Oprah como actriz, intérprete, entrevistadora, narradora y presentadora de TV y cine 18 страница

Entre las ‘jóvenes’, como Oprah llamaba a las que seguían los pasos de las leyendas, estaban:

Yolanda Adams (cantante)

Debbie Allen (actriz y bailarina)

Ashanti (cantante)

Tyra Banks (modelo y presentadora de programas de entrevistas) Angela Bassett (actriz)

Kathleen Battle (cantante de ópera)

Halle Berry (actriz)

Mary J.Blige (cantante)

Naomi Campbell (modelo)

Mariah Carey (cantante)

Pearl Cleage (poeta y autora obras de teatro)

Natalie Cole (cantante)

Suzanne De Passe (productora y periodista)

Kimberly Elise (actriz)

Missy Elliot (cantante de rap)

Pam Grier (actriz)

Iman (modelo)

Janet Jackson (cantante)

Judith Jamison (bailarina y coreógrafa)

Beverly Johnson (modelo)

Chaka Khan (cantante)

Gayle King (directora de la revista O) Alicia Keys (cantante)

Audra McDonald (actriz y cantante)

Terry McMillan (escritora)

Darnell Martin (directora y guionista)

Melba Moore (actriz, cantante)

Brandy Norwood (cantante)

Michelle Obama (ejecutiva de asuntos comunitarios)

Suzan-Lori Parks (autora de obras de teatro)

Phylicia Rashad (actriz)

Valerie Simpson (cantante y compositora)

Anna Deavere Smith (actriz y autora de obras de teatro)

Susan L. Taylor (directora editorial de Essence) Alfre Woodard (actriz)

 

Oprah inauguró el fin de semana el viernes 13 de mayo de 2005 con un almuerzo en su finca, durante el cual entregó pendientes de diamantes de 6 quilates, a las ‘leyendas’ y aretes de diamantes blancos y negros, de 10 quilates, a las ‘jóvenes’, presentados, todos ellos, en cajas rojas, de piel de cocodrilo, dentro de las cuales había estuches de plata grabados. «Soy una chica a la que le gusta un buen pendiente de diamantes, ¿sabéis?», les dijo a sus estupefactas invitadas.

«¿Son de verdad?», le preguntó la escritora Terry McMillan.

«¡Son diamantes negros, tonta! ¡Pues claro que son de verdad!»

Durante el fin de semana de las ‘leyendas’ hasta las estrellas más ricas se quedaron atónitas, en especial cuando vieron el tranvía que Oprah había instalado para que las invitadas recorrieran The Promised Land (La tierra prometida), que es como Oprah llamaba a su extensa finca, con sus diversos paseos, piscinas, estanques, rosaledas, puentes románticos y senderos serpenteantes, todos bordeados por 5.000 hortensias blancas y 2.000 árboles con flores blancas. A su igualmente lujosa casa en Hawái, la llamaba Kingdom Come (El Reino de los Cielos). Como les dijo a los periodistas: «Soy muy bíblica, ya sabéis. Hay dos caminos que llevan a mi casa (en Hawái) […] Gloria y Aleluya». Pero fue su casa en Montecito la que dejó boquiabiertas a sus invitadas. «El camino de entrada tiene 8 kilometros y cada piedra fue cortada a mano —dijo una de las invitadas—. Su bañera es una pieza entera de jade y desde su cuarto de baño se ve toda la finca de 17 hectáreas, y además le ofrece una vista de 180 grados del mar. Su armario mide 280 metros cuadrados y tiene 1.000 cajones para todo —sí, 1.000—, suéters y camisetas y 100 sombreros. Cada cajón tiene cristal en la parte delantera, para que nada se llene de polvo y ella pueda ver el interior […] Gayle tiene su propia habitación en la casa principal, con papel pintado con rosas, y el estudio de Stedman domina las montañas de Montecito […] Las vistas son espléndidas desde todas partes […] Creo que es la casa más hermosa que he visto nunca.»

