Primer hogar de Oprah Winfrey 9 страница

La pareja llevaba saliendo medio en serio desde que Oprah le consiguió a Taylor un empleo en la WVOL. «Contraté a Billy sólo para que Oprah no perdiera la cordura —recordaba Clarence Kilcrease, director de la emisora—. No paraba de presionarme para que lo contratara. Estaba loca por él.» Se habían conocido en la iglesia baptista progresista cuando Taylor, de 27 años y veterano de Vietnam, asistía al John A. Gupton Mortuary College.

«Ella sólo tenía diecinueve años, pero ya entonces era muy ambiciosa —dijo Taylor—. Me decía: “¡Un día seré famosa!”. Era fácil ver que hablaba en serio.» Así que, una década después, a Taylor no le sorprendió ver a Oprah en 60 Minutes, pero sí se quedó de piedra al oír el melodramático recuerdo que Oprah tenía de su separación en Baltimore.

«Dios mío, cómo le quería —le contó Oprah a Mike Wallace—. Le tiré las llaves al váter, me puse delante de la puerta y lo amenacé con tirarme por el balcón si no se quedaba. Me puse de rodillas, suplicándole: “Por favor, no te vayas; por favor, no te vayas”».

Bubba Taylor soltó una risita, sabiendo que el hombre que había provocado aquel teatro no era él. «Cuando me acompañó al aeropuerto para mi regreso a Nashville, le brillaban los ojos y me apretó la mano antes de darme un beso de despedida. Prometimos que estaríamos en contacto, claro, pero me parece que los dos sabíamos que se había acabado.» Más tarde, Oprah se enamoró de un disc-jockey de Baltimore, casado, que la haría ponerse de rodillas, y fue su desesperación al perderlo lo que contó en 60 Minutes, para ilustrar lo lejos que había llegado desde los días en que se dejaba pisotear. Algunos quizá consideren que ese recuerdo es un ejemplo de lo que la «tía» de Oprah, Katharine Esters llamaba «otra de las mentiras de Oprah», mientras que otros aceptarían su tendencia a acomodar la verdad para contar una buena historia, aunque no concuerde con la realidad. También es posible que la única manera que tiene Oprah de enfrentarse a una verdad dolorosa sea encenificándola en una situación donde no le duela (Bubba), en lugar de hacerlo en otra que sigue haciéndole daño (el disc-jockey de Baltimore).

En la década de 1970, las noticias locales se convirtieron en un negocio muy lucrativo para la televisión, en especial en Baltimore, donde Jerry Turner las presentaba en WJZ-TV, cada noche, tomándole constantemente la delantera a Walter Cronkite, quien entonces el brahmán de la televisión.

«No se puede exagerar la estatura de Jerry Turner en esta ciudad en aquel tiempo —afirmó Bob Turk, el hombre del tiempo de la WJZ—. Sencillamente no tenía igual.»

El ex director general de WJZ estaba de acuerdo: «Jerry Turner era el presentador más fantástico que podías encontrar en este negocio, o en cualquier sitio —declaró William F. Baker—. Era atractivo, fiable y, lo más importante, la comunidad de Baltimore lo adoraba. Lo adoraban sin reservas. Él fue la razón de que WJZ ocupara el puesto número uno del mercado durante años, y como sabes, las noticias son la joya de la corona de la televisión, y determinan cuál es el nivel de una emisora tanto desde el punto de vista económico como del de prestigio».

En 1976, la emisora decidió pasar a un formato de noticias de una hora, lo cual era excesivo para un solo presentador, así que anunciaron que iban a lanzar una «búsqueda intensiva» para encontrar una copresentadora que compartiera el trono de Turner. Fue como un toque a rebato en todo el reino; el príncipe de cuarenta y seis años buscaba una princesa para ponerle el zapato de cristal. (Se suponía que, dado que Turner era un hombre blanco, su copresentadora debía ser una mujer negra.) Siete meses después, el llamado equipo de búsqueda anunció que había encontrado a su princesa. Le pagaban 40.000 dólares al año (150.816,87 en dólares de 2009).

