.

 

«Llevó la cuestión del escándalo sexual en su escuela con aparente transparencia —dijo un ejecutivo de las cadenas— pero no permitió que el vídeo se pasara una y otra vez. Distribuyó la cinta con instrucciones de que sólo la podíamos usar durante el resto del mes y no podíamos archivarla ni mostrarla a perpetuidad. Es algo absolutamente inaudito.»

El extremo control que Oprah ejerció sobre la cobertura que hacía la prensa sobre el escándalo por abusos sexuales contrasta con la cobertura ilimitada que buscó cuando inauguró la escuela. Pasó meses preparando un corte de cinta que exhibiera su sueño ante el mundo. En su programa, había hablado de su escuela muchas veces, la más reciente antes de la inauguración oficial, cuando presentó al público a Muhammad Yunus, premio Nobel de la Paz en 2006. Hablaron de los males de los prestamistas y Oprah dijo que se había enterado de esa práctica «cuando estuve en África el otro día, construyendo una escuela». Quería que el laureado con el Nobel la aceptara como igual, quizá porque ella misma estaba siendo propuesta como candidata al Nobel.

«Inicié la campaña del Nobel después de que Oprah apareciera en el Dream Academy Dinner (24 de mayo de 2005) para recaudar fondos para los niños que están en peligro porque sus padres están en prisión —dijo Rocky Twyman, publicista de Washington—. Cuando se levantó, alabó a Dios, abrió el monedero y le entregó a la Dream Academy un millón de dólares, quise que le dieran el premio Nobel de la Paz […] pero el comité del Nobel no quería concedérselo a alguien famoso. Así que formé una comisión y hablamos con Dorothy Height (presidenta emérita del Nacional Council of Negro Women), que estaba absolutamente a favor de Oprah, porque esta le había dado 2 millones y medio de dólares, en 2002, para pagar la hipoteca de la central de la NCNW […] La doctora Height se puso en contacto con Nelson Mandela y con el Obispo Tutu, y nos pusimos en marcha para conseguir publicidad y recoger las 100.000 firmas necesarias para presentar la nominación de Oprah ante el comité del Nobel […]

»Por desgracia, sólo recogimos 40.000 firmas […] porque muchos hombres, blancos y negros, se negaron a firmar […] y muchas personas religiosas tampoco quisieron firmar porque dijeron que Oprah no estaba casada con Stedman y que daba un mal ejemplo a nuestros jóvenes por el modo en que vivía. Creo que todos pecamos y no alcanzamos la gloria de Dios, pero estas personas, sobre todo de iglesias negras, y todas conservadoras y respetuosas de la ley, sentían con mucha fuerza que Oprah se había puesto por encima de las leyes de Dios. Me quedé atónito, pero me temo que en nuestra comunidad (afroamericana) hay unos sentimientos muy fuertes contra ella […] De las 40.000 firmas que conseguimos, la mayoría eran de blancos, no de negros. Logramos mucha publicidad e hicimos que la gente fuera más consciente de que podía conseguir el premio, pero, al final, supongo que Dios no quiso que sucediera.»

5. Big Brothers, Big Sisters (Hermanos y hermanas mayores) es una organización sin ánimo de lucro cuya misión es ayudar a los niños de zonas deprimidas a desarrollar todo su potencial. (N. de la T.)

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En primer y último lugar, y siempre, estaba The Oprah Winfrey Show. Incluso durante los años en que quería hacer una carrera cinematográfica, nunca dejó de lado su programa de televisión. «Es la base de todo», afirmó Oprah. Cuando, finalmente, dejó de perseguir su sueño de convertirse en una «gran estrella de cine», reivindicó su posición como presentadora número uno de los programas de entrevistas de los Estados Unidos. Para seguir en el pedestal, asignó 50 millones de dólares al año para gastos de producción y contrató a los mejores productores que pudo encontrar, pagándoles el máximo para que se trasladaran a Chicago; luego complementó sus salarios con un sistema de primas, para asegurarse de que trabajaran lo bastante duro como para conseguirle los índices que necesitaba para seguir en la cima.