A la noche siguiente, sábado 14 de mayo de 2005, Oprah invitó a 362 personas a una cena–baile de etiqueta, en el Bacara Resort and Spa, en Santa Barbara. Hizo que trajeran en avión, desde Francia, 80 cajas de champán, 54 kilos de atún, desde Japón, y 20.000 peonias blancas, desde Ecuador. Michael McDonald y una orquesta de 26 instrumentos ofrecía el espectáculo. El organizador de fiestas de Oprah había enviado a sus 200 sirvientes al centro de entrenamiento para camareros durante tres días, para que sirvieran adecuadamente a los invitados de la lista ‘A’ de famosos de Oprah. Cuando todos se sentaron a cenar, se oyó un redoble de batería y los camareros, vestidos de esmoquin, pusieron, al mismo tiempo, 362 fuentes en las mesas. Fue otro «momento que te deja boquiabierto». Oprah no esperaba menos.

Aquella noche, después de una cena y un baile suntuosos, los invitados volvieron a su habitación del hotel y se encontraron, en la almohada, de recuerdo y envuelta para regalo, una fotografía de la noche, con un marco de plata de Asprey, el joyero proveedor de la reina Isabel II y del Príncipe de Gales. Oprah había dado instrucciones a las mujeres para que llevaran vestidos blancos o negros para el baile, mientras que ella apareció de llameante rojo, igual que había hecho Norma Shearer en un baile en blanco y negro que ofreció […] de forma que todo el mundo la mirara sólo a ella. A la mañana siguiente (domingo, 15 de mayo de 2005), Oprah se puso un gran sombrero de plumas para ofrecer un brunch con música gospel, en The Promised Land, donde el senador Barack Obama, con gafas de sol, permanecía a la sombra de un árbol, a pocos pasos de donde Oprah, que rodeaba con el brazo a Barbra Streisand, se movía al ritmo de la música.

Más tarde, Oprah se acercó a Obama, que cuatro meses antes había jurado su cargo de senador de los Estados Unidos y le dijo: «Si alguien fuera a anunciar un día de estos que iba a presentarse como candidato a la presidencia, ¿no crees que este sería un lugar ideal para recaudar fondos?»

El senador Obama sonrió.

6. Referencia al suicidio en masa que tuvo lugar en Jonestown, donde Jim Jones, líder del grupo, convenció a sus seguidores para que se mataran ingiriendo Kool-Aid, al que habían añadido cianuro potásico. La frase «beber Kool-Aid» significa ahora abrazar una filosofía o ideología de forma absoluta e incondicional. (N. de la T.)

7. Ka-ching, imitación del sonido de una caja registradora, es una canción de la cantante Shania Twain que habla de la codicia que impera en la vida cotidiana. (N. de la T.)

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Al entrar el siglo XXI, Oprah era omnipresente, si no omnipotente. Aparecía en televisión 5 días a la semana, tenía 44 millones de telespectadores en los Estados Unidos, y se emitía en 145 países, desde Arabia Saudita hasta Sudáfrica. Era una presencia diaria en la radio por satélite (Sirius XM) con su propio canal, Oprah and Friends, que emitía 24 horas al día. Su revista mensual, con su fotografía en todas las portadas, tenía una circulación pagada de 2,4 millones en los Estados Unidos y se publicaba también en Sudáfrica. A través de su inversión en Oxygen, se la veía en la televisión por cable, con segmentos titulados Oprah After the Show. Cuando vendieron Oxygen a NBC Universal, Oprah recobró su inversión de 20 millones de dólares y anunció planes para poner en marcha su propia cadena de televisión en 2011, que se llamará OWN (Oprah Winfrey Network). Ha producido películas para televisión bajo la bandera Oprah Winfrey Presents, y especiales para la cadena en horario de máxima audiencia. Su página web, <Oprah.com>, atraía 6,7 millones de visitas al mes, y sus seguidores en Twitter eran más de 2 millones. Una búsqueda de su nombre en Google generaba más de 8 millones de resultados y había 529 páginas web dedicadas a ella en exclusiva.

