¿SABÍAS QUE…?
1. La popular frase «yo no envié mis naves a luchar contra los elementos» deriva de la atribuida a Felipe II cuando se enteró del desastre naval de su Armada: «Yo envié mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos».
2. El apelativo que recibió la Armada se lo pusieron los vigías ingleses que divisaron los colosales barcos españoles, calificativo que sirvió de propaganda para demostrar al mundo que la flota de la reina Isabel I había vencido a la Armada Invencible.
10 de agosto
La batalla de San Quintín (1557)
Los ancestrales deseos de Francia de hacerse con el norte de Italia hicieron que a comienzos de 1577 el rey Enrique II enviara al duque de Guisa hasta el ducado de Milán, esta vez con la connivencia de un viejo enemigo de los Habsburgo, el napolitano Giovanni Pietro Carafa, esto es, el papa Pablo IV, que suspiraba porque los franceses entraran en el reino de Nápoles y liquidaran definitivamente las posesiones españolas en la península Itálica.
Aquel año, el segundo del reinado de Felipe II, coincidió con la ruina de las arcas reales de Castilla y el endeudamiento de la Hacienda Real. La reacción del rey emperador fue drástica: suspendió pagos y renunció a la devolución de las deudas tanto a los banqueros italianos y alemanes como a los prestamistas castellanos. Sin embargo, esta política económica tan arriesgada permitió a Felipe II mantener la liquidez suficiente para organizar un ejército en dos frentes que respondiera a las acciones bélicas de Francia y a las «diplomáticas» de la Santa Sede.
Por un lado, Felipe II consiguió que el III duque de Alba alejara de Nápoles las tropas del duque de Guisa, y, por otro, el rey lanzó una ofensiva desde Flandes contra Francia con el apoyo del gobernador de los Países Bajos al servicio de la Corona española, Manuel Filiberto de Saboya.
A medio camino entre Bruselas y París, junto a la frontera de la región flamenca, se encuentra San Quintín, que en el siglo XVI era una plaza de alto valor estratégico militar. Hasta allí acudieron, a finales de julio de 1557, cerca cincuenta mil hombres —buena parte de los tercios de Flandes— para sitiarla, ya que estaba defendida por una guarnición francesa comandada por el mariscal Coligny. Por ello, el duque de Saboya, el conde de Egmont, al mando de las huestes flamencas, y Julián Romero de Ibarrola, maestre de Campo, ordenaron retirada, haciendo creer a los franceses que su ejército se dividía, cuando, en realidad, la mitad de las tropas se había escondido tras unas colinas cercanas a la localidad.
El 10 de agosto, cuando las tropas del mariscal Montmorency acudieron a San Quintín en ayuda de Coligny, el ejército de Felipe II hizo su aparición por sorpresa y se lanzó contra el francés, que huyó en una estampida desordenada que facilitó la acción tanto de la artillería como de la caballería hispano-flamenca sobre la localidad, que estuvo asediada durante más de dos semanas. El desastre francés fue absoluto: Montmorency perdió a más de cinco mil hombres, y Coligny fue apresado. Por primera vez Francia vio amenazada seriamente su capital (París) y temió por su Corona.






