Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 17 страница

«Anne se puso furiosa conmigo después del programa —dijo Victor—. Detestaba a Oprah y pensaba que el personal de Oprah no la había tratado bien». Robinson se negó a hablar del asunto, pero Ed Victor lo recordaba como «una absoluta pesadilla». Y añadió: «Como resultado, ya no la represento».

Marian Fontana, cuyo marido, Dave, bombero, murió en el World Trade Center el 11 de Septiembre, era acosada por los productores de Oprah, que habían reservado su aparición en un próximo programa. «Fue justo después del funeral de Dave […] y llamaban cada diez minutos, siempre pidiendo alguna otra cosa. Querían cintas de vídeo de nuestra boda, querían fotos de la familia y querían instantáneas de cerca». Cuando supieron que iban a celebrar un acto religioso para su marido en la playa donde había sido socorrista durante 16 años, insistieron en estar presentes. «Eran avasalladores», dijo Marian. Cuando se negó, cancelaron su participación en el programa.

En la primavera de 2008, los productores de Oprah empezaron a reservar participantes para la oleada de audiencia de mayo y llamaron a James Frey para que fuera al programa a hablar de la publicación de su novela Una mañana radiante. Sabían que volver a unir a Oprah y al autor de En mil pedazos era un géiser garantizado para los índices, pero el escritor no estaba muy entusiasmado con la idea de volver a la escena donde lo habían machacado. Desde que lo vapulearon en The Oprah Winfrey Show, en 2006, Frey y su esposa habían perdido a su hijo recién nacido, Leo, que murió once días después de nacer, por atrofia muscular espinal, y el escritor no iba a someterse a otra de las humillaciones de ‘Su Majestad’, ni siquiera para promocionar su novela, a menos que se establecieran ciertas condiciones. Los productores le explicaron la situación a Oprah y, finalmente, Frey no fue al programa, pero la presentadora lo llamó para pedirle disculpas por cómo había sido tratado 2 años antes. No utilizó el programa para decir públicamente que lo sentía, pero Frey les dijo a los periodistas que valoraba su disculpa privada. Es posible que el remordimiento de Oprah fuera provocado al leer que uno de los personajes de la novela de Frey está envuelto en un escándalo y, sintiendo que todos se ponen en su contra, empieza a grabar sus conversaciones con los productores y la presentadora de un programa de entrevistas, incluyendo las confesiones que la presentadora le hizo cuando lo llamó a su casa.

En su lucha por darle índices altos a Oprah, sus productores pueden mostrarse pendencieros. «Pensé que eran […] extremadamente difíciles», confesó Daniel J. Bagdade, el abogado que representó al primer niño de los Estados Unidos en ser condenado como adulto por un asesinato. Su cliente, Nathaniel (Nate) Abraham, disparó contra Ronald Greene, causándole la muerte, en Pontiac (Michigan). Con 11 años, Nate fue enviado a un centro correccional de máxima seguridad, hasta que cumpliera los 21 años. A su puesta en libertad, los productores de Oprah lo estaban esperando para que aceptara participar en un programa, donde pediría perdón a la familia de su víctima. Su abogado no sentía un gran entusiasmo por ponerlo bajo los intensos focos mediáticos de The Oprah Winfrey Show, pero Nate estaba cautivado por lo famosa que era Oprah. «Es la persona a la que más admira —dijo el abogado—. Así que acepté […] Pero en cuanto llegamos a Chicago, bueno…»

Al ver que lo que los productores tenían en mente para el programa haría que su cliente corriera un riesgo legal, Bagdade revocó el compromiso firmado por Nate. «Y entonces pasamos dos días con sus noches con Oprah, su abogado, un caballero de edad, muy duro (William Becker dirige el equipo legal de Harpo, formado por 25 personas), y sus belicosos productores, que eran muy agresivos y nos acorralaban. Nos amenazaron con demandarnos por romper el contrato […] “Esto no quedará así ”, dijeron. Oprah y yo intercambiamos llamadas por el móvil, a medianoche, mientras ella trataba de sacar el programa al aire. Cuando le expliqué las complicaciones legales, llamó a un abogado de Michigan para asegurarse de que le estaba diciendo la verdad. Fue razonable y profesional de principio a fin, algo que no puedo decir de su personal».