A la llegada del nuevo milenio, Oprah era conocida y reconocida en todo el país, incluso por los que nunca veían la televisión diurna. Estaba en el vocabulario como nombre, verbo y adjetivo. Incluso los malhumorados críticos de los medios reconocían que habían entrado en la Oprahsfera. «Pone el culto en la cultura pop», disparó Mark Jurkowitz, en The Boston Phoenix, haciendo que los Oprahitas aullaran contra «ese imbécil» de Jurkowitz. Los Oprahólicos la veneraban y los Oprahfilos la estudiaban, convirtiéndola en el tema de más de 36 tesis universitarias, catalogadas en la Biblioteca del Congreso. Objeto de un caso práctico de la Escuela de Negocios de Harvard, sobre el éxito corporativo, también la estudiaban en la Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign, en un curso titulado «History 298: Oprah Winfrey, la magnate. Cómo contextualizar los aspectos económicos de raza, género y clase en las empresas negras en los Estados Unidos posterior a los derechos civiles». Newsweek declaró que la era sensiblera del nuevo siglo era la ‘Era de Oprah’, y The Wall Street Journal dijo que Oprahficación significaba ‘confesión pública como forma de terapia’. La revista Jet usaba Oprah como verbo: «No quise decírselo, pero me lo Oprahó». Los políticos de todas partes empezaron a ‘ponerse Oprah’, celebrando reuniones para dejar que sus votantes dieran rienda suelta a sus sentimientos. Las empresas que tenían la suerte de que sus productos aparecieran en Oprah’s Favorite Things experimentaban una avalancha de pedidos, conocida como el ‘Efecto Oprah’. Para 2001, el país se había vuelto tan Oprahfiado que Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, escogió a Oprah, junto con James Earl Jones, para dirigir el servicio conmemorativo que se celebraría en el Yankee Stadium, en honor de las víctimas del 11 de Septiembre.

Con el país a sus pies, Oprah se sentía, finalmente, lo bastante segura como para romper su norma de «nada de políticos» y meterse en sus turbulentas aguas. Durante años, había evitado a los políticos, porque no quería ponerse al público en contra. «Si apoyo a una persona o a otra, cabrearé a un montón de gente —afirmó—. Y todavía no he conocido a ningún político por el que valga la pena jugárselo todo. Cuando lo encuentre, sin ninguna duda lo haré.» Al quedarse fuera de la refriega política, pensaba que conservaba más el afecto de sus telespectadores que Phil Donahue, su muy partidista predecesor. «Oprah se negó incluso a asistir a una cena en Gridiron», afirmó Marianne Means, la ex columnista de Hearst y antigua presidente de The Gridiron Club, a cuya cena anual en Washington asiste el Presidente, el Vicepresidente y miembros del Congreso, del Senado y del Tribunal Supremo. Los representantes de los medios interpretan parodias y canciones burlándose de los dos partidos políticos mayoritarios. «La invitamos muchas veces, pero siempre rehusó, diciendo que no quería meterse en política».

Después de 15 años en antena, Oprah decidió, finalmente, entrar en la arena política. «Esperó hasta ser lo bastante rica, para que su cuenta de resultados no se viera afectada —declaró Katharine Carr Esters—. Y fue muy inteligente por su parte […] Pero la verdad es que, cuando se trata de dinero, no hay nadie más listo que Oprah.» Una vez convertida en un elemento fijo de la lista Forbes de los « 400 estadounidenses más ricos», Oprah entró a formar parte de las conversaciones políticas de la nación al extender una invitación a los dos candidatos presidenciales para que aparecieran en su programa. «Espero crear la clase de ambiente y hacer las preguntas que nos permitan romper el muro político y ver quién es cada uno como persona», dijo, a través de su publicista.