Un equipo de productores creativos ayudaron a lanzar a la nueva y mejorada Oprah como amada filántropa. A David Boul se le ocurrió crear «la hucha más grande del mundo», que permitió que Oprah recogiera monedas del público para dotar a las becas universitarias para estudiantes necesitados. Kate Murphy David propuso Oprah’s Angel Network, un medio ingenioso de recaudar millones entre los telespectadores y encauzar el dinero, en nombre de Oprah, a las organizaciones benéficas preferidas de esta. Alice McGee dejó su huella creando el Oprah’s Book Club, y Ellen Rakieten, de la que Oprah decía que estaba entre sus mejores productores, ideó Acts of Kindness, Oprah’s Favorite Things, Thank You Day y The Big Give.

Oprah también solicitaba ideas en su página web, instando a quienes la visitaban a «Llamar a la línea directa para confesiones anónimas de Harpo Productions»:

¿Has estado guardando un secreto que a tu familia le escandalizaría conocer? ¿Has estafado, robado u ocultado algo de lo que nadie está enterado? ¿O has desvelado un secreto de familia que te ha dejado absolutamente conmocionado, a ti o a tu familia? Tus padres, parientes o antepasados ¿han tratado de enterrar algún secreto de familia vergonzoso?

¡Llámanos ya!

 

La mayoría de las «chicas» de los primeros tiempos, que habían lanzado la Oprah de tipo más amarillo y sensacionalista, se habían quemado o las habían echado para hacer sitio al equipo de la coronación, que traían la corona y las vestiduras ribeteadas de armiño. Los programas de Oprah sobre nudistas, estrellas porno y prostitutas compartían ahora su lugar destacado con «programas que elevan el espíritu», sobre Dios, sobre dar y regalar. Algunas personas dijeron que era el principio de ‘Santa Oprah’; otras lo vieron como ‘el alba de la diva’. En cualquier caso, señalaron una brusca desviación de la Oprah sureña, en especial para las salas de redacción de Chicago.

«Lo vi venir en 1994, cuando Colleen Raleigh (la jefa de relaciones públicas de Oprah durante ocho años) puso una demanda contra ella —dijo Robert Feder, crítico de televisión del Chicago Sun-Times desde 1980 hasta el 2008—. Cuando informé de la demanda, y tenía que informar porque era algo del dominio público, Oprah me hizo el vacío más absoluto. Se acabaron las felicitaciones de Navidad. No me devolvía las llamadas. Nada. Hasta aquel momento, la había visto por lo menos una vez a la semana y hablaba con ella regularmente […] Pero conforme aumentaba su poder, se iba alejando de la prensa y ahora desdeña a todos los medios de Chicago, porque ya no nos necesita.»

El paso de ‘novia’ a ‘diosa’ fue evidente para todos los que cubrían la televisión, que vieron que Oprah ya no pasaba tiempo con el público después del programa. En sus primeros y entusiastas días, cuando el público se iba ella estrechaba la mano de todos, los abrazaba, les daba autógrafos y se hacía fotos con ellos. Ahora consideraba que esa interacción personal era malgastar su tiempo y su energía, y ya no se permitían fotografías porque consideraba que su imagen era su marca. «Quién sabe donde podrían aparecer esas fotos más adelante —comentó—. No quiero acabar vendiendo galletas de la Tía Bessie, en algún rincón de Minnesota.»

Los fotógrafos de prensa también observaron el cambio de Oprah: «La fotografié bastantes veces —hice su primera portada de People — pero me gusta esta foto porque nunca había visto una imagen así —dijo Harry Benson, describiendo una foto natural de Oprah en 1996, vestida con ropa térmica para hacer ejercicio y muy delgada—. Ya no puedes hacer fotos así. Ahora sólo deja que la fotografíen sus propios fotógrafos. Era estupenda por aquel entonces, pero algunos de los que la rodeaban empezaban a estrechar el cerco […] Ella quería comprar mis fotos para que nadie más las viera. Era una absoluta obsesa del control. ¡Y esta no es una foto fea! Ahora esconde toda la grasa».

Oprah era tan intransigente en lo relativo a la necesidad de protegerse de unas fans entusiastas que insistía en que el público que asistía a sus programas fuera registrado por los guardias de seguridad antes de entrar en el edificio y que entregaran sus cámaras, grabadoras, paquetes e incluso los bolis y lápices antes de que los acompañaran a sus asientos.