Al final, el programa no se emitió. Oprah actuó de mediadora en la disculpa de Nate a la familia de su víctima, en privado, y Bagdade acompañó a Nate y a su madre, y a la familia de Ronald Greene al despacho de Oprah, que, según dijo, «era del tamaño de una casa grande […] Justo frente a su despacho hay un guardarropa, que es del tamaño de otra casa grande […] Sólo el zapatero parece extenderse por media manzana de casas». Bagdade no vio el enorme cuarto de baño del despacho de Oprah, con su bañera del tamaño de una piscina y de mármol rosado.

Con el abogado de Harpo sentado en un rincón, Oprah de pie al lado de su grandioso escritorio, procedió a reunir a las dos familias. «Nunca antes se habían presentado disculpas de verdad, así que fue una experiencia muy conmovedora para todos nosotros —declaró el abogado de Nate—. Estuvo bien que no fuera ante las cámaras. Habría sido una explotación excesiva. Las dos madres —la de Nate y la señora Greene— se abrazaron y se besaron. Ambas son religiosas practicantes, así que hablaron de Dios y de su perdón.»

Una vez que Oprah comprendió que no iba a contar con el apasionante programa de televisión que quería, le habría resultado fácil enviar a los Abraham y los Greene de vuelta a Pontiac (Michigan). Hay que reconocerle el mérito de decidir completar el propósito declarado del programa: darle al joven homicida la ocasión de expresar su remordimiento por su crimen, pidiendo disculpas a la familia de su víctima, lo cual les proporcionó a todos una cierta paz. «La verdad es que Oprah hizo lo indecible por Nate —dijo su abogado—. Le dio muchos consejos y se tomó un interés especial por él durante aquellos dos días.»

Sin embargo, no todos los programas que no llegaban a buen puerto despertaban la magnanimidad de Oprah, en particular si había dinero de por medio. Cuando tuvo la oportunidad de entrevistar a Monika Lewinsky, dijo que estaba entusiasmada porque sería la primera entrevista de la joven becaria para hablar de su relación sexual con el presidente Clinton, una relación que desembocaría en el conocido proceso de destitución del presidente. También Lewinsky estaba encantada, en especial cuando le dijeron que Oprah la iba a abrazar ante el público del estudio. Pero cuando la ex becaria de la Casa Blanca insistió en quedarse con los derechos de distribución de la entrevista en el extranjero, después de que se emitiera en los Estados Unidos, Oprah se plantó. Estaban en juego unas comisiones por los permisos mundiales que superaban el millón de dólares, una cantidad que Lewinsky dijo que necesitaba para pagar sus crecientes honorarios legales. Al ser, en aquellos momentos, una de las entrevistadas más buscadas del mundo, despertaba un inmenso interés internacional, porque nadie había oído todavía su voz ni su parte de la historia que estuvo a punto de hacer caer al presidente. Oprah insistió en conservar los derechos de la entrevista en el extranjero; Monica dijo que no podía permitirse cederlos. Al día siguiente, en su programa, Oprah anunció: «Tenía una entrevista con Monica Lewinsky, y las conversaciones se desviaron en una dirección que yo no quería seguir. No pago por las entrevistas, y no importa cómo se formule ese pago. He dejado de participar en la competición. Ya ni siquiera quiero hacer la entrevista. A quienquiera que la haga, que Dios le ayude».

La entrevista de dos horas la consiguió Barbara Walters, para una edición especial de 20/20, en ABC, que atrajo a 45 millones de telespectadores en los Estados Unidos; Lewinsky retuvo los derechos mundiales. Posteriormente, en un artículo titulado «Cómo Oprah dejó plantada a Monica», la revista George contaba que la presentadora había «puesto por los suelos» a la ex becaria, cuando esta se negó a firmar un acuerdo con Harpo. «A ojos de Lewinsky, Winfrey demostró ser […] alguien sin corazón, traicionera y desleal».