Los informativos del día siguiente se ocupaban más de que Oprah se hubiera vuelto política que del vicepresidente Al Gore y el gobernador George W. Bush. El titular de <Salon.com> decía: «El camino a la Casa Blanca pasa por Oprah».

Políticamente, parecía ser demócrata, habiendo contribuido, en 1992, con 1.000 dólares para Carol Moseley Braun, de Chicago, demócrata y la primera mujer afroamericana en ser elegida para el Senado de los Estados Unidos. También donó 10.000 dólares al Comité de la Campaña Demócrata para el Senado, en 1996, y 5.000 dólares para el Comité Nacional Demócrata, en 1997. Sin embargo, aseguraba que había votado «por el mismo número de demócratas que de republicanos». No obstante, los registros de las elecciones federales no muestran ningún voto republicano, sólo evidencian que en cuatro primarias (entre 1987 y 1994) votó a demócratas. No fue a votar en las primarias de 1996, 1998 y 2000, pero sí que emitió su voto en las elecciones generales a la presidencia.

En una ocasión alardeó ante un periodista británico: «Creo que podría tener una gran influencia en la política, y creo que podrían elegirme». Pero añadió: «Creo que a un político le gustaría ser yo. Si de verdad quieres cambiar la vida de la gente, hazte con una plataforma de una hora y métete en su casa».

A The Times, de Londres, dijo: «Tener esta gran voz en televisión es lo que todos los políticos quieren. Todos intentan meterse en el programa, y yo no hago política en el programa».

Poniendo mucho cuidado en no volverse partidista, Oprah le pidió a la primera dama, Barbara Bush, que fuera su invitada en 1989 y, más adelante, extendió varias invitaciones a la primera dama Hillary Rohdam Clinton, que participó cuatro veces durante los ocho años que su marido estuvo en la Casa Blanca. Hillary celebró su 50 cumpleaños en el programa de Oprah, y Oprah le pidió a Hillary que le hiciera entrega del «Premio a los Logros de Toda una Vida» de los Emmy internacionales. Durante la ceremonia, Oprah apretando la mano de Hillary dijo: «Espero que nos hagas el honor de presentarte […] a presidente de los Estados Unidos».

Ya en 1992, Oprah había sopesado la idea de romper su norma de «nada de políticos», e invitar al multimillonario texano H. Ross Perot, porque, como dijo en aquel entonces, «Es más grande que la política», pero dio marcha atrás. Cuatro años más tarde, en 1996, Oprah estaba aún indecisa y rehusó una petición del senador Robert Dole, candidato presidencial del Partido Republicano, que se presentaba contra Bill Clinton.

«No sabía qué hacer [sobre la petición de Dole de ir al programa] —le dijo a sus telespectadores—. Fui a mis productores y les dije: “Puede que no sea la decisión acertada”. Pero, al final, decidí seguir fuera de la política y mantener mi vieja norma: No presento políticos». En el estudio, el público presente le ofreció una resonante ovación. «He tratado de mantenerme fuera de la política durante todos los años que he trabajado en la televisión —dijo ese día—. Básicamente, es una situación en la que nunca se gana. A lo largo de los años, no he visto que entrevistar a los políticos sobre los problemas resultara beneficioso para mis telespectadores. Procuro plantear cuestiones que la gente entiende con el corazón y los sentimientos, para que puedan tomar decisiones.»

El senador Dole se echó a reír al enterarse de la explicación de Oprah. «Bien —comentó, burlón, años más tarde—. No presenta políticos […] si compiten contra los demócratas.»