«Yo era el director de informativos en WJZ y contraté a Oprah después de ver una cinta que nos habían enviado —dijo Gary Elion, en 2007—. Era impresionante; su expresión oral era cautivadora; la contratamos basándonos en esa cinta.»

En la sala de redacción se quedaron pasmados. «No importaba que Oprah Winfrey fuera de Nashville (Tennessee), que no supiera nada de Baltimore, que tuviera veintidós años y que prácticamente no tuviera ninguna experiencia en informativos —recordaba Michael Olesker, ex periodista en letra impresa, que se convirtió en redactor en antena para WJZ—. Oprah era perfecta para las noticias en televisión. ¿Por qué? Porque en las noticias de televisión el periodismo siempre se ha considerado algo opcional.»

En aquel entonces, en Baltimore, pese a la numerosa población negra, sólo había un puñado de mujeres negras en televisión. Antes de que llegara Oprah, WJZ había contratado a Maria Broom, una bailarina con poca experiencia periodística, para ser la reportera de temas de consumo. «Era negra y tenía una bonita mata de pelo —explicó Broom, que alcanzó el reconocimiento nacional en The Wire, la serie de éxito de la HBO (2000-2008)—. Era el momento de los grandes afro. Yo era la imagen de la mujer negra moderna. Así que fue como una película. Dijeron: “Te vamos a convertir en una estrella”, y eso hicieron […] Yo era lo que le daban a los negros.»

Sue Simmons llegó en 1974 para trabajar en WBAL. Se quedó dos años, antes de trasladarse a Washington, D. C., y luego a Nueva York, donde presenta las noticias de WNBC desde hace más de dos décadas. Al dejar Baltimore, un periodista le preguntó cuáles eran sus puntos fuertes, a lo que Simmons respondió: «Soy guapa y sé leer».

En 1976, para cualquier mujer —negra, blanca, amarilla o morena— compartir el trono con Jerry Turner era como recibir una corona que nunca antes había sido otorgada a nadie.

«Conseguir ese trabajo como presentadora de informativos a los veintidós años era algo extraordinario —reconoció Oprah muchos años después—. En aquel momento, me sentía lo más importante del mundo.»

Cuando se anunció que habían ungido a una joven negra de Nashville, incluso el principal crítico de televisión de Baltimore se quedó desconcertado. «Es interesante que tengan tanta confianza en una cara nueva para Baltimore —escribió Bill Carter en The Baltimore Sun—. En cualquier caso, parece evidente que el hecho de que en Channel 12 las noticias las dé alguien que no sea Turner debe considerarse un riesgo.

»Pero si Wimfrey se puede afianzar como persona popular en las noticias, la emisora tendrá una gran ventaja cuando, finalmente, lo tenga todo preparado y lance al aire su informativo de una hora.»

WJZ empezó, inmediatamente, a trabajar con la oficina del alcalde William D. Shafer para crear una serie de documentales sobre los barrios de Baltimore, para que Oprah los presentara cada noche durante los cuarenta y cinco días de la Feria de la Ciudad, entre julio y septiembre.

«Son buenas relaciones públicas para mí —confesó Oprah a los periodistas, reconociendo que ella no intervenía en la investigación ni en los reportajes de la serie. Se limitaba a ir a un vecindario diferente cada día, con un equipo de cámaras para entrevistar a quienquiera que hubiera sido seleccionado por la asociación de la comunidad—. Era una manera genial de introducirme en la ciudad. Es probable que ahora conozca más sobre los barrios que nadie de la emisora.»