En los viejos tiempos, nunca se le habría ocurrido poner una R con el círculo alrededor (®) junto a «You go, girl» ( A por ellos, chica), la frase que más se asocia con ella, pero en cuanto se convirtió en marca, empezó a registrar sus expresiones y solicitó el nombre de marca para frases como « Momento Ajá» y « Da a lo grande o, de lo contrario, mejor vete a casa». También registró:

• Oprah

• The Oprah Winfrey Show

• Oprah Radio

• Make the Connection

• Oprah’s Book Club

• Live Your Best Life

• Oprah’s Favorite Things

• Oprah’s Ambassadors

• Wildest Dreams with Oprah

• Oprah Boutique

• Harpo

• The Oprah Store

• Oprah.com

• Oprah’s Big Give

• Expert Minutes

• The ’Oprah’ signature

• The ’O’ design

• Oprah’s Angel Network

• Angel Network

• Oprah Winfrey Leadership Academy for Girls • O, The Oprah Magazine

O at Home

• Oprah Winfrey’s Legends Ball

• Oprah and Friends

 

La Oprah que había sido abierta y accesible parecía ahora distante y ligeramente altiva, en especial con la prensa. Para 1995, después de haber aparecido en veinte portadas de revistas nacionales, estaba acostumbrada a exigir (y conseguir) el control absoluto de lo que se escribía sobre ella, a cambio de estar en la portada. Con frecuencia, le permitían elegir al redactor, y siempre imponía al fotógrafo. La mayoría de los medios la complacían, excepto en Chicago, donde los periodistas buscaban un acceso sin trabas.

«Escribí un artículo titulado “Las 100 mujeres más poderosas de Chicago”, y claro, Oprah era la número uno —dijo Cheryl L. Reed, ex redactora de la página editorial del Chicago Sun-Times —. Llamé a Harpo, pero Oprah no quiso concedernos una entrevista. Lo intenté todo —llamadas telefónicas, cartas, correos electrónicos, incluso enviarle flores— pero su publicista decía que estaba demasiado ocupada. Finalmente, le pregunté si podía enviarles unas preguntas para que ella las contestara. Lo que me devolvieron no fue otra cosa que un puñado de basura regurgitada que ya había sido publicada un millón de veces. Así que volví a llamar y pregunté: “¿Por qué me habéis enviado unas respuestas estándar casi generadas por el ordenador y publicadas en entrevistas anteriores?»

—Verás, la señora Winfrey dice que siempre le hacen las mismas preguntas, así que ha reunido unas respuestas que representan sus ideas sobre diversos temas y eso es lo que tiene que decir a tus preguntas.

—Creía que le entregarían mis preguntas y que ella las contestaría.

—Lo siento mucho, la señora Winfrey prefiere contestar de esta manera».

Los periodistas del Chicago Tribune y la revista Chicago tropezaron con el mismo muro en Harpo. Los únicos que lo conseguían eran los columnistas de cotilleos porque publicaban, obedientemente, los artículos ya escritos que les pasaban los publicistas de Oprah sobre las buenas obras benéficas de Oprah, los famosos que acudían a la ciudad para los programas de Oprah y los espléndidos viajes que Oprah regalaba a sus empleados. Hay que reconocerles el mérito de que no dejaban que los piques personales afloraran en sus historias y, aunque columnistas de cotilleos como Bill Zwecker, del Chicago Sun-Times y WBBM-TV reconocían que Oprah «se había convertido en imposible de tratar», también decían que su presencia en la ciudad beneficiaba a Chicago.

«Fue después del pleito con Raleigh cuando nos cerró a todos la puerta en los morros —dijo Robert Feder—. Le parecía que sus empleados la venderían y se volvió paranoica e incluso más controladora, obligando a la gente a firmar contratos que los ataban para siempre.»

Feder no exageraba: Oprah hacía que todos sus empleados, incluso los que estaban a prueba durante los primeros treinta días, firmaran acuerdos de confidencialidad que los obligaban hasta la tumba. Los contratos decían, en parte:

1. Durante su empleo o relación comercial con Harpo, y posteriormente, y con el máximo alcance permitido por la ley, está obligado a mantener la confidencialidad y no revelar, usar, apropiarse indebidamente, confirmar o negar, en ningún caso, la veracidad de cualquier declaración o comentario relativos a Oprah Winfrey, Harpo (que, en su uso en este documento, incluye a todas las entidades relacionadas con Harpo, Inc., incluyendo Harpo Productions, Inc., Harpo Films, Inc.) o cualquier información confidencial tanto de Oprah como de Harpo. La expresión «información confidencial», tal como aparece empleada en esta norma, incluye, pero no se limita, a cualquier y a toda la información que no es generalmente conocida por el público, relacionada o concerniente a: a) la señora Winfrey y sus negocios o vida privada; b) las actividades, acuerdos o intereses comerciales de Harpo y sus cargos, directores, afiliados, empleados o contratistas; y c) las prácticas o normas de empleo de Harpo aplicables a sus empleados y/o contratistas.

