Preguntas. 1. ¿Alguien vio la lechuza?

1. ¿Alguien vio la lechuza?

2. ¿A qué hora salió de la casa el señor Dursley?

3. ¿Qué vio el señor Dursley al llegar a la esquina?

4. ¿Qué vio luego el señor Drusley por el espejo retrovisor?

5. ¿Qué vio el señor Drusley mientras se encontraba en un embotellamiento?

6. ¿Cómo estaba vestida la gente?

7. ¿Por qué se enfureció el señor Dursley?

Traduce al español los siguientes diálogos

Вот однажды один человек по фамилии Петров надел валенки и пошёл покупать картошку. А за ним следом наш художник Трёхкапейкин пошёл.

Идёт художник за Петровым и его ноги на бумажку зарисовывает.

Вот Петров по улице идёт и на собак смотрит.

Вот Петров бегом к трамвайной остановке бежит.

А вот Петров в трамвае на скамейке сидит. А вот он из трамвая вылез и даже танцевать начал. "Эх, -- кричит, -- хорошо прокатился!"

А вот он купил картошку и понёс её домой. Шёл шёл и вдруг упал. Хорошо ещё, что картошку не рассыпал!

Вот Петров стоит и художнику ТрЈхкапейкину говорит: "Я, -- говорит, картошку больше капусты люблю. Я её с подсолнечным маслом ем".

-- Вот, Леночка, -- сказала тётя, -- я ухожу, а ты оставайся дома и будь умницей: не таскай кошку за хвост, не насыпай в столовые часы манной крупы, не качайся на лампе и не пей химических чернил. Хорошо?

-- Хорошо, -- сказала Леночка, беря в руки большие ножницы.

-- Ну вот, -- сказала тётя, -- я приду часа через два и принесу тебе мятных конфет. Хочешь мятных конфет?

-- Хочу, -- сказала Леночка, держа в одной руке большие ножницы, а в другую руку беря со стола салфетку.

-- Ну, до свидания, Леночка, -- сказала тётя и ушла.

-- До свиданья! До свиданья! -- запела Леночка, рассматривая салфетку.

Тётя уже ушла, а Леночка всё продолжала петь.

-- До свиданья! До свиданья! -- пела Леночка -- До свиданья, тётя! До свиданья, четырёхугольная салфетка!

С этими словами Леночка заработала ножницами.

-- А теперь, а теперь, -- запела Леночка, -- салфетка стала круглой! А теперь -- полукруглой! А теперь стала маленькой! Была одна салфетка, а теперь стало много маленьких салфеток!

Леночка посмотрела на скатерть.

-- Вот и скатерть тоже одна! -- запела Леночка. -- А вот сейчас их будет две! Теперь стало две скатерти! А теперь три! Одна большая и две поменьше! А вот стол всего один!

Леночка сбегала на кухню и принесла топор.

-- Сейчас из одного стола мы сделаем два! -- запела Леночка и ударила топором по столу.

Но сколько Леночка ни трудилась, ей удалось только отколоть от стола несколько щепок.

СРС

Resuelve los ejercicios del capítulo 4 del libro “Entre nosotros”

СРСП

Estudia los relatos para luego contarlos en clase.

Continuación del relato

El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los ta­ladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abier­ta, mientras las aves desfilaban una tras otra. La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquie­ra de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar. Es­tuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que es­taba en la acera de enfrente.

Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su con­versación.

—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...

—Sí, su hijo, Harry...

El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo inva­dió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.

Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su ofi­cina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le moles­taran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el apa­rato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su so­brino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cual­quier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la capa...

Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.

—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tamba­leaba y casi caía al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:

—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted de­berían celebrar este feliz día!

Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.

El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo ha­bía abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había lla­mado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba descon­certado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la ima­ginación).

Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se ha­bía encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.

—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.

El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta nor­mal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.

La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»). El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.


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