Su comentario irritó a algunos miembros de la sala de redacción, en particular a Al Sanders, un reportero negro que había presentado, eficazmente, las noticias en ausencia de Turner y que esperaba que lo consideraran su copresentador: «Durante tres años, antes de que pasáramos al formato de una hora, se hablaba de que si se presentaba algún puesto de copresentador me tendrían en cuenta —dijo—. Sin embargo, cuando se presentó la ocasión, no tomaron en consideración a nadie de la emisora. Trajeron a alguien de fuera».

Sin embargo, todo estaba en contra de Oprah. «Incluso antes de que llegara a la ciudad, WJZ emitió una serie infantil de anuncios promocionales, preguntando: “¿Sabes qué es una Oprah?”, recordaba Michael Olesker.

»“¿Ofrey?”, —inquiría la gente del anuncio.

»“¿Oprah? ¿Qué es una Oprah?”

»Pensándolo ahora, nadie se podía imaginar que, años antes, la CBS hubiera introducido a su presentador preguntando: “¿Sabe que es un Cronkite?” Aquellos anuncios degradaban a Oprah y a toda la idea de los presentadores de informativos, en tanto que figuras serias.»

Oprah pensó que la promoción no era positiva para ella: «Todo aquello tuvo un efecto contraproducente —afirmó—. La gente esperaba la Segunda Venida, y lo único que recibieron fue a mí».

Finalmente, el 16 de agosto de 1976 Oprah hizo su debut pero todos los hurras fueron para Jerry Turner: «Ha conseguido convertirse en copresentador sin perder nada de su impresionante clase y prestigio —escribió el crítico de televisión Bill Carter—. Cada vez más, Turner deja claro que está muy por encima de cualquier otro como hombre de los informativos locales, quizá por encima de la mayoría de presentadores de noticias de todo el país, lo cual plantea la pregunta sobre qué necesidad había de imponerle una copresentadora».

Felicitaron a Oprah por su lectura «impecable» de las noticias y concedieron que tenía «cierto estilo», pero no mucho. «Es un tipo de estilo contenido que sería fácil olvidar. No queremos rebajar sus cualidades ante la cámara, que son considerables. Pero la personalidad de Oprah no es tan fuerte como la de otros miembros de Channel 13 o, quizá, se trate de una personalidad que todavía no se ha manifestado. En cualquier caso, no es en ningún modo deslumbrante; por lo menos, todavía no.»

Al cabo de pocas semanas, estuvo claro que la química entre Oprah y su copresentador de cabellos plateados y lenguaje de plata era tóxica. Él se veía como la reencarnación de Edward R. Murrow y ella le parecía una impostora que no tenía ningún derecho a servir como sagrada presentadora de las noticias de televisión a la comunidad de Baltimore. Turner estaba estupefacto de que ella permitiera que otros le escribieran el guión y luego saliera al aire sin habérselo leído antes. Era incomprensible para un hombre que veneraba escribir y siempre llegaba a la oficina temprano para poder redactar sus informativos. Le horrorizaba el aire de superioridad que ella adoptaba ante las cámaras, y del que ella misma se burlaba después diciendo que era su tono de voz condescendiente, de señora nacida en la gran mansión, añadiendo que así es como, en su opinión, se suponía que sonaba una presentadora. Turner se quedó atónito cuando Oprah leyó la palabra ‘Canada’ en el teleprónter pronunciándola ‘Ca-NÉY-da’ tres veces en un informativo. Más tarde le tocó el turno a Barbados, que pronunció ‘Barb-a-DÓZ’. Leyó un informe sobre el voto in absentia, en California como si «Inabsentia» fuera una ciudad cerca de San Francisco. Unas noches después caracterizó a alguien diciendo que tenía una actitud ‘diferente’ porque desconocía qué significaba la palabra displicente. Luego empezó a comentar las noticias, interrumpiéndose en un momento dado para decir: «Cielos, esto es horrible». Los índices de audiencia cayeron en picado.