 

2. Durante su empleo o relación comercial con Harpo, y posteriormente, está obligado a abstenerse de conceder o participar en ninguna entrevista/s concerniente o relacionada con la señora Winfrey, Harpo, su empleo o relación comercial con Harpo y cualquier asunto que concierna, tenga relación o entrañe cualquier información confidencial.

 

La mayoría de ex empleados reconocen que el miedo hace que se respete el contrato con Oprah, incluso entre aquellos que dejaron de ser empleados suyos hace años. «Lo único que necesitas conocer es su valor neto (2.700 millones de dólares en 2009), que puede comprar más abogados de los que nadie se puede permitir —dijo un ex productor—. Eso, más Elizabeth Coady.»

Todos los empleados de Harpo conocen bien el caso Coady. «Yo concebía y producía programas, supervisaba un equipo de otros ayudantes de producción, presentaba ideas para invitados, investigaba sobre invitados y temas», declaró Coady, ex productora adjunta sénior, que trabajó para Oprah durante 4 años. Dimitió en 1998, con la intención de escribir un libro sobre sus experiencias en Harpo. Periodista de formación, Coady publicó un artículo en el Providence Journal titulado « La farsante de primer orden, Oprah Winfrey y sus aduladores», donde describía cómo era trabajar para «“la suma sacerdotisa” del bombo publicitario, un producto vivo, plastificado, que pierde lustre en cuanto desaparecen las luces brillantes y el maquillaje». Debido al acuerdo de confidencialidad que Coady había firmado, Oprah amenazó con demandarla si procedía a escribir el libro. Pero Coady demandó a Oprah y la llevó a los tribunales para denunciar el acuerdo de confidencialidad, por tratarse de una cláusula contractual restrictiva inaplicable.

«Quería que se pudiera hablar libremente —declaró Coady—. Nadie hablará en Harpo. Temen por su carrera. No quería que tuvieran miedo de que Oprah fuera a por ellos.» Según Coady, Harpo era «Un lugar lleno de cinismo y narcisismo», y afirmó que Oprah se alimentaba del narcisismo.

«Oprah no cree lo que dice. El propósito de todo lo que dice es promocionarse ella misma, no a sus fans femeninas. Le encanta que la adoren y cree que lo hacen porque es justo […] Allí dentro (en Harpo) no hay ningún sentido de la justicia, lo cual es irónico, teniendo en cuenta la imagen pública que tiene alguien que se jacta de ser abogada de la ética y la espiritualidad profesionales. Aquel no es un lugar espiritual.»

Coady describe a Oprah diciendo que es una maestra manipuladora de los medios y que su inmensa influencia dentro de ABC, Viacom (propietaria de CBS y King World), Walt Disney Company, Hearst y Oxygen, la inmunizaban de las críticas e impedían que nadie diera un paso adelante para revelar las «intrigas y engaños» de su lugar de trabajo. Oprah comprendió que un libro como el de Coady amenazaba con arrancar la máscara de su imagen pública, tan cuidadosamente construida, en un momento en el que hacía que las palabras que pronunció durante el juicio de las llamadas ‘vacas locas’ («Estamos en los Estados Unidos. Se pueden decir cosas que no nos gustan») pudieran parecer hipócritas.

«Hay un público para un libro (como el mío) —afirmó Coady—, pero (Oprah) tiene un completo dominio del sector editorial, gracias a la enorme popularidad de su Club del Libro.» No obstante, la escritora reconoció el bien que Oprah había hecho y dijo que conocía a gente cuya vida se había visto positivamente afectada por ella. «Hace que mucha gente crea que hay cierta magia en el mundo». Sin embargo, Coady pensaba que Oprah dominaba a su crédula audiencia gracias a sus «constantes referencias a un poder superior y a que mimaba a las madres, amas de casa».