Nada de esto se lo creería ninguna de las fans adoradoras de Oprah ni el público presente en el estudio, que esperaban meses, a veces años, para conseguir entradas al programa y luego, hacían cola para poder entrar. «En el programa de Oprah, todo está orquestado, hasta el último chillido del público presente —afirmó el ejecutivo de una editorial que había acompañado a muchos autores a Chicago a lo largo de los años—. Funciona más o menos así: una vez que has pasado por seguridad y te has sentado, 4 o 5 productores, no sólo 1, animan a la audiencia durante unos 45 minutos. Nos dan instrucciones a todos sobre cómo actuar. Nos dicen que tenemos que saltar y gritar. Cuando Oprah dice algo divertido, se supone que tenemos que reír y aplaudir. Luego hacemos un ensayo: “Bien, vamos a probar. Si Oprah está escandalizada, vosotros os escandalizáis. Venga. Actuad como si estuvierais horrorizados. Demostradlo. Otra vez. Cuanto más reaccionéis, más oportunidades tendréis de salir por televisión. Esto es importante. Sois el público de Oprah. Sois su portal al mundo. Así que debéis responder”. Estos productores están entrenados para exaltar los ánimos de los presentes, de forma que estén todos histéricos para cuando Oprah sale. En cuanto aparece, todo el mundo se pone en pie de un salto y empieza a ovacionarla y llorar y gritar y dar golpes con los pies.»

Oprah estaba tan acostumbrada a un público delirante que reaccionaba negativamente si veía a alguien que no se ponía de pie para aplaudirla. «Una vez, detectó a un joven negro que se limitaba a estar allí, sentado —explicó el ejecutivo—. Empezó a meterse con él: “Allí veo a alguien muy valiente”. Empezó a pincharlo y lanzarle pullas: “Ah, no. Yo no tengo que ponerme en pie y dar vivas a Oprah. No señor. Yo no. Soy un hombre. No me inclinaré ante Oprah”. Hizo todo su numerito del gueto. Fue feo, muy feo, durante cuatro o cinco minutos, mientras el pobre hombre seguía allí sentado, mientras ella se burlaba de él. No quería soltar su presa […] Estaba cabreada porque él no le ofrecía la habitual adoración que el resto del público le daba […] Resultó que el joven era deficiente mental y estaba gravemente discapacitado.»

Parte de la excitación que tiene asistir a uno de los programas de Oprah es la posibilidad de marcharse con un regalo fabuloso: TiVos, iPods, Kindles, pasteles, ropa, incluso coches. El programa con regalos más esperado de cada año — Oprah’s Favorite Things— se inició en 1999 como consecuencia de la pasión de Oprah por las compras. Durante años, había compartido sus orgías compradoras con sus telespectadores —sus toallas, pijamas, suéters de cachemira, pendientes de diamantes—, que disfrutaban de su desbordante entusiasmo por su riqueza. Excitada por haberse convertido en millonaria, constantemente preguntaba a sus invitados famosos: «¿Cuándo supiste que eras rico?», «¿Qué sensación da poder comprar cuanto desees?» «¿Qué hiciste la primera vez que tuviste dinero de verdad?», «¿Ser millonario te ha cambiado la vida?»