Oprah reconoció que en 1996 le habían «pedido que lo hiciera todo» en la Convención Nacional Demócrata de Chicago, pero insistió en que no participaría de ninguna manera, excepto para asistir a las fiestas dadas por «mis amigos Ethel Kennedy y John Kennedy Jr.» Desde que conoció a Maria Shriver en Baltimore, donde las dos trabajaban para WJZ-TV, Oprah estaba perdidamente enamorada de los Kennedy. Los apoyaba en todo momento, contribuía a la obra benéfica on-line de Ethel Kennedy, promocionaba los libros de Caroline Kennedy y Maria Shriver, asistía a las reuniones para recaudar fondos para Kathleen Kennedy Townsend, presentó un programa titulado «Los primos Kennedy» y, a lo largo de los años, invitó a todos y cada uno de los Kennedy para que aparecieran a su lado. En 2009, Victoria Kennedy le concedió a Oprah su primera entrevista después de la muerte de su marido, el senador Edward Kennedy.

Aunque Oprah no se había declarado públicamente como demócrata, sus mejores amigos —Maya Angelou, Henry Louis Gates, Jr., Quincy Jones, Coretta Scott King, Toni Morrison, Andrew Young— eran todos democrátas comprometidos con Clinton, y en 1994 la propia Oprah había sido invitada a la primera cena de gala de los Clinton, celebrada en honor del emperador de Japón, Akihito y la emperatriz Michiko. (Tiempo después reconoció que era como si se le hubiera comido la lengua el gato en presencia de la realeza japonesa. «No supe qué decir, y ha sido una de las pocas veces».) La primera cena de gala en la Casa Blanca a la que había asistido Oprah fue en 1989, durante la administración de George Bush, con Stedman Graham, republicano conservador, que cinco años después no quiso acompañarla a la Casa Blanca de Clinton. Por esa razón, Oprah llevó con ella a Quincy Jones.

«La conocí aquella noche», recordaba Christopher Addison, tratante de arte que, junto con su esposa, es el propietario de la galería Addison/Ripley Fine Art, en Washington. «No la reconocí como alguien famoso porque no veo la televisión durante el día, pero la señora de 80 años que me acompañaba aquella noche me dijo quien era […] Oprah llevaba una pequeña cámara Instamátic y me pidió que le hiciera una foto. Pensé que era simpático por su parte querer que le hicieran una foto en la Casa Blanca, casi como si fuera una turista. Un encanto».

Oprah los sedujo en las dependencias de abajo, en la Casa Blanca de Bush, cuando visitó al personal de cocina, después de la cena, pero arriba era algo diferente: el personal para asuntos sociales la encontró autoritaria y poco razonable. «Era mal educada y exigente; imposible tratar con ella», dijo Lea Berman, ex secretaria para asuntos sociales de la Casa Blanca, ante las Colonial Dames of America (Damas coloniales de América). «Insistió en que se le permitiera llevar a su propio cuerpo de seguridad a la mansión del presidente. Es algo absolutamente contrario a las normas de la Casa Blanca, pero la señora Winfrey se puso tan intransigente y chillona que acabamos cediendo y le permitimos que fuera acompañada de sus propios guardaespaldas.»

Cuando, en el año 2000, Oprah invitó al vicepresidente Al Gore y al gobernador George W. Bush a que fueran a su programa, los dos aceptaron porque la carrera a la presidencia iba muy igualada, y ambos querían llegar a su numeroso público femenino. Una encuesta de Gallup/CNN/ USA Today mostraba a Bush a la zaga de Gore por diez puntos porcentuales antes de la visita a Oprah; días después, el mismo sondeo mostraba un empate estadístico. Los informativos lo llamaron el «rebote Oprah». El editorial del Chicago Sun-Times la homenajeó por involucrarse en la carrera presidencial, y ella dio bombo publicitario a su primera incursión política antes del programa inaugural de la temporada, haciendo que el humorista Chris Rock bromeara diciendo: «Tanto Al Gore como Bush van a aparecer en Oprah, pero por razones diferentes: Al Gore trata de atraer el voto de las mujeres; Bush quiere averiguar qué demonios ha hecho esta mujer para conseguir tantísimo dinero».