Elizabeth Coady no tuvo la oportunidad de escribir su libro porque el Tribunal de Apelación de Illinois dictó sentencia en su contra y juzgó que el acuerdo de confidencialidad de Oprah era «razonable y aplicable». El tribunal tomó su decisión basándose en la ley contractual, lo cual hizo que Coady, defensora de la libre expresión se preguntara: «¿Por qué una mujer con una influencia sin precedentes en las empresas de comunicación tiene que silenciar a sus empleados? ¿Por qué una mujer que ha ganado sus millones contando historias de otras personas merece este grado de protección por parte de los tribunales?»

Docenas de productores acudían a Harpo a trabajar para Oprah, dejando empleos en las cadenas de Nueva York para instalarse en Chicago porque, como dijo un ex empleado: «Pagan unos salarios de fábula». En una entrevista confidencial, otro productor dijo: «Firmé, tanto por el dinero como porque creía en su mensaje; hacer una televisión que elevara el espíritu. Pensaba que iba a trabajar para la persona que veía en televisión. Pero, Dios mío, como me engañaba […] En Harpo, lo que hay es un culto. Es tan opresivo que asusta […] Oprah es implacable cuando se trata de proteger su marca y está tan preocupada —en realidad, obsesionada— por quién contrata que hace que Kroll Asociates (una agencia de detectives mundial) investigue a cualquier posible empleado, incluyendo sus finanzas. Le inquieta que haya topos en su organización que puedan contarle a la prensa lo que pasa y que dañaría, definitivamente, su imagen. Si pasas la criba de Kroll, te ponen a prueba durante un mes y durante ese periodo de treinta días, los mayores te vigilan […] esos que mucho tiempo atrás bebieron el Kool-Aid.[6] Si estás en desacuerdo con un programa propuesto o expresas tus dudas sobre los valores de la producción o las ideas para la historia que se expondrá, te consideran un posible creador de problemas […] Yo acabé estando tan asustado que, incluso siendo ya parte del personal, empecé a creerme las historias que corrían sobre que nos pinchaban el teléfono y nos leían el correo electrónico […] Si el país supiera cómo actúa esta mujer entre bastidores, se quedaría de piedra, pero nadie de dentro lo dirá, porque lo echarían a la calle, y los que han escapado y están fuera no quieren arriesgarse a que los demanden. Oprah tiene abogados tirando de la cadena como si fueran pitbulls ansiosos por lanzarse contra cualquiera que pudiera desprestigiar su marca».

Los acuerdos de confidencialidad le daban a Oprah la seguridad de que nadie trataría de ensuciar la imagen que había creado. No es que la imagen fueran totalmente un fraude, pero era frágil, si la dejaban al descubierto, porque por abierta que pareciera ser, Oprah sólo se revelaba de la manera más mesurada, distribuyendo, a pequeñas dosis, lo que llamaba ‘las cosas malas’, en ambientes que controlaba por completo. Después de que su hermana Patricia, a quien los tabloides habían pagado para que hablara sobre la promiscua infancia de Oprah, su ausentismo escolar, su embarazo adolescente y la muerte de su hijito, y «la vendiera por 19.000 dólares», Oprah tenía miedo de que hubiera más revelaciones indiscretas. Incapaz de confiar en la «familia» Harpo, presuponía lo peor de todos y cada uno y montó la defensa más inexpugnable que pudo idear. Siendo realistas, es totalmente imposible que pudiera perseguir a todos los ex empleados que hablaran, pero la perspectiva de que podía hacerlo los mantenía a todos en cintura. El miedo actuaba en ambos sentidos: ella sentía tanto terror de sus revelaciones como ellos de que ella los demandara.

Además de los quinientos empleados de Harpo, Oprah exigía que en O, The Oprah Magazine todos firmaran acuerdos de confidencialidad y juraran no revelar nunca nada sobre ella, algo que muy pocas publicaciones requerían de sus empleados. Cuando le preguntaron a Oprah por qué imponía esas restricciones draconianas a los que trabajaban para ella, volvió a decir que todo tenía que ver con la «confianza», pero esta vez Ellen Warren y Terry Armour, periodistas del Chicago Tribune, la pusieron en evidencia: «En realidad, no tiene nada que ver con eso —escribieron—. Tiene que ver con la desconfianza».