Cuando puso en marcha Oprah’s Favorite Things, llamó a los fabricantes de cada artículo que había seleccionado y les pidió que enviaran 300 regalos para dárselos al público del estudio. La publicidad que recibían a cambio propulsó a muchos a nuevas cotas de rentabilidad, porque se vieron inundados de pedidos de los telespectadores. Empresas pequeñas, como Spanx, Inc., Thermage, (tratamiento de belleza), Philosophy (cuidado facial), Carol’s Daughter (productos de belleza) y Lafco (fragancias), se convirtieron en empresas enormes porque hacían algo que le gustaba a Oprah; así pues, pocas empresas le negaron nunca sus productos de forma gratuita. «Mi trato es este: si voy a decir que algo es mi favorito, porque es mi favorito, lo único que tienes que hacer es darme 300 de esas cosas, ¿vale? Por ejemplo estaba ese libro que alguien me había regalado, un libro llamado Cómo vivimos. Era un libro genial, ilustrado, de gran formato, y tenía fotos de casas de todo el mundo y de cómo vivía la gente en esas diferentes casas. ¿Sabes que llamamos a la editorial (Crown) y nos dijeron que no? Dijeron que no tenían tantos libros como para darlos gratis, porque creo que el libro es caro (75 dólares), si lo compras en las librerías. ¿Te lo puedes creer? Y ¿sabes qué les dije? “¡Bueno, pues ya no estará entre mis cosas favoritas!” Pero ¿cómo se puede ser tan estúpido (el editor)? Es algo muy estúpido. Es un libro. ¿Cuántos libros podrían haber vendido?»

Oprah se refería al programa de sus «Cosas Favoritas» como «lo más flipante de la televisión» y mantenía la fecha de emisión en secreto hasta el mismo día del programa. Luego, dedicaba una hora a regalar sus cosas favoritas de aquel año, entre las que ha habido pasteles orgánicos de queso, palomitas de maíz con caramelo, botas Ugg, CD, libros, abrigos, ordenadores portátiles, cámaras digitales, zapatos Nike exclusivos, relojes de diamantes, BlackBerrys y televisores de pantalla plana. Cada año, anunciaba los artículos a bombo y platillo, y siempre incluía el precio al por menor. En 2007, presentó su regalo más escandalosamente exorbitante al final del programa, cuando dijo a voz en grito: «Esta es mi cosa favorita más cara, de todas, todas, todas». Prácticamente agotados con un gozo orgásmico por todo lo que ya habían recibido, el público que había en el estudio temblaba mientras redoblaban los tambores y se descorrían las cortinas de terciopelo para dejar al descubierto un frigorífico LG, con un televisor de alta definición encastado en la puerta, conexión de DVD y una radio, más un sistema para proyectar diapositivas, la previsión del tiempo para cinco días y un portátil donde había cien recetas. «Su precio (al detalle) es de 3.789 dólares», vociferó Oprah. El total absoluto de las Cosas Favoritas de aquel año fue de 7.200 dólares. Conan O’Brian bromeó en su programa de noche en televisión diciendo: «La revista Forbes ha publicado su lista de las veinte mujeres más ricas […] Oprah es la número uno. Las demás están entre su público».

La lista de Oprah’s Favorite Things parecía hacerse más larga y más cara con el paso de los años, convirtiendo a Oprah, como observó un periodista, en ‘La condesa de ka-ching’,[7] soberana del materialismo». Cuando la criticaron por su craso comercialismo, Oprah anunció que, en adelante, el público de los programas de sus «Cosas Favoritas» serían personas que se lo merecieran, como los maestros mal pagados y los voluntarios del Katrina.

La entrega de regalos más anunciada a bombo y platillo se produjo el 13 de septiembre de 2004. «Ha sido el mejor año que he tenido en televisión, con excepción del primero», le dijo Oprah a P. J. Bednarski. Inauguró la temporada regalando 274 Pontiac G6s, nuevos de trinca, valorados en 28.000 dólares cada uno, y un total de 7,8 millones de dólares.

«No fue un truco publicitario y me duele la palabra “truco », declaró, explicando que cuando un ejecutivo de General Motors le ofreció regalar los coches, como parte de su programa de «Cosas Favoritas», dijo que no. «No puedo hacerlo porque no es mi coche favorito y no voy a decir que lo es.» Luego recordó el nuevo programa de entrevistas que Jane Pauley iba a lanzar en septiembre y que era una fuerte alternativa al suyo. Los productores de Oprah presionaron, diciendo que no podía rechazar la oportunidad de regalar coches, así que pusieron manos a la obra para encontrar personas que se merecieran y necesitaran unas ruedas. El programa de lanzamiento de Jane Pauley quedó enterrado bajo el de los coches gratis de Oprah, que se convirtió en una de las entregas de regalos de las que más se ha hablado en la historia de la televisión.