Oprah recibió al vicepresidente el 11 de septiembre de 2000, y él entró con aire resuelto en el escenario, y la saludó con un apretón de manos y un medio abrazo con un solo brazo.

«¿No hay beso? Yo albergaba esperanzas», lo pinchó Oprah, refiriéndose al excesivamente largo beso ante las cámaras que Gore había dado a su esposa en la Convención Demócrata. «Hasta hoy me he mantenido alejada de los políticos, pero después de quince años, necesito hacer un intento por penetrar ese muro», declaró, dirigiéndose a los espectadores, antes de avisar a Gore de que iba a ser más despiadada que efusiva. A pesar de sus 24 años en cargos públicos, Al Gore puso reparos: «Soy un poco más reservado que muchos de mi profesión». Oprah no se dejó convencer.

—Hablemos de aquel beso —dijo—. ¿De qué iba todo aquello? ¿Qué le dijo a su esposa? ¿Formaba parte del guión? ¿Trataba de enviar un mensaje?

—Trataba de enviarle un mensaje a Tipper —replicó Gore, provocando las carcajadas del público.

—No, en serio —insistió Oprah—. En su favor, hay que decir que lo interrumpía en cuanto él caía en su discurso prefabricado, para tratar de conseguir algo más veraz y sincero.

—Bueno… yo… fue una oleada abrumadora de emoción. Era un gran momento en nuestra vida. Quiero decir, no es como si yo hubiera llegado allí, solo. Ha sido una asociación, y ella es mi alma gemela.

El público del estudio, en su mayoría mujeres, estalló en unos fuertes aplausos para el robot romántico, por lo general rígido y torpe, que parecía tan enamorado de su esposa después de 30 años de matrimonio.

Durante una hora, Oprah sopló y resopló, tratando de tirar «el muro» abajo, pero lo único que consiguió sacarle a Gore fue su película favorita (Un tipo genial), su música favorita (Los Beatles) y sus cereales favoritos (Wheaties). «La mujer que ha persuadido a cientos de personas para que revelaran cosas sobre sí mismos que más valdría que hubieran conservado en privado no consiguió sacar a Gore del terreno en que se sentía cómodo —escribió Mark Brown, en el Chicago Sun-Times —. Lo mejor de todo por parte de Gore fue que la manejó tan hábilmente que Oprah no pareció ni darse cuenta».

A la semana siguiente (18 de septiembre de 2000), le tocó el turno a Bush, gobernador de Texas, que trajo dulces de coco, de la firma texana Neuman Marcus, para el público del estudio y que la saludó con un enorme beso. La foto de Bush besuqueando a Oprah en la mejilla, mientras ella sonríe alegremente, salió en la portada de The New York Times.

—Gracias por el beso —dijo, sentándose junto a él.

—El placer es mío —respondió Bush, sonriendo.

—Ayer, en la calle, unas personas me dijeron que iban a tomar su decisión [sobre a quién votar] después del programa de hoy —le informó Oprah. El arrogante gobernador asintió, mientras la arrogante presentadora se lanzaba a fondo y le preguntaba si se presentaba para darle la vuelta a la derrota de su padre ante Bill Clinton—. ¿Para vengarse?

—En absoluto, ni en la más pequeña, minimísima parte —insistió Bush, que dijo que sentía «una llamada» para ser presidente—. Veo los Estados Unidos como una tierra de sueños, esperanzas y oportunidades….

—Ahora quiero llegar a la trastienda —declaró Oprah—. Háblenos de alguna vez en que necesitara que lo perdonaran.

—En este mismo momento —respondió Bush, mientras el público se echaba a reír.

—Quiero algo específico —insistió Oprah, severamente.

—Sé que lo quiere, pero yo me presento a presidente —Incluso ella se tuvo que reír ante aquello, y el público aplaudió encantado.