Sin embargo, para Turner, el colmo fue cuando Oprah, veinticuatro años más joven que él, se volvió hacia él mientras emitían y le soltó: «Es lo bastante viejo como para ser mi padre». Aquella fue la gota que colmó el vaso y, sin que Oprah lo supiera, sus días estaban contados.

«Desde el principio, supe que no funcionaría —dijo Bob Turk—. Oprah era demasiado inexperta y limitada en su conocimiento de los asuntos del mundo, en especial de geografía, para ponerla en la tesitura de presentar con el decano de los informativos de Baltimore.»

Cuando el decano se molestó, a Oprah la tiraron por la borda, y ni todos los caballos del rey ni todos los caballeros del reino pudieron salvarla: el Día de los Santos Inocentes de 1977, después de ocho meses de reinado, Oprah perdió la corona. Derribada de la posición de máximo prestigio en la emisora, la de presentar las noticias, la relegaron al último rincón de la televisión, para dar los avances de titulares a primera hora de la mañana. Todos en la emisora estaban de acuerdo en que, aunque quizás en Nashville fuera una bateadora de primera, en Baltimore no conseguía sacar la bola del pentágono. Jugadora de las ligas menores, que nunca llegaría a estar en las mayores, Oprah se convirtió en cabeza de turco, rehuida por los fans y culpada del fracaso del equipo.

Años más tarde, ella y su mejor amiga, Gayle King, ayudante de producción de WJZ por aquel entonces, recordaban lo sucedido:

 

OPRAH: Decidieron que no funcionaba porque al presentador…

GAYLE: No le caías bien.

OPRAH: Pero yo no lo sabía. Era muy ingenua. El día que decidieron que iban a quitarme de las noticias de las seis, le dije a Gayle…

GAYLE: Yo estaba tecleando en mi mesa. Ella viene y dice: «Vete al baño, ahora».

OPRAH: Siempre nos reuníamos en el baño. Era algo como: «Ay, Dios mío. ¿Crees que Jerry Turner lo sabe?». Por supuesto, Jerry Turner era el presentador principal, el que me daba la patada en el culo, pero nosotras no lo sabíamos. Jerry decía: «Nena, ni siquiera sé que ha pasado, nena». Ya sabes, «Lo siento, nena».

GAYLE: Me quedé helada.

OPRAH: Es como si tu vida se hubiera acabado para siempre.

 

De inmediato, Al Sanders fue promocionado para ser el nuevo copresentador y le dejaron bien claro que lo enviaban para que arreglara el desaguisado: «Llevo en este negocio diecisiete años —declaró, marcando un claro contraste con la falta de experiencia de Oprah—. Y sé perfectamente que hay mucha presión cuando sustituyes a alguien y la gente piensa que con la persona a la que sustituyes las cosas no iban del todo bien. Pero yo me siento cómodo».

Jerry Turner y Al Sanders reanimaron los índices de audiencia y, a continuación, durante la siguiente década, dominaron el panorama. «Eran el mejor equipo de informativos locales de los Estados Unidos», dijo William F. Baker. Hasta su muerte —Turner murió de cáncer de esófago en 1987, y Sanders de cáncer de pulmón en 1995— la emisora WJZ ocupó el trono y siguió siendo la número uno de Baltimore.

Cuando se produjo el derrocamiento de Oprah, la emisora trató de negar lo evidente. «No podemos responder de lo que vaya a pensar la gente —dijo el director general, Steve Kimatian—, pero creemos que esta es una buena oportunidad para que ella se desarrolle, para trabajar más ella sola. Cuando la gente vea cómo lo hace en los trabajos que se le asignen, se convencerán de que esperamos que Oprah tenga un papel destacado.»

Traducción: Oprah tenía los días contados.