«El corazón me latía con fuerza (aquel día) —recordaba Oprah—. Teníamos personal médico de urgencias preparado, porque a veces, entre el público, hay personas que se desmayan de verdad».

Llevándose a ella misma y llevando al público a un paroxismo extático, fue entregando una cajita a cada persona, diciendo que eran las llaves de un coche. El público abría la caja y se encontraba con un juego de llaves. Oprah se ponía a gritar, dando saltos y agitando los brazos arriba y abajo: «¡Has ganado un coche! ¡Has ganado un coche! Todos ganan el coche ¡Todos ganan el coche! ¡Todos ganan el coche!» Oprah llevó al público, enloquecido de alegría, al aparcamiento de Harpo, donde habían adornado 276 relucientes Pontiac G6 azules con enormes lazos rojos. «Este coche es genial —dijo Oprah—. Tiene uno de los motores más potentes que hay en la carretera.»

Maestros, pastores, enfermeras y cuidadores que llevaban años yendo al trabajo a pie, o cogiendo autobuses y teniendo que hacer tres transbordos estaban fuera de sí de alegría con aquel regalo que les cambiaba la vida. No obstante, casi de inmediato se enteraron de que tendrían que pagar impuestos (alrededor de 7.000 dólares), porque se consideraba que eran premios y no regalos. Muchos acudieron a Oprah en busca de ayuda y su publicista les dijo que tenían tres opciones: quedarse el coche y pagar el impuesto; vender el coche y pagar el impuesto quedándose con el beneficio o bien perder el coche. Oprah no les ofrecía otra opción, y Pontiac ya había donado los coches y pagado el impuesto de venta y la licencia.

«¿Fue esto realmente una buena obra que Winfrey llevó a cabo con éxito —preguntaba Lewis Lazare en el Chicago Sun-Times — o fue más bien un ardid publicitario a sangre fría, cuidadosamente diseñado para que la diva de los programas de entrevistas pareciera buena a expensas de Pontiac, que proporcionaba, con mucho gusto, los coches a cambio del enchufe promocional de Winfrey? —y añadía—: Es cada vez más evidente que Oprah se […] ha convertido en cómplice descarada de un montón de empresas que saben mucho de marketing y a las que se les hace la boca agua ante la perspectiva de lograr que ella respalde sus productos, con la esperanza de que eso lleve a una enorme aumento de ventas».

Oprah se puso furiosa. «A todos los que dicen: “Oh, no pagaste personalmente los coches”, algo que he oído, les digo: “Bueno, podría haberlo hecho y ¿qué diferencia hay, si ellos consiguen los coches? ¿Y por qué tendría que haberlos pagado yo, si en Pontiac estaban dispuestos a pagarlos?”»

Para entonces, cabalgaba sobre unas olas enormes de gasto y sonaba un tanto arrogante cuando hablaba de sus pestañas de armiño de 500 dólares, sus sábanas finísimas y el envío de sus caballos por FedEx, desde su finca en Indiana a Hawái. Con frecuencia dejaba caer nombres de famosos cuando hablaba de los obsequios que le habían hecho; por ejemplo los 21 pares de zapatos de Christian Louboutin (1.600 dólares el par), regalados por Jessica Seinfeld; el Rolls-Royce Corniche II, descapotable (100.000 dólares), de John Travolta; la habitación llena de azucenas Casa Blanca, enviadas por Simon Cowell, uno de los jueces del programa de televisión American Idol, de las cuales Oprah dijo que «parecían un funeral de la Mafia», y los dos Bentley blancos (250.000 dólares cada uno) que Tyler Perry les regaló a Gayle y a ella. «Yo lo llamo mi rico hombre negro», le dijo Oprah a los telespectadores.