Cuando Oprah le preguntó cuál era su «sueño favorito», él levantó la mano derecha como si fueran a tomarle juramento como presidente y, de nuevo el público estalló en carcajadas. Más tarde, a Bush se le llenaron los ojos de lágrimas cuando habló del difícil embarazo de su mujer y del nacimiento de sus hijas gemelas. Reconoció que, finalmente, había dejado de beber a la edad de 40 años porque el alcohol se había apoderado de su vida.

«Siempre consciente de su estatus como ‘mujer más poderosa del planeta’, Winfrey abordó las entrevistas con Gore y Bush como si fueran un deber sagrado —escribió Joyce Millman, en <Salon.com>—. Se veía que iba en serio, porque interrumpía a Gore y a Bush incluso más de lo que suele interrumpir a los invitados que han dejado de interesarla [… ] No entiendo por qué Bush era tan reacio a debatir con su oponente; enfrentarse a Al Gore durante 90 minutos tiene que ser más fácil que mantener durante una hora a ‘la que debe ser obedecida’ y además mantenerla divertida.»

Oprah no respaldó a ninguno de los dos candidatos, pero al final de su hora, George W. Bush había conseguido un home run, sin problemas, en el estadio de Oprah. Cuando Chris Rock apareció unos meses después, culpó directamente a Oprah de entregar la Casa Blanca a los republicanos.

«Hiciste que Bush ganara. Vino aquí, se sentó en el sillón y tú le diste el triunfo a ese hombre. Sabes que fue así.»

«No lo hice», respondió ella, con una risa poco convincente.

Gloria Steinem se puso de parte del humorista. En su perfil de Oprah para Time, escribió: «Sólo cuando deja de lado su auténtico yo, pierde la confianza, como cuando ayudó a que George W. Bush fuera elegido».

Unas semanas después de que Bush se convirtiera en presidente, Oprah solicitó una entrevista con Laura Bush para la revista O y, mientras ella y la Primera Dama hablaban en las dependencias privadas de la Casa Blanca, el presidente asomó la cabeza, diciendo que quería saludar al próximo presidente de los Estados Unidos. «Gracias por venir a ver a Laura —dijo—, y dejar que muestre de qué está hecha.»

Unos días después de que el 11 de Septiembre hiciera pedazos el país, la Casa Blanca llamó a Oprah y le preguntó si la Primera Dama podía aparecer en el programa para hablar a los maestros y los padres sobre cómo podían ayudar a sus hijos a superar el trauma. Oprah recibió a la señora Bush el 18 de septiembre de 2001, y entraron en el plató cogidas de la mano, para tratar de tranquilizar a una nación que se había visto tan profundamente sacudida por los terribles ataques. Reflejando el sentimiento del país en aquellos momentos —el deseo y la necesidad de unirse para intentar comprender lo que había sucedido— Oprah presentó programas sobre «Islam 101», «¿Es la guerra la única respuesta?» y «¿ Qué es ahora lo realmente importante?»

También hizo un programa presentando a mujeres afganas, titulado «Dentro del mundo Talibán», que dio lugar a otra llamada de la Casa Blanca, pidiéndole que se uniera a la señora Bush, a Karen Hugues, Directora de Comunicaciones y a Condoleezza Rice, asesora de Seguridad Nacional, para formar parte de una delegación oficial de los Estados Unidos que visitaría a niñas afganas que iban a volver a la escuela después de la caída de los talibanes. Oprah rehusó, alegando que estaba muy ocupada, cuando la verdad era que, como muchos otros, tenía miedo a viajar después de los ataques terroristas. Canceló un viaje para lanzar O, The Oprah Magazine, en Sudáfrica, en abril 2002, diciendo: «He empezado a sentirme incómoda respecto a viajar. Mi instinto me dice que las cosas no van bien en algunas partes del mundo. En todas partes».


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