Para alguien que se había propuesto lograr en tres años ser la Barbara Walters negra u ocupar el sitio de Joan Lunden como copresentadora de Good Morning America, Oprah había caído muy bajo. La confianza en sí misma que la había lanzado hacia la cima se desinfló como un globo de aire caliente cayendo del cielo. Ya no era una estrella. Aunque su contrato le garantizaba veinticinco meses más de salario, no tenía ninguna categoría en la emisora. Sin embargo, no se podía marchar, porque necesitaba el dinero. Conseguir una promoción para un mercado televisivo más importante estaba fuera de lugar, y pasar en un mercado más pequeño destruiría todos sus exaltados sueños. Era la primera vez en su vida en que Oprah no tenía ninguna opción de ascender para evitar el fracaso que se le echaba encima. Su padre y sus amigos le aconsejaron que no se moviera y aguantara. A fin de cuentas, seguía en televisión en un mercado grande y le seguían pagando. Así pues, Oprah cogió la única fregona y el único cubo disponibles: además de encargarse de los avances locales para Good Morning America, se convirtió en «reportera de documentales de fin de semana», que era, como ella decía, el puesto más bajo en la cadena alimenticia de la sala de redacción.

«Hice historias tontas, necias, estúpidas y odiaba cada minuto —confesó—, pero, incluso mientras las hacía, pensaba: “Bueno, no tiene ningún sentido marcharse porque todos los demás creen que este es un trabajo fábuloso”».

Como ya no era un caballo de exhibición, se arrastraba al trabajo a las seis, cada mañana, y se quedaba todo el día, haciendo todas las tareas aburridas que le echaban encima. Cubrió una fiesta de cumpleaños de una cacatúa del zoo, hizo reportajes en directo de los elefantes, cuando el circo vino a la ciudad y persiguió a los camiones de bomberos. También encajó burlas cuando entrevistó al organizador del concurso de Miss Baltimore.

«En la sala de redacción le preguntaron: “¿Te presentaste al título de Miss América Negra?” —recordaba Michael Olesker—. Si alardeaba de ello, no tenía sentido de los matices. Si bromeaba, comprendía que estaba en un negocio donde todos tenían su ego.»

Oprah, pese a todo, estuvo a la altura de las circunstancias y respondió rápidamente: «Sí, cariño —respondió, dándose unas palmaditas en el trasero—, pero tengo el trasero de las negras. Es un mal que Dios infligió a las mujeres negras de los Estados Unidos».

Abierta y alegre, estaba ansiosa por agradar y desesperada por gustar. «Soy la clase de persona que puede llevarse bien con cualquiera —decía—. Tengo miedo a no gustar, incluso cuando son personas que a mí no me gustan». Se hacía amiga de todos en la emisora y trataba bien a sus cámaras. «En aquellos tiempos en que usábamos película, el montador de una cinta podía decidir la suerte de un reportero que siempre tenía un tiempo límite muy apretado —dijo Gary Elion—. Todos se partían la espalda para ayudar a Oprah, porque era muy amable con ellos. Algunas personas trataban de conseguir lo que querían siendo agresivas y desagradables; Oprah era todo lo contrario: se empeñaba en llevarse bien con todos.»

Lo más importante fue que ocultó su resentimiento contra Jerry Turner y Al Sanders. Sólo le confiaba su amargura a sus íntimas amigas Gayle King y Maria Broom, que comprendían la dificultad de tratar con los divos. La animosidad de Oprah sólo salió a la luz después de que los dos locutores murieran. No se la vio entre los miles de personas que asistieron al funeral de Jerry Turner en 1987, ni tampoco entre los que fueron a Baltimore a despedir a Al Sanders, ocho años después.

Su relegación a los puestos inferiores, aunque fuera un infierno en su momento, demostró ser su crisol, obligándola a crear la fórmula que necesitaba para su futuro éxito. Aprendió que una ambición encendida, combinada con un trabajo duro y agotador, y sumada a un aguante perdurable acabaría cosechando una rica recompensa. «He llevado un diario desde que tenía quince años —dijo Oprah—, y recuerdo que escribí: “¡Me pregunto si alguna vez podré dominar eso que llaman éxito!” Siempre me sentía frustrada conmigo misma, pensaba que no hacía lo suficiente. Tenía que triunfar.»