Hablando en una reunión cuyo objeto era recaudar fondos para una escuela pública de Baltimore, declaró: «Tengo montones de cosas, como todos esos Manolo Blahnik. Tengo todo eso y creo que es genial. No soy de esos que dicen: “Bueno, debemos renunciar a nosotros mismos”. No. Yo tengo un armario lleno de zapatos y es algo bueno». Le aseguró a los adinerados presentes que disfrutaba de su dinero, sin culpa ni disculpas. «Volvía de uno de mis viajes a África. Había llevado conmigo a una de mis amigas ricas, que me dijo: “¿No te sientes culpable? ¿No te sientes fatal?” Yo le dije: “No, en absoluto. No veo cómo podría ayudarlos si yo no tuviera nada”. Luego, cuando llegamos a casa, añadí: “Me voy a casa a dormir en mis sábanas Pratesi y me sentiré muy bien al hacerlo”».

Les recordó a los lectores de su revista que en su 42 cumpleaños, Gayle y ella estaban en Miami, donde decidió comprarse un fantástico reloj Cartier como regalo. De camino, en el escaparate de un distribuidor, vio un Bentley Azure negro. «Oh, Dios mío —exclamó—. Qué coche tan maravilloso». Se compró el Bentley sin pensarlo dos veces. «Es un descapotable. Bajamos la capota y ¿adivinas qué? Se pone a llover. Llueve a mares —Oprah no subió la capota de su coche de 365.000 dólares—. Quería ir en un descapotable el día de mi cumpleaños». La siguiente parada fue la tienda de Cartier para comprar el pequeño reloj Diabolo, de oro amarillo, con bisel, caja, esfera y cadena todos de diamantes, por 117.000 dólares.

Después de asistir a su primer desfile de costura en París, declaró: «Con lo que pagué por los trajes de Chanel podría haber comprado una casa». Agasajaba a sus invitados con un lujo igualmente grandioso, y gastaba millones en las fiestas que daba. «Era algo nunca visto ni oído», confesó Vernon Winfrey, al tratar de describir las suntuosas fiestas que su hija daba para el cumpleaños de Maya Angelou cada 5 años. Muchos invitados recordaban el 70 cumpleaños de Maya, en abril de 1998, como el más opulento celebrado por Oprah. Alquiló el Seabourn Pride para un crucero de una semana por el Caribe, invitó a 200 personas y a cada una le dio una suite con balcón en aquel buque de lujo. «Incluso hizo que tiraran dos mil patitos amarillos, de goma, en la piscina del barco, para que pudiéramos jugar como niños en una bañera», recordaba un invitado. Las invitaciones llegaron 4 meses antes del acontecimiento, que sería en Semana Santa, y se les preguntaba a todos su talla de camiseta y pantalón, número de calzado, champán preferido, licores favoritos, comida, cosméticos, fragancias y lociones corporales; todo lo cual fue colocado en sus respectivas suites, junto con albornoces de toalla, con su nombre bordado. «Me parece que se gastó 4 millones de dólares en aquella fiesta», dijo Vernon, moviendo la cabeza al recordar las muchas paradas que hizo el barco para celebrar espléndidos almuerzos en playas blancas, las tiendas forradas de seda para las cenas y los conciertos a la luz de la luna, con Nancy Wilson cantando bajo las estrellas. Oprah organizó otra gran fiesta parecida para Maya cuando cumplió 75 años. Para su 80 cumpleaños, Oprah alquiló el Club Mar-a-Lago, de Donald Trump, en Palm Beach, para todo el fin de semana y organizó representaciones especiales de Michael Feinstein, Natalie Cole, Jessye Norman y Tony Bennett.