Oprah hacía que los cazatalentos que ayudaban a reclutar profesores para su academia de liderazgo, además de todos los miembros del cuerpo docente y todas las supervisoras de los dormitorio firmaran acuerdos de confidencialidad. Sus visitas a la escuela siempre estaban envueltas en el secreto e insistía en que sus invitados a las funciones a las que ella asistía en Sudáfrica firmaran acuerdos que prohibían las cámaras y las grabadoras. Las personas que se encargaban de comprar sus propiedades inmobiliarias también tenían que firmar cláusulas donde se establecía que no podían revelar detalles de lo que poseía. Los encargados de los caterings, las floristas, los organizadores de fiestas, interioristas, tapiceros, pintores, electricistas, fontaneros, jardineros, pilotos, guardias de seguridad, incluso los veterinarios que cuidaban de sus perros tenían que firmar. En una ocasión envió un mandamiento de «cesar y desistir» durante la grabación de un reality show en VH1 sobre las citas, porque uno de los concursantes había sido novio de Gayle King y había firmado un acuerdo de confidencialidad para no hablar de Oprah ni Gayle.

«Todos los que trabajan en Atlantic Aviation, el hangar donde Oprah guarda su avión (el reactor de alta velocidad Bombardier BD-700 Global Express, valorado en 47 millones de dólares, que había comprado en 2006) han firmado comprometiéndose a mantener el secreto», dijo Laura Aye, ex guardia de seguridad del campo de aviación. «No les está permitido hablar de ella. Si les preguntas algo sobre ella, te dirán: “No podemos hablar o perderemos el empleo”. Las chicas están muy nerviosas. Antes de tener el Global, Oprah tenía un Gulfstream, y yo tenía tratos con ella en Midway […] La vi unas 20 veces en los años que trabajé allí y ni una sola vez la vi con un hombre. Siempre viajaba con mujeres […] Era fría, distante y muy difícil […] No es agradable con los empleados, excepto en Navidad, cuando distribuye regalos a todo el mundo. En una ocasión tuve que gritarle cuando sacó a su perro a la zona de operaciones aéreas (AOA por sus siglas en inglés) para que hiciera pipí. Se supone que allí no debe haber nadie, porque los aviones llegan y salen constantemente y el chorro de los reactores podría ser mortal. Recibí una llamada de la torre diciendo que había una mujer paseando a su perro y que tenía que ir a sacarla de allí, de inmediato. Salí corriendo y vi que era Oprah.

»“Por favor, salga de esta zona de inmediato, señora”, dije.

»“¡¿Cómo dice?”, bramó.

»“Ahora mismo, señora. El perro corre el riesgo de ser succionado. No puede estar aquí fuera. Son las normas”. Ella se puso furiosa […] Tuve que dar parte del incidente».

La idea de tener derecho a todo y que ese derecho acompaña la vida de una famosa multimillonaria pareció aflorar a la superficie poco después de que Oprah comprara su primer avión (un Gulfstream GIV, de 40 millones de dólares). «Entraba y salía de Signature, unas instalaciones en el campo, para aviones privados, que está separada del aeropuerto comercial —explicó Laura Aye—, y no quería que los repostadores estuvieran por allí porque no le gustaba el olor del combustible y la grasa. Su piloto comunicaba su llegada por radio y todos los encargados del repostaje eran expulsados del hangar. Los que estaban dentro preparaban rápidamente palomitas de maíz para disimular el olor a los gases. De esta manera, no tenía que oler nada a lo largo de los diez metros que debía recorrer desde el avión hasta su furgoneta blindada.»

En la época en que tenía el Gulfstream, le concedió una entrevista a Harry Allen, de Vibe, que le preguntó cuánto había costado el avión. Oprah respondió: «No voy a hablar de eso. La etiqueta ‘jet’ significa que nunca se habla de lo que cuesta el avión […] Pero, a veces, tengo un subidón por esto: en el avión sólo hay negros. El otro día la azafata pasaba una fuente con langosta y dije: “¡Seguimos siendo negros! ¡No es que nos hayamos vuelto blancos! Seguimos negros, todos. Oprah sigue siendo negra”. Es que […] ¿quién lo iba a pensar?»

El periodista de Vibe dijo: «¿Comprende el efecto que tienen historias como estas? Es la persona negra más rica del universo».


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