Oprah, además de trabajar horas extra en WJZ, entró en la Association of Black Media Workers y pronunció discursos por toda la ciudad sobre las mujeres en la televisión. Trabajó activamente en su iglesia como miembro de la Iglesia Episcopal Metodista Africana Bethel y empezó a actuar de mentora de niñas, hablando en las escuelas de toda la ciudad. Abrazó los objetivos del reverendo Jesse Jackson, que la había impresionado la primera vez que lo oyó hablar, en 1969: «Encendió un fuego en mi interior que cambió mi modo de ver la vida […] Dijo: “La excelencia es la mejor arma disuasoria contra el racismo. Por lo tanto, sed excelentes”. Y “Si podéis concebirlo y creer en ello, podéis lograrlo”. Esos principios fueron los que guiaron mi vida». Cuando era adolescente, hizo un cartel con papel de modelar, escribió las palabras de Jackson y lo pegó en el espejo, donde permaneció hasta que se marchó de Nashville. En Baltimore ayudó a organizar una reunión para recaudar fondos para la Operación PUSH (People United to Serve Humanity), de Jackson, en el centro cívico.

Asistía al servicio dominical todas las semanas, y se sentaba siempre en el centro de la segunda fila de la iglesia, que tenía 1.600 asientos. Acabó convirtiéndose en una figura querida de la comunidad negra a través de sus charlas y por su apoyo a los políticos locales, como Kurt Schmoke y Kweisi Mfume.

«Oprah aprendió cuál era la estructura de poder de la ciudad, quiénes eran importantes y qué les daba poder —recordaba Gary Elion—. Aprendió los nombres y las caras, dónde estaban ocultos los secretos, lo averiguó todo sobre la estructura de poder y aprendió a usar esa información para su propio beneficio al buscar noticias. Muy pronto se convirtió en un poder dentro de la comunidad, porque sabía cómo funcionaba la ciudad. Era muy inteligente y yo supe que iba a llegar muy lejos. No era declaradamente partidista, o, por lo menos, nunca me habló de ello, pero era muy sagaz en términos políticos. Parecía tener un instinto natural y le sacaba partido.»

Oprah aumentó su notoriedad en Baltimore tanto a través de la Iglesia Episcopal Metodista Africana Bethel como por su trabajo en televisión. «La conocí a través de su iglesia —dijo la doctora Bernice Johnson Reagon, fundadora del grupo femenino de canto a capela Sweet Honey in the Rock—. Se pusieron en contacto conmigo para que trabajara en colaboración con ella en un proyecto que luego presentarían. Me entrevisté con Oprah y creé un guión a partir de la entrevista, más poemas y canciones de Sweet Honey. La pieza central era un pasaje de Jubilee, de Margaret [Walker] Alexander, que ella recitó. Estrenamos (To Make a Poet Black and Beautiful and Bid Her Sing) en el Morgan State, de Baltimore, y actuamos en Nashville y Nueva York.»

«Oprah quería ser actriz por encima de cualquier otra cosa», dijo Jane McClary, ex productora de WJZ.

«Solía montar aquel programa unipersonal con el que a través de la poesía y la lectura dramática, recreaba la historia negra —recordaba Richard Sher, de WJZ—. Y era fabulosa. Actuaba y la aplaudían calurosamente, puestos en pie.»

Bill Baker también se acordaba de los «pequeños recitales de Oprah […] siempre me invitaba y yo siempre hacía todo lo posible por ir […] Oprah se convirtió en alguien importante en la comunidad negra».