En 2005, en su mansión de Montecito, Oprah celebró su fiesta más fastuosa, que anunció como «Un puente hasta el presente: celebración para mujeres extraordinarias en tiempos extraordinarios». En dicha celebración las cámaras filmaban cada momento para hacer un especial en ABC, titulado «Baile de las leyendas de Oprah Winfrey». Con una planificación que duró un año y medio, el acontecimiento para homenajear a mujeres negras le dio a la cadena sus índices más altos, en programas no deportivos, en tres años. El año anterior (2004), Oprah dedicó dos programas a celebrar su 50 cumpleaños, del primero de los cuales dijo que era una «sorpresa» preparada por «mi mejor amiga» (Gayle King) y «mi hombre blanco favorito» (John Travolta). El programa, que el Chicago Sun-Times dijo que era «una modesta y pequeña Super Bowl de amor», fue seguido por una fiesta para 500 empleados, en Harpo, y luego 5 días de celebraciones, que empezaron con una cena para 75 personas, incluyendo los padres de Oprah, ofrecida por Stedman en el Metropolitan Club, de Chicago.

Al día siguiente, subieron al avión de Oprah y volaron a California, donde fue la invitada de honor de un almuerzo de señoras, para 50 personas, en el hotel Bel-Air, su refugio favorito en Los Ángeles. Entre los invitados estaban Salma Hayek, Diane Sawyer, Maria Shriver, Toni Morrison, Ellen DeGeneres y Céline Dion. A la noche siguiente hubo una cena con baile para 200 personas, en una finca vecina, en Montecito, y por la mañana, un brunch dominical para 175 personas en el San Ysidro Ranch, todo lo cual fue filmado para un segundo programa de Oprah. Además, Oprah invitó a People a cubrir la cena–baile montada por su organizador de fiestas, Colin Cowie, y llena de los que él llamaba JDM (Jaw-Dropping Moments; momentos que te dejan boquiabierto): 50 violinistas, 200 camareros (uno por invitado), un pastel «cuatro cuartos» de chocolate y frambuesa, dorado con oro de 23 quilates, música de Stevie Wonder y celebridades que lo llenaban todo de bote en bote, entre ellas las señoras del almuerzo en Bel-Air, junto con sus esposos y parejas, Tom Hanks y Rita Wilson, John Travolta y Kelly Preston, Robin y el Dr. Phil McGraw, Tina Turner y Brad Pitt y Jennifer Anniston.

Para el «Fin de semana de las leyendas», Oprah seleccionó a 25 mujeres negras que consideraba leyendas:

Maya Angelou (escritora, poeta, actriz, productora, directora).

Shirley Caesar (cantante)

Diahann Carroll (actriz, cantante)

Elizabeth Catlett (escultora)

Ruby Dee (actriz, autora obras de teatro)

Katherine Dunham (bailarina, coreógrafa)

Roberta Flack (cantante)

Aretha Franklin (cantante)

Nikki Giovanni (poeta)

Dorothy Height (activista)

Lena Horne (cantante/actriz)

Coretta Scott King (activista)

Gladys Knight (cantante)

Patti LaBelle (cantante)

Toni Morrison (escritora)

Rosa Parks (activista)

Leontyne Price (cantante de ópera)

Della Reese (cantante, actriz)

Diana Ross (cantante, actriz)

Naomi Sims (modelo)

Tina Turner (cantante)

Cicely Tyson (actriz)

Alice Walker (escritora, poeta)

Dionne Warwick (cantante)

Nancy Wilson (cantante)

 

Inexplicablemente de la lista de Oprah estaban ausentes su antigua amiga Whoopi Goldberg, la cantante Eartha Kitt, la aclamada cantante de ópera Jessye Norman, la respetada presentadora de televisión Gwen Ifill y la Secretaria de Estado Condoleezza Rice. De las 25 mujeres elegidas como leyendas, 7 no asistieron: Katherine Dunhsam, Aretha Franklin, Nikki Giovanni, Lena Horne, Toni Morrison, Rosa Parks y Alice Walker. «Demasiadas cámaras de televisión —dijo una de las que no participó—. Demasiada Oprah.»


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