Años más tarde, el efecto de Oprah en las mujeres negras de Baltimore fue el tema de un libro escrito por Katrina Bell McDonald, profesora de sociología de la Universidad Johns Hopkins, titulado Embracing Sisterhood. «Estas mujeres se maravillan ante la capacidad de aguante de Oprah; su habilidad para sobrevivir a las batallas más difíciles a las que se enfrentan las mujeres negras y haberse ganado la envidia en un mundo en el que no se suele tener un gran concepto de las mujeres negras.»

Mucho después de marcharse de Baltimore, varias mujeres recordaban su traumática ruptura con Lloyd Kramer, un periodista judío que trabajaba para WBAL-TV. En Baltimore, incluso a finales de los años setenta, las relaciones interraciales eran raras. En la época en que Oprah salía con Kramer, una personalidad blanca) de la radio local bromeó maliciosamente diciendo «Omar Shariff sale con tía Jemima».

«Pero ellos no se inmutaron —afirmó Maria Broom—. Ella lo quería de verdad. Estaban muy unidos. Yo pensaba que quizá se casaran y tuvieran hijos. […] Cuando la confianza de Oprah se vino abajo, entonces fue cuando Lloyd la ayudó de veras […] Era una relación profunda y cariñosa.»

Uno de los mejores amigos de Kramer en aquel entonces recuerda cuando conoció a Oprah: «Lloyd me llamó desde Baltimore, me dijo que venía a Nueva York, con su novia y me preguntó si podían alojarse en mi casa —dijo el editor y escritor Peter Gethers—. Por supuesto le dije que sí y le pregunté sobre ella. Lloyd, siendo quien era, carraspeó y tartamudeó un poco, luego dijo que era negra y que sus padres estaban muy enfadados con el hecho de que saliera con una mujer negra. Me dijo que su nombre era Oprah —lo cual hizo que nos riéramos, porque no es un nombre normal para una novia blanca—, y que era periodista en antena de una emisora local de Baltimore. Así que un par de semanas después, Lloyd y Oprah vinieron a Nueva York y se instalaron conmigo en mi piso del West Willage, un quinto sin ascensor, y un tanto infestado de cucarachas. Yo no tenía una habitación extra y ni siquiera tenía una cama extra, así que los dos dormían en un sofá con cojines —que, en realidad, no era un sofá, sino un montón de cojines colocados de manera que parecía un sofá—, en el suelo de la sala. Se quedaron el fin de semana y nos reímos sin parar, saliendo por ahí con otros amigos a los que Lloyd no veía habitualmente, por haberse trasladado a Baltimore».

La relación se desmoronó cuando Kramer dejó Baltimore por un trabajo en la WCBS, en Nueva York, y conoció a la actriz Adrienne Meltzer, con quien se casó en 1982. «Oprah sufrió en silencio, aunque tenía el corazón destrozado —dijo Maria Broom—. Estaba muy herida, pero siguió adelante con su vida.» También siguió agradecida a Kramer y continuaron siendo buenos amigos; más tarde lo convirtió en director de televisión de renombre. Oprah le contó a la periodista Judy Markey, de Chicago: «Lloyd fue maravilloso. Estuvo a mi lado durante toda aquella experiencia tan desmoralizadora de Baltimore. Fue el romance más fantástico que he tenido nunca».

Cuando Oprah se unió a la Iglesia Episcopal Metodista Africana Bethel, en 1976, llegaba imbuida de los preceptos bíblicos de una joven de campo a quien sus compañeras de clase llamaban «la Predicadora». Cristiana y profundamente religiosa, citaba el Génesis y el Levítico y creía que la homosexualidad estaba mal. Se avergonzaba de Jeffrey, su hermano gay, y un año antes de que muriera de sida, le dijo que no iría al cielo porque era homosexual. En los siete años siguientes se alejaría mucho de los conceptos doctrinales de su infancia baptista: «Me criaron para no poner en duda a Dios. Es un pecado —explicó—. Pero empecé a pensar por mí misma y fue entonces, alrededor de los veinticinco años, cuando inicié realmente mi propio viaje hacia mi espiritualidad, mi yo espiritual».


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